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Vital Aza

POESÍA

A la luna

Plan curativo

Duda histórica

Pavoroso porvenir

Rasgo de valor

Epigramas

TEATRO

La viuda del zurrrador

¡A LA LUNA!

Lamentación de un cesante
 

¡Oh, tú, luna encantadora,
que lumbre gratis nos das!
¡Oh, tú de Febo señora,
ilustre competidora
de las fábricas de gas!
¡Tú que nunca sientes penas
en el trono en que reposas!
¡Tú que en las noches serenas
habrás visto tantas cosas,
unas malas y otras buenas!
¡Tú que en más de una ocasión
sufres con resignación
que un mal poeta te cante,
oye la lamentación
de este mísero cesante!
¡Óyeme sólo un momento!
que en este mundo, ¡ay de mí!,
nadie escucha mi lamento.
Y si a ti no te lo cuento,
¿a quién se lo cuento, di?
Indícame, ¡oh, luna clara!,
de algún destino el camino,
que aquí son ya cosa rara,
y no se encuentra un destino
por un ojo de la cara.
Búscame una posición
en tu elevada región
y me lanzaré al suicidio.
¡Créeme, oh, luna! Te envidio
con todo mi corazón.
Tú, aunque siempre omnipotente,
creces y menguas constante;
pero aquí, con esta gente,
yo nunca llego a creciente...
¡siempre estoy en el menguante!
Como un destino me des,
dejo a estos hombres ingartos
–(he puesto la erre después)–
que, ¡ay!, tú tienes cuatro cuartos,
y en España sólo hay tres.
¡Tres! Lo digo muy sincero,
aunque el pesar me taladre (1)
el cuarto... para el cartero;
el cuarto... que es del casero,
y el cuarto... honrar padre y madre.
Te creo, ¡oh, luna!, mi amiga,
y hasta que mi bien consiga
cifraré en ti mi fortuna.
No me importa que se diga
que estoy ladrando a la luna.
¿A quién le puede chocar
que yo ladre sin cesar
siendo un mártir en la tierra?
Llevando vida tan perra,
¿qué he de hacer sino ladrar?
Dame sin tardanza alguna,
¡oh, luna!, con tu fortuna,
un consuelo en mi indigencia.
¡Y no me dejes, ¡oh, luna!,
a la luna de Valencia!

(1) Lo de taladre, lector, –es el ripio de rigor

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PLAN CURATIVO
–¡Niña!
          –¡Mamá!
–¿Qué te pasa?
¿No vienes a la novena
–¡Ay, mamá, si no estoy buena!
–¿Que no? Pues quédate en casa.
–¿Y vas sola?
          –Claro está.
–¡Yo lo siento!
          –No te apures.
Es preciso que te cures.
Acuéstate.
          –¡No, mamá!...
–¿A ver, qué sientes?
          –¡Calor!
–¡Es aprensión, criatura!
¡Si no tienes calentura!
–¿Qué no tengo?
          –No, señor.
–Pues siento un frío en los pies
y en la cabeza un mareo...
–Anda y damos un paseo,
antes de ir a San Ginés.
–¡Me canso!
          –Iremos en coche.
Lo tomaremos por horas.
¡Verás cómo te mejoras
con el fresco de la noche!
–¡Tengo tos!
          –¡Quita, por Dios!,
–¡Me duele aquí cuando toso!
–¡Bobadas! ¡Eso es nervioso!
¡No vale nada esa tos!
–Pues no te canses, mamá;
hoy no salgo, lo repito.
Voy a acostarme un poquito
encima de este sofá.
–¡Jesús! ¡Eres más cobarde!...
–Quizá me alivie con eso.
–¡Aprensión! Pues dame un beso.
¡Las ocho y media! ¡Qué tarde!
Y hoy es el último día...
Así... Abrígate los pies.
¡Otro beso! Hasta después.
Que te alivies, hija mía.     
 

(Sale la mamá de casa,
queda la criada alerta,
se oye rechinar la puerta
y una voz que dice:¡Pasa!)
         
  ***

–¡Alfredo!
          –¡Amalia querida!
–¿Te habrán visto?
          –No. Ten calma.
¿Me quieres?
          –¡Con vida y alma!
¿Y tú a mí?
          –¡Con alma y vida!
             
 ***
(Es muy corta la novena,
corren breves los instantes,
y en gracia a los dos amantes,
paso por alto la escena.
Se oyen pasos... ¡La mamá!
Huye el joven con premura,
y la niña se apresura
a acostarse en el sofá.)
 

–Hija mía, ¿estás durmiendo?
¡Temí haberte despertado!
Por volver pronto a tu lado
recé de prisa y corriendo.
¿Cómo te encuentras?
–¡Mejor!
–¿A ver? ¡Dios mío! ¿Qué tienes?
¡Si están ardiendo tus sienes!
Voy a llamar al doctor.
–No, mamá.
–Sí, vida mía.
–Ya estoy bien; no es de cuidado.
Tienes el pulso agitado.
–Los nervios...
–¡Qué tontería!
Corro al punto. Tú estás mala.
¡Qué te receten cuanto antes!
          
  ***
(Y al cabo de unos instantes
entra el médico en la sala.
Pulsa a la niña intranquila;
la encuentra un poco nerviosa,
y por mandar cualquier cosa,
le manda que tome tila.)
–Hoy por hoy no es de cuidado.
Conozco bien su dolor.
(Hay que advertir que el doctor
vive en el cuarto de al lado.)
–¿Conque no es grave, verdad?
(Dice la madre.)
–Señora...
Aquí entre los dos, ahora,
el mal es de gravedad,
–¡Dios mío!
–¡Yo soy muy viejo
y práctico!
–¡Ya lo sé!
–Y como la aprecio a usted,
me permito este consejo:
¡Abra usted mucho los ojos!
La niña –a mi plan me aferro–
necesita, mucho hierro,
–¿En píldoras?
          –No. ¡¡En cerrojos!!

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DUDA HISTÓRICA

–Dígame usted, don Vicente,
usted que es tan competente...
–Pregunte usted, don Facundo.
–¿Cómo es nuevo un continente
que es ya tan viejo en el mundo?
–Era nuevo; no lo es ya.
Como creado por Dios
existía, claro está,
antes del año mil cua-
trocientos noventa y dos.
Pueblo inculto lo habitaba;
pero aquella pobre gente
ni sé cómo respiraba,
pues el Nuevo mundo estaba
cubierto completamente.
–¿Cubierto?
–¡No hay discusión!
–¡Hombre, venga una razón!
–Lo dice la Historia y basta.
Estuvo cubierto, hasta
que lo descubrió Colón.

