En un mar sangriento de cruel venganza,
de rabia, de ira y de coraje lleno,
corrí tormenta, de esperanza ajeno
de llegar en mi estado a ver bonanza;
y un súbito accidente, una mudanza
el pecho libra del mortal veneno,
y el que en mi agravio a mi furor condeno,
en el perdón produce mi esperanza.
No la privanza me movió futura,
que Fortuna en sus obras desiguales
no hace de los méritos memoria;
más debo a mi piedad esta ventura,
y por lo menos en hazañas tales
de la gentil acción queda la gloria.
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¡Oh Musa! Dime quien es Patacoja
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en un lugar, que privó a cuantos mojó de seso; y un sabio que por ventura se escapó del aguacero, viendo que al lugar entero era común la locura, mojóse y enloqueció, diciendo: “En esto ¿qué pierdo? ¿Aquí donde nadie es cuerdo para qué he de serlo yo?”» (El examen de maridos)
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En Madrid estuve yo en corro de tal tixera, que la pegaba cualquiera al padre que la engendró. Y si alguno se partía del corro, los que quedaban mucho peor dél hablaban, que él de otros hablado había. Yo, que conocí sus modas, a sus lenguas tuve miedo, ¿y qué hago? Estoime quedo, hasta que se fueron todos. Pero no me valió el arte, que ausentándose de allí, sólo a murmurar de mi hicieron corro aparte. Si el maldiciente mirara este solo inconveníente, ¿hallaráse un maldiciente por un ojo de la cara? (Las paredes oyen). |
Elogio descriptivo a las fiestas que la Majestad del Rey Felipe IV hizo por su persona en Madrid a 21 de agosto de 1623 años, a la celebración de los conciertos entre el Serenísimo Carlos Estuardo, Príncipe de Inglaterra, y la Serenísima María de Austria, Infanta de Castilla . Al Duque adelantado, etc. Quien yerra obedeciendo, no desmerece errando. En esta confianza se atreve este papel a las manos de Vuestra Excelencia, y en ésa no teme a las demás. Guarde nuestro Señor a Vuestra Excelencia. El licenciado don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. |
Mientras la admiración avara atiende a tanta majestad, a tanta pompa, el vuelo, ¡oh, fama!, con la voz suspende, porque, informada bien, silencios rompa. No encarecida la verdad aprende, que no mendiga aumentos de tu trompa; ministrará mi numerosa Clío lengua a tu aliento y ley a tu albedrío Era del año la estación ardiente; daba a Febo el León último hospicio, del alto cielo al húmedo Occidente su carro amenazaba el precipicio; la turba inferior, y la eminente nobleza, o por su sangre, o su ejercicio, de la Corte de España concurría, y, de su circo, anfiteatro hacía. Los tafetanes, rasos, terciopelos, telas, tabís, damascos y brocados edificios mentían, si eran velos en consonancia hermosa variados. Daban ventaja a su esplendor los cielos, cuanta soberbia a su color los prados, y la inquietud del pueblo y el ruido sobraban a la vista y al oído; cuando el aplauso roba cortesano de diosas dos la adoración humana: esta Juno del Jove castellano, del anglo Endimión esta Diana. Coro de ninfas las emula en vano, si su hermosura puede soberana, ausentes estas dos deidades bellas, acreditar de soles sus estrellas. Grave se mueve el uno y otro plaustro de cielo, con razón presuntuoso, hasta la línea en que su breve claustro, lo que negó envidiado, da envidioso; rosada y blanca ostenta, opuesto al austro, dos bellas albas un Oriente hermoso, porque a Filipo y Carlos precursoras, pues son dos soles, nazcan dos auroras. Jerarquía gentil de semidiosas, obsequio ilustre de sus Majestades, cuando de propios rayos luminosas, reflejos gozan de sus dos deidades; vivos claveles, animadas rosas, componen de vistosas variedades bellezas que las alas solicitan dar al