|
|
Clavel dividido en dos, tierna adulación del aire, dulce ofensa de la vida,
breve concha, rojo esmalte.
Puerta de carmín, por donde el aliento en ámbar sale, y corto espacio al aljófar que se aposenta en granates. Depósito de albedríos, . hermosa y purpúrea imagen del múrice, que en su concha guarda colores de sangre. Cinta de nácar, con quien Tiro se muestra cobarde, y aun sentida, porque el cielo más expuso en menos parte. Bello aplauso de los ojos, hermosa y pequeña cárcel, muerte disfrazada en grana, si hay muerte tan agradable. Tiranía deliciosa, cuyo vergonzoso engaste es mudo hechizo a la vista, siendo un imperio süave. Guarnición de rosa en plata y de nieve entre corales, discreta envidia a las flores que un mayo miran constante. y en fin, cifra de hermosura, si permitís que os alabe, decid me vos de vos misma, porque os sirva, y no os agravie. Mas la . empresa es infinita; yo muy vuestro, perdonadme, porque sólo sé de vos que habéis sabido matarme.
|
de don Juan Ruiz de Alarcón, un hombre que de embrión parece que no ha salido. Varios padres ha tenido este poema sudado; mas nació tan mal formado que, en mi opinión, casi todo parece del corcovado.
PULSA AQUÍ PARA LEER EL POEMA DE ALARCÓN QUE SATIRIZA PÉREZ DE MONTALBÁN AQUÍ PARA LEER MÁS POEMAS SATÍRICO-BURLESCOS Y AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE LA POESÍA |
EN
la ciudad de Avila,
edificio que en grandezas y antigüedad no debe nada a cuantos se
alistan en la jurisdicción de
España, nació Laura de padres nobles (porque como las armas
suelen dar principio a la nobleza
, y en aquella ciudad ha florecido tanto la milicia, tuvieron
sus pasados ocasiones bastantes para ilustrar con su propia
sangre la que había de proceder en
sus descendientes). Eran moderadamente ricos, y amaban a Laura
con extremo, por ser única prenda
suya, y porque sus muchas partes
mereciau cualquier afecto. Tenía
una hermosura tan honesta, que a un
mismo tiempo se dejaba querer con la
belleza, y se hacía respetar con la
compostura. Era tan bien entendida, que pudiera preciarse de
fea, a no desmentirla
las perfecciones de su cara.
Mirabanla
muchos con intento de merecerla por esposa, unos fiados en su
fortuna, otros en su gallardía, y algunos en su riqueza;
que si hay confianza discreta, esta pudiera tener el primer
lugar en la disculpa; pero Laura ofendíase de escuchar alabanzas
suyas, si se
_Bien sabes, Lisardo, la grande voluntad que me debes, pues, ya que no eres mi hijo en la naturaleza, yo he sido tu padre en la crianza; en mi casa quedaste de pocos años , y en ella has vivido con el respeto y regalo que todos saben, pues nadie te juzga sino por hijo propio, y sabe el cielo que me tengo por dichoso en esta irnaginacion, porque todos conocen tu ingenio, alaban tu virtud, y estiman tu persona. Dígote todo esto para que adviertas lo mucho que me ha obligado tu cordura, pues no me he querido fiar de mis años, y me dejo aconsejar de tu discrecion; siéntome viejo y con achaques, esperando por puntos el último término de mis días; desvélame el ver sin estado a tu prima, y quisiera que no me hallara la muerte en tiempo que fuera forzoso dejarla sin dueño, y muriera con escrúpulo de no haberla remediado pudiendo. No tengo tan sobrada hacienda que pueda descuidarme con seguridad de su ventura: el dote que tiene es moderado, si bien su mucha virtud es bastante crédito de su remedio; pero en este tiempo anda tan poco valida, que suele ser en un casamiento lo rastrero que se pregunta. Así discurria el padre de Laura, y Lisardo escuchaba la tragedia lastimosa de su voluntad, sin poder responderle como quisiera; retiró algunas lagrimas que había llamado el sentimiento, y calló algunos