La dama boba
Personas que hablan
en ella:
LISEO, caballero galán
TURÍN, lacayo
LEANDRO, estudiante
OCTAVIO, viejo
MISENO, su amigo
DUARDO, caballero
FENISO, caballero
LAURENCIO, caballero galán
RUFINO, maestro
NISE, dama
FINEA, su hermana
CELIA, criada
CLARA, criada
PEDRO, lacayo
MÚSICOS |
Acto primero
Salen LISEO, caballero, y TURÍN, lacayo, los dos de camino
LISEO:
¡Qué lindas posadas!
TURÍN:
¡Frescas!
LISEO:
¿No hay calor?
TURÍN:
Chinches y ropa
tienen fama en toda Europa.
LISEO:
¡Famoso lugar en Illescas!
No hay en todos los que miras
quien le iguale.
TURÍN:
Aun si supieses
la causa...
LISEO:
¿Cuál es?
TURÍN:
Dos meses
de guindas y de mentiras.
LISEO:
Como aquí, Turín, se juntan
de la corte y de Sevilla,
Andalucía y Castilla,
unos a otros preguntan:
unos de las Indias cuentan,
y otros, con discursos largos
de provisiones y cargos,
cosas que al vulgo alimentan.
¿No tomaste las medidas?
TURÍN:
Una docena tomé.
LISEO:
¿E imágenes?
TURÍN:
Con la fe
que son de España admitidas
por milagrosas en todo
cuanto en cualquiera ocasión
les pide la devoción
y el nombre.
LISEO:
Pues, de ese modo,
lleguen las postas, y vamos.
TURÍN:
¿No has de comer?
LISEO:
Aguardar
a que se guise es pensar
que a media noche llegamos;
y un desposado, Turín,
ha de llegar cuando pueda
lucir.
TURÍN:
Muy atrás se queda
con el repuesto Marín;
pero yo traigo que comas.
LISEO:
¿Qué traes?
TURÍN:
Ya lo verás.
LISEO:
Dilo.
TURÍN:
Guarda.
LISEO:
Necio estás.
TURÍN:
¿De esto, pesadumbre tomas?
LISEO:
Pues ¿para decir lo que es...?
TURÍN:
Hay a quien pesa de oír
su nombre. Basta decir
que tú lo sabrás después.
LISEO:
¿Entretiénese la hambre
con saber qué ha de comer?
TURÍN:
Pues sábete que ha de ser...
LISEO:
¡Presto!
TURÍN:
Tocino fiambre.
LISEO:
Pues ¿a quién puede pesar
de oír nombre tan hidalgo?
Turín, si me has de dar algo,
¿qué cosa me puedes dar
que tenga igual a ese nombre?
TURÍN:
Esto y una hermosa caja.
LISEO:
Dame de queso una raja;
que nunca el dulce es muy hombre.
TURÍN:
Esas liciones no son
de galán, ni desposado.
LISEO:
Aún agora no he llegado.
TURÍN:
Las damas de corte son
todas un fino cristal;
transparentes y divinas.
LISEO:
Turín, las más cristalinas
comerán.
TURÍN:
¡Es natural!
Pero esta hermosa Finea
con quien a casarte vas
comerá...
LISEO:
Dilo.
TURÍN:
No más
de azúcar, maná y jalea.
Pasaráse una semana
con dos puntos en el aire
de azúcar.
LISEO:
¡Gentil donaire!
TURÍN:
¿Qué piensas dar a su hermana?
LISEO:
A Nise, su hermana bella,
una rosa de diamantes,
que así tengan los amantes
tales firmezas con ella;
y una cadena también,
que compite con la rosa.
TURÍN:
Dicen que es también hermosa.
LISEO:
Mi esposa parece bien;
si doy crédito a la fama.
De su hermana poco sé;
pero basta que me dé
lo que más se estima y ama.
TURÍN:
¡Bello golpe de dinero!
LISEO:
Son cuarenta mil ducados.
TURÍN:
¡Bravo dote!
LISEO:
Si contados
los llego a ver, como espero.
TURÍN:
De un macho con guarniciones
verdes y estribos de palo,
se apea un hidalgo.
LISEO:
¡Malo,
si la merienda me pones!
Sale LEANDRO, estudiante, de camino
LEANDRO:
Huésped, ¿habrá qué comer?
LISEO:
Seáis, señor, bien llegado.
LEANDRO:
Y vos en la misma hallado.
LISEO:
¿A Madrid...?
LEANDRO:
Dejéle ayer,
cansado de no salir
con pretensiones cansadas.
LISEO:
Esas van adjetivadas
con esperar y sufrir.
Holgara, por ir con vos
lleváramos un camino...
LEANDRO:
Si vais a lo que imagino,
nunca lo permita Dios.
LISEO:
No llevo qué pretender;
a negocios hechos voy.
¿Sois de ese lugar?
LEANDRO:
Sí, soy.
LISEO:
Luego podéis conocer
la persona que os nombrare.
LEANDRO:
Es Madrid una talega
de piezas, donde se anega
cuanto su máquina pare.
Los reyes, roques y arfiles
conocidas casas tienen;
los demás que van y vienen
son como peones viles;
todo es allí confusión.
LISEO:
No es Octavio pieza vil,.
LEANDRO:
Si es quien yo pienso, es arfil,
y pieza de estimación.
LISEO:
Quien yo digo es padre noble
de dos hijas.
LEANDRO:
Ya sé quién;
pero dijérades bien
que de una palma y de un roble.
LISEO:
¿Cómo?
LEANDRO:
Que entrambas lo son;
pues Nise bella es la palma;
Finea, un roble sin alma
y discurso de razón.
Nise es mujer tan discreta,
sabia, gallarda, entendida,
cuanto Finea encogida,
boba, indigna e imperfeta.
Y aun pienso que oí tratar
que la casaban...
Habla LISEO a TURÍN
LISEO:
¿No escuchas?
LEANDRO:
Verdad es que no habrá muchas
que la puedan igualar
en el riquísimo dote;
mas ¡ay de aquel desdichado
que espera una bestia al lado!
Pues más de algún marquesote
a codicia del dinero,
pretende la bobería
de esta dama, y a porfía
hacen su calle terrero.
A TURÍN
LISEO:
Yo llevo lindo concierto.
¡A gentiles vistas voy!
TURÍN:
Disimula.
LISEO:
Tal estoy
que apenas a hablar acierto.
En fin, señor, ¿Nise es bella
y discreta?...
LEANDRO:
Es celebrada
por única, y deseada
por las partes que hay en ella
de gente muy principal.
LISEO:
¿Tan necia es Finea?
LEANDRO:
Mucho sentís que lo sea.
LISEO:
Contemplo, de sangre igual,
dos cosas tan desiguales...
Mas ¿cómo en dote lo son:
Que, hermanas, fuera razón
que los tuvieran iguales.
LEANDRO:
Oigo decir que un hermano
de su padre la dejó
esta hacienda, porque vio
que sin ella fuera en vano
casarla con hombre igual
a su noble nacimiento,
supliendo el entendimiento
con el oro.
LISEO:
Él hizo mal.
LEANDRO:
¡Antes bien!, porque con esto
tan discreta vendrá a ser
como Nise.
TURÍN:
¿Has de comer?
LISEO:
Ponme lo que dices, presto.
Aunque ya puedo excusallo.
LEANDRO:
¿Mandáis, señor, otra cosa?
LISEO:
Serviros. (¡Qué linda esposa!) Aparte
Vase LEANDRO
TURÍN:
¿Qué haremos?
LISEO:
Ponte a caballo
que ya no quiero comer.
TURÍN:
No te aflijas, pues no es hecho.
LISEO:
Que me ha de matar, sospecho,
si es necia y propia mujer.
TURÍN:
Como tú no digas “sí,”
¿quién te puede cautivar?
LISEO:
Verla ¿no me ha de matar;
aunque es basilisco en mí?
TURÍN:
No, señor.
LISEO:
También advierte
que, siendo tan entendida
Nise, me dará la vida,
si ella me diere la muerte.
Vanse los dos
Salen OCTAVIO y MISENO
OCTAVIO:
¿Ésa fue la intención que tuvo Fabio?
MISENO:
Parece que os quejéis.
OCTAVIO:
¡Bien mal emplea
mi hermano tanta hacienda! No fue sabio.
Bien es que Fabio, y que no sabio sea.
MISENO:
Si en dejaros hacienda os hizo agravio,
vos propio lo juzgad.
OCTAVIO:
Dejó a Finea,
a título de simple, tan gran renta
que a todos, hasta agora, nos sustenta.
MISENO:
Dejóla a la que más le parecía,
de sus sobrinas.
OCTAVIO:
Vos andáis discreto,
pues a quien heredó su bobería
dejó su hacienda para el mismo efeto.
MISENO:
De Nise la divina gallardía,
las altas esperanzas y el conceto
os deben de tener apasionado.
¿Quién duda que le sois más inclinado?
OCTAVIO:
Mis hijas son entrambas; mas yo os juro
que me enfadan y cansan, cada una
por su camino. Cuando más procuro
mostrar amor e inclinación a alguna,
si ser Finea simple es caso duro,
ya lo suplen los bienes de fortuna
y algunos que le dio Naturaleza,
siempre más liberal, de la belleza;
pero ver tan discreta y arrogante
a Nise, más me pudre y martiriza,
y que, de bien hablada y elegante,
el vulgazo la aprueba y soleniza.
Si me casara agora —y no te espante
esta opinión, que alguno lo autoriza—,
de dos extremos; boba o bachillera,
de la boba elección, sin duda, hiciera.
MISENO:
¡No digáis tal, por Dios!, que están sujetas
a no acertar en nada.
OCTAVIO:
Eso es engaño;
que yo no trato aquí de las discretas;
sólo a las bachilleras desengaño.
De una casada son partes perfetas
virtud y honestidad.
MISENO:
Parir cada año,
no dijérades mal, si es argumento
de que vos no queréis entendimiento.
OCTAVIO:
Está la discreción de una casada
en amar y servir a su marido;
en vivir recogida y recatada,
honesta en el hablar y en el vestido;
en ser de la familia respetada,
en retirar la vista y el oído,
en enseñar los hijos, cuidadosa;
preciada más de limpia que de hermosa.
¿Para qué quiero yo que, bachillera,
la que es propia mujer concetos diga?
Esto de Nise por casar me altera;
lo más, como los menos, me fatiga;
resuélvome en dos cosas que quisiera;
pues la virtud es bien que el medio siga
que Finea supiera más que sabe,
y Nise menos.
MISENO:
Habláis cuerdo y grave.
OCTAVIO:
Si todos los extremos tienen vicio,
yo estoy, con justa causa, descontento.
MISENO:
¿Y qué hay de vuestro yerno?
OCTAVIO:
Aquí el oficio
de padre y dueño alarga el pensamiento.
Caso a Finea; que es notable indicio
de las leyes del mundo, al oro atento.
Nise, tan sabia, docta y entendida,
apenas halla un hombre que la pida;
y por Finea, simple, por instantes
me solicitan tantos pretendientes,
del oro, más que del ingenio, amantes,
que me cansan amigos y parientes.
MISENO:
Razones hay, al parecer, bastantes.
OCTAVIO:
Una hallo yo, sin muchas aparentes,
y es el buscar un hombre en todo estado,
lo que le falta más, con más cuidado.
MISENO:
Eso no entiendo bien.
OCTAVIO:
Estadme atento.
Ningún hombre nacido a pensar viene
que le falta, Miseno, entendimiento,
y con esto no busca lo que tiene;
ve que el oro le falta y el sustento,
y piensa que buscalle le conviene,
pues como ser la falta el oro entienda,
deja el entendimiento y busca hacienda.
MISENO:
¡Piedad del cielo! Que ningún nacido
se queje de faltarle entendimiento.
OCTAVIO:
Pues a muchos que nunca lo han creído,
les falta, y son sus obras argumento.
MISENO:
Nise es aquésta.
OCTAVIO:
Quítame el sentido
su desvanecimiento.
MISENO:
Un casamiento
os traigo yo.
OCTAVIO:
Casémosla; que temo
alguna necedad, de tanto extremo.
Vanse los dos. Salen NISE y CELIA, criada
NISE:
¿Dióte el libro?
CELIA:
¡Y tal que obliga
a no abrille ni tocalle!
NISE:
Pues, ¿por qué?
CELIA:
Por no ensucialle,
si quieres que te lo diga.
En cándido pergamino
vienen muchas flores de oro.
NISE:
Bien lo merece Heliodoro,
griego poeta divino.
CELIA:
¿Poeta? Pues parecióme
prosa.
NISE:
También hay poesía
en prosa.
CELIA:
No lo sabía.
Miré el principio y cansóme.
NISE:
Es que no se da a entender,
con el artificio griego,
hasta el quinto libro, y luego
todo se viene a saber;
cuanto precede a los cuatro.
CELIA:
En fin, ¿es poeta en prosa?
NISE:
Y de una historia amorosa,
digna de aplauso y teatro.
Hay dos prosas diferentes;
poética e historial;
la historial, lisa y leal,
cuenta verdades patentes,
con frase y términos claros;
la poética es hermosa,
varia, culta, licenciosa,
y escura aun a ingenios raros.
Tiene mil exornaciones
y retóricas figuras.
CELIA:
Pues, ¿de cosas tan escuras
juzgan tantos?
NISE:
No le pones,
Celia, pequeña objeción;
pero así corre el engaño
del mundo.
Salen FINEA, dama con unas cartillas, y RUFINO, maestro
FINEA:
¡Ni en todo el año
saldré con esa lección!
CELIA:
Tu hermana con su maestro.
NISE:
¿Conoce las letras ya?
CELIA:
En los principios está.
RUFINO:
¡Paciencia, y no letras, muestro!
¿Qué es ésta?
FINEA:
Letra será.
RUFINO:
¿Letra?
FINEA:
Pues, ¡es otra cosa?
RUFINO:
No, sino el Alba. ¡Qué hermosa Aparte
bestia!)
FINEA:
Bien, bien. Sí, ya, ya;
el alba debe de ser,
cuando andaba entre las coles.
RUFINO:
Ésta es “k”. Los españoles
no la solemos poner
en nuestra lengua jamás.
Úsanla mucho alemanes
y flamencos.
FINEA:
¡Qué galanes
van todos éstos detrás!
RUFINO:
Éstas son letras también.
FINEA:
¿Tantas hay?
RUFINO:
Veintitrés son.
FINEA:
Ahora vaya de lición;
que yo la diré muy bien.
RUFINO:
¿Qué es ésta?
FINEA:
Aquésta no sé.
RUFINO:
¿Y ésta?
FINEA:
No sé qué responda.
RUFINO:
¿Y ésta?
FINEA:
¿Cuál? ¿Ésta, redonda?
¡Letra!
RUFINO:
¡Bien!
FINEA:
¿Luego, acerté?
RUFINO:
¡Linda bestia!
FINEA:
¡Así, así!
Bestia, ¡por Dios!, se llamaba;
pero no se me acordaba.
RUFINO:
Ésta es erre, y ésta es i.
FINEA:
Pues, ¿si tú lo traes errado...?
NISE:
(¡Con qué pesadumbre están!) Aparte
RUFINO:
Di aquí:
b, a, n;
ban.
FINEA:
¿Dónde vas?
RUFINO:
¡Gentil cuidado!
FINEA:
¿Que se van, no me decías?
RUFINO:
Letras son. ¡Míralas bien!
FINEA:
Ya miro.
RUFINO:
B, e, n;
ven.
FINEA:
¿Adónde?
RUFINO:
¡Adónde en mis días
no te vuelva más a ver!
FINEA:
¿Ven, no dices? Pues ya voy.
RUFINO:
¡Perdiendo el jüicio estoy!
¡Es imposible aprender!
¡Vive Dios, que te he de dar
una palmeta!
Saca una palmeta
FINEA:
¿Tú, a mí?
RUFINO:
¡Muestra la mano!
FINEA:
Hela aquí.
RUFINO:
¡Aprende a deletrear!
FINEA:
¡Ay, perro! ¿Aquesto es palmeta?
RUFINO:
Pues, ¿qué pensabas?
FINEA:
¡Aguarda!...
NISE:
¡Ella le mata!