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 ¡PAVOROSO PORVENIR!

El otro día un pavo que se hallaba
en la Plaza Mayor,
con altivo ademán, a sus colegas,
de este modo arengó:
–«¡Amigos! ¡Ciudadanos!
¡Basta de sufrimiento!
¡Sonó por fin la hora
de nuestra redención!
¡Lancémonos al campo!
¡Salgamos al momento!
Y sean nuestros gritos:
¡¡En huelga!! ¡¡Insurrección!!
      
¡Guerra a las Navidades!
¡Basta de tiranía!
¡Tiempo es de que gocemos
de nuestra libertad!
¡Pues, qué! ¿Quizá el pavo
no tiene autonomía?
¡Ánimo, pues! Y hagamos
una barbaridad.
¿Por qué ciertos señores,
más pavos que nosotros,
ocupan ciertos puestos
felices, cual se ve?
Si todos somos pavos,
lo mismo unos que otros,
¿por qué ese privilegio?
¡Vamos a ver! ¿Por qué?
Nosotros hasta ahora
vivimos engañados;
con nueces y castañas
nos hacen engordar;
pero después que observan
que estamos bien cebados,
nos cogen, y en seguida
nos mandan degollar.
Somos de nuestra raza
las masas inconscientes;
somos el pobre pueblo
que siempre sufre el mal.
¿No veis cómo se libra
de manos de esas gentes
el pavo de alta alcurnia
llamado el pavo real?
Del hado los rigores
con calma hemos sufrido.
¡La lucha es necesaria!
¡Unámonos con fe!
Mirad que es el tormento
mayor que he conocido
tener por tumba el vientre
de algunos que yo sé.
También, ¡oh, pavas mías!
vuestro dolor acaba;
también habéis sufrido
vosotras sin chistar.
Si, algún amante hoy día
quiere pelar la pava,
luchad a picotazos,
¡y no os dejéis pelar!
Están nuestros derechos
con injusticia hollados;
la trufa es la enemiga
que habrá que combatir.
Pues si no hubiera trufas
no habría esos trufados
que obligan a que el hombre
nos quiera perseguir.
¡Formemos, pues, la rueda!
¡Limpiemos nuestros picos!
¡En guerra, y concluyamos
con tanta iniquidad!
¡Seamos implacables!
¡Matemos a los ricos!
¡Abajo lo existente!
¡¡Viva la libertad!!»
El pavo que así gritaba
y a los suyos exhortaba,
pagó caro su delito.
¡A las dos horas estaba
degollado el pobrecito!
Y en él –¡por sesenta reales!–
se cebaron sin piedad,
dos señores muy formales,
miembros de la Sociedad
Protectora de Animales.

 

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RASGO DE VALOR

         CUENTO VIEJO
Un militar muy valiente
–según propia confesión,–
delante de mucha gente
refería lo siguiente
con vivísima emoción:
–«El moro nos acosaba
con furia desesperante;
el gran O'Donnell dudaba,
pero Prim que nos mandaba,
dijo por fin: –¡Adelante!
¡Qué momento aquel!... ¡Qué horror!...
Al sonar de las cornetas
se encendió nuestro furor,
y de la luna al fulgor,
brillaron las bayonetas...
Atacamos con denuedo;
los marroquíes bribones
huían muertos de miedo;
y yo que... ¡Vamos! No puedo
dominarme en ocasiones,
aunque oí la voz de mando
que gritó: «¡No acometer!»
sin saber cómo ni cuándo
seguí avanzando... avanzando...
sin poderme contener.
No hallé a nadie en mi carrera...
Hasta que, a la luz primera
del sol, mi suerte ha querido
que viese a un moro tendido
al lado de una pitera.
¡No lo olvidaré jamás!
¡Daba miedo aquel morazo!
Pero yo fui por detrás,
le cogí una pierna, y ¡zas!
¡se la corté de un sablazo!»
–¡Diablo! –un oyente exclamó,–
¡Hombre, admiro su proeza!
Mas, pues no se defendió
aquel moro, ¿por qué no
le cortó usted la cabeza?
–¿Que por qué no le corté
la cabeza a aquel malvado?
¡Va a usted a saber por qué!
Porque cuando yo llegué
¡ya se la habían cortado!

 

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EPIGRAMAS

Juan a Domingo reñía
porque nunca trabajaba;
y mientras Juan se enfadaba,
el buen Domingo decía:

–Yo no debo trabajar;
estoy, Juan, en mi derecho,
pues los Domingos se han hecho
sólo para descansar

+++

Un conde, de no sé dónde
–que en el misterio se esconde–
por causa que no se sabe,
yo no sé qué cuestión grave
tuvo con no sé qué conde.

El uno del otro en pos
salieron de madrugada...
Mas ya el juez, ¡gracias a Dios!,
sabe... ¡que no sabe nada
de ninguno de los dos!

+++

 Afirma Inés, la taimada,
en tono humilde y dengoso,
que ella como esposa honrada
sólo es de su amante esposo.

Y así, de un modo insinuante,
confiesa la honrada Inés,
que primero es del amante
y del esposo después.

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LA VIUDA DEL ZURRADOR

Parodia romántica escrita en colaboración con Miguel Ramos Carrión

Cuadro I

Calle corta.

 Escena I

Caballeros embozados.

   
CABALLERO 1.º ¡Corren rumores muy malos!
CABALLERO 2.º ¡Llegó el hijo del difunto!
CABALLERO 3.º ¡Grave se pone el asunto!
CABALLERO 4.º ¡Huéleme que va a haber palos!
CABALLERO 1.º Panseco llega hacia acá
              con su familia.
CABALLERO 2.º Es preciso
              darle al momento el aviso.
 
CABALLERO 3.º ¡Lo que fuere sonará!