suspiros, guardandolo todo para que en mejor ocasíon Laura lo vinicse a saber, y los dos se ayudasen a llorar: disimuló cuanto pudo, y luego su tío o su homicida prosiguió diciendo: Has de saber pues que ha muchos dias que Octavio quiere a Laura, esto con tanto extremo, que su mismo padre con ruegos y regalos me alienta para que se efectúe: tiene la riqueza que sabes, y hagole pocas ventajas en la nobleza; no quisiera perder esta ocasión, porque no tengo de hallar otra tan a propósito. Yo pienso hacer mañana las escrituras, que bien tengo entendido de la obediencia de Laura que no tiene mas gusto que mi albedrío, ni mas ley en su pecho que mi voluntad; pero primero he querido comunicarlo contigo, porque aunque sé que acierto, por lo menos tendré mas seguridad de mi elección. Tan lastimado escuchaba Lisardo a su tío, que apenas tenía aliento para apelar de su sentencia. Quisiera dar voces y llamar al cielo, que es el último alivio que tiene un desdichado, pero no le dejaba ni su obligación ni su desdicha; víase morir, y sin poder quejarse, pues le cerraba la boca el mismo que le ofendía en el alma. Pero aprovechandose de su buen juicio, le respondió con la mayor blandura que pudo, advirtiéndole los daños que suelen traer consigo las repentinas resoluciones, que parecía temeridad dar un hombre palabra que no estaba en sus manos el cumplirla , pues aunque Laura tenía tan de su parte la obediencia , muchas veces no puede una mujer conformarse con lo que contradice el cielo, y pues era ella la que había de hacer vida con él, lo mejor era darle parte, saber su pensamiento, entender su gusto, y prevenirla del aumento que se le seguía. Decía esto I.isardo con animo de fiar en la dilación el remedio de la desdicha que le aguardaba. No le desagradó a su tío el parecer, y así se resolvió a declararse con Laura , aunque haciendo de manera que en el proponer y el ejecutar no se gastase mas de un tiempo. Quedó Lisardo tan confuso, que le parecía qua cuanto había oído era ilusion de su descuido o sueño de su fantasía: fuese a casa batallando con sus pcnsamietos, y rccibiole Laura con los brazos, pero estaba de suerte que no le agradó el favor, por parecerle que tenía algo de despedida; solían hablarse por el aposento de una criada, la cual en viendo a sus señores dar dormidos, avisaba a los dos amantes, y se gozaban hasta llegaba el día, sin que Lisardo tomase en sus amores mas licencia de la que le permitía una voluntad honesta y un amor desinteresado. Dijo Lisardo a su prima que aquella noche quería verse con ella, y cuando lo hizo pensando que ya la tenía perdida, y considerandola en otros brazos, sin poder hablarla, porque el dolor no se lo consentía , la empezó a decir con infinitas lagrimas la determinacion de sus padres, y antes que él acabase, le salió ella al camino y dijo todo lo que sabía. Sintiéronlo entrambos justamente, porque es un tormento sin piedad dividir dos almas que nacieron para un 1azo. Pero corrida Laura de haber dudado lo que era imposible a su voluntarl , consoló a Lisardo , y le aseguró que primero se dejaría quitar aquella triste vida que consentirlo. Despidiéronse los dos llevando el dolor mas templado; llegó la mañana, y sus padres la llamaron, porque casi toda la noche se habían entretenido en dar trazas contra la voluntad de la pobre Laura. Empezaron a obligarla , diciendo el cuidado y solicitud que tenían de darla estado; dijéronla también que la tenían casada con Octavio, hombre que la merecía por muchas causas. Oyolo Laura , y procuró desviarlos de aquel intento diciendo que por ningún marido se aventuraría a dejarlos; fuera de que su edad era muy poca, y quería servirlos y gozar de su juventud, sin tener que contentar a un