CELIA:
Ya tarda
tu favor, Nise discreta.
RUFINO:
¡Ay, que me mata!
NISE:
¿Qué es esto?
¿A tu maestro...?
FINEA:
Hame dado
causa.
NISE:
¿Cómo?
FINEA:
Hame engañado.
RUFINO:
¿Yo, engañado?
NISE:
¡Dila presto!
FINEA:
Estaba aprendiendo aquí
la letra bestia y la k...
NISE:
La primera sabes ya.
FINEA:
Es verdad, ya la aprendí.
Sacó un zoquete de palo
y al cabo una media bola;
pidióme la mano sola
—¡mira que lindo regalo!—,
y apenas me la tomó,
cuando, ¡zas! la bola asienta,
que pica como pimienta,
y la mano me quebró.
NISE:
Cuando el discípulo ignora,
tiene el maestro licencia
de castigar.
FINEA:
¡Linda ciencia!
RUFINO:
Aunque me diese, señora,
vuestro padre cuanto tiene,
no he de darle otra lección.
Vase RUFINO
CELIA:
¡Fuése!
NISE:
No tienes razón.
Sufrir y aprender conviene.
FINEA:
Pues, ¿las letras que allí están,
yo no las aprendo bien?
Vengo cuando dicen ven,
y voy cuando dicen van.
¿Qué quiere, Nise, el maestro,
quebrándome la cabeza
con ban, bin, bon?
CELIA:
(¡Ella es pieza Aparte
de rey!)
NISE:
Quiere el padre nuestro
que aprendamos.
FINEA:
Yo ya sé
el Padrenuestro.
NISE:
No digo
sino el maestro; y el castigo
por darte memoria fue.
FINEA:
Póngame un hilo en el dedo
y no aquel palo en la palma.
CELIA:
Mas que se te sale el alma,
si lo sabe.
FINEA:
¡Muerta quedo!
¡Oh, Celia! No se lo digas,
y verás qué te daré.
Sale CLARA, criada
CLARA:
¡Topé contigo, a la fe!
NISE:
Ya, Celia, las dos amigas
se han juntado.
CELIA:
A nadie quiere
más, en todas las crïadas.
CLARA:
¡Dadme albricias, tan bien dadas
como el suceso requiere!
FINEA:
Pues, ¿de qué son?
CLARA:
Ya parió
nuestra gata la Romana.
FINEA:
¿Cierto, cierto?
CLARA:
Esta mañana.
FINEA:
¿Parió en el tejado?
CLARA:
No.
FINEA:
¿Pues dónde?
CLARA:
En el aposento.
¡Qué cierto se echó de ver
su entendimiento!
FINEA:
¡Es mujer
notable!
CLARA:
Escucha un momento:
Salía, por donde suele,
el sol muy galán y rico,
con la librea del rey
colorado y amarillo;
andaban los carretones
quitándole el romadizo
que da la noche a Madrid;
aunque no sé quién me dijo
que era la calle Mayor
el soldado más antiguo,
pues nunca el mayor de Flandes
presentó tantos servicios;
pregonaban aguardiente,
agua biznieta del vino,
los hombres Carnestolendas,
todos naranjas y gritos;
dormían las rentas grandes,
despertaban los oficios,
tocaban los boticarios
sus almireces a pino,
cuando la gata de casa
comenzó, con mil suspiros,
a decir: “¡Ay, ay, ay, ay!
Que quiero parir, marido.”
Levantóse Hociquimocho,
y fue corriendo a decirlo
a sus parientes y deudos;
que deben de ser moriscos,
porque el lenguaje que hablaban,
en tiple de monacillo,
si no es jerigonza entre ellos,
no es español ni latino.
Vino una gata viuda,
con blanco y negro vestido
—sospecho que era su agüela—
gorda y compuesta de hocico;
y si lo que arrastra honra,
como dicen los antiguos,
tan honrada es por la cola
como otros por sus oficios.
Trújole cierta manteca,
desayunóse y previno
en qué recibir el parto.
Hubo temerarios gritos.
No es burla. Parió seis gatos
tan remendados y lindos,
que pudieran, a ser pías,
llevar el coche más rico.
Regocijados, bajaron
de los tejados vecinos
caballetes y terrados,
todos lo deudos y amigos:
Lamicola, Arañizaldo,
Marfuz, Marramao, Micilo,
Tumbahollín, Mico, Miturrio,
Rabicorto, Zapaquildo,
unos vestidos de pardo,
otros de blanco vestidos,
y otros con forros de martas,
en cueras y capotillos.
De negro vino a la fiesta
el gallardo Golosino;
luto que mostraba entonces
de su padre el gaticidio.
Cuál la morcilla presenta;
cuál el pez, cuál el cabrito,
cuál el gorrión astuto,
cuál el simple palomino.
Trazando quedan agora,
para mayor regocijo
en el gatesco senado,
correr gansos cinco a cinco.
Ven presto, que si los oyes,
dirás que parecen niños,
y darás a la parida
el parabién de los hijos.
FINEA:
¡No pudieras contar
cosa, para el gusto mío,
de mayor contentamiento!
CLARA:
Camina.
FINEA:
Tras ti camino.
Vanse FINEA y CLARA
NISE:
¿Hay locura semejante?
CELIA:
Y Clara es boba también.
NISE:
Por eso la quiere bien.
CELIA:
La semejanza es bastante;
aunque yo pienso que Clara
es más bellaca que boba.
NISE:
Con esto la engaña y roba.
Salen DUARDO, FENISO, y LAURENCIO, caballeros
DUARDO:
Aquí, como estrella clara,
a su hermosura nos guía.
FENISO:
Y aun es del sol su luz pura.
LAURENCIO:
¡Oh, reina de la hermosura!
DUARDO:
¡Oh, Nise!
FENISO:
¡Oh, señora mía!
NISE:
¡Caballeros!
LAURENCIO:
Esta vez,
por vuestro ingenio gallardo,
de un soneto de Eduardo
os hemos de hacer jüez.
NISE:
¿A mí, que doy de Finea
hermana y sangre?
LAURENCIO:
A vos sola,
que sois sibila española,
no cumana ni eritrea;
a vos, por quien ya las gracias
son cuatro, y las musas diez,
es justo haceros jüez.
NISE:
Si ignorancias, si desgracias
trujérades a juzgar,
era justa la elección.
FENISO:
Vuestra rara discreción,
imposible de alabar,
fue justamente elegida.
Oíd, señora, a Eduardo.
NISE:
¡Vaya el soneto! Ya aguardo,
aunque de indigna, corrida.
DUARDO:
La calidad elementar resiste
mi amor, que a la virtud celeste aspira
y en las mentes angélicas se mira,
donde la idea del calor consiste.
No ya como elemento el fuego viste
el alma, cuyo vuelo al sol admira;
que de inferiores mundos se retira
adonde el serafín ardiendo asiste.
No puede elementar fuego abrasarme.
La virtud celestial que vivifica
envidia al verme a la suprema alzarme;
que donde el fuego angélico me aplica,
¿cómo podrá mortal poder tocarme;
que eterno y fin, contradicción implica?
NISE:
Ni una palabra entendí.
DUARDO:
Pues en parte se leyera
que más de alguno dijera
por arrogancia:
“Yo sí”.
La intención o el argumento
es pintar a quien ya llega,
libre del amor que ciega,
con luz del entendimiento
a la alta contemplación
de aquel puro amor sin fin,
donde es fuego el serafín.
NISE:
Argumento e intención
queda entendido.
LAURENCIO:
¡Profundos
conceptos!
NISE:
¡Mucho le esconden!
DUARDO:
Tres fuegos, que corresponden,
hermosa Nise, a tres mundos,
dan fundamento a los otros.
NISE:
¡Bien los podéis declarar!
DUARDO:
Calidad elementar
es el calor en nosotros;
la celestial, es virtud
que calienta y que recrea,
y la angélica es la idea
del calor.
NISE:
Con inquietud
escucho lo que no entiendo.
DUARDO:
El elemento en nosotros
es fuego.
NISE:
¿Entendéis vosotros?
DUARDO:
El puro sol que estáis viendo,
en el cielo fuego es;
y fuego el entendimiento
seráfico; pero siento
que así difieren los tres:
que el que elementar se llama,
abrasa cuando se aplica;
el celeste, vivifica,
y el sobreceleste, ama.
NISE:
No discurras, por tu vida;
vete a escuelas.
DUARDO:
Dónde estás
lo son.
NISE:
¡Yo no escucho más,
de no entenderte, corrida!
¡Escribe fácil!
DUARDO:
Platón,
a lo que en cosas divinas
escribió, puso cortinas
que, tales como éstas, son
matemáticas figuras
y enigmas.
NISE:
¡Oye, Laurencio!
FENISO:
Ella os ha puesto silencio.
DUARDO:
Temió las cosas escuras.
FENISO:
¡Es mujer!
DUARDO:
La claridad
a todos es agradable,
que se escriba o que se hable.
Hablan aparte NISE y LAURENCIO
NISE:
¿Cómo va de voluntad?
LAURENCIO:
Como quien la tiene en ti.
NISE:
Yo te la pago muy bien.
No traigas contigo a quien
me eclipse el hablarte ansí.
LAURENCIO:
Yo, señora, no me atrevo
por mi humildad, a tus ojos;
que, dando en viles despojos
se afrenta el rayo de Febo;
pero si quieres pasar
al alma, hallarásla rica
de la fe que amor publica.
NISE:
Un papel te quiero dar;
pero, ¿cómo podrá ser
que de estos visto no sea?
LAURENCIO:
Si en lo que el alma desea
me quieres favorecer
mano y papel podré aquí
asir juntos, atrevido
como finjas que has caído.
Cae
NISE:
¡Jesús!
LAURENCIO:
¿Qué es eso?
NISE:
¡Caí!
LAURENCIO:
Con las obras respondiste.
NISE:
Ésas responden mejor;
que no hay sin obras amor.
LAURENCIO:
Amor en obras consiste.
NISE:
Laurencio mío, adiós queda.
Duardo y Feniso, adiós.
DUARDO:
Que tanta ventura a vos
como hermosura os conceda.
Vanse NISE y CELIA
DUARDO:
¿Qué os ha dicho del soneto
Nise?
LAURENCIO:
Que es muy extremado.
DUARDO:
Habréis los dos murmurado;
que hacéis versos, en efeto.
LAURENCIO:
Ya no es menester hacellos
para saber murmurallos;
que se atreve a censurallos
quien no se atreve a entendellos.
FENISO:
Los dos tenemos qué hacer.
Licencia nos podéis dar.
DUARDO:
Las leyes de no estorbar
queremos obedecer.
LAURENCIO:
¡Malicia es ésa!
FENISO:
¡No es tal!
La divina Nise es vuestra,
o, por lo menos, lo muestra.
LAURENCIO:
Pudiera tener igual.
Despídanse, y quede solo LAURENCIO
LAURENCIO:
Hermoso sois, sin duda, pensamiento;
y, aunque honesto, también, con ser hermoso,
si es calidad del bien ser provechoso,
una parte de tres que os falta siento.
Nise, con un divino entendimiento,
os enriquece de un amor dichoso;
mas sois de sueño pobre, y es forzoso
que en la necesidad falte el contento.
Si el oro es blanco y centro de descanso,
y el descanso del gusto, yo os prometo
que tarda el navegar con viento manso.
Pensamiento, mudemos de sujeto;
si voy necio tras vos, y en ir me canso,
cuando vengáis tras mí seréis discreto.
Sale PEDRO, lacayo de LAURENCIO
PEDRO:
¡Qué necio andaba en buscarte
fuera de aqueste lugar!
LAURENCIO:
Bien me pudieras hallar
con el alma en otra parte.
PEDRO:
¿Luego estás sin ella aquí?
LAURENCIO:
Ha podido un pensamiento
reducir su movimiento
desde mí fuera de mí.
¿No has visto que la saeta
del reloj, en un lugar
firme siempre suele estar
aunque nunca está quieta,
y tal vez está en la una
y luego en las dos está?
Pues así mi alma ya,
sin hacer mudanza alguna,
de la casa en que me ves,
desde Nise, que ha querido,
a las doce se ha subido;
que en número de interés.
PEDRO:
Pues, ¿cómo es esa mudanza?
LAURENCIO:
Como la saeta soy,
que desde la una voy
por lo que el círculo alcanza.
¿Señalaba a Nise?
PEDRO:
Sí.
LAURENCIO:
Pues ya señalo a Finea.
PEDRO:
¿Eso quieres que te crea?
LAURENCIO:
¿Por qué no, si hay causa?
PEDRO:
Di.
LAURENCIO:
Nise es una sola hermosa;
Finea las doce son;
hora de más bendición,
más descansada y copiosa.
En las doce el oficial
descansa, y bástale ser
hora entonces de comer,
tan precisa y natural.
Quiero decir que Finea
hora de sustento es,
cuyo descanso ya ves
cuánto el hombre le desea.
Denme, pues, las doce a mí,
que soy pobre, con mujer;
que dándome de comer
es la mejor para mí.
Nise es hora infortunada,
donde mi planeta airado,
de sextil y de cuadrado
me mira con frente armada.
Finea es hora dichosa,
donde Júpiter, benigno,
me está mirando de trino
con aspecto y faz hermosa.
Doyme a entender que poniendo
en Finea mis cuidados,
a cuarenta mil ducados
las manos voy previniendo.
Ésta, Pedro, desde hoy
ha de ser empresa mía.
PEDRO:
Para probar tu osadía
en una sospecha estoy.
LAURENCIO:
¿Cuál?
PEDRO:
Que te has de arrepentir,
por ser simple esta mujer.
LAURENCIO:
¿Quién has visto de comer,
de descansar y vestir,
arrepentido jamás?
Pues esto viene con ella.
PEDRO:
A Nise, discreta y bella,
Laurencio, ¿dejar podrás
por una boba ignorante?
LAURENCIO:
¡Qué ignorante majadero!
¿No ves que el sol del dinero
va del ingenio adelante?
Él que es pobre, ése es tenido
por simple; el rico, por sabio.
No hay en el nacer agravio,
por notable que haya sido,
que el dinero no lo encubra,
ni hay falta en naturaleza
que con la mucha pobreza
no se aumente y se descubra.
Desde hoy quiero enamorar
a Finea.
PEDRO:
He sospechado
que a un ingenio tan cerrado
no hay puerta por donde entrar.
LAURENCIO:
Yo sé cuál.
PEDRO:
¡Yo no, por Dios!
LAURENCIO:
Clara, su boba crïada.
PEDRO:
Sospecho que es más taimada
que boba.
LAURENCIO:
Demos los dos
en enamorarlas.
PEDRO:
Creo
que Clara será tercera
más fácil.
LAURENCIO:
De esa manera
seguro va mi deseo.
PEDRO:
Ellas vienen; disimula.
LAURENCIO:
Si puede ser en mi mano.
PEDRO:
¡Qué ha de poder un cristiano
enamorar una mula!
LAURENCIO:
Linda cara y talle tiene.
PEDRO:
¡Así fuera el alma!
Salen FINEA y CLARA
LAURENCIO:
Agora
conozco, hermosa señora,
que no solamente viene
el sol de las orientales
partes, pues de vuestros ojos
sale, con rayos más rojos
y luces piramidales;
pero si cuando salís
tan grande fuerza traéis,
al mediodía, ¿qué haréis?
FINEA:
Comer, como vos decís;
no pirámides ni peros,
sino cosas provechosas.
LAURENCIO:
Esas estrellas hermosas,
esos nocturnos luceros,
me tienen fuera de mí.
FINEA:
Si vos andáis con estrellas,
¿qué mucho que os traigan ellas
arromadizado ansí?
Acostaos siempre temprano,
y dormid con tocador.
LAURENCIO:
¿No entendéis que os tengo amor,
puro, honesto, limpio y llano?
FINEA:
¿Qué es amor?
LAURENCIO:
¿Amor? Deseo.
FINEA:
¿De qué?
LAURENCIO:
De una cosa hermosa.
FINEA:
¿Es oro, es diamante, es cosas
de éstas que muy lindas veo?