amor, que a la esperanza quitan. Candores brilla, si entre auroras puede, del cielo de Austria el esplendor tercero, que, si no las compite, no les cede; si ellas auroras son, él es lucero; pimpollo tierno, a quien la edad concede maduro fruto en su verdor primero; Antistes en Toledo vigilante, Príncipe en Roma, y, en Castilla, Infante Rosas Gales vertiendo y azucenas, si la sed de su amor en la tardanza del merecido premio sufre pena, glorias bebe en la vista su esperanza; duro en medio metal finge cadenas, por quien Tántalo preso el bien no alcanza; y, cuando en fiestas uno y otro polo se alegra de su gloria, pena él solo
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Al espléndido trono fija atento, ávida vista, el pueblo circunstante, cuando se ve ilustrar el firmamento de nueva luz, de sol más radiante . ¡El Rey!, turbada mano, flaco aliento, antes que rudo escriba, antes que cante poco canoro Majestad tan suma, ¡Oh!, pídele perdón, ¡Oh, voz y pluma. No tanto entre topacios y jacintos se oculta al hijo hermoso de Latona, cuando los rayos de su luz distintos esparcen oro a la elevada zona; alba que de confusos laberintos, de estrellas fugitivas, se corona; cuántas postró Filipomajestades, eclipsó luces, humanó deidades Ocupa el real trono, eminente solio, del de Arctus a la mano diestra. Si su genio, si el signo su ascendente predice efectos y verdades muestra, del quinto Carlos Fénix renascente, cuanto en el nombre en la marcial palestra, que al sol hesperio en luces emulara, a no vencerle a rayos su tiara Águila, a su esplendor no se deslumbra; salamandra, a su fuego no se abrasa aquel que digno a su favor encumbra mérito, propio ya, ya de su Casa polo constante a la región que alumbra, al orbe que gobierna, firme basa ; por cuyo sabio y religioso celo es Anglia España, y es España cielo Del alto trono el trono mismo alcanza el árcticoAlmirante que merece quien del huésped inglés ha la privanza; con propias partes y adquiridas crece; su verde ornato explica la esperanza del bien futuro que a su patria ofrece, siendo al principio de esta unión tercero, siendo, al deseo de este fin, primero Tudesca hueste herrado fresno esgrime en la plebeya turba resistente, que al escarmiento de sus golpes gime, sin que al gemido de ellos escarmiente; mas, tanto su furor al fin la oprime, que, atropellada en fuga diligente, imita por las puertas el gentío rápido curso de inundante río Movibles selvas, fuentes racionales, en orden bañan el espacio enjuto, formando con sus húmedos raudales caracteres que borre el marcial bruto. Mas ya en festivos cóncavos metales (porque unión tan feliz con su tributo ayude a celebrar cada elemento), antes que cese el agua, suena el viento. Pueblo de famas es el ordenado escuadrón de rubíes numeroso, de cuya mano o pecho es inspirado uno y otro instrumento sonoroso; diez veces quince son los que en ornado bruto el término atruenan espacioso; y aún no tanto clarín y tanta trompa es voz bastante a la futura pompa Clara familia infante el grave paso circundante repite, honora atenta, del que, si presto volara Pegaso, ahora tardo Majestad ostenta. El rubio que el Oriente, el que el ocaso cándido pecho rinde, le acrecienta; rayos sí, mas no fuego al ardimiento; sosiego, no opresión al movimiento Terliz purpúreo, que, de Arabia el oro, dosel del solio imperial guarnece; si del rico jaez niega el tesoro, satisface la injuria en el que ofrece; en medio el nombre regio, a quien el moro adusto, el escita helado, se estremece; el oro cifra, y cándidos retrata los rayos de sus sienes rica plata. |
