POESÍA A Juan Miró, en su aniversario TEATRO |
En verde mocedad sintióse anciano y en su vivir muriendo halló la nave burladora del tiempo, blanda llave del agua inmensa abierta por su mano. Fue nuestro padre y logró ser hermano sosegador, gigante humilde y grave. Al alma herida regaló el suave destello de un fulgor siempre lozano. Las voces obstinadas en negarlo se ahogan en las ondas del gran mar mientras boga en la nave su secreto. Un arcano infinito... Revelarlo mal las palabras puédenlo alcanzar. No cabe don Antonio en un soneto.
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Parados todos en la encrucijada gritamos la palabra que nos guía estremecidos de que esté vacía. Miran los niños y no dicen nada. Ríen de pronto. Brilla su mirada. Jugando otra palabra les nacía. Oyese “guerra” en la infantil porfía. Los observamos. No decimos nada. Hemos colmado el almacén del fuego. Canciones, libros, disponeos al juego si no emprendéis el último camino. Otro no queda. Por el hoy abierto corren los niños hacia un valle muerto dóciles a sus padres, a su sino.
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A JUAN MIRO, EN SU ANIVERSARIO Duendecito inventor que mueve arcanos en la delgada luna del oriente. Moluscos, garabatos. Y el torrente de eléctricas centellas en tus manos. Curvadas pautas, misteriosos planos guardan ingenua música silente que se despierta y canta suavemente cuando color y luz se hacen hermanos. Por un camino de ceniza helada donde se va apagando nuestra vida nos acercamos a tu ardiente cuna. En ella, tu sonrisa: la alborada de una infancia sin fin nunca perdida. Sigue pintando, oh niño, ante la luna. |
Palaciego de grises, gran torero de las cornadas de la luz dorada. Displicente señor, lenta mirada del andaluz veraz, parco y entero. Dinos: ¿dónde se encuentra el paradero de tu arcana ternura? ¿Quedó anclada en la humana miseria acariciada por tu pincel de triste caballero? La razón te defiende y se congela _paleta de apretado silogismo _
sobre la infanta, el perro, el rey, la tela. Alerta siempre ante el hispano abismo de flema te disfrazas, de cautela.
Pero el amor te salva de ti mismo.
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Un iris de agua en gotas dispersado desciende hacia la angustia de mi frente y de mi corazón, que bate ardiente soportando un gran río ensangrentado Gotea el cielo, de cristal colmado, sus serenos diamantes dulcemente y mi rostro recibe ávidamente su sencillo frescor apaciguado. Baño de luz mojada y de dormida claridad gris, tan leve y tan cernida: Satúrame. Diluye mi amargura. Tiende un velo lustral en la dolida soledad subterránea de mi vida y haz a mi sangre, como a tu agua, pura. |
(Fragmento de Historia de una escalera ) FERNANDO.- Carmina CARMINA.- Déjeme FERNANDO.- No, Carmina. Me huyes constantemente y esta vez tienes que escucharme. CARMINA.- Por favor, Fernando...¡Suélteme! FERNANDO.- Cuando éramos chicos nos tuteábamos...¿Por qué no me tuteas ahora? (Pausa.)¿Ya no te acuerdas de aquel tiempo? Yo era tu novio y tú eras mi novia...Mi novia...Y nos sentábamos aquí (Señalando a los peldaños), en este escalón, cansados de jugar...a seguir jugando a los novios. CARMINA.- Cállese FERNANDO.- Entonces me tuteabas y...me querías CARMINA.- Era una niña...Ya no me acuerdo. FERNANDO.- Eras una mujercita preciosa. Y sigues siéndolo. Y no puedes haber olvidado. ¡Yo no he olvidado! Carmina, aquel tiempo es el único recuerdo maravilloso que conservo en medio de la sordidez en que vivimos. Y quería decirte...que siempre... has sido para mí lo que eras antes. CARMINA.- ¡No te burles de mí! FERNANDO.- ¡Te lo juro! CARMINA.- ¿Y todas...esas con quien has paseado y...que has besado? FERNANDO.- Tienes razón. Comprendo que no me creas. Pero un hombre...Es muy difícil de explicar. A ti, precisamente, no podía hablarte...ni besarte...¡Porque te quería, te quería y te quiero! CARMINA,- No puedo creerte.
FERNANDO.- No, no. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me oigas...y que me creas. Ven. (La lleva al primer peldaño.) Como entonces.
CARMINA.- ¡Si nos ven! FERNANDO.- ¿Qué nos importa? Carmina, por favor, créeme. No puedo vivir sin ti. Estoy desesperado. Me ahoga la ordinariez que nos rodea. Necesito que me quieras y que me consueles. Si no me ayudas, no podré salir adelante. CARMINA.- ¿Por qué no se lo pides a Elvira)
FERNANDO.- ¡Me quieres! ¡Lo sabía! ¡Tenías que quererme! (Le levanta la cabeza. Ella sonríe involuntariamente.) ¡Carmina, mi Carmina!
CARMINA.- ¿Y Elvira? FERNANDO.- ¡La detesto! Quiere cazarme con su dinero. ¡No la puedo ver! CARMINA.- (Con una risita.) ¡Yo tampoco!
FERNANDO.- Ahora tendría que preguntarte yo: ¿Y Urbano) CARMINA.- ¡Es un buen chico! ¡Yo estoy loca por él! (Fernando se enfurruña.) ¡Tonto! FERNANDO.- (Abrazándola por el talle.) Carmina, desde mañana voy a trabajar de firme por ti. Quiero salir de esta pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para siempre los chismorreos, las broncas entre vecinos...Acabar con la angustia del dinero escaso, de los favores que abochornan como una bofetada, de los padres que nos abruman con su torpeza y su cariño servil, irracional... CARMINA.- (Reprensiva.) ¡Fernando! FERNANDO.- Sí. Acabar con todo esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: voy a estudiar mucho, ¿sabes? Mucho. Primero me haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año...Como para entonces ya ganaré bastante, estudiaré para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un aparejador solicitado por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por entonces tú serás ya mi mujercita, y viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y tranquilo. Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe? Puede que para entonces me haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra, publicaré un libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito... CARMINA.- (Que le ha escuchado extasiada.) ¡Qué felices seremos! FERNANDO.- ¡Carmina!
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