hombre que no conocía, y sin entregarse a tantos desvelos como siguen al matrimonio, donde los cuidados de los hijos, el amor del esposo y el gobierno de una casa la habían de obligar a no gozarlos como quisiera, porque en casandose una mujer, aun con sus mismos padres es ingrata, y mas si el marido sale a gusto. Bien quisiera decirles la principal ocasión que la movía , pero temía que atribuyesen a liviandad lo que había sido fuerza de inclinación, y temía también que les enojase su resolucion y le quitasen de los ojos a Lisardo. En fin, lo dispuso con tal ingenio, que sus padres la dejaron por entonces, y ella quedó satisfecha de su amor y pagada de lo bien que se había defendido. Contóselo a su primo, el cual pagó en abrazos la honrada resistencia; pero apenas se había levantado el viejo, cuando vieron entrar al padre de Octavio quejoso y determinado, diciendo que su hijo estaba loco, y se temía de su desesperacion su muerte, Disculpa tenía Octavio, que amaba donde no le admitían, y parecíale demasiado rigor del cielo que para un hombre rico hubiese imposibles ; tuvo por cierto el padre de Laura que el haberse excusado ella sería vergüenza de su recato, no verdad de su disgusto, y fiado en la obediencia y virtud de su hija, le dio palabra de que al otro día habían de quedar hechas las escrituras. Erró como ambicioso, pues no hay ley que obligue a obedecer en las cosas que tiene peligro el gusto. ¡Oh codicia indigna del corazón de un hombre noble, qué de disgustos has causado! Bien te llama Séneca enfermedad fuerte y peligrosa, que no tiene remedio ni admite yerbas para curarse. Yo quisiera saber qué pretende un padre necio que dispone de la voluntad que ignora. ¿Acaso esta potencia del albedrío sufre violencias? ¿ Hay ingenio que basta para obligar a que parezca bien lo que se aborrece? ¿Por ventura las inclinaciones sujétanse a mas dueños que al cielo y a quien las ejercita? Y cuando no hubiera otra información, ¿no bastaba mirar que el mismo Dios, con ser absoluto dueño de todo, parece que en el albedrío del hombre se limitó el poder, pues nunca le fuerza, aunque siempre le inclina? Volvió pues el desconsiderado padre a tratar con mayor fuerza destas cosas, y Laura volvió a defenderse con palabras y razones, que el amor suele enseñar retórica. Túvose fuerte, y su padre se mostró algo enojado, aunque lo procuró desmentir, por no disgustar a quien habia menester. Pareciole que sería mejor camino hablar a Lisardo, que como discreto y que podía tanto con Laura , sería facil alcanzarlo de su terrible condición; lIamole aparte y contole la necedad de su prima, aunque era tal, que a Lisardo le parecía de perlas. Rogole que la fuese a ver y riñese, trazandolo de modo, que no hubiese menester usar de otras diligencias y rigores, porque a todo estaba dispuesto. Prometiole Lisardo hacer cuanto pudiese por reducirla, mas no se contentó con esta promesa, sino que quiso dos cosas: la primera, que lo pusiese luego a ejecución, y la segunda, que él mismo lo había de oír para ver el cuidado que ponía en sus cosas y el intento que tenía Laura; y para esto imaginó un engaño discreto, aunque peligroso , y fue hacer que una criada la llamase diciendo que su primo la quería hablar, y él se escondiera detras de las cortinas de una cama para oírlos y salir de sus dudas. Replicó Lisardo como corrido de que hiciese dél tan poca confianza; pero el viejo porfió como tal, y sin escuchar respuesta envió a llamar a Laura , la cual vino bien ajena de aquel engaño, y Lisardo empezó a volverse loco, viéndose tan confuso, que no hallaba salida conveniente a su amor y a sus obligaciones. Con el silencio se hacía sospechoso; con la obediencia se daba la muerte; dar a entender su voluntad era perder a Laura ; pues decirla que diese la mano a otro dueño ¿quién lo pudiera acabar consigo queriendo bien y sabiendo sentir? Quisiera avisar a su prima con alguna seña hurtarda, y no era posible, porque su padre le estaba notando las acciones. Espantose Laura de aquella novedad , y ofendida de su silencio, le iba a decir algunas injurias, que entre amantes suelen pasar por requiebros, y Lisardo, mirando lo que podía resultar, la estorbó diciendo: |