Siguen sus huellas, en ornato iguales, cincuenta y nueve agravios del primero, cuyos retratos son las celestiales alas del carro del mayor lucero; en plata y nácar luce de reales ministros pueblo, cuyo lisonjero culto el alarde irracional venera por sacro altar de la deidad que espera Portátil basa que, a sus pies rendida, escala sirva al Rey para el estribo, en los hombros se mueve sostenida de cuatro copias de granate vivo. Velo sutil de púrpura tejida, cielo avariento, oculta el leño altivo, porque nadie presuma, en los despojos, donde su Alteza el pie, poner los ojos Doce enfrenados montes, que de Ociro son y el tardo animal (mestizo parto) hijas, conducen de Ladón al tiro, que ha de atreverlas al planeta cuarto. Metal de Ofir en múrice de Tiro presta aljaba a las flechas, que del parto honrosas han de ser al arco afrentas, de la mano partiendo más violentas En torno lustra la cuadrada arena el concertado alarde en lento paso, y en orden de sus rayos la enajena la puerta, que al Oriente les da ocaso; suspensa está en la admiración la pena de la ocultada pompa, que el Parnaso en vano musas a alabarla ofrece; alábela el callar, que no enmudece Madrid entonces a Madrid presenta; cuatro sonantes bronces, y del fruto del azahar sobre el color ostenta cándidas venas de oriental tributo; ricos jaeces veintidós sustenta, número igual de beticano bruto, por quien su timbre más presuntuoso cambiar pudiera ya en caballo el oso Sus huellas borra y borra su memoria, de cuatro voces de metal guiado, el escuadrón, que la segunda gloria da de Berganza al término cercado; la plata ofrece letras a su historia en piel bermeja que el león le ha dado, siendo rubís, zafiros y esmeraldas treinta envidias al sol en treinta espaldas Emula de la pompa lusitana, después que al bronce el viento se estremece, provincia de vasallos castellana del más claro Mendoza resplandece; blanco tesoro de espelunca indiana la oscura tela esconde, no guarnece, con cuarenta caballos en que admiro la razón de ventaja a los de Epiro Ya tiembla el turco, ya se turba el medo, que el clarín hiere el elemento raro, y del color de que se viste el miedo, y el blanco amor del insaciable avaro, el ejército marcha del Toledo; claro en la paz, cuanto en la guerra claro; su valor muestra en solos veinte frenos, porque para vencer le bastan menos. Tuba sonante la atención incita al escuadrón, ya racional, ya bruto, del nombre lusitano, que acredita de enamorado humor el tinto fruto; fecunda de jazmín la planta imita sobre el color de abril indio tributo; y en sus caballos treinta y dos podía matar la sed la avara hidropesía Festivo, si marcial, suena inflamado metal de cuatro alientos, que repite el nombre de Tifeo respetado, temido del esposo de Anfitrite; el Almirante, término cifrado, que cuantas glorias a la voz permite la lisonja mayor, cuantas la pluma mendaz amplía, verdadero suma. De éste, pues, héroe, visitó la arena copioso pueblo, que en la tela oscura rayos borda del sol, furias enfrena, ornadas treinta y dos de plata pura; y diez el oro en dilatada vena cubre desde la espalda a la herradura, tanto, que es de ellos cada cual juzgado, no dorado animal, oro animado. Largo escuadrón, al resonar del viento, de Italia muestra el español Atlante; el oro en blanca tela es elemento que puebla oscura fiera sibilante; hijos del Betis la mitad de ciento oprime triplicada turba infante, poca opresión a su soberbia furia, a su humilde obediencia mucha injuria. De Córdoba al clarín tiembla la tierra, que el son conoce de su heroico abuelo; blanco tesoro de las Indias hierra sobre el color que el mar presta a su velo; dos veces doce a la fingida guerra marchan caballos tales, que, si el suelo saben con hierro penetrar sus huellas, sus espaldas con oro las estrellas. Silencio imprime cuando acorde suena último coro de metal dorado, que la gloria de Sando da a la arena pródigo alarde en orden dilatado; de lirio azul y cándida azucena, mayo es agosto, y la palestra es prado, grande aparato al mundo, si pequeño a publicar grandezas de su dueño. |