 Escena II

             Dichos, LUCÍA, EL DOCTOR, DON BLAS PANSECO y DOÑA BLASA, por la derecha.   
LUCÍA (A EL DOCTOR.)
              Mi ceguera creí cierta,
              y ya te debo la vida;
              te estoy muy agradecida
              aunque haya quedado tuerta.
              Y cariño hacia ti siento,
              pues tengo, gracias a tu arte,
              este ojo para expresarte
              todo mi agradecimiento.
EL DOCTOR
              Cierto; por mí ves el sol,
              las estrellas y la luna,
              el arroyo, la laguna,
              el lirio y el arrebol...
CABALLERO 1.º (A DON BLAS PANSECO.)
               ¡Llegó don Carlos!
                    (Vase.)
DON BLAS PANSECO (¡Qué escucho!)
CABALLERO 2.º (A DON BLAS PANSECO.)
               ¡Procura, señor, salvarte!
                    (Vase.)
CABALLERO 3.º (A DON BLAS PANSECO.)
               ¡Mira que viene a matarte!
                    (Vase.)
DON BLAS PANSECO ¡Que venga! ¡Me alegro mucho!
CABALLERO 4.º (A DOÑA BLASA.)
               ¡Tened gran prudencia ahora!
               ¡Ya don Carlos ha llegado!
DOÑA BLASA ¿Don Carlos? ¿Pero ha triunfado?
CABALLERO 4.º ¡Es otro Carlos, señora!
                    (Vase.)
DOÑA BLASA (A DON BLAS PANSECO.)
            ¡Ah! ¡Teme su furia insana!
            ¡Blas, por Dios, ocúltate!
DON BLAS PANSECO ¡Yo no me oculto!
DOÑA BLASA ¿Por qué?
DON BLAS PANSECO ¡Porque no me da la gana!
DOÑA BLASA ¡A tu empeño no me inmolo!
DON BLAS PANSECO ¡Idos!
DOÑA BLASA ¡Por Dios!
DON BLAS PANSECO ¡Vamos, Blasa!
                 Meteos los tres en casa,
                 que quiero quedarme solo.
DOÑA BLASA (¡No ceso de presentir
           que va a pasarle algo malo!)
EL DOCTOR (Le van a pegar un palo
          que le van a dividir.)
(Vanse por la derecha.)

Escena III

DON BLAS PANSECO, solo.
DON BLAS PANSECO ¡Allí le rompí el bautismo!
                 (Indicando la izquierda.)
                  ¡Voy a esperar a que venga
                 su hijo, para que tenga
                 el gusto de hacer lo mismo!
                    (Vase por la izquierda.)

Escena IV

CARLOS, seguido de BARREÑO. Ambos embozados y con sendos garrotes.  
BARREÑO ¡Allí va ese hombre, allí va!
        ¿Le ves?
CARLOS ¡Vaya si le veo!
BARREÑO ¿Le matarás esta noche?
CARLOS ¡Creo que sí, allá veremos!
BARREÑO ¿Cómo veremos? ¿Vacilas?
CARLOS ¡No vacilo!
BARREÑO ¡Pues a ello!
CARLOS ¡En donde zurró a mi padre,
       allí zurraré a Panseco!
BARREÑO ¡Corriente!
CARLOS ¡La tradición
       es implacable, Barreño!
       Mi familia y la de ese otro
       desde muy remotos tiempos
       vienen dándose de palos
       por ciertos resentimientos.
       En el salón de mi casa
       he visto, siendo pequeño,
       los venerables retratos
       de mis queridos abuelos;
       unos las narices rotas,
       otros torcido el pescuezo,
       ¡todos con cada chichón
       que daba lástima verlos!
       Los ascendientes de ese hombre
       de aquel modo los pusieron;
       pues la tradición lo manda,
       ¡siga sus huellas el nieto!
BARREÑO ¡Bravo! ¡Me gusta ese arranque!
        ¡Vamos, señor, al momento!
CARLOS Antes tenemos que hablar.
BARREÑO Pues habla, y acaba presto.
CARLOS Estuve en la hermosa Flandes.
       ¡Flandes, patria de los quesos!
       Y esta mañana llegamos
       por la puerta de Toledo.
BARREÑO ¿Y para qué me lo cuentas?
        ¡Ya lo sé!
CARLOS ¡Calla, Barreño!
       Se lo digo a estos señores
             (Al público.)
        que necesitan saberlo.
       Pues señor, entré en las calles
       devanándome los sesos
       para buscar la manera
       de dar un susto a ese viejo.
       Sofocado como estaba
       bajé el embozo un momento...
       y me lo volví a subir
       porque hacía mucho fresco.
       Pero al dar vuelta a una esquina
       me di un encontrón, ¡oh, cielos!,
       con una chica, ¡qué chica!
       Era tuerta del izquierdo,
       pero bien lo compensaba
       lo que valía el derecho.
       Un pañuelo de Manila
       llevaba airoso y bien puesto,
       y al pasar, con un botón
       enredeme en su pañuelo,
       ¡que siempre están los botones
       enredándose en los flecos!
       Dio un grito y echó a correr,
       llevándose el botón preso.
       ¡Ay, Dios, mal haya los sastres
       que tan mal me lo cosieron!
BARREÑO ¡Gente viene por allí!
CARLOS No es gente, es un caballero.
       Cubre el rostro y sígueme,
       que más tarde volveremos.
  
                       (Se embozan y vuelven la espalda hacia donde viene EL DOCTOR.)

Escena V

                                                                  Dichos y EL DOCTOR.
EL DOCTOR ¡Tengo el corazón partido
          de ver su amargo dolor!
          ¡Cielos! ¡Carlos!
CARLOS (Sin desembozarse.)
        (¡El Doctor!
        ¿En qué me habrá conocido?)
EL DOCTOR ¡Qué placer tengo al hallarte!
CARLOS ¡Cuánto gusto tengo al verte!
EL DOCTOR ¡Me libraste de la muerte
          y nunca podré olvidarte!
CARLOS ¡Observo en ti un no sé qué!...
       ¿Qué tienes? ¿Qué te ha pasado?
EL DOCTOR ¡Es que estoy enamorado!
CARLOS ¿Y ella te quiere?
EL DOCTOR ¡No sé!
          Pregunta al ave canora
          por qué canta en la espesura,
          pregunta por qué murmura
          la fuente murmuradora,
          pregunta por qué las flores
          dan sus perfumes al viento,
          por qué el pez en su elemento
          traza estelas de colores,
          pregunta por qué del sol
          oculta el disco la nube,
          pregúntale por qué sube
          convertida en arrebol,
          pregunta al hierro, al imán,
          al céfiro, a la enramada...
                   (CARLOS y BARREÑO hacen medio mutis. EL DOCTOR les detiene.)
             ¡Mas no les preguntes nada,
          que no te contestarán!
CARLOS ¡No te he podido entender!
EL DOCTOR Sólo te quise probar
          que no pude averiguar
          si me quiere esa mujer.
CARLOS ¿Y quién es ella? 
EL DOCTOR (Indicando la casa.)
           ¡Lucía!
CARLOS ¡La hija de don Blas! ¡Qué horror!
       ¡Él fue el apaleador
       de mi padre!
EL DOCTOR Lo sabía.
CARLOS ¿Y aun así puedes amar
       a esa mujer?
EL DOCTOR ¡Ya lo creo!
          ¡Como que en ello no veo
          nada de particular!
BARREÑO (A CARLOS.)
         ¡Panseco está allí!
CARLOS (¡Me alegro!)
BARREÑO ¡Que se cansa de esperar!
CARLOS (A EL DOCTOR, dándole la mano.)
        ¡Adiós! ¡Le voy a pegar
        una paliza a tu suegro!
        (Vase CARLOS seguido de BARREÑO.)