LAURENCIO:
No; sino de la hermosura
de una mujer como vos,
que, como lo ordena Dios,
para buen fin se procura;
y ésta, que vos la tenéis,
engendra deseo en mí.
FINEA:
Y yo, ¿qué he de hacer aquí,
si sé que vos me queréis?
LAURENCIO:
Quererme. ¿No habéis oído
que amor con amor se paga?
FINEA:
No sé yo cómo se haga,
porque nunca yo he querido,
ni en la cartilla lo vi,
ni me lo enseñó mi madre.
Preguntarélo a mi padre.
LAURENCIO:
¡Esperaos, que no es ansí!
FINEA:
Pues, ¿cómo?
LAURENCIO:
De estos mis ojos
saldrán unos rayos vivos
como espíritus visivos,
de sangre y de fuego rojos
que se entrarán por los vuestros.
FINEA:
No, señor; arriedro vaya
cosa en que espíritus haya.
LAURENCIO:
Son los espíritus nuestros,
que juntos se han de encender
y causar un dulce fuego
con que se pierde el sosiego,
hasta que se viene a ver
el alma en la posesión
que es el fin del casamiento;
que, con este santo intento,
justos los amores son,
porque el alma que yo tengo
a vuestro pecho se pasa.
FINEA:
¿Tanto pasa quien se casa?
PEDRO habla con CLARA
PEDRO:
Con él, como os digo, vengo
tan muerto por vuestro amor,
que aquesta ocasión busqué.
CLARA:
¿Qué es amor, que no lo sé?
PEDRO:
¿Amor? ¡Locura, furor!
CLARA:
Pues ¿loca tengo de estar?
PEDRO:
Es una dulce locura
por quien la mayor cordura
suelen los hombres trocar.
CLARA:
Yo, lo que mi ama hiciere
eso haré.
PEDRO:
Ciencia es amor,
que el más rudo labrador
a pocos cursos la adquiere.
En comenzando a querer,
enferma lo voluntad
de una dulce enfermedad.
CLARA:
No me le mandes tener;
que no he tenido en mi vida
sino solos sabañones.
FINEA:
¡Agrádanme las liciones!
LAURENCIO:
Tú verás, de mí querida,
cómo has de quererme aquí;
que es luz del entendimiento
amor.
FINEA:
Lo del casamiento
me cuadra.
LAURENCIO:
Y me importa a mí.
FINEA:
¿Pues, llevaráme a su casa
y tendráme allá también?
LAURENCIO:
Sí, señora.
FINEA:
¿Y eso es bien?
LAURENCIO:
Y muy justo en quien se casa.
Vuestro padre y vuestra madre
casados fueron ansí.
De eso nacistes.
FINEA:
¿Yo?
LAURENCIO:
Sí.
FINEA:
Cuando se casó mi padre,
¿no estaba yo allí tampoco?
LAURENCIO:
(¿Hay semejante ignorancia? Aparte
Sospecho que esta ganancia
camina a volverme loco).
FINEA:
Mi padre pienso que viene.
LAURENCIO:
Pues voyme. Acordaos de mí.
FINEA:
¡Que me place!
Vase LAURENCIO
CLARA:
¿Fuése?
PEDRO:
Sí;
y seguirle me conviene.
Tenedme en vuestra memoria.
Vase PEDRO
CLARA:
Si os vais, ¿cómo?
FINEA:
¿Has visto, Clara,
lo que es amor? ¿Quién pensara
tal cosa?
CLARA:
No hay pepitoria
que tenga más menudencias
de manos, tripas y pies.
FINEA:
Mi padre, como lo ves,
anda en mil impertinencias.
Tratado me ha de casar
con un caballero indiano,
sevillano o toledano.
Dos veces me vino a hablar,
y esta postrera sacó
de una carta un naipecito
muy repulido y bonito,
y luego que le miró,
me dijo:
“Toma, Finea,
ése es tu marido,” y fuése.
Yo, como, en fin, no supiese
este de casar qué sea,
tomé el negro del marido,
que no tiene más que cara,
cuera y ropilla; mas, Clara,
¿qué importa que sea pulido
este marido o quién es,
si todo el cuerpo no pasa
de la pretina? Que en casa
ninguno sin piernas ves.
CLARA:
¡Pardiez, que tienes razón!
¿Tiénesle ahí?
FINEA:
Veisle aquí.
Saca un retrato
CLARA:
¡Buena cara y cuerpo!
FINEA:
Sí;
mas no pasa del jubón.
CLARA:
Luego éste no podrá andar.
¡Ay, los ojitos que tiene!
FINEA:
Señor, con Nise...
CLARA:
¿Si viene
a casarte...?
FINEA:
No hay casar;
que éste, que se va de aquí
tiene piernas, tiene traza.
CLARA:
Y más, que con perro caza;
que el mozo me muerde a mí.
Salen OCTAVIO y NISE
OCTAVIO:
Por la calle de Toledo
dicen que entró por la posta.
NISE:
Pues, ¿cómo no llega ya?
OCTAVIO:
Algo, por dicha, acomoda.
¡Temblando estoy de Finea!
NISE:
Aquí está, señor, la novia.
OCTAVIO:
Hija, ¿no sabes?
NISE:
No sabe;
que ésa es su dicha toda.
OCTAVIO:
Ya está en Madrid tu marido.
FINEA:
Siempre tu memoria es poca.
¿No me lo diste en un naipe?
OCTAVIO:
Ésa es la figura sola,
que estaba en él retratada;
que lo vivo viene agora.
Sale CELIA
CELIA:
Aquí está el señor Liseo,
apeado de unas postas.
OCTAVIO:
Mira, Finea, que estés
muy prudente y muy señora.
Llegad sillas y almohadas.
Salen LISEO, TURÍN, y CRIADOS
LISEO:
Esta licencia se toma
quien viene a ser hijo vuestro.
OCTAVIO:
Y quien viene a darnos honra.
LISEO:
Agora, señor, decidme;
¿quién de las dos es mi esposa?
FINEA:
¡Yo! ¿No lo ve?
LISEO:
Bien merezco
los brazos.
FINEA:
¿Luego no importa?
OCTAVIO:
Bien le puedes abrazar.
FINEA:
¡Clara!
CLARA:
¿Señora?
FINEA:
¡Aún agora
viene con piernas y pies!
CLARA:
¿Esto es burla, o jerigonza?
FINEA:
El verle de medio arriba
me daba mayor congoja.
OCTAVIO:
Abrazad vuestra cuñada.
LISEO:
No fue la fama engañosa,
que hablaba en vuestra hermosura.
NISE:
Soy muy vuestra servidora.
LISEO:
¡Lo que es el entendimiento!
A toda España alborota.
La divina Nise os llaman;
sois discreta como hermosa,
y hermosa con mucho extremo.
FINEA:
Pues ¿cómo requiebra a esotra,
si viene a ser mi marido?
¿No es más necio?
OCTAVIO:
¡Calla, loca!
Sentaos, hijas, por mi vida.
LISEO:
¡Turín!
TURÍN:
¿Señor?
LISEO:
(¡Linda tonta!) Aparte
OCTAVIO:
¿Cómo venís del camino?
LISEO:
Con los deseos enoja;
que siempre le hacen más largo.
FINEA:
Ese macho de la noria
pudierais haber pedido,
que anda como una persona.
NISE:
Calla, hermana.
FINEA:
Callad vos.
NISE:
Aunque hermosa y virtüosa,
es Finea de este humor.
LISEO:
Turín, ¿trujiste las joyas?
TURÍN:
No ha llegado nuestra gente.
LISEO:
¡Qué de olvidos se perdonan
en un camino a crïados!
FINEA:
¿Joyas traéis?
TURÍN:
Y le sobra
de las joyas el principio.
(¡Tanto el jó se le acomoda!) Aparte
OCTAVIO:
Calor traéis; ¿queréis algo?
¿Qué os aflige, qué os congoja?
LISEO:
Agua quisiera pedir.
OCTAVIO:
Haráos mal el agua sola.
Traigan una caja.
FINEA:
A fe
que si, como viene agora,
fuera el sábado pasado,
que hicimos yo y esa moza
un menudo...
OCTAVIO:
¡Calla necia!
FINEA:
Mucha especia, ¡linda cosa!
Salen CRIADOS con agua, toalla, salva y una caja
CELIA:
El agua está aquí.
OCTAVIO:
Comed.
LISEO:
El verla, señor, provoca;
porque con su risa dice
que la beba y que no coma.
Beba
FINEA:
Él bebe como una mula.
TURÍN:
(¡Buen requiebro!) Aparte
OCTAVIO:
¡Qué enfadosa
que estás hoy! ¡Calla, si quieres!
FINEA:
¡Aun no habéis dejado gota!
Esperad; os limpiaré.
OCTAVIO:
Pero ¿tú le limpias?
FINEA:
¿Qué importa?
LISEO:
(¡Media barba me ha quitado! Aparte
¡Lindamente me enamora!)
OCTAVIO:
Que descanséis es razón.
(Quiero, pues no se reporta, Aparte
llevarle de aquí a Finea).
LISEO:
(Tarde el descanso se cobra
que en tal desdicha se pierde). Aparte
OCTAVIO:
Ahora bien; entrad vosotras
y aderezad su aposento.
FINEA:
Mi cama pienso que sobra
para los dos.
NISE:
¿Tú no ves
que no están hechas las bodas?
FINEA:
¿Pues qué importa?
NISE:
Ven conmigo.
FINEA:
¿Allá dentro?
NISE:
Sí.
FINEA:
Adiós, ¡hola!
LISEO:
(Las del mar de mi desdicha Aparte
me anegan entre sus ondas).
OCTAVIO:
Yo también, hijo, me voy
para prevenir las cosas,
que, para que os desposéis
con más aplauso, me tocan.
Dios os guarde.
Todos se van. Queden LISEO y TURÍN
LISEO:
No sé yo
de qué manera disponga
mi desventura. ¡Ay de mí!
TURÍN:
¿Quieres quitarte las botas?
LISEO:
No, Turín, sino la vida.
¿Hay boba tan espantosa?
TURÍN:
Lástima me ha dado a mí,
considerando que ponga
en un cuerpo tan hermoso
el cielo un lama tan loca.
LISEO:
Aunque estuviera casado
por poder, en causa propia
me pudiera descasar;
la ley es llana y notoria;
pues concertando mujer
con sentido, me desposan
con una bestia del campo,
con una villana tosca.
TURÍN:
¿Luego no te casarás?
LISEO:
Mal haya la hacienda toda
que con tal pensión se adquiere
y con tal censo se toma;
demás que aquesta mujer,
si bien es hermosa y moza,
¿qué puede parir de mí
sino tigres, leones y onzas?
TURÍN:
Eso es engaño, que vemos
por experiencias e historias,
mil hijos de padres sabios,
que de necios, los deshonran.
LISEO:
Verdad es que Cicerón
tuvo a Marco Tulio en Roma,
que era un caballo, un camello.
TURÍN:
De la misma suerte, consta
que de necios padres suele
salir una fénix sola.
LISEO:
Turín, por lo general,
y es consecuencia forzosa,
lo semejante se engendra.
Hoy la palabra se rompa;
rásguense cartas y firmas;
que ningún tesoro compra
la libertad. ¡Aún si fuera
Nise...!
TURÍN:
¡Oh, qué bien te reportas!
Dicen que si a un hombre airado,
que colérico se arroja
le pusiesen un espejo,
en mirando en él la sombra
que representa su cara,
se tiempla y desapasiona;
así tu, como tu gusto
miraste en su hermana hermosa,
que el gusto es cara del alma.
pues su libertad se nombra,
luego templaste la tuya.
LISEO:
Bien dices, porque ella sola
el enojo de su padre,
que, como ves, me alborota,
me puede quitar, Turín.
TURÍN:
¿Qué, no hay que tratar de esotra?
LISEO:
Pues ¿he de dejar la vida
por la muerte temerosa,
y por la noche enlutada
el sol que los cielos dora;
por los áspides las aves,
por las espinas las rosas
y por un demonio un ángel?
TURÍN:
Digo que razón te sobra;
que no está el gusto en el oro;
que son el oro y las horas
muy diversas.
LISEO:
Desde aquí
renuncio la dama boba.
|
Acto segundo
Salen DUARDO, LAURENCIO y FENISO
FENISO:
En fin, ha pasado un mes
y no se casa Liseo.
DUARDO:
No siempre mueve el deseo
el codicioso interés.
LAURENCIO:
¿De Nise la enfermedad
ha sido causa bastante?
FENISO:
Ver a Finea ignorante
templará su voluntad.
LAURENCIO:
Menos lo está que solía.
Temo que amor ha de ser
artificioso a encender
piedra tan helada y fría.
DUARDO:
¡Tales milagros ha hecho
en gente rústica Amor!
FENISO:
No se tendrá por menor
dar alma a su rudo pecho.
LAURENCIO:
Amor, señores, ha sido
aquel ingenio profundo
que llaman alma del mundo,
y es el doctor que ha tenido
la cátedra de las ciencias;
porque sólo con amor
aprende el hombre mejor
sus divinas diferencias.
Así lo sintió Platón;
esto Aristóteles dijo;
que como del cielo es hijo,
es todo contemplación;
de ella nació el admirarse,
y de admirarse nació
el filosofar, que dio
luz, con que pudo fundarse
toda ciencia artificial,
y a amor se ha de agradecer
que el deseo de saber
es al hombre natural.
Amor, con fuerza süave,
dio al hombre el saber sentir;
dio leyes para vivir
político, honesto y grave.
Amor repúblicas hizo;
que la concordia nació
de amor, con que a ser volvió
lo que la guerra deshizo
Amor dio lengua a las aves,
vistió la tierra de frutos,
y como prados enjutos
rompió el mar con fuertes naves.
Amor enseñó a escribir
altos y dulces concetos,
como de su causa efetos
Amor enseñó a vestir
al más rudo, al más grosero
de la elegancia fue Amor
el maestro; el inventor
fue de los versos primero;
la música se le debe
y la pintura. Pues ¿quién
dejará de saber bien
como sus efetos pruebe?
No dudo de que a Finea,
como ella comience a amar,
la deje Amor de enseñar,
por imposible que sea.
FENISO:
Está bien pensado ansí.
¿Y su padre lleva intento,
por dicha, en el casamiento,
que ame y sepa?
DUARDO:
Y yo de aquí
infamando amores locos,
en limpio vengo a sacar
que pocos deben de amar
en lugar que saben pocos.
FENISO:
¡Linda malicia!
LAURENCIO:
¡Extremada!
FENISO:
¡Difícil cosa es saber!
LAURENCIO:
Sí, pero fácil creer
que sabe, el que poco o nada.
FENISO:
¡Qué divino entendimiento
tiene Nise!
DUARDO:
¡Celestial!
FENISO:
¿Cómo, siendo necio el mal,
ha tenido atrevimiento
para hacerle estos agravios,
de tal ingenio desprecios?
LAURENCIO:
Porque de sufrir a necios
suelen enfermar los sabios.
DUARDO:
¡Ella viene!
Salen NISE y CELIA
FENISO:
Y con razón
se alegra cuanto la mira.
NISE:
Mucho la historia me admira.
CELIA:
Amores pienso que son
fundados en el dinero,
NISE:
Nunca fundó su valor
sobre dineros Amor;
que busca el alma primero.
DUARDO:
Señora, a vuestra salud,
hoy cuantas cosas os ven
dan alegre parabién
y tienen vida y quietud;
que como vuestra virtud
era el sol que se la dio,
mientras el mal la eclipsó
también lo estuvieron ellas;
que hasta ver vuestras estrellas
Fortuna el tiempo corrió.
Mas como la primavera
sale con pies de marfil
y el vario velo sutil
tiende en la verde ribera,
corre el agua lisonjera
y están riñendo las flores,
sobre tomar las colores;
así vos salís trocando
el triste tiempo y sembrando
en campos de almas amores.
FENISO:
Ya se ríen estas fuentes,
y son perlas las que fueron
lágrimas, con que sintieron
esas estrellas ausentes;
ya las aves sus corrientes
hacen instrumentos claros,
con que quieren celebraros.
Todo se anticipa a veros,
y todo intenta ofreceros
con lo que puede alegraros.
