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La fuente de la mora encantada Al armamento de las provincias españolas contra los franceses |
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¡Nadie me escucha!... ¡Nadie!... El eco sólo,
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Romance
A aquella airosa
andaluza
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LA FUENTE DE LA MORA ENCANTADA
Oye, Silvio, ya del
campo
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Al armamento de las provincias españolas contra los franceses.«Eterna ley del mundo aquesta sea: que pueblos o cobardes o estragados que ruede a su placer la tiranía mas si su atroz porfíao osa insultar a pechos generosos donde esfuerzo y virtud tienen asiento, estréllese al instante, y de su ruina brote el escarmiento.» Dijo así Dios: con letras de diamante su dedo augusto lo escribió en el cielo, y en torrentes de sangre a la venganza mandó después que lo anunciase al suelo. Hoy lo vuelve a anunciar. En justa pena de tu vicioso y mísero abandono en ti su horrible trono sentó el numen del mal, Francia culpable; y sacudiendo el cetro abominable, cuanto sus ojos ven, tanto aniquila. el genio atroz del insensato Atila, la furia que el mortífero estandarte llevaban de Timur, mandan al lado de tu feroz sultán; ellos le inspiran, y ya en su orgullo a esclavizar se atreve cuanto hay del mar de Italia a los desiertos faltos siempre de vida y siempre yertos, do reina el polo engendrador de nieve. Llega, España, tu vez; al cautiverio con nefario artificio tus príncipes arrastra, y en su mano las riendas de tu imperio logró tener, y se ostentó tirano. Ya manda, ya devasta; sus soldados obedeciendo en torpe vasallaje al planeta de muerte que los guía, trocaron en horror el hospedaje, y la amistad en servidumbre impía. ¿Adónde pues huyeron, pregunta el orbe estremecido, adónde la santa paz, la noble confianza la no violada fe? Vanas deidades, que solo ya los débiles imploran. Europa sabe, de escarmiento llena, que la fuerza es la ley, el Dios que adoran esos atroces vándalos del Sena. Pues bien, la fuerza mande, ella decida; nadie incline o esta gente fementida por temor pusilánime la frente; que nunca el alevoso fue valiente.
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Alto y feroz rugido la sed de guerra y la sangrienta saña anuncia del león; con bronco acento ensordeciendo el eco en la montaña, a devorar su presa las águilas se arrojan por el viento. Sola la sierpe vil, la sierpe ingrata al descuidado seno que la abriga callada llega y ponzoñosa mata. Las víboras de Alcides son las que asaltan la adorada cuna de tu felicidad. Despierta, España, despierta, ¡ay Dios! Y tus robustos brazos, haciéndolas pedazos y esparciendo sus miembros por la tierra, ostenten el esfuerzo incontrastable que en tu naciente libertad se encierra. Ya se acerca zumbando el eco grande del clamor guerrero, hijo de indignación y de osadía. Asturias fue quien le arrojó primero; ¡honor al pueblo astur! Allí debía primero resonar. Con igual furia se alza, y se extiende adonde en fértil riego del Ebro caudaloso y dulce Turia Las claras ondas abundancia brotan; y como en selvas estallante fuego cuando las alas de Aquilón le azotan, que de pronto a calmar ni vuelto en lluvia Júpiter basta, ni los anchos ríos que oponen su creciente a sus furores; los ecos libradores vuelan, cruzan, encienden los campos olivíferos del Betis, y de la playa Cántabra hasta Cádiz el seno azul de la agitada Tetis. Álzase España, en fin; con faz airada hace a Marte señal, y el Dios horrendo despeña en ella su crujiente carro; al espantoso estruendo, al revolver de su terrible espada, lejos de estremecerse, arde y se agita, y vuela en pos el español bizarro. «¡Fuera tiranos!» grita la muchedumbre inmensa. ¡Oh voz sublime, eco de vida, manantial de gloria! Esos ministros de ambición ajena no te escucharon, no, cuando triunfaban tan fácilmente en Austerlitz y en Jena; aquí te oirán y alcanzarás victoria; aquí te oirán saliendo de pechos esforzados, varoniles; y la distancia medirán, gimiendo, que hombres hay a mercenarios viles.