Escena VI

EL DOCTOR solo.

EL DOCTOR ¡Va a pegarle! Soy valiente
          y evitarlo lograría...
          Mas no, que don Blas diría
          que no le he sido obediente.
          Estas bromas cuestan caras
          y, aunque soy un caballero,
          ahora meterme no quiero
          en camisa de once varas.


(Se oye el ruido de una paliza tremenda. DON BLAS PANSECO da un «¡Ay!». DOÑA BLASA y LUCÍA gritan dentro. EL DOCTOR se dirige hacia el sitio de la lucha.)

Escena VII

DOÑA BLASA, LUCÍA, DON BLAS PANSECO, CARLOS, EL DOCTOR, BARREÑO, EL SERENO y EL INSPECTOR.

DOÑA BLASA ¡Favor! ¡Socorro! ¡Sereno!
LUCÍA ¡Que lo matan! ¡Por favor!
DOÑA BLASA ¡Que llamen al Inspector!
CARLOS (Sale enarbolando el garrote.)
        ¡He cumplido como bueno!
            (Después de ver a LUCÍA. A BARREÑO.)
         ¡Es ella!
BARREÑO ¿Quién?
CARLOS ¡La mujer
       del botón! ¡La tuerta!
BARREÑO ¡Atiza!
DON BLAS PANSECO
          (Derrengado y acompañado de EL SERENO y EL INSPECTOR.)
           ¡Ay! ¡Me han dado una paliza
          que no me puedo mover!
      (Se sienta en el suelo. CARLOS baja el embozo para que LUCÍA le vea la cara y vase      seguido de BARREÑO.)
LUCÍA ¡Ay! ¡Yo le vi! ¡Yo le vi!
DOÑA BLASA ¡Esposo!
DON BLAS PANSECO ¡Lucía! ¡Blasa!
                 ¡Yo no sé lo que me pasa!
LUCÍA (Llevándose las manos al ojo derecho.)
        ¡Yo no sé qué tengo aquí!
EL DOCTOR (A LUCÍA.)
           A ver... ¡Qué complicación!
LUCÍA ¡Ay! ¡Yo no veo ni pizca!
EL DOCTOR ¡Jesús! ¡Se ha quedado bizca
          al ver esta situación!
EL SERENO ¡Tras el asesino corro!
          (Vase muy despacio.)
DON BLAS PANSECO ¡Árnica!
DOÑA BLASA ¡No la tenemos!
EL INSPECTOR Entonces lo llevaremos
             a la casa de socorro.
 

(Vanse. DON BLAS PANSECO apoyándose en DOÑA BLASA y EL INSPECTOR, y LUCÍA de la mano de EL DOCTOR. Procúrese que la mutación se efectúe lo más rápidamente posible.)

FIN DEL CUADRO PRIMERO

Cuadro II

Sala modesta. Puertas laterales. Balcón con tiestos en la derecha. Una mesa, sobre la que habrá una vela ardiendo. Sillas, un sofá, etcétera.

Escena I

LUCÍA, sentada junto al balcón, con el ojo derecho vendado. DOÑA BLASA, mondando patatas al extremo opuesto.

   
LUCÍA ¡Mamá! ¿Dónde estás?
DOÑA BLASA ¡Aquí!
LUCÍA ¡Qué grato el perfume llega
      de la luisa y de la albahaca
      que crecen en mis macetas!
      ¡Cuán dulce gime el arroyo
      sobre la verde pradera!
      ¡Cómo el ruiseñor entona
      sus más sentidas endechas
      y cómo el céfiro suave
      entre mis cabellos juega!
      ¿Qué haces, mamá?
DOÑA BLASA ¡Estoy mondando
           patatas para la cena!
LUCÍA ¡Acércate!
DOÑA BLASA Ya me acerco.
           ¿Qué quieres?
LUCÍA Di, ¿no recuerdas
          aquella noche terrible?
          ¡Ay, mamá, qué noche aquella!
          ¡Yo le he visto, yo le he visto
          con el garrote en la diestra!
             (Transición.)
           ¿Y era muy guapo, verdad?
DOÑA BLASA No lo sé...
LUCÍA ¡Quién lo dijera!
      ¡Tres años ha que murió
      papá de las consecuencias,
      y aún olvidar no he podido
      aquella noche tremenda,
      desde la que estoy viviendo
      en miércoles de tinieblas!
DOÑA BLASA Consuélate, que el doctor
           un remedio a tu dolencia
           se fue a buscar a la Mancha,
           y es fácil que ya lo tenga.
LUCÍA ¡Pobre doctor! ¡Y por mí
      se expone en aquellas tierras
      a pillar un tabardillo
      que se lo lleve pateta!...
      ¿Y Lorenzo? ¡No ha venido
      esta tarde!
DOÑA BLASA Quizá venga.
LUCÍA ¡Lorenzo! ¡Qué hermoso nombre!
      ¡Cuánta poesía encierra!
      Le adoro desde aquel día
      en que marchando a Vallecas
      solas tú y yo en el cupé
      se volcó la diligencia
      y él, que venía detrás
      a caballo... en una yegua,
      nos salvó con su denuedo
      de una catástrofe horrenda.
      Desde entonces, nos amamos
      con una pasión inmensa.
DOÑA BLASA ¿Pero él viene con buen fin?
LUCÍA ¡Oh, sí! Me quiere de veras.
      Ya ha pedido los papeles
      que han de mandarle de Cuenca;
      y también me ha prometido
      en el momento en que vea
      al que pegó a mi papá
      vengar tan vil ofensa.
DOÑA BLASA Pero, niña, ¿y el doctor?
           ¡Qué dirá cuando lo sepa!
LUCÍA ¿Piensas tú que no le quiero?
DOÑA BLASA ¿A él también?
LUCÍA ¡Pues buena es ésa!
      A él le quiero como hermano.
      ¡Mira la rosa bermeja
      que me mandó en ese tiesto
      cuando estuvo en Valdepeñas!
      Tanto la amo, que distingo
      su aroma que me embelesa
      del que esparcen a su lado
      el clavel y la azucena...
      (Se sienta con el tiesto sobre las rodillas.)
DOÑA BLASA Lo mismo me pasa a mí
           y le pasará a cualquiera.
           (¡Cuando están enamoradas
           no saben lo que se pescan!)