Pues si con veros hacéis
tales efetos agora
donde no hay alma, señora,
más de la que vos ponéis,
en mí ¿qué muestras haréis,
qué señales de alegría,
este venturoso día,
después de tantos enojos,
siendo vos sol de mis ojos,
siendo vos alma en la mía?
LAURENCIO:
A estar sin vida llegué
el tiempo que no os serví;
que fue lo que más sentí,
aunque sin mi culpa fue.
Yo vuestros males pasé,
como cuerpo que animáis;
vos movimiento de dais;
yo soy instrumento vuestro,
que en mi vida y salud muestro
todo lo que vos pasáis.
Parabién me den a mí
de la salud que hay en vos,
pues que pasamos los dos
el mismo mal en que os vi.
Solamente os ofendí,
aunque la disculpa os muestro,
en que este mal que fue nuestro,
sólo tenerle debía,
no vos, que sois alma mía,
yo sí, que soy cuerpo vuestro.
NISE:
Pienso que de oposición
me dais los tres parabién.
LAURENCIO:
Y es bien, pues lo sois por quien
viven los que vuestros son.
NISE:
Divertíos, por mi vida,
cortándome algunas flores
los dos, pues con sus colores
la diferencia os convida
de este jardín, porque quiero
hablar a Laurencio un poco.
DUARDO:
Quien ama y sufre, o es loco
o necio.
FENISO:
Tal premio espero.
DUARDO:
No son vanos mis recelos.
FENISO:
Ella le quiere.
DUARDO:
Yo haré
un ramillete de fe,
pero sembrado de celos.
Vanse DUARDO y FENISO
LAURENCIO:
Ya se han ido. ¿Podré yo,
Nise, con mis brazos darte
parabién de tu salud?
NISE:
¡Desvía, fingido, fácil,
lisonjero, engañador,
loco, inconstante, mudable;
hombre que en un mes de ausencia
—que bien merece llamarse
ausencia la enfermedad—
el pensamiento mudaste!
Pero mal dije en un mes,
porque puedes disculparte
con que creíste mi muerte,
y si mi muerte pensaste,
con gracioso sentimiento,
pagaste el amor que sabes,
mudando el tuyo en Finea.
LAURENCIO:
¿Qué dices?
NISE:
Pero bien haces;
tú eres pobre, tú, discreto;
ella rica e ignorante;
buscaste lo que no tienes,
y lo que tienes dejaste.
Discreción tienes, y en mí
la que celebradas antes
dejas con mucha razón;
que dos ingenios iguales
no conocen superior;
y ¿por dicha imaginaste
que quisiera yo el imperio
que a los hombres debe darse?
El oro que no tenías,
tenerle solicitaste
enamorando a Finea.
LAURENCIO:
Escucha...
NISE:
¿Qué he de escucharte?
LAURENCIO:
¿Quién te ha dicho que yo he sido
en un mes, tan inconstante?
NISE:
¿Parécete poco un mes?
Yo te disculpo, no hables;
que la luna está en el cielo,
sin intereses mortales,
y en un mes, y aun algo menos,
está creciente y menguante.
Tú en la tierra, y de Madrid,
donde hay tantos vendavales
de intereses en los hombres,
no fue milagro mudarte.
Dile, Celia, lo que has visto.
CELIA:
Ya, Laurencio, no te espantes
de que Nise, mi señora,
de esta manera te trate;
yo sé que has dicho a Finea
requiebros...
LAURENCIO:
¡Que me levantes.
Celia, tales testimonios!...
CELIA:
Tú sabes que son verdades;
y no sólo tú a mi dueño
ingratamente pagaste,
pero tu Pedro, el que tiene
de tus secretos las llaves,
ama a Clara tiernamente.
¿Quieres que más te declare?
LAURENCIO:
Tus celos han sido, Celia,
y quieres que yo los pague.
¿Pedro a Clara, aquella boba?
NISE:
Laurencio, si le enseñaste,
¿por qué te afrentas de aquello
en que de ciego no caes?
Astrólogo me pareces,
que siempre de ajenos males,
sin reparar en los suyos,
largos pronósticos hacen.
¡Qué bien empleas tu ingenio!
“De Nise confieso el talle
mas no es sólo el exterior
el que obliga a los que saben.”
¡Oh, quién os oyera juntos!...
Debéis de hablar en romances,
porque un discreto y un necio
no pueden ser consonantes.
¡Ay, Laurencio, qué buen pago
de fe y amor tan notable!
Bien dicen que a los amigos
prueba la cama y la cárcel.
Yo enfermé de mis tristezas
y de no verte ni hablarte
sangráronme muchas veces;
¡bien me alegraste la sangre!
Por regalos tuyos tuve
mudanzas, traiciones, fraudes;
pero, pues tan duros fueron,
di que me diste diamantes.
Ahora bien. ¡Esto cesó!
LAURENCIO:
¡Oye, aguarda!...
NISE:
¿Que te aguarde?
Pretende tu rica boba,
aunque yo haré que se case
más presto que tú lo piensas.
LAURENCIO:
¡Señora!...
Sale LISEO y asga LAURENCIO a NISE
LISEO:
(Esperaba tarde Aparte
los desengaños; mas ya
no quiere Amor que me engañe).
NISE:
¡Suelta!
LAURENCIO:
¡No quiero!
LISEO:
¿Qué es esto?
NISE:
Dice Laurencio que rasgue
unos versos que me dio,
de cierta dama ignorante,
y yo digo que no quiero.
LAURENCIO:
Tú podrá ser que lo alcances
de Nise; ruégalo tú.
LISEO:
Si algo tengo que rogarte,
haz algo por mis memorias
y rasga lo que tú sabes.
NISE:
¡Dejadme los dos!
Vanse NISE y CELIA
LAURENCIO:
¡Qué airada!
LISEO:
Yo me espanto que te trate
con estos rigores Nise.
LAURENCIO:
Pues, Liseo, no te espantes
que es defeto en los discretos,
tal vez, el no ser afables.
LISEO:
¿Tienes qué hacer?
LAURENCIO:
Poco o nada.
LISEO:
Pues vámonos esta tarde
por el Prado arriba.
LAURENCIO:
Vamos,
dondequiera que tú mandes.
LISEO:
Detrás de los Recoletos
quiero hablarte.
LAURENCIO:
Si hablarme
no es con las lenguas que dicen
sino con las lenguas que hacen,
aunque me espanto que sea,
dejaré caballo y pajes.
LISEO:
Bien puedes.
Vase LISEO
LAURENCIO:
Yo voy tras ti.
¡Qué celoso y qué arrogante!
Finea es boba y, sin duda,
de haberle contado nace,
mis amores y papeles.
Ya para consejo es tarde;
que deudas y desafíos
a que los honrados salen,
para trampas se dilatan,
y no es bien que se dilaten.
Vase LAURENCIO. Salen un MAESTRO de danzar y FINEA
MAESTRO:
¿Tan presto se cansa?
FINEA:
Sí.
Y no quiero danzar más.
MAESTRO:
Como no danza a compás,
hase enfadado de sí.
FINEA:
¡Por poco diera de hocicos,
saltando! Enfadada vengo.
¿Soy yo urraca, que andar tengo
por casa, dando salticos?
Un paso, otro contrapaso,
floretas, otra floreta...
¡Qué locura!
MAESTRO:
(¡Qué imperfeta Aparte
cosa, en un hermoso vaso
poner la Naturaleza
licor de un alma tan ruda!
Con que yo salgo de duda
que no es alma la belleza).
FINEA:
Maestro...
MAESTRO:
¿Señora mía?...
FINEA:
Trae mañana un tamboril.
MAESTRO:
Ése es instrumento vil,
aunque de mucha alegría.
FINEA:
Que soy más aficionada
al cascabel os confieso.
MAESTRO:
Es muy de caballos eso.
FINEA:
Haced vos lo que me agrada;
que no es mucha rustiqueza
el traellos en los pies.
Harto peor pienso que es
traellos en la cabeza.
MAESTRO:
(Quiero seguille el humor). Aparte
Yo haré lo que me mandáis.
FINEA:
Id danzando cuando os vais.
MAESTRO:
Yo agradezco el favor,
pero llevaré tras mí
mucha gente.
FINEA:
Un pastelero,
un sastre y un zapatero
¿llevan la gente tras sí?
MAESTRO:
No; pero tampoco ellos
por la calle haciendo va
sus oficios.
FINEA:
¿No podrán,
si quieren?
MAESTRO:
Podrán hacellos;
y yo no quiero danzar.
FINEA:
Pues no entréis aquí.
MAESTRO:
No haré.
FINEA:
Ni quiero andar en un pie,
ni dar vueltas, ni saltar.
MAESTRO:
Ni yo enseñar las que sueñan
disparates atrevidos.
FINEA:
No importa; que los maridos
son los que mejor enseñan.
MAESTRO:
¿Han visto la mentecata?...
FINEA:
¿Qué es mentecata, villano?
MAESTRO:
¡Señora, tened la mano!
Es una dama que trata
con gravedad y rigor
a quien la sirve.
FINEA:
¿Ésa es?
MAESTRO:
Puesto que vuelve después
con más blandura y amor.
FINEA:
¿Es eso cierto?
MAESTRO:
¿Pues no?
FINEA:
Yo os juro, aunque nunca ingrata,
que no hay mayor mentecata
en todo el mundo que yo.
MAESTRO:
El creer es cortesía;
adiós, que soy muy cortés.
Vase el MAESTRO y sale CLARA
CLARA:
¿Danzaste?
FINEA:
¿Ya no lo ves?
Persígueme todo el día
con leer, con escribir,
con danzar, ¡y todo es nada!...
Sólo Laurencio me agrada.
CLARA:
¿Cómo te podré decir
una desgracia notable?
FINEA:
Hablando; porque no hay cosa
de decir dificultosa,
a mujer que viva y hable.
CLARA:
Dormir en día de fiesta,
¿es malo?
FINEA:
Pienso que no;
aunque si Adán se durmió,
buena costilla le cuesta.
CLARA:
Pues si nació la mujer
de una dormida costilla,
que duerma no es maravilla.
FINEA:
Agora vengo a entender
sólo con esa advertencia,
por qué se andan tras nosotras
los hombres, y en unas y otras
hacen tanta diligencia;
que, si aquesto no es asilla
deben de andar a buscar
su costilla, y no hay parar
hasta topar su costilla.
CLARA:
Luego, si para el que amó
un año, y dos, harto bien,
¿le dirán los que le ven
que su costilla topó?
FINEA:
A lo menos, los casados.
CLARA:
¡Sabia estás!
FINEA:
Aprendo ya;
que me enseña Amor, quizá,
con lecciones de cuidados.
CLARA:
Volviendo al cuento: Laurencio
me dio un papel para ti;
púseme a hilar —¡ay de mía,
cuánto provoca el silencio!—,
metí en el copo el papel,
y como hilaba al candil
y es la estopa tan sutil,
aprendióse el copo en él.
Cabezas hay disculpadas,
cuando duermen sin cojines
y sueños como rocines
que vienen con cabezadas.
Apenas el copo ardió,
cuando, puesta en él de pies,
me chamusqué, ya lo ves...
FINEA:
¿Y el papel?
CLARA:
Libre quedó,
como el Santo de Pajares.
Sobraron estos renglones
en que hallarás más razones
que en mi cabeza aladares.
FINEA:
¿Y no se podrán leer?
CLARA:
Toma y lee.
FINEA:
Yo sé poco.
CLARA:
¡Dios libre de un fuego loco
la estopa de la mujer!
Sale OCTAVIO y habla aparte
OCTAVIO:
(Yo pienso que me canso en enseñarla,
porque es querer labrar con vidrio un pórfido;
ni el danzar ni el leer aprender puede,
aunque está menos ruda que solía).
FINEA:
¡Oh, padre mentecato y generoso!
¡Bien seas venido!
OCTAVIO:
¿Cómo mentecato?
FINEA:
Aquí el maestro de danzar me dijo
que era yo mentecata, y enojéme;
mas él me respondió que este vocablo
significaba una mujer que riñe
y luego vuelve con amar notable;
y como vienes tú riñendo agora,
y has de mostrarme amor en breve rato,
quise también llamarte mentecato.
OCTAVIO:
Pues, hija, no creáis a todas gentes,
ni digáis ese nombre, que no es justo.
FINEA:
No lo haré más. Mas diga, ¿señor padre
sabe leer?
OCTAVIO:
Pues ¿eso me preguntas?
FINEA:
Tome, ¡por vida tuya, y éste lea.
OCTAVIO:
¿Este papel?
FINEA:
Sí, padre.
OCTAVIO:
Oye, Finea:
Lee
“Agradezco mucho la merced que me has
hecho, aunque toda esta noche la he pasado con
poco sosiego, pensando en tu hermosura...”
FINEA:
¿No hay más?
OCTAVIO:
No hay más; que está muy justamente,
quemado lo demás. ¿Quién te le ha dado?
FINEA:
Laurencio, aquel discreto caballero
de la academia de mi hermana Nise,
que dice que me quiere con extremo.
OCTAVIO:
(De tu ignorancia, mi desdicha temo.
Esto trujo a mi casa el ser discreta
Nise, el galán, el músico, el poeta,
el lindo, el que se precia de oloroso,
el afeitado, el loco y el ocioso).
¿Hate pasado más con éste, acaso?
FINEA:
Ayer, en la escalera, al primer paso,
me dio un abrazo.
OCTAVIO:
(¡En buenos pasos anda Aparte
mi pobre honor, por una y otra banda!
La discreta, con necios en concetos,
y la boba, en amores con discretos.
A ésta no hay que llevarla por castigo,
y más que lo podrá entender su esposo).
Hija, sabed que estoy muy enojado.
No os dejéis abrazar. ¿Entendéis, hija?
FINEA:
Sí, señor padre; y cierto que me pesa
aunque me pareció muy bien entonces.
OCTAVIO:
Sólo vuestro marido ha de ser digno
de esos abrazos.
Sale TURÍN
TURIN:
En tu busca vengo.
OCTAVIO:
¿De qué es la prisa tanta?
TURIN:
De que al campo
van a matarse mi señor Liseo
y Laurencio, ese hidalgo marquesote
que desvanece a Nise con sonetos.
OCTAVIO:
(¿Qué importa que los padres sean discretos,
si les falta a los hijos la obediencia?
Liseo habrá entendido la imprudencia
de este Laurencio, atrevidillo y loco,
y que sirve a su esposa). ¡Caso extraño!
¿Por dónde fueron?
TURIN:
Van, si no me engaño,
hacia los Recoletos Agustinos.
OCTAVIO:
Pues ven tras mí. ¡Qué extraños
desatinos!
Vanse OCTAVIO y TURÍN
CLARA:
Parece que se ha enojado
tu padre.
FINEA:
¿Qué puedo hacer?
CLARA:
¿Por qué le diste a leer
el papel?
FINEA:
Ya me ha pesado.
CLARA:
Ya no puedes proseguir
la voluntad de Laurencio.
FINEA:
Clara, no la diferencio
con el dejar de vivir.
Yo no entiendo cómo ha sido,
desde que el hombre me habló;
porque, si es que siento yo,
él me ha llevado el sentido.
Si duermo, sueño con él;
si como, le estoy pensando,
y si bebo, estoy mirando
en agua la imagen de él.
¿No has visto de qué manera
muestra el espejo, a quien mira,
su rostro, que una mentira
le hace forma verdadera?
Pues lo mismo en vidrio miro
que el cristal me representa.
CLARA:
A tus palabras atenta,
de tus mudanzas me admiro.
Parece que te tranformas
en otra.
FINEA:
En otro dirás.
CLARA:
Es maestro con quien más
para aprender te conformas.
FINEA:
Con todo eso, seré
obediente al padre mío;
fuera de que es desvarío
quebrar la palabra y fe.
CLARA:
Yo haré lo mismo.
FINEA:
No impidas
el camino que llevabas.
CLARA:
¿No ves que amé porque amabas,
y olvidaré porque olvidas?
FINEA:
Harto me pesa de amalle;
pero a ver mi daño vengo,
aunque sospecho que tengo
de olvidarme de olvidalle.
Vanse las dos. Salen LISEO y LAURENCIO
LAURENCIO:
Antes, Liseo, de sacar la espada,
quiero saber la causa que os obliga.