Cuanto su vista el ánimo suspende, su aplauso más la suspensión dilata; cuanto la admiración los labios prende, tanto en más libres voces los desata; Telus se oprime, cuando el sol se ofende al peso y luz de perlas, oro y plata, que a veinticuatro sillas prestan velos que vientos cubren, que descubren cielos En él dio fin la ostentación faustosa; y, aunque el postrero a la estacada llega, estancia ocupa a todos ventajosa, pues del alfa del Rey es él omega. Columnas a la fiesta suntuosa de Alcides son sus pompas, con que niega el paso a la esperanza, hasta que el mundo al cuarto César deba el plus segundo. Aún no la planta se ocultó postrera, aún no el encomio sucedió a la gloria, cuando bicorne mugiente fiera hurta el pasado fausto a la memoria. De fugitiva discurrió ligera, previniendo su instinto que a la historia de tan dichosa unión no dé la mano sólo una letra de licor humano Aquí la águila regia, aquí el segundo de Austria león, de España aquí el Atlante, para mostrarse en nuevo Oriente al mundo, de su esplendor lo privan fulminante; bien que la noche al centro más profundo, y más alta región tan radiante, lució de estrellas, que la idolatría le dio holocausto en el altar del día. Pagó el postrero universal tributo el toro al filo del metal templado, cuando en nácar y plata, en vez del luto que debe a sus exequias, adornado tríyugo impulso de valiente bruto del circo ausenta el bulto inanimado, por quien no vino a ser menos festivo su rapto muerto que su curso vivo Solicitó el segundo con ligera hendida planta en círculos el coso; segundo a Europa engaño ser pudiera, no menos que por manso, por hermoso. En fieras ocho no se vio una fiera, auspicio claro, indicio venturoso, de que fue providencia soberana tanta conforme contingencia humana. Segunda vez de mílite extranjero huye ofendida la confusa plebe; segunda vez de bosque lisonjero nube inundante en las arenas llueve; porque segunda vez al hemisferio de trompas el ejército se atreve, altivas tanto más cuanto a su asiento, por precursor del Rey, se humilla el viento. Los que a la pluma truecan ya la espada (injuria de la edad), uno Mejía, otro Girón, ilustran la estacada en gallardo animal de Andalucía. Para correr Filipo en su embajada por la licencia de Isabel envía, que al sol para salir no ha sido ahora la vez primera que la dio la aurora |
Cuando la puerta que antes el Oriente saluda de la luz que borda el día, del español Titán se vio luciente, que a pesar de la tarde amanecía; en uno y otro aplauso de la gente, vencida la atención de la alegría, bien que en confusa voz, el regocijo "¡Filipo!", repitió; "¡Filipo!", dijo. De un bizarro alazán la espalda oprime, que fogoso los vientos amenaza, sin desmentir, si fatigado gime, del céfiro andaluz la noble raza. Apenas toca el pie, menos imprime, su breve huella en la espaciosa plaza, dándole, si lo ajusta o si le bate, el freno ley, impulso el acicate. Carlos le sigue; de su bruto alado la planta iguala mal el pensamiento, pues, aunque de su imperio moderado, deja sin plumas y sin alma el viento; menos eran veloces los que al Pado joven precipitó del alto asiento que ellos bajaron, por volar, al suelo, y éste penetra, por correr, el cielo. Rayo es del sol, si puede serlo alguno, la oliva, a cuya ley la militante señal obedeciendo de Neptuno, a Palas otra vez hace triunfante. Sigue Carpio, gentil cuanto ninguno, la luz del sol hermana, y arrogante blasona que a la luna de su espejo pueda ser sombra, cuando no reflejo. Ébano y oro dividiendo hermosa línea de plata en animados vientos galas prestó a Madrid, que en la gloriosa