Escena II

                                                                  Dichas y EL CRIADO. 
EL CRIADO ¡Doña Blasa!
DOÑA BLASA ¿Qué sucede?
EL CRIADO ¡Pues es una friolera!
          ¡Que ahora ha llegado el doctor!
DOÑA BLASA ¡Dios mío!
EL CRIADO Hacia aquí se acerca.
               (Vase.)
LUCÍA (¡Alguien vino! ¡No me importa!
      ¡Habrá sido la portera!)

Escena III

Dichas y EL DOCTOR, en traje de viaje. Trae un enorme frasco.

EL DOCTOR ¡Mi señora Doña Blasa! 
DOÑA BLASA ¡Doctor! ¡Qué alegría siento!
EL DOCTOR ¡Yo también estoy contento!
          ¿Qué tal va por esta casa?
DOÑA BLASA ¡Tal cual!
EL DOCTOR ¡Silencio! Si llega
          tal vez a oírnos...
DOÑA BLASA (En voz alta y acercándose mucho a LUCÍA.)
              ¡Doctor!
             Puedes hablar sin temor.
             ¿Cómo ha de oír, si está ciega?
LUCÍA (Oliendo el tiesto.)
        ¡Qué bien hueles! ¡Tú endulzaste
       la pena que me conduele!
EL DOCTOR Señora, ¿qué es lo que huele?
DOÑA BLASA ¡El tiesto que le mandaste!
EL DOCTOR ¡Oh, placer! ¡Le inspiro amor!
LUCÍA Doctor, ¿por qué te has marchado
      tan lejos, ¡ay!, de mi lado?
      ¿Por qué no vienes, doctor?
      (Llora.)
EL DOCTOR ¿Qué importa lo que sudé?
          ¿Qué vale lo que sufrí,
          si en este momento oí...
          lo mismo que ha oído usté?...
          ¡La Mancha! ¡Allí sin sosiego
          terribles luchas sostuve!
          ¡Un año en la Mancha estuve
          comiendo pisto manchego!
          Pasé a las yerbas revista
          para buscar sin reposo
          el remedio portentoso
          que ha de curarle la vista.
          ¡El espíritu se ensancha
          y se agita el corazón
          ante la vegetación
          esplendente de la Mancha!
          Allí aromático brota
          junto al roble el azafrán;
          allí las encinas dan
          bellota, ¡mucha bellota!;
          allí observar he podido
          en sus campos, nunca yermos,
          los orondos paquidermos
          que dan tan buen embutido.
          Mil fieras, ¡qué atrocidad!,
          hallé al buscar mi tesoro,
          y un día, por poco un toro
          me parte por la mitad.
          Allí hay yerbas prodigiosas
          que no hay en toda la tierra,
          y entre sus fibras se encierra
          una esencia... y otras cosas.
          Esas yerbas, que en gran parte
          yo he recogido el primero,
          las machaqué en un mortero,
          las destilé según arte,
          y de éste
             (El frasco de viaje.)
           en lo más profundo,
          anti-oftálmico-científico,
          se encierra el gran específico
          que será asombro del mundo.
          En cuanto aspire su esencia
          tendrá vista la que yo amo,
          ¡y esto será un gran reclamo
          para La Correspondencia!
          ¡Huya ante mí la desgracia!
          ¡Yo a la humanidad consuelo!
          ¡Si el sol siempre está en el cielo,
          yo estoy siempre en mi farmacia!
DOÑA BLASA ¿Pero es verdad?
EL DOCTOR Sí, señora.
DOÑA BLASA ¡Lucía!
LUCÍA ¡Mamá!
DOÑA BLASA ¡Hija mía!
EL DOCTOR (Conteniendo a DOÑA BLASA.)
           Es temprano todavía;
           no le doy el filtro ahora.
DOÑA BLASA ¡Por Dios, que acabe su mal!
EL DOCTOR ¡Vaya! ¡No se apure usté!
          Yo la vista le daré...
DOÑA BLASA ¿Cuándo?
EL DOCTOR ¡En la escena final!
LUCÍA ¡Pasos de caballo siento!
      ¡Es Lorenzo! ¡Es él!
      (Se levanta y se dirige a la puerta de la derecha.)
EL DOCTOR ¡Infiel!
          Doña Blasa, ¿quién es él?
DOÑA BLASA Su novio. 
EL DOCTOR ¡Horrible tormento!
          ¡Y para esto fui a sudar
          a la Mancha! ¡Pesiamí!
DOÑA BLASA Anda, vámonos de aquí,
           que tendrán mucho que hablar.
 

                                                         (Vanse puerta primera izquierda.)

Escena IV

LUCÍA y CARLOS, por la puerta de la derecha.