LISEO:
Pues bien será que la razón os diga.
LAURENCIO:
Liseo, si son celos de Finea,
mientras no sé que vuestra esposa sea,
bien puedo pretender, pues fui primero.
LISEO:
Disimuláis, a fe de caballero,
pues tan lejos lleváis el pensamiento
de amar a una mujer tan ignorante.
LAURENCIO:
Antes, de que la quiera no os espante;
que soy tan pobre como bien nacido,
y quiero sustentarme con el dote.
Y que lo diga ansí no os alborote,
pues que vos, dilatando el casamiento,
habéis dado más fuerzas a mi intento,
y porque cuando llegan, obligadas,
a desnudarse en campo las espadas,
se han de tratar verdades llanamente;
que es hombre vil quien en el campo miente.
LISEO:
¿Luego, no queréis bien a Nise?
LAURENCIO:
A Nise
yo no puedo negar que no la quise;
mas su dote serán diez mil ducados,
y de cuarenta a diez, ya veis, van treinta,
y pasé de los diez a los cuarenta.
LISEO:
Siendo eso ansí, como de vos lo creo,
estad seguro que jamás Liseo
os quite la esperanza de Finea;
que aunque no es la ventura de la fea,
será de la ignorante la ventura;
que así Dios me la dé que no la quiero,
pues desde que la vi, por Nise muero.
LAURENCIO:
¿Por Nise?
LISEO:
¡Sí, por Dios!
LAURENCIO:
Pues vuestra es Nise,
y con la antigüedad que yo la quise,
yo os doy sus esperanzas y favores;
mis deseos os doy y mis amores,
mis ansias, mis serenos, mis desvelos,
mis versos, mis sospechas y mis celos.
Entrad con esta runfla y dalde pique;
que no hará mucho en que de vos se pique.
LISEO:
Aunque con cartas tripuladas juegue,
acepto la merced, señor Laurencio;
que yo soy rico, y compraré mi gusto.
Nise es discreta, yo no quiero el oro;
hacienda tengo, su belleza adoro.
LAURENCIO:
Hacéis muy bien; que yo, que soy tan pobre,
el oro solicito que me sobre;
que aunque de entendimiento lo es Finea,
yo quiero que en mi casa alhaja sea.
¿No están las escrituras de una renta
en un cajón de un escritorio, y rinden
aquello que se come todo el año?
¿No está una casa principal tan firme,
como de piedra, al fin, yeso y ladrillo,
y renta mil ducados a su dueño?
Pues yo haré cuenta que es Finea una casa,
una escritura, un censo y una viña,
y seráme una renta con basquiña;
demás que, si me quiere a mí, me basta;
que no hay mayor ingenio que ser casta.
LISEO:
Yo os doy palabra de ayudaros tanto,
que venga a ser tan vuestra como creo.
LAURENCIO:
Y yo con Nise haré, por Dios, Liseo,
lo que veréis.
LISEO:
Pues démonos las manos
de amigos, no fingidos cortesanos,
sino como si fuéramos de Grecia,
adonde tanto el amistad se precia.
LAURENCIO:
Yo seré vuestro Pílades.
LISEO:
Yo, Orestes.
Salen OCTAVIO y TURÍN
OCTAVIO:
¿Son éstos?
TURÍN:
Ellos son.
OCTAVIO:
¿Y esto es pendencia?
TURÍN:
Conocieron de lejos tu presencia...
OCTAVIO:
¡Caballeros!
LISEO:
Señor, seáis bien venido.
OCTAVIO:
¿Qué hacéis aquí?
LISEO:
Como Laurencio ha sido
tan grande amigo mío, desde el día
que vine a vuestra casa, o a la mía,
venimos a ver el campo solos,
tratando nuestras cosas igualmente.
OCTAVIO:
De esa amistad me huelgo extrañamente.
Aquí vine a un jardín de un grande amigo,
y me holgaré de que volváis conmigo.
LISEO:
Será para los dos merced notable.
LAURENCIO:
Vamos a acompañaros y serviros.
OCTAVIO:
(Turín, ¿por qué razón me has
engañado?)
TURIN:
Porque deben de haber disimulado,
y porque, en fin, las más de las pendencias
mueren por madurar; que a no ser esto,
no hubiera mundo ya.
OCTAVIO:
Pues, di, ¿tan presto
se pudo remediar?
TURIN:
¿Qué más remedio
de no reñir que estar la vida en medio?
Vanse los cuatro. Salen NISE y FINEA
NISE:
De suerte te has engreído,
que te voy desconociendo.
FINEA:
De que eso digas, me ofendo.
Yo soy la que siempre he sido.
NISE:
Yo te vi menos discreta.
FINEA:
Y yo más segura a ti.
NISE:
¿Quién te va trocando ansí?
¿Quién te da lección secreta?
Otra memoria es la tuya.
¿Tomaste la anacardina?
FINEA:
Ni de Ana, ni Catalina,
he tomado lección suya.
Aquello que ser solía,
soy; porque sólo he mudado
un poco de más cuidado.
NISE:
¿No sabes que es prenda mía
Laurencio?
FINEA:
¿Quién te empeñó
a Laurencio?
NISE:
Amor.
FINEA:
¿A fe?
Pues yo le desempeñé,
y el mismo Amor me le dio.
NISE:
¡Quitaréte dos mil vidas,
boba dichosa!
FINEA:
No creas
que si a Laurencio deseas,
de Laurencio me dividas.
En mi vida supe más
de lo que él me ha dicho a mí;
eso sé y eso aprendí.
NISE:
Muy aprovechada estás;
mas de hoy más no ha de pasarte
por el pensamiento.
FINEA:
¿Quién?
NISE:
Laurencio.
FINEA:
Dices muy bien.
No volverás a quejarte.
NISE:
Si los ojos puso en ti,
quítelos luego.
FINEA:
Que sea
como tú quieres.
NISE:
Finea,
déjame a Laurencio a mí.
Marido tienes.
FINEA:
Yo creo
que no riñamos las dos.
NISE:
Quédate con Dios.
FINEA:
Adiós.
Vase NISE y sale LAURENCIO
¡En qué confusión me veo!
¿Hay mujer más desdichada?
Todos dan en perseguirme...
LAURENCIO:
(Detente en un punto firme, Aparte
Fortuna veloz y airada,
que ya parece que quieres
ayudar mi pretensión.
¡Oh, qué gallarda ocasión!)
¿Eres tú, mi bien?
FINEA:
No esperes,
Laurencio, verme jamás.
Todos me riñen por ti.
LAURENCIO:
Pues ¿qué te han dicho de mí?
FINEA:
Eso agora lo sabrás.
¿Dónde está mi pensamiento?
LAURENCIO:
¿Tu pensamiento?
FINEA:
Sí.
LAURENCIO:
En ti;
porque si estuviera en mí,
ya estuviera más contento.
FINEA:
¿Vesle tú?
LAURENCIO:
Yo no, jamás.
FINEA:
Mi hermana me dijo aquí
que no has de pasarme a mí
por el pensamiento más;
por eso allá te desvía,
y no me pases por él.
LAURENCIO:
Piensa que yo estoy en él,
y echarme fuera querría.
FINEA:
Tras esto dice que en mí
pusiste los ojos.
LAURENCIO:
Dice
verdad; no lo contradice
el alma que vive en ti.
FINEA:
Pues tú me has de quitar luego
los ojos que me pusiste.
LAURENCIO:
¿Cómo si en Amor consiste?
FINEA:
Que me los quites te ruego,
con ese lienzo, de aquí,
si yo los tengo en mis ojos.
LAURENCIO:
No más; cesen los enojos.
FINEA:
¿No están en mis ojos?
LAURENCIO:
Sí.
FINEA:
Pues limpia y quita los tuyos
que no han de estar en los míos.
LAURENCIO:
¡Qué graciosos desvaríos!
FINEA:
Ponlos a Nise en los suyos.
LAURENCIO:
Ya te limpio con el lienzo.
FINEA:
¿Quitástelos?
LAURENCIO:
¿No lo ves?
FINEA:
Laurencio, no se los des,
que a sentir penas comienzo.
Pues más hay; que el padre mío
bravamente se ha enojado
del abrazo que me has dado.
LAURENCIO:
(¿Mas que hay otro desvarío?) Aparte
FINEA:
También me le has de quitar;
no ha de reñirme por esto.
LAURENCIO:
¿Cómo ha de ser?
FINEA:
Siendo presto.
¿No sabes desabrazar?
LAURENCIO:
El brazo derecho alcé;
tienes razón, ya me acuerdo,
y agora alzaré el izquierdo,
y el abrazo desharé.
FINEA:
¿Estoy ya desabrazada?
LAURENCIO:
¿No lo ves?
Sale NISE
NISE:
¡Y yo también!
FINEA:
Huélgome, Nise, tan bien;
que ya no me dirás nada.
Ya Laurencio no me pasa
por el pensamiento a mí;
ya los ojos le volví,
pues que contigo se casa.
En el lienzo los llevó;
y ya me ha desabrazado.
LAURENCIO:
Tú sabrás lo que ha pasado,
con harta risa.
NISE:
Aquí no.
Vamos los dos al jardín,
que tengo bien que riñamos.
LAURENCIO:
Donde tú quisieres, vamos.
Vanse LAURENCIO y NISE
FINEA:
Ella se le lleva en fin.
¿Qué es esto, que me da pena
de que se vaya con él?
Estoy por irme tras él...
¿Qué es esto que me enajena
de mi propia libertad?
No me hallo sin Laurencio...
Mi padre es éste; silencio.
Callad, lengua; ojos hablad.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO:
¿Adónde está tu esposo?
FINEA:
Yo pensaba
que lo primero, en viéndome, que hicieras
fuera saber de mí si te obedezco.
OCTAVIO:
Pues eso, ¿a qué propósito?
FINEA:
¿Enojado,
no me dijiste aquí que era mal hecho
abrazar a Laurencio? ¿Pues agora
que me desabrazase le he rogado,
y el abrazo pasado me ha quitado.
OCTAVIO:
¿Hay cosa semejante? ¡Pues di, bestia!,
¿otra vez le abrazaste?
FINEA:
Que no es eso;
fue la primera vez alzado el brazo
derecho de Laurencio, aquel abrazo,
y agora levantó, que bien me acuerdo,
porque fuese al revés, el brazo izquierdo.
Luego desabrazada estoy agora.
OCTAVIO:
(Cuando pienso que sabe, más ignora; Aparte
ello es querer hacer lo que no quiso
Naturaleza).
FINEA:
Diga, señor padre,
¿cómo llaman aquella que se siente
cuando se va con otro lo que se ama?
OCTAVIO:
Ese agravio de amor, “celos” se llama.
FINEA:
¿Celos?
OCTAVIO:
¿Pues no lo ves, que son sus hijos?
FINEA:
El padre puede dar mil regocijos;
y es muy hombre de bien, mas desdichado
en que tan malos hijos ha crïado.
OCTAVIO:
(Luz va teniendo ya. Pienso y bien pienso
que si Amor la enseñase, aprendería).
FINEA:
¿Con qué se quita el mal de celosía?
OCTAVIO:
Con desenamorarse, si hay agravio,
que es el remedio más prudente y sabio;
que mientras hay amor ha de haber celos,
pensión que dieron a este bien los cielos.
¿Adónde Nise está?
FINEA:
Junto a la fuente,
con Laurencio se fue.
OCTAVIO:
¡Cansada cosa!
Aprende noramala a hablar su prosa,
déjese de sonetos y canciones;
allá voy, a romperle las razones.
Vase OCTAVIO
FINEA:
¿Por quién, en el mundo, pasa
esto que pasa por mí?
¿Qué vi denantes, qué vi,
que así me enciende y me abrasa?
Celos dice el padre mío
que son. ¡Brava enfermedad!
Sale LAURENCIO
LAURENCIO:
(Huyendo su autoridad, Aparte
de enojarle me desvío;
aunque, en parte, le agradezco
que estorbase los enojos
de Nise. Aquí están los ojos
a cuyos rayos me ofrezco).
¿Señora?
FINEA:
Estoy por no hablarte.
¿Cómo te fuiste con Nise?
LAURENCIO:
No me fui porque yo quise.
FINEA:
Pues ¿por qué?
LAURENCIO:
Por no enojarte.
FINEA:
Pésame si no te veo,
y en viéndote ya querría
que te fueses, y a porfía
anda el temor y el deseo.
Yo estoy celosa de ti;
que ya sé lo que son celos;
que su duro nombre, ¡ay cielos!,
me dijo mi padre aquí;
mas también me dio el remedio.
LAURENCIO:
¿Cuál es?
FINEA:
Desenamorarme;
porque podré sosegarme
quitando el amor de en medio.
LAURENCIO:
Pues eso, ¿cómo ha de ser?
FINEA:
El que me puso el amor
me lo quitaré mejor.
LAURENCIO:
Un remedio suele haber.
FINEA:
¿Cuál?
LAURENCIO:
Los que vienen aquí
al remedio ayudarán.
Salen PEDRO, DUARDO y FENISO
PEDRO:
Finea y Laurencio están
juntos.
FENISO:
Y él fuera de sí.
LAURENCIO:
Seáis los tres bien venidos
a la ocasión más gallarda
que se me pudo ofrecer;
y pues de los dos el alma
a sola Nise discreta
inclina las esperanzas,
oíd lo que con Finea
para mi remedio pasa.
DUARDO:
En esta casa parece,
según por los aires andas,
que te ha dado hechizos Circe.
Nunca sales de esta casa.
LAURENCIO:
Yo voy con mi pensamiento
haciendo una rica traza
para hacer oro de alquimia.
PEDRO:
La salud y el tiempo gastas.
Igual sería, señor,
cansarte, pues todo cansa,
de pretender imposibles.
LAURENCIO:
¡Calla, necio!
PEDRO:
El nombre basta
para no callar jamás;
que nunca los necios callan.
LAURENCIO:
Aguardadme mientras hablo
a Finea.
DUARDO:
Parte.
LAURENCIO:
Hablaba,
Finea hermosa, a los tres
para el remedio que aguardas.
FINEA:
¡Quítame presto el amor;
que con sus celos me mata!
LAURENCIO:
Si dices delante de éstos
como me das la palabra
de ser mi esposa y mujer,
todos los celos se acaban.
FINEA:
¿Eso no más? Yo lo haré.
LAURENCIO:
Pues tú misma a los tres llama.
FINEA:
¡Feniso, Duardo, Pedro!
TODOS:
¡Señora!
FINEA:
Yo doy palabra
de ser esposa y mujer
de Laurencio.
DUARDO:
¡Cosa extraña!
LAURENCIO:
¿Sois testigos de esto?
TODOS:
Sí.
LAURENCIO:
Pues haz cuenta que estás sana
del amor y de los celos,
que tanta pena te daban.
FINEA:
¡Dios te lo pague, Laurencio!
LAURENCIO:
Venid los tres a mi casa;
que tengo un notario allí.
FENISO:
Pues ¿con Finea te casa?
LAURENCIO:
Sí, Feniso.
FENISO:
¿Y Nise bella?
LAURENCIO:
¡Troqué discreción por plata!
Vanse los cuatro hombres. Salen NISE y OCTAVIO
NISE:
Hablando estaba con él
cosas de poca importancia.
OCTAVIO:
Mira, hija, que estas cosas
más deshonor que honor causan.
NISE:
Es un honesto mancebo
que de buenas letras trata,
y téngole por maestro.
OCTAVIO:
No era tan blanco en Granada
Juan Latino, que la hija
de un Veinticuatro enseñaba;
y siendo negro y esclavo,
porque fue su madre esclava
del claro Duque de Sessa,
honor de España y de Italia,
se vino a casar con ella;
que gramática estudiaba,
y la enseñó a conjugar
en llegando al amo, amas;
que así llama el matrimonio
el latín.
NISE:
De eso me guarda
ser tu hija.
FINEA:
¿Murmuráis
de mis cosas?
OCTAVIO:
¿Aquí estaba
esta loca?
FINEA:
Ya no es tiempo
de reñirme.
OCTAVIO:
¿Quién te habla?
¿Quién te riñe?
FINEA:
Nise y tú.