_Ya sabes, hermosa Laura, de cuanta importancia es en los hijos para que se logren la obediencia y el agradecimieuto, particularmente cuando los padres les procuran estado conveniente a su calidad. Yo he sabido de los tuyos el deseo que tienen de remediar tus años, para que, faltando ellos, como es fuerza, ya que sientas su muerte, no eches menos la falta de su amparo, sustituyéndo a sus canas el amor de un marido que te estime. Quéjanse de que respondes con alguna tibieza a sus intentos, y yerras verdaderamente, porque Octavio le ama y te merece; toda esta ciudad le mira con particular amor; tu edad no es muy desigual a la suya; su entendimiento respetan cuantos le tratan, y su grande hacienda le acredita mas: partes todas que le hacen digno de ti; y cuando no hubiera de por medio ninguna destas razones, basta ser gusto de quien te ha dado el ser. Tu padre te casa, tu padre ha dado la palabra a Octavio, y quiere darte un estado tan venturoso, que pueda una vez la belleza desmentir a la desdicha. Esto ha de ser, y esto te conviene; toda la ciudad espera el día de mañana, y yo con las mayores veras que puedo te suplico des este gusto a tus padres, que para mí sera la mayor lisonja que puedes hacerme.
Todo esto
decía Lisardo tan fuera de sí, que cada palabra era veneno, y
con cada razón se daba la muerte;
pero ¿ qué mucho si esta pidiendo y aconsejando lo que había
de costarle la vida? Mirabale Laura
tan confusa, que le parecía que cuanto escuchaba era sueño, porque
había creído que su primo la amaba,
y amarla y rogar que quisiese
a otro, no parece que se conciertan. Sosegose
si no me lo pagare. Góceme Octavio, góceme un enemigo, que por lo menos quedaré vengada, aunque a costa mía. ¡Oh pobre Laura! Detente y mira que te pierdes, y pierdes a quien te ha obligado con lo propio que te ha ofendido. ¿ Quién pudiera decirte lo que padece Lísardo y avisarte de que te está escuchando tu padre o tu verdugo? Laura, vete a la mano; Lisardo es firme, Lisardo te adora; pero ¿quién podrá meter por camino a una mujer enojada y que se le habla puesto en la cabeza aquella injusta imaginacion? Y para acreditarla más sucedió haber sabido que una dama de aquella ciudad, no de las menos hermosas, quería bien a Lisardo, porque ella misma la había comunicado su deseo, pareciéndola que como amiga suya y prima de Lisardo alcanzaría cualquiera cosa de su amante. Bien conocía Laura que Lisardo, aunque sabía esta voluntad, no había tenido primero movimiento de agradecerla ; pero coligió que pues él mismo la persuadía a que diese la mano a Octavio, sería la causa haber visto alguna cosa en la otra que le agradase, y así deseaba verse libre para gozarla, Vinieron estos celos en ocasión fuerte, confirmaron las sospechas, e hicieron verdad lo que hasta entonces apenas tenía opinión de apariencia. Echolo todo a la peor parte, y atropellando su mismo gusto, negando los oídos a cualquier desengaño, sin más interés que su venganza, le dijo a Lisardo que estaba muy pagada del nuevo empleo, que bastaba quererlo él para allanar el mayor inconveniente, que a Octavio quería, que a Octavio estimaba; y así, les dijese a sus padres que se daba por muy contenta de aquel amor, pues aunque le había resistido, no