mentida oposición a los violentos estrépitos de Marte, victoriosa, de su motor siguió los movimientos; siendo, pues, luz vecina al sol, mostraba nube, que su esplendor reverberaba. Con relámpagos siete, ardiente rayo, aumentó a la palestra luz suave Eduardo el regio; y del festivo ensayo se argumentaba en él lo horrendo y grave, multiplicado en ocho abriles mayo; y en alazanes ocho se vio una ave, y, si en lo rubio el dios que nació en Delo, en lo blanco y azul volaba el cielo. Mendozas dos un cuarto son planeta, pues siendo Faetón uno, y otro Apolo, con arrogancia agora más discreta, el hijo unido al padre alumbra el polo; cabello blanco en negra piel perfecta dan consonancia en dos partos de Eolo, que ligeros, conformes y lucidos muestran que al carro van del sol uncidos Toledo el quinto, quinto ya Mavorte, aunque hoy su edad es freno de su ira, dando a un rucio la rienda, si a la Corte un instante se muestra, un siglo admira; según le iguala su veloz consorte, la blanca pluma o la emplumada vira de dos es una y uno el movimiento, y ambas espumas que arrebata el viento. El lusitano Mora, que dilata Indias de Portugal hasta Castilla, entre esmeralda, entre topacio y plata, claro lucero de su hueste brilla; tanto le imitan todos, que retrata cualquiera de ellos a todos, en la silla tan diestros todos, que común el lauro hizo creíble un alazán centauro |
Los aplausos prorrumpen alegría, porque el Neptuno de Castilla viene, que en los pies de un morcillo desafía las alas del que dio nombre a Hipocrene. El oro que llovió en su luz el día lo oscuro esparce de la noche, y tiene tal gala, uniendo extremos y colores, que de sombras se viste y resplandores. Blasones aclamó del Almirante el mundo en una voz, no lisonjera; llegó su nombre a la opresión de Atlante, transcendiendo una esfera y otra esfera. No tuvo más de vida que un instante el bello tramontar de su carrera, y en él, arrebatando corazones, áncoras dio por timbre a sus leones Del carro de la noche se desata veloz caballo, vegetado monte, roca en su oscura cumbre de oro y plata; penetra Monterrey nuevo horizonte. Plumosa selva en la inquietud retrata, si, en la color, las ondas de Aqueronte, y en la velocidad, puesto que negra, ira de Jove fulminada en Flegra. Cordobés rucio entiende el pensamiento del que a su patria nombre dio lozano, y, hurtando el pie su ligereza al viento, borra envidioso estampas de la mano; o ya el fértil de plumas elemento, negro blasón del bárbaro africano, talares le calzó, porque en su vuelo presuma él de Mercurio y él de cielo Mi pluma llega de volar cansada, tanta, siguiendo, tan veloz carrera, para que, en propio espíritu fiada, volar intente igual con la postrera; postrera, que ha de ser paragonada, siendo al círculo fin, con la primera. Dadme, pues, un aliento, ¡Oh, musas nueve!, si a tanta empresa vuestra voz se atreve Rápido rucio es rayo arrebatado que expira llamas cuando vientos bebe; alas le presta el peso, y, obligado, pagan los pies lo que la espalda debe; a laurear el pueblo aficionado al Duque Sandoval las voces mueve; pero, ¿qué la afición, si el hondo abismo dejó la envidia para hacer lo mismo? Segunda vez Bucéfalo espumoso del cristiano Alejandro a la carrera fatiga el pie, por no dejar quejoso un ángulo del circo en otra esfera; segunda vez le sigue el numeroso campo ecuestre, y le sigue la tercera, que dio por más vecina al francés norte solsticio al sol de la española Corte. De las escuadras diez que ya leales siguieron a su Rey, las cinco en esto obedientes también campos iguales van a formar al sitio contrapuesto; mas, cuando el sol de claros Sandovales ocho rayos conduce al otro puesto, tan juntos van, que, hiriendo las regiones, rompe un aplauso en mil admiraciones.