Pues sepan que agora acaba
de quitarme el amor todo
Laurencio, como la palma.
OCTAVIO:
(¿Hay alguna bobería?) Aparte
FINEA:
Díjome que se quitaba
el amor con que le diese
de su mujer la palabra;
y delante de testigos
se la he dado, y estoy sana
del amor y de los celos.
OCTAVIO:
¡Esto es cosa temeraria!
Ésta, Nise, ha de quitarme
la vida.
NISE:
¿Palabra dabas
de mujer a ningún hombre?
¿No sabes que estás casada?
FINEA:
¿Para quitarme el amor,
qué importa?
OCTAVIO:
No entre en mi casa
Laurencio más.
NISE:
Es error;
porque Laurencio la engaña;
que él y Liseo lo dicen
no más que para enseñarla.
OCTAVIO:
De esa manera, yo callo.
FINEA:
¡Oh!, pues ¿con eso nos tapa
la boca?
OCTAVIO:
Vente conmigo.
FINEA:
¿Adónde?
OCTAVIO:
Donde te aguarda
un notario.
FINEA:
Vamos.
OCTAVIO:
Ven.
(¡Qué descanso de mis canas!) Aparte
Vanse OCTAVIO y FINEA
NISE:
Hame contado Laurencio
que han tomado aquesta traza
Liseo y él para ver
si aquella rudeza labran,
y no me parece mal.
Sale LISEO
LISEO:
¿Hate contado mis ansias
Laurencio, discreta Nise?
NISE:
¿Qué me dices? ¿Sueñas o hablas?
LISEO:
Palabra me dio Laurencio
de ayudar mis esperanzas,
viendo que las pongo en ti.
NISE:
Pienso que de hablar te cansas
con tu esposa, o que se embota
en la dureza que labras
el cuchillo de tu gusto,
y, para volver a hablarla,
quieres darle un filo en mí.
LISEO:
Verdades son las que trata
contigo mi amor, no burlas.
NISE:
¿Estás loco?
LISEO:
Quien pensaba
casarse con quien lo era,
de pensarlo ha dado causa.
Yo he mudado pensamiento.,
NISE:
¡Qué necedad, qué inconstancia,
qué locura, error, traición
a mi padre y a mi hermana!
¡Id en buena hora, Liseo!
LISEO:
¿De esa manera me pagas
tan desatinado amor?
NISE:
Pues, si es desatino, ¡basta!
Sale LAURENCIO
LAURENCIO:
(Hablando están los dos solos. Aparte
Si Liseo se declara,
Nise ha de saber también
que mis lisonjas la engañan.
Creo que me ha visto ya.
NISE dice, como que habla con LISEO
NISE:
¡Oh, gloria de mi esperanza!
LISEO:
¿Yo vuestra gloria, señora?
NISE:
Aunque dicen que me tratas
con traición, yo no lo creo;
que no lo consiente el alma.
LISEO:
¿Traición, Nise? ¡Si en mi vida
mostrara amor a tu hermana,
me mate un rayo del cielo!
LAURENCIO:
(Es conmigo con quien habla Aparte
Nise, y presume Liseo
que le requiebra y regala).
NISE:
Quiérome quitar de aquí;
que con tal fuerza me engaña
Amor, que diré locuras.
LISEO:
No os vais, ¡oh, Nise gallarda!,
que después de los favores
quedará sin vida el alma.
NISE:
¡Dejadme pasar!
Vase NISE
LISEO:
¿Aquí
estabas a mis espaldas?
LAURENCIO:
Agora entré.
LISEO:
¿Luego a ti
te hablaba y te requebraba,
aunque me miraba a mí
aquella discreta ingrata?
LAURENCIO:
No tengas pena; las piedras
ablanda el curso del agua.
Yo sabré hacer que esta noche
puedas, en mi nombre, hablarla.
Ésta es discreta, Liseo.
No podrás, si no la engañas,
quitalla del pensamiento
el imposible que aguarda;
porque yo soy de Finea.
LISEO:
Si mi remedio no trazas,
cuéntame loco de amor.
LAURENCIO:
Déjame el remedio, y calla;
porque burlar un discreto
es la victoria más alta.
Vanse los dos
|
Acto tercero
Sale FINEA
FINEA:
¡Amor, divina invención
de conservar la belleza
de nuestra naturaleza,
o accidente o elección!
Extraños efectos son
los que de tu ciencia nacen,
pues las tinieblas deshacen,
pues hacen hablar los mudos;
pues los ingenios más rudos
sabios y discretos hacen.
No ha dos meses que vivía
a las bestias tan igual,
que aun el alma racional
parece que no tenía.
Con el animal sentía
y crecía con la planta;
la razón divina y santa
estaba eclipsada en mí,
hasta que en tus rayos vi,
a cuyo sol se levanta.
Tú desataste y rompiste
la escuridad de mi ingenio;
tú fuiste el divino genio
que me enseñaste y me diste
la luz con que me pusiste
el nuevo ser en que estoy.
Mil gracias, Amor, te doy,
pues me enseñaste tan bien,
que dicen cuantos me ven
que tan diferente soy.
A pura imaginación
de la fuerza de un deseo,
en los palacios me veo
de la divina razón.
¡Tanto la contemplación
de un bien pudo levantarme!
Ya puedes del grado honrarme,
dándome a Laurencio, Amor,
con quien pudiste mejor,
enamorada, enseñarme.
Sale CLARA
CLARA:
En grande conversación
están de tu entendimiento.
FINEA:
Huélgome que esté contento
mi padre en esta ocasión.
CLARA:
Hablando está con Miseno
de cómo lees, escribes
y danzas; dice que vives
con otra alma en cuerpo ajeno.
Atribúyele al amor
de Liseo este milagro.
FINEA:
En otras aras consagro
mis votos, Clara, mejor;
Laurencio ha sido el maestro.
CLARA:
Como Pedro lo fue mío.
FINEA:
De verlos hablar me río
en este milagro nuestro.
¡Gran fuerza tiene el Amor,
catedrático divino!
Salen MISENO y OCTAVIO
MISENO:
Yo pienso que es el camino
de su remedio mejor.
Y ya, pues habéis llegado
a ver con entendimiento
a Finea, que es contento
nunca de vos esperado,
a Nise podéis casar
con este mozo gallardo.
OCTAVIO:
Vos solamente a Düardo
pudiérades abonar.
Mozuelo me parecía
de estos que se desvanecen,
a quien agora enloquecen
la arrogancia y la poesía.
No son gracias de marido
sonetos. Nise es tentada
de académica endiosada,
que a casa los ha traído.
¿Quién le mete a una mujer
con Petrarca y Garcilaso,
siendo su Virgilio y Taso
hilar, labrar y coser?
Ayer sus librillos vi,
papeles y escritos varios;
pensé que devocionarios,
y de esta suerte leí:
Historia de dos amantes,
sacada de lengua griega;
Rimas, de Lope de Vega;
Galatea, de Cervantes;
el Camoes de Lisboa,
Los pastores de Belén,
comedias de don Guillén
de Castro, liras de Ochoa;
canción que Luis Vélez dijo
en la academia del duque
de Pastrana; obras de Luque;
cartas de don Juan de Arguijo;
cien sonetos de Liñán,
obras de Herrera el divino,
el libro del Peregrino,
y El pícaro, de Alemán.
Mas ¿qué os canso? Por mi vida,
que se los quise quemar.
MISENO:
Casalda y veréisla estar
ocupada y divertida
en el parir y el crïar.
OCTAVIO:
¡Qué gentiles devociones!
Si Düardo hace canciones,
bien los podemos casar.
MISENO:
Es poeta caballero;
no temáis. Hará por gusto
versos.
OCTAVIO:
Con mucho disgusto
los de Nise considero.
Temo, y en razón lo fundo,
si en esto da, que ha de haber
un Don Quijote mujer
que dé que reír al mundo.
Hablan OCTAVIO y MISENO a un lado
LISEO:
Trátasme con tal desdén,
que pienso que he de apelar
adonde sepan tratar
mis obligaciones bien;
pues advierte, Nise bella,
que Finea ya es sagrado;
que un amor tan desdeñado
puede hallar remedio en ella.
Tu desdén, que imaginé
que pudiera ser menor,
crece al paso de mi amor,
medra al lado de mi fe;
y su corto entendimiento
ha llegado a tal mudanza,
que puede dar esperanza
a mi loco pensamiento.
Pues, Nise, trátame bien;
o de Finea el favor
será sala en que mi amor
apele de tu desdén.
NISE:
Liseo, el hacerme fieros
fuera bien considerado
cuando yo te hubiera amado.
LISEO:
Los nobles y caballeros,
como yo, se han de estimar,
no lo indigno de querer.
NISE:
El amor se ha de tener
adonde se puede hallar;
que como no es elección,
sino sólo un accidente,
tiénese donde se siente,
no donde fuera razón.
El amor no es calidad,
sino estrellas que conciertan
las voluntades que aciertan
a ser una voluntad.
LISEO:
Eso, señora, no es justo;
y no lo digo con celos,
que pongáis culpa a los cielos
de la bajeza del gusto.
A lo que se hace mal,
no es bien decir:
“Fue mi estrella.”
NISE:
Yo no pongo culpa en ella
ni en el curso celestial;
porque Laurencio es un hombre
tan hidalgo y caballero
que pude honrar...
LISEO:
¡Paso!
NISE:
Quiero
que reverenciéis su nombre.
LISEO:
A no estar tan cerca Octavio...
OCTAVIO:
¡Oh, Liseo!
LISEO:
¿Oh, mi señor!
NISE:
(¡Que se ha de tener amor Aparte
por fuerza. ¡Notable agravio!)
Sale CELIA
CELIA:
El maestro de danzar
a las dos llama a lección.
OCTAVIO:
Él viene a buena ocasión.
Vaya un crïado a llamar
los músicos, porque vea
Miseno a lo que ha llegado
Finea.
LISEO:
(Amor, engañado, Aparte
hoy volverás a Finea;
que muchas veces Amor,
disfrazado en la venganza,
hace una justa mudanza
desde un desdén a un favor).
CELIA:
Los músicos y él venían.
Salen los MÚSICOS
OCTAVIO:
¡Muy bien venidos seáis!
LISEO:
(¡Hoy, pensamientos, vengáis Aparte
los agravios que os hacían!)
OCTAVIO:
Nise y Finea...
NISE:
¿Señor?
OCTAVIO:
Vaya aquí, por vida mía,
el baile del otro día.
LISEO:
¡Todo es mudanzas Amor!) Aparte
OCTAVIO, MISENO y LISEO se sienten; los MÚSICOS canten, y NISE y
FINEA bailen ansí
MÚSICOS:
“Amor, cansado de ver
tanto interés, en las damas,
y que, por desnudo y pobre,
ninguna favor le daba.
Pasóse a las Indias,
vendió el aljaba,
que más quiere doblones
que vidas y almas.
Trató en las Indias Amor,
no en joyas, seda y holandas,
sino en ser sutil tercero
de billetes y de cartas.
Volvió de las Indias
con oro y plata;
que el Amor bien vestido
rinde las damas.
Paseó la corte Amor
con mil cadenas y bandas;
las damas, como le veían,
de esta manera le hablan:
¿De dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¿De dó viene el caballero?
Viene de Panamá.
Trancelín en el sombrero.
Viene de Panamá.
Cadenita de oro al cuello.
Viene de Panamá.
En los brazos el gregüesco.
Viene de Panamá.
Las ligas con rapacejos.
Viene de Panamá.
Zapatos al uso nuevo.
Viene de Panamá.
Sotanilla a lo turquesco.
Viene de Panamá.
¿De dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¿De dó viene el hijodalgo?
Viene de Panamá.
Corto cuello y puños largos.
Viene de Panamá.
La daga, en banda, colgando.
Viene de Panamá.
Guante de ámbar adobado.
Viene de Panamá.
Gran jugador del vocablo.
Viene de Panamá.
No da dinero y da manos.
Viene de Panamá.
Enfadoso y mal crïado.
Viene de Panamá.
Es Amor; llámase indiano.
Viene de Panamá.
Es chapetón castellano.
Viene de Panamá.
En criollo disfrazado.
Viene de Panamá.
¿Do dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¡Oh, qué bien parece Amor
con las cadenas y galas;
que sólo el dar enamora,
porque es cifra de las gracias!
Niñas, doncellas y viejas
van a buscarle a su casa,
más importunas que moscas
en viendo que hay mil de plata.
Sobre cuál le ha de querer,
de vivos celos se abrasan,
y alrededor de su puerta
unas tras otras le cantan:
¡Dejas las avellanicas, moro,
que yo me las varearé!
El Amor se ha vuelto godo.
Que yo me las varearé.
Puños largos, cuello corto.
Que yo me las varearé.
Sotanilla y liga de oro.
Que yo me las varearé.
Sombrero y zapato romo.
Que yo me las varearé.
Manga ancha, calzón angosto.
Que yo me las varearé.
El habla mucho y da poco.
Que yo me las varearé.
Es viejo, y dice que es mozo.
Que yo me las varearé.
Es cobarde, y matamoros.
Que yo me las varearé.
Ya se descubrió los ojos.
Que yo me las varearé.
¡Amor loco y amor loco!
Que yo me las varearé.
¡Yo por vos, y vos por otro!
Que yo me las varearé.
¡Deja las avellanicas, moro,
que yo me las varearé!”
MISENO:
Gallardamente, por cierto.
Dad gracias al cielo, Octavio,
que os satisfizo el agravio.
OCTAVIO:
Hagamos este concierto
de Düardo y de Finea.
Hijas, yo tengo que hablaros.
FINEA:
Yo nací para agradaros.
OCTAVIO:
¿Quién hay que mi dicha crea?
Vanse todos. Queden allí LISEO y TURÍN
LISEO:
Oye, Turín.
TURÍN:
¿Qué me quieres?
LISEO:
Quiérote comunicar
un nuevo gusto.
TURÍN:
Si es dar
sobre tu amor pareceres,
busca un letrado de amor.
LISEO:
Yo he mudado parecer.
TURÍN:
A ser dejar de querer
a Nise, fuera el mejor.
LISEO:
El mismo; porque Finea
me ha de vengar de su agravio.
TURÍN:
No te tengo por tan sabio
que tal discreción te crea.
LISEO:
De nuevo quiero tratar
mi casamiento. Allá voy.
TURÍN:
De tu parecer estoy.
LISEO:
Hoy me tengo de vengar.
TURÍN:
Nunca ha de ser el casarse
por vengarse de un desdén;
que nunca se casó bien
quien se casó por vengarse.
Porque es gallarda Finea
y porque el seso cobró
—pues de Nise no sé yo
que tan entendida sea—,
será bien casarte luego.
LISEO:
Miseno ha venido aquí.
Algo tratan contra mí.
TURIN:
Que lo mires bien te ruego.
LISEO:
¡No hay más! ¡A pedirla voy!
Vase LISEO
TURÍN:
El cielo tus pasos guíe
y del error te desvíe,
en que yo por Celia estoy.
¡Que enamore Amor un hombre
como yo! ¡Amor desatina!
¡Que una ninfa de cocina,
para blasón de su nombre,
ponga “Aquí murió Turín
entre sartenes y cazos!”
Salen LAURENCIO y PEDRO
LAURENCIO:
Todo es poner embarazos
para que no llegue al fin.
PEDRO:
¡Habla bajo, que hay escuchas!
LAURENCIO:
¡Oh, Turín!
TURÍN:
¡Señor Laurencio!
LAURENCIO:
¿Tanta quietud y silencio?
TURÍN:
Hay obligaciones muchas
para callar un discreto,
y yo muy discreto soy.
LAURENCIO:
¿Qué hay de Liseo?
TURÍN:
A eso voy.
Fuése a casar.
PEDRO:
¡Buen secreto!
TURÍN:
Está tan enamorado
de la señora Finea,
si no es que venganza sea
de Nise, que me ha jurado
que luego se ha de casar,
y es ido a pedirla a Octavio.
LAURENCIO:
¿Podré yo llamarme a agravio?
TURÍN:
¿Pues él os puede agraviar?
LAURENCIO:
Las palabras ¿suelen darse
para no cumplirlas?
TURÍN:
No.