CARLOS Lucía del alma mía,
       tierno capullo de rosa,
       azucena primorosa
       que nace al trotar el día;
       arroyo de mis rumores,
       estrellado firmamento
       que tienes en el aliento
       el aroma de mil flores;
       limpio lucero esplendente,
       mariposa entristecida
       que lloras agua florida
       que aromatiza el ambiente,
       ¿por qué te nublas, mi sol,
       ante el que humilde me postro?
       ¿Por qué se tiñe tu rostro
       de misterioso arrebol?
LUCÍA ¡Un presentimiento negro
      respecto al doctor sentí!
CARLOS ¡Qué! ¿Ya ha llegado?
LUCÍA ¡Ay de mí!
      ¡Ya no volverá!
CARLOS (Me alegro.)
LUCÍA ¡Siento que no esté a mi lado!
CARLOS (Con voz ronca.)
        ¡También lo siento, Lucía!
LUCÍA ¡Hoy tienes la voz sombría!
CARLOS Es que estoy acatarrado.
       Y además veo, mi bien,
       que estás triste, ¿y quién resiste
       tu tristeza? ¡Al verte triste
       me pongo triste también!
          (Le lleva trágicamente al proscenio.)
       ¿Ves el cielo trasparente?
       ¿Ves la luna en el ocaso?
       ¿Ves las aves a su paso?
       ¿Ves la azucena inocente?
       ¿Ves del lago el limpio tul?
       ¿Ves la veloz golondrina?
       ¿Ves la empañada neblina?
       ¿Ves el firmamento azul?
       ¿Ves el rojo sol dorado?...
LUCÍA ¡Cómo ver ni azul ni rojo,
      si soy tuerta de este ojo
      y tengo este otro tapado!  
CARLOS ¡Es verdad! ¡Qué bruto soy!
LUCÍA ¡Grandes son mis desventuras!
      ¡Tres años viviendo a oscuras
      sin saber por dónde voy!
      Y además tengo un deseo...
CARLOS ¡Di qué deseas, Lucía!
LUCÍA ¡Ay, que no sé todavía
      si eres guapo o si eres feo!
CARLOS ¿Y eso te da tan mal rato?
       Pues si eso es lo que deseas,
       para que a ciegas me veas
       te voy a hacer mi retrato.
       Mi estatura es regular
       y bizarra mi apostura,
       es flexible mi cintura,
       gracioso el modo de andar;
       es rosada mi mejilla,
       mis ojos son muy rasgados,
       son mis cabellos rizados
       y uso en la cara patillas;
       tengo la frente espaciosa,
       son mis labios de coral,
       mi sonrisa angelical
       y mi nariz primorosa.
       Y después de todo esto,
       te digo, mi bien amado,
       que si es que de algo he pecado,
       he pecado... de modesto.
LUCÍA ¿Es posible? ¡Qué alegría!
      ¿Conque eres guapo? ¡Oh, placer!
      ¡Pero yo quisiera ver!... 
CARLOS Pues no lo quieras, Lucía.
       Así te evitas mil sustos
       y siempre feliz serás.
       La vista no sirve más
       que para darnos disgustos.
       ¡La oscuridad es la calma!
       ¿Pues dónde hay mayor ventura
       que en eterna noche oscura
       andar y romperse el alma?
       ¡La luz al pecho asesina!
       ¡No hay momentos más felices
       que al romperse las narices
       al revolver de una esquina!
LUCÍA ¡Mi Lorenzo!
CARLOS (Se abrazan.)
        ¡Bien querido!

Escena V

Dichos y EL DOCTOR.

EL DOCTOR ¿Qué es lo que veo, gran Dios?
          ¡Abrazándose los dos!...
          ¡Me he lucido! ¡Me he lucido!
          ¡Voy a reventar de ira!
             (A CARLOS.)
          ¡Basta!
CARLOS ¡Su voz!
EL DOCTOR ¡Él aquí!
          ¡Carlos! ¡Tú! ¡Su novio!
CARLOS ¡Sí!
EL DOCTOR ¡Hombre, parece mentira!
          Pero ¿ella sabe quién eres?
CARLOS No lo sabe, ¡cállate!
EL DOCTOR Pues bien, yo se lo diré.
CARLOS ¡Calla, si morir no quieres!
       ¿Conque me debes la vida
       y así me quieres pagar?
EL DOCTOR ¡Es verdad, debo callar!
CARLOS Pues punto en boca en seguida.
          (Tapándole la boca violentamente.)
EL DOCTOR (Muy alto.)
           ¡Yo cumpliré mi promesa!
LUCÍA Esa voz que oyendo estoy...
      Doctor... ¿Eres tú?
EL DOCTOR ¡Yo soy!
LUCÍA ¡Abrázame! 
                                                               (Se abrazan.)  
EL DOCTOR (A CARLOS.)
           ¡Chúpate ésa!
           (A LUCÍA.)
            ¡Ya ha un rato que estoy aquí!
LUCÍA ¡A ser dichosa comienzo!
      ¡Lorenzo!
      (Llamando al lado opuesto adonde está CARLOS.) 
EL DOCTOR (Mirando a todos lados.)
            ¿Cómo Lorenzo?
CARLOS (A EL DOCTOR.)
        ¡Es que ahora me llamo así!
LUCÍA Cuando sepa que has venido
      mamá, ¡qué placer tendrá!
      Voy a llamarla. ¡Mamá!

 

Escena VI

Dichos y DOÑA BLASA.

DOÑA BLASA ¿Qué pasa? ¿Qué ha sucedido?
LUCÍA Aquí tienes al doctor.
DOÑA BLASA Sí, ya le he visto, hija mía.
LUCÍA ¿De veras?
DOÑA BLASA ¿Y todavía
           no sabes tú lo mejor?
LUCÍA ¿Qué?
DOÑA BLASA ¡Que entre yerbas y abrojos
           en su viaje científico
           ha encontrado el específico
           que ha de curarte los ojos!
LUCÍA ¡Dios mío!
CARLOS (¡Temblando estoy!)
          (A EL DOCTOR.)
        ¿Es cierto?
EL DOCTOR (A CARLOS.)
           ¡Pues no ha de ser!
CARLOS (¡Bonita se va a poner
       en cuanto vea quién soy!)
EL DOCTOR (A LUCÍA.)
           La nube de tu desgracia
           yo disiparé al momento.
LUCÍA Bendito medicamento.
CARLOS (¡Reniego de la farmacia!)
        (A EL DOCTOR.)
        ¡Es que te advierto que yo
        no lo puedo tolerar!
EL DOCTOR (A CARLOS.)
           Yo he prometido callar,
           pero no curarte, ¡no!
         (Este aparte dígase volviendo la espalda a los otros personajes para hacer la caricatura de los apartes teatrales.)
          (¡Si será este hombre egoísta
          cuando tanto mal desea,
          que temiendo que le vea
          prefiere que esté sin vista!)
              (A CARLOS.)
          ¿Cómo ha de quererte a ti
          que su mal quieres ahora?
CARLOS (A EL DOCTOR.)
          ¡Se adora porque se adora,
          y se adora... porque sí!
LUCÍA ¡Por Dios que estoy impaciente!
      ¡Dame con la luz la vida!
DOÑA BLASA ¡Dale ese filtro! 
EL DOCTOR En seguida.
          (A LUCÍA.)
          ¡Prepárate a oler!
CARLOS (A EL DOCTOR.)
         ¡Detente!
         ¡Gran Dios! ¡Lo que va a pasar!
         ¡Ella!... ¡Yo!... ¡Jesús!... ¡No sé!...
            (A DOÑA BLASA.)
         ¡Señora, quítese usté,
         que me voy a desmayar!
            (Cae desplomado.)