La caña empuña el Rey, la adarga embraza, la espuela aplica a otro león bermejo, y el occidente de la hermosa plaza de nuevo ilustra su oriental reflejo. Juntando la piedad a la amenaza, de Marte es vivo y Júpiter espejo, uno que fresno belicoso esgrime, otro que rayo fulminante oprime No opuesto el Duque, no; (correspondiente imitador; émulo no) se muestra con la adarga y la caña en rucio ardiente a la oriental región de la palestra; ya se ven los dos campos frente a frente, y la blanca señal, que mano diestra de dos Mercurios ha de dar al viento, uno y otro caudillo aguarda atento. Tremola apenas el delgado lino, cuando los dos hermosos escuadrones la caña blanden, émula del pino, por diversas del círculo regiones, hasta que en tortuosos cursos vino a verse junta de los dos Fitones una y otra cabeza, cuya furia del primero en el sol vengó la injuria. Aquí de Ampudia el advertido Conde (si bien no mendigó de la advertencia tan natural acción) la caña esconde, y al Rey da, en vez de adarga, la obediencia; con no corresponder le corresponde, funda en no competir la competencia, teniendo en ella su lealtad por gloria, que el vencimiento venza a la victoria. Cuatro veces en giros diferentes las ecuestres legiones se avecinan, y los del Duque tantas obedientes la inerme lanza con la frente inclinan; cesa la escaramuza, y los valientes ya divisos ejércitos caminan al puesto en que la paz que goza España ha de mentir el dardo con la caña. Su campo ostenta el de Austria, y el de Cea su escuadra muestra; el mundo se suspende, cuando tejida nieve lisonjea el viento mismo que agitada hiende. El hipogrifo regio, que desea glorias al dueño, con volar pretende que no impriman sus pies al leño vano menos violencia que del Rey la mano. En medio de su curso impele al viento el joven brazo la minante vira, mayor de los cíclopas escarmiento que las que a Febo ministró la ira. El provocado campo, en movimiento lustrando circular, tan diestro gira, que en su alazán -errada la sentencia- se juzgó instinto lo que fue obediencia Vuelve el caballo el Rey, y, acompañando de los ojos la espalda, al mundo muestra que es sol, que es luz esférica, y, cambiando los oficios las manos, en la diestra pone el gobierno de las riendas, cuando, abreviado en la adarga la siniestra, lo esconde tanto que a la perla imita que aún la nativa inculta concha habita. Mas, ¿para qué, Señor, tan cuidado, si para ostentación menor sobrara? que a vuestra adarga rinde el dios armado, por más diestro, el escudo y la tiara; tanto que en vos el mérito agraviado del poder, a poder lo renunciara, porque se viera que es vuestra persona única adulación a su Corona. Ya el Duque, pues, que en los pasados giros se ufanó de rendirse al encontraros, por serviros os sigue, por seguiros vuela, os quiere alcanzar por alcanzaros. Si caña lleva, os juzga Amor, y tiros contra sí mismo intenta ministraros (si no puede ser más de lo que es vuestro), porque ocioso no esté brazo tan diestro La lealtad puede tanto, tanto puede el respeto en su sangre generosa, que ni la ley de la ficción concede al brazo una amenaza mentirosa. Ya de vuestro alazán al curso cede, y la que no os sirvió, poco dichosa caña, hacia atrás del brazo humilde vuela; tanto distó de que hacia vos la impela ¡Oh, Carlos!, perdonad, que, deslumbrado al sol que aún os deslumbra a vos, no os veía, cuando en otro alazán tan semejado al luminar mayor de tanto día, dais luz, que ni la vista ni el cuidado a sutil diferencia os distinguía, y juzga cuando os ve que en el reflejo mira al mismo Filipo de un espejo. El gallardo Guzmán, el fiel Acates del que es al Tibre más piadoso Eneas, en lanza, adarga, riendas y acicates vence del pensamiento las ideas; cuatro veces por turno los combates el Rey repite, y tantas semideas, que, huyendo, al dios del campo enmudecieron, huyendo al Rey de España, hablar supieron. No callan, a los cielos atrevidas, las que la mano disparó violenta del Infante español; que en ser oídas, y vistas no, su furia se argumenta. Más pública temió el rústico Midas de su justo suplicio aquí la afrenta, cuanto inmóviles las otras murmuraban. Y éstas, volando esferas, voces daban Hasta que ya interpuestos los ancianos terceros de la paz, los escuadrones cesan de competir, y a ser ufanos obsequios van al Rey; que las regiones dos veces discurriendo con humanos ojos de la palestra, aclamaciones concitó tan gloriosas su alabanza, que alcanzará cuanto la edad alcanza. Mientras, seguido de su hueste hermosa, glorias esparce a la arenosa esfera, en pie le guarda su adorada esposa que igualmente lo adora y lo venera; con la acción misma la majestuosa real copia honorándolele espera Púsose al fin el sol, y, en sombras frías, término fue una noche a muchos días.
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