era por no quererle , sino por el sentimiento que había de tener de verse sin ellos. Y despidiéndose de Lísardo , sin esperar respuesta, se retiró a llorar su poca ventura, unas veces pagada de lo que había hecho, y otras arrepentida por haberse hecho a sí misma la ofensa, pues había de entrar en poder de un hombre que, aunque no le aborrecía, bastaba para vivir muriendo querer a otro y no gozarle. Salió su padre dando mil abrazos a Lisardo, y partiose al punto a referir aquestas nuevas a sus deudos y a los de Octavio; previniéronse fiestas y galas, y Lisardo quedó como se puede imaginar de un hombre que quería bien miraba perdido en una hora lo que había granjeado en tantos años. Pareciole facilidad en Laura haberse determinado tan presto, pero bien conoció que fue más cólera de su pasion que fuerza de su voluntad, Quisiera ir a hablarla y a decirle la causa que le había movido para rogar lo que había de ser espada rigurosa contra su triste vida, mas ya era tarde y fuése al campo a llorar, que es el sitio más acomodado para sertir bien una tristeza; vino el padre de Laura a su casa loco de contento, y con el novio a gozar de la divina preencia de su esposa. Recibiole Laura con los ojos en el suelo; Octavio entendió que era honesta vergüenza; pero los ojos de Laura no decían eso, porque estaban disimulando algunas perlas que, ya que no salían, por lo menos asomaban. Alegrose Octavío con que a otro día quedaría su esperanza en brazos de la posesión , y Laura , llevando adelante su enojo, huía de Lisardo, no porque no le amaba, sino porque esta ya corrida de su ingratitud. Mil veces se dispuso Lisardo a hablarla , pero no se lo consentía ni su sentimiento ni la entereza de su prima. Pasoseles la noche a los dos amantes , como a quien mraba de cerca su desdicha, y en tres días de fiesta, que parece que la desgracia los había traído juntos para acabar más brevemente a Lisardo, se hicieron las publicaciones. En este tiempo Lisardo y Laura apenas se habían hablado, si no es tal vez que los ojos se tomaban alguna licencia. Laura dísimulaba, y Lisardo padecía; los dos callaban, y los dos reventaban por decir su tormento. Acercábase el desposorio, murmurábanse los regocijos y todos andaban inquietos con la prevención de las galas, si no es Lísardo que llamaba a la muerte, que no venía porque la llamaba; y hallándose una tarde a solas con ella, dejándose llevar de la corriente de sus ansias y de la fuerza de sus penas, la refirió en breves palabras la firmeza de su amor y el engaño que trazó su riguroso tío para que él mismo fuese procurador de su muerte esto con tantas lagrimas y verdaderos suspiros, cuando no fuera tan verdad, lo creyera Laura. Luego empezó a estar su dolor más vivo viendo cuán ínjustamente le perdía; disculpáronse los dos, y repasaron algunos gustos que habían tenido; que cuando se pierden siempre se acuerdan. Abrazose Laura de Lisardo pareciéndola que era sagrado para defenderse de un padre que la perseguía y de un marido que no la agradaba; despidiéronse casi sin hablarse, porque las muchas visitas y el demasiado alboroto no les dejaba lugar aun para sentir lo que habían de perder. Llegó el día infeliz para Lisardo, y reparó en que aquella noche había de merecer Octavio los brazos de Laura: consideración que fue milagro dejarle vivo; saliose de casa, fuese a la de un amigo, llamado Alejandro, que era secretario de sus desdichas, y refiriéndole aquella desgracia, le pidió un caballo, de algunos que tenía, para huir del golpe, diciendo que quería sentir la herida pero no ver la mano que se la daba, y que estaba derminado de irse a Sevilla para negociar alguna orden de embarcarse, y llegar a la ciudad de los Reyes, donde había