LAURENCIO:
De no casarse la dio.
TURÍN:
Él no la quiebra en casarse.
LAURENCIO:
¿Cómo?
TURÍN:
Porque no se casa
con la que solía ser,
sino con otra mujer.
LAURENCIO:
¿Cómo es otra?
TURÍN:
Porque pasa
del no saber al saber,
y con saber le obligó.
¿Mandáis otra cosa?
LAURENCIO:
No.
TURÍN:
Pues adiós.
Vase TURÍN
LAURENCIO:
¿Qué puedo hacer?
Lo mismo que presumí
y tenía sospechado
del ingenio que ha mostrado,
Finea se cumpla aquí.
Como la ha visto Liseo
tan discreta, la afición
ha puesto en la discreción.
PEDRO:
Y en el oro, algún deseo.
Cansólo la bobería;
la discreción le animó.
Sale FINEA
FINEA:
Clara, Laurencio, me dio
nuevas de tanta alegría.
Luego a mi padre dejé,
y aunque ella me lo callara,
yo tengo quien me avisara,
que es el alma que te ve
por mil vidrios y cristales,
por donde quiera que vas
porque en mis ojos estás
con memorias inmortales.
Todo este grande lugar
tiene colgado de espejos
mi amor, juntos y parejos
para poderte mirar.
Si vuelvo el rostro, allí veo
tu imagen; si a estotra parte,
también; y ansí viene a darte
nombre de sol mi deseo;
que en cuantos espejos mira
y fuentes de pura plata,
su bello rostro retrata
y su luz divina espira.
LAURENCIO:
¡Ay, Finea! A Dios pluguiera
que nunca tu entendimiento
llegara, como ha llegado
a la mudanza que veo,
Necio, me tuve seguro,
y sospechoso discreto;
porque yo no te quería
para pedirte consejo.
¿Qué libro esperaba yo
de tus manos? ¿En qué pleito
habías jamás de hacerme
información en derecho?
Inocente te quería,
porque una mujer cordero
es tusón de su marido,
que puede traerla al pecho.
Todos habéis lo que basta
para casada, a lo menos;
no hay mujer necia en el mundo,
porque el no hablar no es defeto.
Hable la dama en la reja,
escriba, diga concetos
en el coche, en el estrado,
de amor, de engaños, de celos;
pero la casada sepa
de su familia el gobierno;
porque el más discreto hablar
no es santo como el silencio.
Mira el daño que me vino
de transformarse tu ingenio,
pues va a pedirte, ¡ay de mí!,
para su mujer, Liseo.
¡Ya deja a Nise, tu hermana!
¡Él se casa! ¡Yo soy muerto!
¡Nunca, plega a Dios, hablaras!
FINEA:
¿De qué me culpas, Laurencio?
A pura imaginación
del alto merecimiento
de tus prendas, aprendí
el que tú dices que tengo.
Por hablarte supe hablar,
vencida de tus requiebros;
por leer en tus papeles
libros difíciles leo;
para responderte, escribo;
no he tenido otro maestro
que Amor; Amor me ha enseñado.
Tú eres la ciencia que aprendo.
¿De qué te quejas de mí?
LAURENCIO:
De mi desdicha me quejo;
pero, pues ya sabes tanto,
dame, señora, un remedio.
FINEA:
El remedio es fácil.
LAURENCIO:
¿Cómo?
FINEA:
Si, porque mi rudo ingenio,
que todos aborrecían,
se ha transformado en discreto,
Liseo me quiere bien,
con volver a ser tan necio
como primero le tuve,
me aborrecerá Liseo.
LAURENCIO:
Pues, ¿sabrás fingirte boba?
FINEA:
Sí; que lo fui mucho tiempo,
y el lugar donde se nace
saben andarle los ciegos.
Demás de esto, las mujeres
naturaleza tenemos
tan pronta para fingir
o con amor o con miedo,
que, antes de nacer, fingimos.
LAURENCIO:
¿Antes de nacer?
FINEA:
Yo pienso
que en tu vida lo has oído.
Escucha.
LAURENCIO:
Ya escucho atento.
FINEA:
Cuando estamos en el vientre
de nuestras madres, hacemos
entender a nuestros padres,
para engañar sus deseos,
que somos hijos varones;
y así verás que, contentos,
acuden a sus antojos
con amores, con requiebros,
y esperando el mayorazgo,
tras tantos regalos hechos,
sale una hembra, que corta
la esperanza del suceso.
Según esto, si pensaron
que era varón, y hembra vieron,
antes de nacer fingimos.
LAURENCIO:
Es evidente argumento;
pero yo veré si sabes
hacer, Finea, tan presto
mudanza de extremos tales.
FINEA:
Paso, que viene Liseo.
LAURENCIO:
Allí me voy a esconder.
FINEA:
Ve presto.
LAURENCIO:
Sígueme, Pedro.
PEDRO:
En muchos peligros andas.
LAURENCIO:
Tal estoy, que no los siento.
Escóndense LAURENCIO y PEDRO. Salen LISEO y TURÍN
LISEO:
En fin, queda concertado.
TURÍN:
En fin, estaba del cielo
que fuese tu esposa.
LISEO:
(Aparte Aquí
está mi primero dueño).
¿No sabéis, señora mía,
cómo ha tratado Miseno
casar a Dúardo y Nise,
y cómo yo también quiero
que se hagan nuestras bodas
con las suyas?
FINEA:
No lo creo;
que Nise me ha dicho a mí
que está casada en secreto
con vos.
LISEO:
¿Conmigo?
FINEA:
No sé
si érades vos u Oliveros.
¿Quién sois vos?
LISEO:
¿Hay tal mudanza?
FINEA:
¿Quién decís?, que no me acuerdo.
Y si mudanza os parece,
¿cómo no veis que en el cielo
cada mes hay nuevas lunas?
LISEO:
¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
TURÍN:
¡Si le vuelve el mal pasado!
FINEA:
Pues, decidme; si tenemos
luna nueva cada mes,
¿adónde están? ¿Qué se han hecho
las viejas de tantos años?
¿Daisos por vencido?
LISEO:
(Temo Aparte
que era locura su mal).
FINEA:
Guárdanlas para remiendo
de las que salen menguadas.
¿Veis ahí que sois un necio?
LISEO:
Señora, mucho me admiro
de que ayer tan alto ingenio
mostrásedes.
FINEA:
Pues, señor,
agora ha llegado al vuestro;
que la mayor discreción
es acomodarse al tiempo.
LISEO:
Eso dijo el mayor sabio.
PEDRO:
(Y esto escucha el mayor necio Aparte).
LISEO:
Quitado me habéis el gusto.
FINEA:
No he tocado a vos, por cierto.
Mirad, que se habrá caído.
LISEO:
(¡Linda ventura tenemos! Aparte
Pídole a Octavio a Finea,
y cuando a decirle vengo
el casamiento tratado,
hallo que a su ser se ha vuelto).
Volved, mi señora, en vos,
considerando que os quiero
por mi dueño para siempre.
FINEA:
¿Por mi dueña? ¡Majadero!
LISEO:
¿Así tratáis un esclavo
que os da el alma?
FINEA:
¿Cómo es eso?
LISEO:
Que os doy el alma.
FINEA:
¿Qué es alma?
LISEO:
¿Alma? El gobierno del cuerpo.
FINEA:
¿Cómo es un alma?
LISEO:
Señora,
como filósofo, puedo
definirla, no pintarla.
FINEA:
¿No es alma la que en el peso
le pintan a San Miguel?
LISEO:
También a un ángel ponemos
alas y cuerpo, y, en fin,
es un espíritu bello.
FINEA:
¿Hablan las almas?
LISEO:
Las almas
obran por los instrumentos,
por los sentidos y partes
de que se organiza el cuerpo.
FINEA:
¿Longaniza come el alma?
TURÍN:
¿En qué te cansas?
LISEO:
No puedo
pensar sino que es locura.
TURÍN:
Pocas veces de los necios
se hacen los locos, señor.
LISEO:
Pues, ¿de quién?
TURÍN:
De los discretos;
porque de diversas causas
nacen efetos diversos.
LISEO:
¡Ay, Turín! Vuélvome a Nise.
Más quiero el entendimiento
que toda la voluntad.
Señora, pues mi deseo,
que era de daros el alma,
no pudo tener efeto,
quedad con Dios.
FINEA:
Soy medrosa
de las almas, porque temo
que de tres que andan pintadas,
puede ser la del infierno.
La noche de los difuntos
no saco, de puro miedo,
la cabeza de la ropa.
TURIN:
Ella es loca sobre necio,
que es la peor guarnición.
LISEO:
Decirlo a su padre quiero.
Vanse LISEO y TURÍN. Salen LAURENCIO y PEDRO
LAURENCIO:
¿Puedo salir?
FINEA:
¿Qué te dice?
LAURENCIO:
Que ha sido el mejor remedio
que pudiera imaginarse.
FINEA:
Sí; pero siento en extremo
volverme a boba, aun fingida,
y pues fingida los siento,
los que son bobos de veras,
¿cómo viven?
LAURENCIO:
No sintiendo.
PEDRO:
Pues si un tonto ver pudiera
su entendimiento a una espejo,
¿no fuera huyendo de sí?
La razón de estar contentos
es aquella confïanza
de tenerse por discretos.
FINEA:
Háblame, Laurencio mío,
sutilmente, porque quiero
desquitarme de ser boba.
Salen NISE y CELIA
NISE:
¡Siempre Finea y Laurencio
juntos! Sin duda se tienen
amor. No es posible menos.
CELIA:
Yo sospecho que te engañan.
NISE:
Desde aquí los escuchemos.
LAURENCIO:
¿Qué puede, hermosa Finea,
decirte el alma, aunque sale
de sí misma, que se iguale
a lo que mi amor desea?
Allá mis sentidos tienes;
escoge de lo sutil,
presumiendo que en abril
por amenos prados vienes.
Corta las diversas flores;
porque, en mi imaginación,
tales los deseos son.
NISE:
Éstos, Celia, ¿son amores
o regalos de cuñado?
CELIA:
Regalos deben de ser;
pero no quisiera ver
cuñado tan regalado.
FINEA:
¡Ay Dios; si llegase día
en que viese mi esperanza
su posesión.
LAURENCIO:
¿Qué no alcanza
una amorosa porfía?
PEDRO:
Tu hermana, escuchando.
LAURENCIO:
¡Ay, cielos!
FINEA:
Vuélvome a boba.
LAURENCIO:
Eso importa.
FINEA:
Vete.
NISE:
Espérate, reporta
los pasos.
LAURENCIO:
¿Vendrás con celos?
NISE:
Celos son para sospechas;
traiciones son las verdades.
LAURENCIO:
¡Qué presto te persüades
y de engaños te aprovechas!
¿Querrás buscar ocasión
para querer a Liseo,
a quien ya tan cerca veo
de tu boda y posesión?
Bien haces, Nise; haces bien.
Levántame un testimonio,
porque de este matrimonio
a mí la culpa me den.
Y si te quieres casar,
déjame a mí.
Vase LAURENCIO
NISE:
¡Bien me dejas!
¡Vengo a quejarme, y te quejas!
¿Aun no me dejas hablar?
PEDRO:
Tiene razón mi señor.
Cásate y acaba ya.
Vase PEDRO
NISE:
¿Qué es aquesto?
CELIA:
Que se va
Pedro con el mismo humor;
y aquí viene bien que Pedro
es tan ruín como su amo.
NISE:
Ya le aborrezco y desamo.
¡Qué bien con las quejas medro!
Pero fue linda invención
anticiparse a reñir.
CELIA:
Y el Pedro, ¿quién le vio ir
tan bellaco y socarrón?
NISE:
Y tú, que disimulando
estás la traición que has hecho,
lleno de engaños el pecho,
con que me estás abrasando,
pues, como sirena, fuiste
medio pez, medio mujer,
pues, de animal, a saber
para mi daño veniste,
¿piensas que le has de gozar?
FINEA:
¿Tú me has dado pez a mí,
ni sirena, ni yo fui
jamás contigo a la mar?
¡Anda Nise, que estás loca!
NISE:
¿Qué es esto?
CELIA:
A tonta se vuelve.
NISE:
¡A una cosa te resuelve!
Tanto el furor me provoca,
que el alma te he de sacar.
FINEA:
¿Tienes cuenta de perdón?
NISE:
Téngola de tu traición;
pero no de perdonar.
El alma piensas quitarme
en quien el alma tenía.
Dame el alma que solía,
traidora hermana, animarme.
Mucho debes de saber,
pues del alma me desalmas.
FINEA:
Todos me piden sus almas;
almario debo de ser.
Toda soy hurtos y robos;
montes hay donde no hay gente.
Yo me iré a meter serpiente;
que ya no es tiempo de bobos.
NISE:
¡Dame el alma!
Salen OCTAVIO, FENISO y DUARDO
OCTAVIO:
¿Qué es aquesto?
FINEA:
Almas me piden a mí;
¿soy yo Purgatorio?
NISE:
¡Sí!
FINEA:
Pues procura salir presto.
OCTAVIO:
¿No sabremos la ocasión
de vuestro enojo?
FINEA:
Querer
Nise, a fuerza de saber,
pedir lo que no es razón.
Alma, sirenas y peces
dice que me ha dado a mí
OCTAVIO:
¿Hase vuelto a boba?
NISE:
Sí.
OCTAVIO:
Tú, pienso que la embobeces.
FINEA:
Ella me ha dado ocasión;
que me quita lo que es mío.
OCTAVIO:
Se ha vuelto a su desvarío,
¡muerto soy!
FENISO:
Desdichas son.
DUARDO:
¿No decían que ya estaba
con mucho seso?
OCTAVIO:
¡Ay de mí!
NISE:
Yo quiero hablar claro.
OCTAVIO:
Di.
NISE:
Todo tu daño se acaba
con mandar resueltamente
—pues, como padre, podrás,
y, aunque en todo, en esto más,
pues tu honor no lo consiente—
que Laurencio no entre aquí.
OCTAVIO:
¿Por qué?
NISE:
Porque él ha causado
que ésta no se haya casado
y que yo te enoje a ti.
OCTAVIO:
¡Pues eso es muy fácil cosa!
NISE:
Pues tu casa en paz tendrás.
Salen LAURENCIO y PEDRO
PEDRO:
¡Contento, en efeto, estás!
LAURENCIO:
¡Invención maravillosa!
CELIA:
Ya Laurencio viene aquí.
OCTAVIO:
Laurencio, cuando labré
esta casa, no pensé
que academia institüí;
ni cuando a Nise crïaba
pensé que para poeta,
sino que a mujer perfeta,
con las letras la enseñaba.
Siempre alabé la opinión
de que a la mujer prudente,
con saber medianamente,
le sobra la discreción.
No quiero más poesías;
los sonetos se acabaron,
y las músicas cesaron;
que son ya breves mis días.
Por allá los podréis dar,
si os faltan telas y rasos;
que no hay tales Garcilasos
como dinero y callar.
Éste venden por dos reales,
y tiene tantos sonetos,
elegantes y discretos,
que vos no lo haréis tales;
ya no habéis de entrar aquí
con este achaque. Id con Dios.
LAURENCIO:
Es muy justo, como vos
me deis a mi esposa a mí;
que vos hacéis vuestro gusto
en vuestra casa, y es bien
que en la mía yo también
haga lo que fuere justo.
OCTAVIO:
¿Qué mujer os tengo yo?
LAURENCIO:
Finea.
OCTAVIO:
¿Estáis loco?
LAURENCIO:
Aquí
hay tres testigos del “sí”
que ha más de un mes me dio.
OCTAVIO:
¿Quién son?
LAURENCIO:
Düardo, Feniso
y Pedro.
OCTAVIO:
¿Es esto verdad?
FENISO:
Ella de su voluntad
Octavio, dársele quiso.
DUARDO:
Así es verdad.
PEDRO:
¿No bastaba
que mi señor lo dijese?
OCTAVIO:
Que, como simple, le diese
a un hombre que la engañaba,
no ha de valer. Di, Finea;
¿no eres simple?
FINEA:
Cuando quiero.
OCTAVIO:
¿Y cuando no?...
FINEA:
No.
OCTAVIO:
¿Qué espero?