 Escena VII

                                                                  Dichos y BARREÑO.
   
EL DOCTOR ¡Menudo porrazo dio!
BARREÑO ¿Qué es eso? ¿Se ha roto algo?  
LUCÍA ¿Qué ha sucedido?
EL DOCTOR No es nada.
          Es simplemente un desmayo.
          El calor...
            (A BARREÑO.)
           Llévale dentro,
          que necesita descanso.
BARREÑO ¿Y qué le doy?
EL DOCTOR Flor de malva
          y alguna taza de caldo.
              (Vase CARLOS apoyado en BARREÑO por la puerta segunda izquierda.)

Escena VIII

                                                          Dichos menos CARLOS y BARREÑO. 
LUCÍA Dame ya, dame ese filtro,
      que con ansiedad lo aguardo.
EL DOCTOR No es posible. 
LUCÍA ¿Por qué no?
EL DOCTOR Porque el pulso está agitado
               (Se lo toma.)
          y esto requiere sosiego
          y tranquilidad de ánimo.
LUCÍA ¿Y tienes seguridad
      de obtener buen resultado?
EL DOCTOR ¡Pues ya lo creo! En la Mancha
          un pastor, a quien de un palo
          le habían saltado un ojo,
          no hizo más que oler el frasco
          y él volvió el ojo a su sitio
          y el hombre quedó curado.
DOÑA BLASA Pues no es nada lo del ojo...
           ¡Y lo llevaba en la mano!
LUCÍA ¿Y en qué consiste, que cura
      de ese modo extraordinario?
EL DOCTOR A su influjo la pupila
          aumenta, crece de diámetro,
          porque se contrae el iris
          de su acción con el espasmo;
          se inyecta la conjuntiva
          y el cristalino aumentando
          hace que el humor acuoso
          adquiera un color más claro.
          Los bordes de la retina
          y el nervio óptico a su paso
          animan a la esclerótica
          y, al borrar su tinte opaco,
          dan tensión a varios músculos,
          desingurgitan los vasos
          y luego, teniendo en cuenta
          la carúncula, los párpados,
          la córnea, la idiosincrasia
          y el temperamento orgánico,
          hace que cuando a las cámaras
          van en reflexión los rayos,
          se proyecten las imágenes
          ¡como en cliché fotográfico! 
DOÑA BLASA (¡No he entendido una palabra,
           pero este chico es un sabio!)
LUCÍA ¡Cuánto por mí has aprendido!
EL DOCTOR Yo por la ciencia trabajo.
          Mas tú estarás fatigada
          y necesitas descanso.
          Vamos... entre bastidores
          a que reposes un rato.

                                                                     (Vanse.)

 Escena IX

                  CARLOS y BARREÑO. El primero sale con la capa casi arrastrando.
BARREÑO Señor, ¿te sientes mejor?
CARLOS Me resiento del porrazo.
       Me duele un poco este brazo. 
BARREÑO Pues marchémonos, señor. 
CARLOS ¡Sí, marchemos en seguida!
       Salgamos pronto de aquí.
       ¡Lucía descansa allí!
       ¡Adiós, mi encanto, mi vida!
       ¡Ya del sol al claro brillo
       no hemos de vernos jamás!
       ¡Ya no volveremos más
       a hablar por el ventanillo!
       ¡Ya de tu hermosa esperanza
       no gozaré los consuelos,
       ni te traeré caramelos,
       ¡ay!, de La Dulce Alianza!
       ¡No volveré a verte, no,
       para que tú no me veas!
       ¡Adiós, hermosas ideas!
       ¡Ya todo, todo acabó!
       Vámonos, Barreño.
                                          (Al volverse da un encontrón con él.) 
BARREÑO Un coche
        nos espera; ¡vamos ya!
CARLOS (Deteniéndole.)
        ¡En ese mismo sofá
        me dio un pellizco una noche!
        ¡Marcharme! ¿Y tú lo pensaste?
        ¡Dejarla! ¿Tú lo dijiste?
        ¡Largarnos! ¿Tú lo creíste?
        ¡Pues buen chasco te llevaste!
        Pero, ¡ay Dios!, marchemos, ¡sí!
BARREÑO Pues señor, ¿en qué quedamos?
        ¿Nos vamos o no nos vamos?
CARLOS ¡No señor, me quedo aquí!
BARREÑO (¡El amor le trastornó!)
CARLOS Insisto y no he de marchar,
       porque me quiero casar.
       ¿Quién puede impedirlo?

Escena X

                                                                Dichos y EL DOCTOR.
EL DOCTOR ¡Yo!
CARLOS ¿Tú lo dices?
BARREÑO (A CARLOS.)
         ¡Ten prudencia!
CARLOS ¡Tanta obstinación me exalta!
BARREÑO (A CARLOS.)
         Fuera estoy por si hago falta.
CARLOS ¡Márchate! (Tendré paciencia.)

Escena XI

                                                             CARLOS y EL DOCTOR.