sabido que su padre asistía ; porque un hombre noble y que amaba no había de mirar en otros brazos prendas que habían merecido los suyos. Pareciole a Alejandro que no erraba eu ausentarse, pues la ausencia suele ser el común remedio contra la memoria; y antes que se partiese, porque le quedase a Laura alguna de quien habia querido tanto, la envió una banda negra que tenía, con cifras de su nombre, y para darla a entender cómo quedaba, y sin decir que se partía, tomó la pluma, y le escribió estos versos, que para mas crédito de su desdicha los sabía hacer con algún acierto; el caso los pedía mas tiernos que cultos, y así decían : Recibid, hermosa Laura , en este triste color de mi esperanza la muerte, de mi muerte la ocasión. Negro el favor os ofrezco, para que os diga el favor que el alma se viste luto porque su dueño murió. Si lo negro penas dice, de negro sale mi amor, porque es la mayor librea para un triste corazón. Yo quedo sin vos, bien mío, porque mi suerte gustó que otros brazos os merezcan, que no hay desdicha mayor. Y así mi nombre os envío en ese triste blasón, pues que ya de lo que he sido solo el nombre me quedo. Tristes los dos vivirémos, pues esperamos los dos, vos el veros sin ser mía, y el estar sin veros yo. Mas consuélame ,. bien mío, ver que puede tal rigor obligarme a no gozaros, pero a no quereros no. No nacístes para mí, que era, Laura, mucho error pensar que merezca un ángel quien tan poco mereció. Y asl dice el alma mía, viéndose morir sin vos, que la ha costado bien caro El teneros tanto amor. Díicenme que algún disgusto recebís por mi ecasión , y deso me pesa más que de mi propio dolor. No tengáis vos pesadumbre, mi bien, aunque muera yo, porque me veré sin vida si con pena os miro a vos. No lloréis, señora mía, que matáis al corazóin , y le bastan sus desdichas sin que sienta las de dos. Vos no perdéis en perder me, pues tendréis dueño mejor, yo sí, que pierdo la vida a manos de mi pasión. Más os quisiera decir, pero las lagrimas son tantas, que las letras borran, y no puedo más: adios.
Diéronle a Laura el recaudo de su primo, y leyó el papel enternecida, que bien lo merecían las verdades con que venía escrito; reparó de espacio en la triste vida que la aguardaba sin Lísardo; consideró que amarle y estar en ajeno poder era peligroso en su recato; acordose de la dama que le quería, y echó de ver que si ella se casaba, era fuerza que Lisardo pagase su cuidado, o movido de amor,o con intento de darla pesadumbre; cogiola con estos pensamientos la noche; miró la casa llena de ruido y de infinita gente; sus deudos eran muchos, porque era noble , y los de Octavio más, porque era rico; preguntó por Lisurdo, y dijéronla que estaba en casa de aquel amigo que ella conocía; apretósele el corazón, y parecióle imposible aventurarse a querer a un hombre que no fuese Lisardo; dio en este pensamiento, aconsejose con su deseo, que la decía se pusiese en manos de su primo, pues de aquí se seguía vivir con gusto, gozar de su primo, huir de la muerte, y pagar con una mano tantos años de buena voluntad. No le desagradaba a Laura lo que la prometía su esperanza; pero temía el rigor de sus padres y el escándalo que suelen causar sucesos semejantes; mas luego volvía en sí, diciendo: Yo soy hija única, y no hay padre tan cruel que con el tiempo no se deje vencer de la piedad y ruegos: ¿qué puede decir el vulgo viéndome en poder de quien es mi esposo? Por ventura, ¿no será peor ponerme a riesgo de que me murmure después de casada? Porque una mujer sin gusto está muy cerca de hacer cualquier locura; ánimo pues, corazon, que no tengo de consentir otro dueño en tu monarquía; de Lísardo eres, para Lisardo naciste, y no han ser bastantes