Mas, cuando simple no sea,
con Liseo está casada.
A la justicia me voy.
Vase OCTAVIO
NISE:
Ven, Celia, tras él; que estoy
celosa y desesperada.
Vanse NISE y CELIA
LAURENCIO:
¡Id, por Dios, tras él los dos!
No me suceda un disgusto.
FENISO:
Por vuestra amistad es justo.
DUARDO:
¡Mal hecho ha sido, por Dios!
FENISO:
¿Ya habláis como desposado
de Nise?
DUARDO:
Piénsolo ser.
Vanse DUARDO y FENISO
LAURENCIO:
Todo se ha echado a perder;
Nise mi amor le ha contado.
¿Qué remedio puede haber
si a verte no puedo entrar?
FINEA:
No salir.
LAURENCIO:
¿Dónde he de estar?
FINEA:
¿Yo no te sabré esconder?
LAURENCIO:
¿Dónde?
FINEA:
En casa hay un desván
famoso para esconderte.
¡Clara!
Sale CLARA
CLARA:
¿Mi señora?
FINEA:
Advierte
que mis desdichas están
en tu mano. Con secreto
lleva a Laurencio al desván.
CLARA:
¿Y a Pedro?
FINEA:
También.
CLARA:
Galán,
camine.
LAURENCIO:
Yo te prometo
que voy temblando.
FINEA:
¿De qué?
PEDRO:
Clara, en llegando la hora
de muquir, di a tu señora
que algún sustento nos dé.
CLARA:
Otro comerá peor
que tú.
PEDRO:
¿Yo al desván? ¿Soy gato?
Vanse LAURENCIO, PEDRO y CLARA
FINEA:
¿Porque de imposibles trato,
esté público mi amor?
En llegándose a saber
una voluntad, no hay cosa
más triste y escandalosa
por una honrada mujer.
Lo que tiene de secreto
eso tiene Amor de gusto.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO:
(Harélo, aunque fuera justo
poner mi enojo, en efeto.
FINEA:
¿Vienes ya desenojado?
OCTAVIO:
Por los que me lo han pedido.
FINEA:
Perdón mil veces te pido.
OCTAVIO:
¿Y Laurencio?
FINEA:
Aquí ha jurado
no entrar en la corte más.
OCTAVIO:
¿Adónde se fue?
FINEA:
A Toledo.
OCTAVIO:
¡Bien hizo!
FINEA:
No tengas miedo
que vuelva a Madrid jamás.
OCTAVIO:
Hija, pues simple naciste,
y, por milagro de Amor,
dejaste el pasado error,
¿cómo el ingenio perdiste?
FINEA:
¿Qué quieres, padre? ¡A la fe!
De bobos no hay que fïar.
OCTAVIO:
Yo lo pienso remediar.
FINEA:
¿Cómo si el otro se fue?
OCTAVIO:
Pues te engañan fácilmente
los hombres, en viendo alguno,
te has de esconder, que ninguno
te ha de ver eternamente.
FINEA:
¿Pues dónde?
OCTAVIO:
En parte secreta.
FINEA:
¿Será bien en un desván,
donde los gatos están?
¿Quieres tú que allí me meta?
OCTAVIO:
Adonde te diere gusto,
como ninguno te vea.
FINEA:
Pues, ¡alto! En el desván sea;
tú lo mandas, será justo.
Y advierte que lo has mandado.
OCTAVIO:
¡Una y mil veces!
Salen LISEO y TURÍN
LISEO:
Si quise
con tantas veras a Nise,
mal puedo haberla olvidado.
FINEA:
Hombres vienen. Al desván,
padre, yo voy a esconderme.
OCTAVIO:
Hija, Liseo no importa.
FINEA:
Al desván, padre; hombres vienen.
OCTAVIO:
Pues ¿no ves que son de casa?
FINEA:
No yerra quien obedece.
No me ha de ver hombre más,
sino quien mi esposo fuere.
Vase FINEA
LISEO:
Tus disgustos he sabido.
OCTAVIO:
Soy padre...
LISEO:
Remedio puedes
poner en aquestas cosas.
OCTAVIO:
Ya le he puesto, con que dejen
mi casa los que la inquietan.
LISEO:
Pues, ¿de qué manera?
OCTAVIO:
Fuése
Laurencio a Toledo ya.
LISEO:
¡Qué bien has hecho!
OCTAVIO:
¿Y tú crees
vivir aquí, sin casarte?
Porque el mismo inconveniente
se sigue de que aquí estés.
Hoy hace, Liseo, dos meses
que me traes en palabras...
LISEO:
¡Bien mi término agradeces!
Vengo a casar con Finea,
forzado de mis parientes,
y hallo una simple mujer.
¿Que la quiera, Octavio, quieres?
OCTAVIO:
Tienes razón. ¡Acabóse!
Pero es limpia, hermosa y tiene
tanto doblón que podría
doblar el mármol más fuerte.
¿Querías cuarenta mil
ducados con una Fénix?
¿Es coja, o manca, Finea?
¿Es ciega? Y cuando lo fuese,
¿hay falta, en Naturaleza
que con oro no se afeite?
LISEO:
Dame a Nise.
OCTAVIO:
No ha dos horas
que Miseno la promete
a Düardo, en nombre mío;
y pues hablo claramente,
hasta mañana a estas horas
te doy para que lo pienses;
porque, de no te casar,
para que en tu vida entres
por las puertas de mi casa,
que tan enfadada tienes
haz cuenta que eres poeta.
Vase OCTAVIO
LISEO:
¿Qué te dice?
TURÍN:
Que te aprestes
y con Finea te cases;
porque si veinte mereces,
porque sufras una boba
te añaden los otros veinte.
Si te dejas de casar,
te han de decir más de siete:
“¡Miren la bobada!”
LISEO:
Vamos;
que mi temor se resuelve
de no se casar a bobas.
TURÍN:
Que se casa, me parece,
a bobas, quien sin dineros
en tanta costa se mete.
Vanse los dos. Salen FINEA y CLARA
FINEA:
Hasta agora, bien nos va.
CLARA:
No hayas miedo que se entienda.
FINEA:
¡Oh, cuánto a mi amada prenda
deben mis sentidos ya!
CLARA:
¡Con la humildad que se pone
en el desván...!
FINEA:
No te espantes;
que es propia casa de amantes,
aunque Laurencio perdone.
CLARA:
¡Y quién no vive en desván,
de cuanto hoy han nacido...!
FINEA:
Algún humilde que ha sido
de los que en lo bajo están.
CLARA:
¡En el desván vive el hombre
que se tiene por más sabio
que Platón!
FINEA:
Hácele agravio;
que fue divino su nombre.
CLARA:
¡En el desván, el que anima
a grandezas su desprecio!
¡En el desván más de un necio
que por discreto se estima...!
FINEA:
¿Quieres que te diga yo
cómo es falta natural
de necios, no pensar mal
de sí mismos?
CLARA:
¿Cómo no?
FINEA:
La confïanza secreta
tanto el sentido les roba,
que, cuando era yo muy boba,
me tuve por muy discreta;
y como es tan semejante
el saber con la humildad,
ya que tengo habilidad,
me tengo por ignorante.
CLARA:
¡En el desván vive bien
un matador criminal,
cuya muerte natural
ninguno o pocos la ven!
¡En el desván, de mil modos,
y sujeto a mil desgracias,
aquél que, diciendo gracias,
es desgraciado con todos!
¡En el desván, una dama
que, creyendo a quien la inquieta,
por una hora de discreta
pierde mil años de fama!
¡En el desván, un preciado
de lindo, y es un caimán,
pero tiénele el desván,
como el espejo, engañado!
¡En el desván, el que canta
con voz de carro de bueyes,
y el que viene de Muleyes
y a los godos se levanta!
¡En el desván, el que escribe
versos legos y donados,
y el que, por vanos cuidados,
sujeto a peligros vive!
Finalmente...
FINEA:
Espera un poco;
que viene mi padre aquí.
Salen OCTAVIO, MISENO, DUARDO, y FENISO
MISENO:
¿Eso le dijiste?
OCTAVIO:
Sí,
que a tal favor me provoco.
No ha de quedar, ¡vive el cielo!,
en mi casa quien me enoje.
FENISO:
Y es justo que se despoje
de tanto necio mozuelo.
OCTAVIO:
Pidióme, graciosamente,
que con Nise le casase;
díjele que no pensase
en tal cosa eternamente,
y así estoy determinado.
MISENO:
Oíd, que está aquí Finea.
OCTAVIO:
Hija, escucha...
FINEA:
Cuando vea,
como me lo habéis mandado,
que estáis solo.
OCTAVIO:
Espera un poco;
que te he casado.
FINEA:
¡Que nombres
casamiento, donde hay hombres...!
OCTAVIO:
¿Luego, tiénesme por loco?
FINEA:
No, padre; mas hay aquí
hombres, y voyme al desván.
OCTAVIO:
Aquí, por tu bien, están.
La dama boba
155
FENISO:
Vengo a que os sirváis de mí.
FINEA:
¡Jesús, señor! ¿No sabéis
lo que mi padre ha mandado?
MISENO:
Oye; que hemos concertado
que os caséis.
FINEA:
¡Gracia tenéis!
No ha de haber hija obediente
como yo. Voyme al desván.
MISENO:
Pues ¿no es Feniso galán?
FINEA:
¡Al desván, señor pariente!
Vase FINEA
DUARDO:
¿Cómo vos le habéis mandado
que de los hombres se esconda?
OCTAVIO:
No sé, ¡por Dios!, qué os responda.
Con ella estoy enojado,
o con mi contraria estrella.
MISENO:
Ya viene Liseo aquí.
Determinaos.
La dama boba
156
OCTAVIO:
Yo, por mí,
¿qué puedo decir sin ella?
Salen LISEO, NISE y TURÍN
LISEO:
Ya que me parto de ti,
sólo quiero que conozcas
lo que pierdo por quererte.
NISE:
Conozco que tu persona
merece ser estimada;
y como mi padre agora
venga bien en que seas mío,
yo me doy por tuya toda;
que en los agravios de amor
es la venganza gloriosa.
LISEO:
¡Ay, Nise! ¡Nunca te vieran
mis ojos, pues fuiste sola
de mayor incendio en mí
que fue Elena para Troya!
Vine a casar con tu hermana,
y en viéndote, Nise hermosa,
mi libertad salteaste,
del alma preciosa joya.
Nunca más el oro pudo,
con su fuerza poderosa,
que ha derribado montañas
de costumbres generosas,
humillar mis pensamientos
a la bajeza que doran
los resplandores, que a veces
ciegan tan altas personas.
Nise, ¡duélete de mí,
ya que me voy!
TURÍN:
Tiempla agora,
bella Nise, tus desdenes;
que se va Amor por la posta
a la casa del agravio.
NISE:
Turín, las lágrimas solas
de un hombre han sido en el mundo
veneno para nosotras.
No han muerto tantas mujeres
de fuego, hierro y ponzoña
como de lágrimas vuestras.
TURÍN:
Pues mira un hombre que llora.
¿Eres tú bárbara tigre?
¿Eres pantera? ¿Eres onza?
¿Eres duende? ¿Eres lechuza?
¿Eres Circe? ¿Eres Pandorga?
¿Cuál de aquestas cosas eres,
que no estoy bien en historias?
NISE:
¿No basta decir que estoy
rendida?
Sale CELIA
CELIA:
Escucha, señora...
NISE:
¿eres Celia?
CELIA:
Sí.
NISE:
¿Qué quieres;
que ya todos se alborotan
de verte venir turbada?
OCTAVIO:
Hija, ¿qué es esto?
CELIA:
Una cosa
que os ha de poner cuidado.
OCTAVIO:
¿Cuidado?
CELIA:
Yo vi que agora
llevaba Clara un tabaque
con dos perdices, dos lonjas,
dos gazapos, pan, toallas,
cuchillo, salero y bota.
Seguíle, y vi que al desván
caminaba...
OCTAVIO:
Celia loca,
para la boba sería.
FENISO:
¡Qué bien que comen las bobas!
OCTAVIO:
Ha dado en irse al desván,
porque hoy le dije a la tonta
que, para que no la engañen,
en viendo un hombre, se esconda.
CELIA:
Eso fuera, a no haber sido,
para saberlo, curiosa.
Subí tras ella, y cerró
la puerta...
MISENO:
Pues bien; ¿qué importa?
CELIA:
¿No importa, si en aquel suelo,
como si fuera una alfombra
de las que la primavera
en prados fértiles borda,
tendió unos blancos manteles,
a quien hicieron corona
dos hombres, ella y Finea?
OCTAVIO:
¿Hombres? ¡Buena va mi honra!
¿Conocístelos?
CELIA:
No pude.
FENISO:
Mira bien si se te antoja,
Celia...
OCTAVIO:
No será Laurencio,
que está en Toledo.
DUARDO:
Reporta
el enojo. Yo y Feniso
subiremos...
OCTAVIO:
¡Reconozcan
la casa que han afrentado!
Vase OCTAVIO
FENISO:
No suceda alguna cosa...
NISE:
No hará; que es cuerdo mi padre.
DUARDO:
Cierto, que es divina joya
el entendimiento.
FENISO:
Siempre
yerra, Düardo, el que ignora.
De esto os podéis alabar,
Nise, pues en toda Europa
no tiene igual vuestro ingenio.
LISEO:
Con su hermosura conforma.
Sale con la espada desnuda OCTAVIO, siguiendo a LAURENCIO,
FINEA, CLARA y PEDRO
OCTAVIO:
¡Mil vidas he de quitar
a quien el honor me roba!
LAURENCIO:
¡Detened la espada, Octavio!
Yo soy, que estoy con mi esposa.
FENISO:
¿Es Laurencio?
LAURENCIO:
¿No lo veis?
OCTAVIO:
¿Quién pudiera ser agora,
sino Laurencio, mi infamia?
FINEA:
Pues, padre, ¿de qué se enoja?
OCTAVIO:
¡Oh, infame! ¿No me dijiste
que el dueño de mi deshonra
estaba en Toledo?
FINEA:
Padre,
si aqueste desván se nombra
“Toledo,” verdad le dije.
Alto está, pero no importa;
que más lo estaba el Alcázar
y la Puente de Segovia
y hubo Juanelos que a él
subieron agua sin sogas.
¿El no me mandó esconder?
Pues suya es la culpa toda.
Sola en un desván, ¡mal año!
Ya sabe que soy medrosa...
OCTAVIO:
¡Cortaréle aquella lengua!
¡Rasgaréle aquella boca!
MISENO:
Esto es caso sin remedio.
NISE:
¡Y la Clara socarrona,
que llevaba los gazapos!...
CLARA:
Mandómelo mi señora...
MISENO:
Octavio, vos sois discreto;
ya sabéis que tanto monta
cortar como desatar.
OCTAVIO:
¿Cuál me aconsejéis que escoja?
MISENO:
Desatar.
OCTAVIO:
Señor Feniso,
si la voluntad es obra,
recibid la voluntad.
Y vos, Düardo, la propia;
que Finea se ha casado,
y Nise, en fin, se conforma
con Liseo, que me ha dicho
que la quiere y que la adora.
FENISO:
Si fue, señor, su ventura,
¡paciencia! Que el premio gozan
de sus justas esperanzas.
LAURENCIO:
Todo corre viento en popa.
¿Daré a Finea la mano?
OCTAVIO:
Dádsela, boba ingeniosa.
LISEO:
¿Y yo a Nise?
OCTAVIO:
Vos también.
LAURENCIO:
Bien merezco esta victoria,
pues le he dado entendimiento,
si ella me da la memoria
de cuarenta mil ducados.
PEDRO:
¿Y Pedro no es bien que coma
algún güeso, como perro,
de la mesa de estas bodas?
FINEA:
Clara es tuya.
TURIN:
¿Y yo nací
donde a los que nacen lloran,
y ríen a los que mueren?
NISE:
Celia, que fue devota,
será tu esposa, Turín.
TURÍN:
Mi bota será y mi novia.
FENISO:
Vos y yo sólo faltamos;
dad acá esa mano hermosa.
DUARDO:
Al senado la pedid,
si nuestras faltas perdona;
que aquí, para los discretos,
da fin la comedia boba. |