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Fuego noble y sublime, ¿a quién no alcanzas? Lágrimas de dolor vierte el anciano porque su débil mano el acero a blandir ya no es bastante, lágrimas vierte el ternezuelo infante; y vosotras también, madres, esposas, tiernas amantes, ¿qué furor os lleva en medio de esas huestes sanguinosas? Otra lucha, otro afán, otros enojos guardó el destino a vuestros miembros bellos. deben arder en vuestros negros ojos. «¿Queréis, responden, darnos por despojos a esos verdugos? No: con pecho fuerte lidiando a vuestro lado, también sabremos arrostrar la muerte. nosotras vuestra sangre atajaremos; Nosotras dulce galardón seremos cuando, de lauro y de floridos lazos la vencedora frente coronada, reposo halléis en nuestros tiernos brazos.» ¿Y tú callas, Madrid? Tú, la señora De cien provincias, que cual ley suprema adoraban tu voz, ¿callas ahora? ¿Adónde están el cetro, la diadema, la augusta majestad que te adornaba? «No hay majestad para quien vive esclava. Ya la espada homicida en mí sus filos ensayó primero. allí cayó mi juventud sin vida: Yo, atada al yugo bárbaro de acero, exánime suspiro, y aire de muerte y de opresión respiro.» ¡Ah! respira más bien aura de gloria. ¡Oh corona de Iberia! Alza la frente, tiende la vista; en iris de bonanza se torna al fin la tempestad sombría. ¿No oyes por el oriente y mediodía de guerra y de matanza resonar el clamor? Arde la lucha, retumba el bronce, los valientes caen, y el campo, de humor rojo hecho ya un lago, descubre al mundo el espantoso estrago. Así sus llanos fértiles Valencia ostenta, así Bailén, así Moncayo; y es fama que las víctimas de Mayo lívidas por el aire aparecían; que a su alarido horrendo las francesas falanges se aterraban; y ellas, su sangre con placer bebiendo, el ansia de venganza al fin saciaban. Genios que acompañáis a la victoria, volad, y apercibid en vuestras manos lauros de Salamina y de Platea, que crecen cuando lloran los tiranos. De ellos ceñido el vencedor se vea al acercarse al capitolio íbero: Ya llega, ¿no le veis? Astro parece en su carro triunfal, mucho más claro que tras tormenta el sol. Barred las calles de ese terror que las yermaba un día; que el júbilo las pueble y la alegría; los altos coronad, henchid los valles, y en vuestra boca el apacible acento, y en vuestras manos tremolando el lino, «Salve, exclamad, libertador divino, salve,» y que en ecos mil lo diga el viento, y suba resonando al firmamento. Suba, y España mande a sus leones volar rugiendo al alto Pirineo, y allí alzar el espléndido trofeo, que diga: «Libertad a las naciones.» Tal es, ¡oh pueblo grande! ¡Oh pueblo fuerte! El premio que la suerte a tu valor magnánimo destina. Así resiste la robusta encina al temporal; arrójanse silvando los fieros huracanes, en su espantoso vértigo llevando desolación y ruina; ella resiste. crece el furor, redoblan su pujanza, braman, y tiembla en rededor la esfera ¿Qué importa que a la verde cabellera este ramo y aquel falte, arrancado del ímpetu del viento, y luego muera? Ella resiste; la soberbia cima más hermosa al Olimpo al fin levanta, y entre tanto meciéndose en sus hojas, Céfiro alegre la victoria canta. (Julio de 1808) Pulsa AQUÍ para leer poemas relacionados con la Guerra de la Independencia |