Mi rancho
Él, es
güeno de adentro hasta la puerta,
humanitario de la puerta adentro;
ajuera es otra cosa; punta y filo;
hurañez madurada a sol e invierno
Y no es
tan chico que se diga;
alcanza pa formar una cruz de trafogueros
pa tender el recao, y queda cancha,
pa’algun gaucho sin pago y pa mi perro
Como en
espera de los cuatro rumbos
su puerta tiene requintao el cuero.
Lo rayan nazarenas sin querencia
y le dentran ventiscas y luceros.
No tiene
nada que envidiarle a naides;
es puro como el niño Nazareno.
Duermen en él, con pichonada y todo,
cuanto vicho hay que escarva por los cerros.
Pa que
no se me juera con los pájaros,
le planté cerca el patio un tronco seco
que volvieron palenque mis baguales
de tanto zamarriarlo del cabresto.
Jamás, en
la tirada que llevamos
hermanaos, él y yo, cubrió su techo,
la vergüenza de un robo; una mentira,
el amor lujurioso, envidia o miedo.
Nada que
pueda avergonzarlo mancha
la divina pobreza que hay adentro:
y a él no le gusta que la luna vea
las gastadas cacharpas de su dueño.
Tiene a
un costao del lomo una bastera
de tanto y tanto jinetearlo el tiempo
y por ella se cuela, cuando esparce
la luna sus plumones dende el cielo.
Y a él,
no le gusta. Se le va ladiando
como quien a un mirón le saca el cuerpo;
amontona la sombra en los rincones,
y pa mancharla se la pasa al ceibo.
Yo soy un
convencido que mi rancho
es güeno y manso, de la puerta adentro;
ajuera es otra cosa - como digo -:
nunca ha podido basuriarlo el viento.
Y siempre
con mis cosas de muchacho,
cuando un negro vellón ensucéa el cielo
y escriben las centellas sus mensajes;
apuntalo el palenque y lo contemplo.
Si lo
llena de luz un rejucilo,
al ver todo chorriao el firmamento
del oro redetido en las alturas,
tranquilo espera el sacudón del trueno.
Y adonde
vea balancearse el monte,
sacude las plumitas del alero:
se eriza todo, se estremece, tiembla,
si le silban las clines al pampero.
Y ansí
feo como es, tiene hasta música:
si a chicharra por flor se luce el ceibo
en durante la siesta, por la noche,
a grillo por terrón canta su alero.
Con sus
tacuaras fabricaron quenas
zumbones mangangaces, barreneros,
pa que la brisa musiquera cante
en las horas de paz, sus tristes ecos.
Endulza
su amargura cimarrona
una pera de miel de un esquinero,
y en espirales las avispas bravas
le cuelgan sus violines al silencio.
Alzó con
la testuz de la cumbrera
la constancia redonda de un hornero,
pa que no se le queme la techumbre
si posa la luz mala su desvelo.
De tanto
carroñarme las desgracias
me auyentaron del pago: me juí lejos,
a ver si le ponían las distancias
una venda de olvido a los recuerdos.
Cuando
volví, me lo encontré como antes;
con menos quincha, pero más agujeros.
Desdentada la puerta, cáido el tuce,
de guampiarlo los toros y entrar tiempo.
Cuando el
camino los acerque, hermanos,
lleguen nomás si necesitan techo;
que él, es huraño de la puerta ajuera,
pero es un santo de la puerta adentro.
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