CARLOS ¡Su amor mi pecho ambiciona!
       ¡Su amor! ¡Su amor o la muerte!
       Yo no he querido ofenderte,
       y si te ofendí, perdona.
          (Arrodillándose.)
        ¿Ves? No tengo vanidad.
       ¡Ay, da tu amor al olvido!
       De rodillas te lo pido
       con mucha necesidad.
       ¡Yo don Carlos de Alcorcón,
       de Italia espanto y de Flandes,
       yo un matón de los más grandes,
       perdón te pido, perdón!
EL DOCTOR Cesa, Carlos, de implorar,
          que en mi amor no cederé.
CARLOS (¡Vive Dios!)
EL DOCTOR Ponte de pie,
          que así te vas a cansar.
          (Levantándole, dándole un golpe debajo de la barba.)
           En vano tu amor suplica,
          y más tu ambición no aguarde,
          conque abur, y hasta más tarde,
          que me voy a la botica.
CARLOS ¡No! ¡No marcharás, pardiez!
       Si tu amor propio es inmenso,
       aguarda, te daré incienso.
EL DOCTOR Pues acaba de una vez.
CARLOS Tu ciencia bien se adivina;
       tienes talento y audacia,
       eres doctor en farmacia
       y doctor en medicina.
       Sabes materia animal
       y fisiología humana,
       gramática castellana
       y química general.
       Sabes botánica, lógica,
       física y anatomía;
       entiendes la astrología
       y la ciencia patológica.
       Sabes farmacia al dedillo,
       conoces la ipecacuana,
       el catecú, la genciana,
       el ruibarbo y el tomillo,
       el opio, la cinconina,
       la magnesia, los fosfatos,
       el éter, los carbonatos,
       las píldoras de quinina,
       los jarabes, los... En fin,
       ¡eres en ciencia muy ducho!
       ¡Sabes mucho! ¡Sabes mucho!
       ¡Y yo soy un adoquín! 
EL DOCTOR ¡Modestia!
CARLOS ¡Pura verdad!
       Mas ¿qué valen tus jarabes,
       doctor, si en amor no sabes
       de la misa la mitad?
EL DOCTOR ¡Mi ciencia, ¡por Belcebú!,
          fuera ciencia sin valor
          si no supiera en amor
          algo más que sabes tú!
CARLOS ¡Vive Dios, que ya me abrasa
       ese tonillo altanero!
         (Cogiendo un garrote.)
EL DOCTOR Envaina pronto ese acero,
          que se acerca doña Blasa.

Escena XII

                                                             Dichos, DOÑA BLASA y LUCÍA.
DOÑA BLASA ¡Que se impacienta Lucía!
LUCÍA ¡Vamos, ya no espero más!
      ¡Dame el filtro!
EL DOCTOR ¡Toma!
CARLOS ¡Atrás!
DOÑA BLASA Pero hombre, ¡qué tontería!
LUCÍA ¡Por Dios!
CARLOS Espera otro rato.
LUCÍA Pero ¿por qué?
DOÑA BLASA ¡Qué sé yo!
EL DOCTOR ¡Yo quiero que vea!
CARLOS ¡No!
       (A EL DOCTOR.)
       ¡Si le das eso te mato!
LUCÍA ¡Ese afán me desconsuela!
CARLOS ¡Dáselo! ¡Cómo ha de ser!
           (A LUCÍA.)
       ¡Quita la venda! (¡Va a ver!
       ¡Qué horror! ¡Apago la vela!)
       (CARLOS sopla la vela y la escena queda a oscuras.) 
DOÑA BLASA ¡Jesús, ese hombre está loco!
CARLOS ¡Ahora te voy a matar!
EL DOCTOR ¡Yo también quiero luchar!
           (Coge otro garrote.)
LUCÍA ¡Yo no veo!
DOÑA BLASA ¡Y yo tampoco!
CARLOS ¡Cobarde!
                                   (Dan garrotazos en el suelo y muebles buscándose.)  
EL DOCTOR ¡Infame!
CARLOS ¡Bribón!
       ¡Vas a acordarte de mí!
DOÑA BLASA Pero hombre, ¡pegarse aquí!
           ¡Qué falta de educación!
           ¡Esto se pone muy malo!
           ¡Pero por Dios!
LUCÍA ¡Basta ya!
DOÑA BLASA Hija mía, ven acá,
           ¡que van a pegarte un palo!
LUCÍA ¡Se ha nublado mi deseo!
DOÑA BLASA ¡Favor!
LUCÍA ¡Socorro!

Escena XIII

                                                Dichos y BARREÑO, con una vela.
BARREÑO ¿Qué pasa?
        ¿Qué sucede en esta casa?
LUCÍA (Viendo a CARLOS.)
       ¡Gran Dios!... ¡¡Lorenzo!!... ¡Te veo!
CARLOS ¡Me ha visto!
LUCÍA ¡Mamá, mamá!
      ¡Es él! Él. ¡Quién lo diría!
DOÑA BLASA ¿Y quién es él, hija mía?
LUCÍA ¡El que pegó a mi papá!
      ¡Y yo le di mi albedrío,
      y mi cariño, y mi fe!...
CARLOS ¡Sí! Yo a tu padre pegué;
       ¡pero antes él pegó al mío!
       ¡Venganza te prometí
       y yo nunca falto, no!
       ¡Mira cómo cumplo yo
       la palabra que te di!
             (Saca un enorme puñal, hace el ademán de clavárselo y se lo mete debajo del brazo. Luego se acuesta sobre la capa que BARREÑO habrá extendido en el suelo.)
        ¡Adiós!
       (Con la mayor naturalidad.)
        Me maté.
LUCÍA ¡Me pierdes!
CARLOS (Agonizante.)
        ¡Te adoro!
LUCÍA ¡No me maltrates!
      ¡Yo no quiero que te mates!
CARLOS (Natural.)
        ¡A buena hora, mangas verdes!
LUCÍA ¿Está muerto?
EL DOCTOR ¡Sí, no hay duda!
LUCÍA (Trágicamente.)
       ¡Soy su esposa!
EL DOCTOR No por cierto.
          ¡Estando como está muerto,
          sólo puedes ser su viuda!
                       (LUCÍA, DOÑA BLASA y BARREÑO lloran estrepitosamente.)
             ¡No lloren ustedes!
LOS TRES ¡Ah!
EL DOCTOR ¿Qué importa lo que pasó?
             (A CARLOS.)
          La parodia se acabó.
          Puedes levantarte ya.
      (Cogiéndole para levantarle por el trasero _con perdón de ustedes_ del pantalón a la manera que suelen hacerlo los clowns de los circos.) 
CARLOS (Al público.)
         Público amigo y señor,
        tan sólo se han parodiado
        las obras de gran valor:
        justo es que lo haya logrado
        la esposa del vengador.
        Si tuvimos la fortuna
        de agradarte en cosa alguna,
        da, porque crezca su fama,
        cien palmadas para el drama
        y para nosotros, una.

FIN DE LA PARODIA

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