respetos necios a quitarme de una vez la vida y el gusto y resuelta gallardameute a morir con Lisardo, primero que a vivir con el tirano que la esperaba, viendo que la gente que había acudido era mucha, tomó de prestó su manto, y recogiendo en un pañuelo las joyas que tenía, sin ser vista de alguna persona, se metió entre las disfrazadas que habían venido, y casi sin imaginarlo se halló en la calle, y fue a la casa de Alejandro, al cual halló más triste que quisiera; preguntole por su esposo, que ya no le llamaba primo, porque quien venía a buscarle y con alguna muestra de facilidad había menester otro nombre que la disculpase más. Respondiole Alejandro que había tres horas que en un caballo, hijo del viento, se había partido a Sevilla, huyendo de su patria y desconfiando de tanta ventura. Oyólo Laura, y fue mucho que la dejasen con vida nuevas que de justicia pedían cualquiera desesperación; hurtó un desmayo algunas rosas a su cara, que se preciaron de azucenas, habiendo pasado opinión de claveles. Quiso Alejandro remitir a dos caballos el consuelo de Laura, pero no se atrevió porque a ella le faltaba poco para difunta, y había menester más repararse de aquella pesadumbre que poner en contingencia su vida, fuera de que en conociéndose la falla, era forzoso acudir a los caminos, y sería muy posible caer en manos de sus enemigos; y así, le pareció más seguro llevar a Laura, como lo hizo, a casa de una parienta suya, que por su prudencia merecía confianza, la cual la recebió y regaló con infinito gusto, porque era muy grande amiga suya, y cuando no lo fuera, su cara aun tenía jurisdiccíon en las mujeres para mover a voluntad. Hizo esta diligencia Alejandro con intento de partirse de allí a dos días en busca de Lisardo, para que no prosiguiese su viaje y volviese a conocer que no era tan desgraciado como presumía. A este tiempo ya la casa de Laura estaba revuelta, Octavio loco, sus deudos corridos, los padres de Laura confusos, y todos haciendo diligencias sin provecho; mas advirtiendo en que faltaba tambien Lisardo, lo atribuyeron a traicion suya, y confirmaron que era la principal ocasión de aquella desdicha. Determinóse el padre de Laura de vengarse buscándole para hacerle castigar rigurosamente, conforme a la gravedad de su delito. Quiso acompañarle Octavío, por ver si su amor se dejaba vencer de desengaños tan manifiestos, y porque había dicho Lísardo que tenía gran deseo de ver a la insigne villa de Madrid, corte de Felipe IV, dignísimo monarca de las Españas, se resolvieron de venirle a buscar en ella, cuando a él le llevaban sus ansias a la muerte, y sus pensamientos a Sevilla. Holgose en extremo Alejandro de que fuesen tan encontrados, y despidiéndose de Laura, la dijo que quería ir a huscarle, porque tenía por cierto que si se detenía sería posible no hallarle adonde imaginaba. Pareciole a Laura muy bien la fineza de Alejandro, pero no quedarse ella sin acompañarle; y así, concertaron salir de la ciudad, como lo hicieron, caminando de noche por el riesgo que había en ser conocidos. Llevaba Alejandro un criado sólo de quien se fiaba, y bien prevenido de dineros, por si acaso la jornada no se acabase con la brevedad que quisieran. |
Bien lejos estaba Lisardo desta gloria, porque iba tan cansado de su vida, que parece que el cielo, movido de sus ruegos, se la quiso quitar, pues a la entrada de un lugar pequeño tropezó el caballo tan desgraciadamente, que cogiéndole descuidado, cayó sobre una pierna, y se la atormentó de manera, que receló alguna notable desdicha, porque fue imposible poderse menear, hasta que unos labradores, compadecidos de sus muchas quejas, desampararon el trabajo, y le llevaron en los brazos a solo un mesón que había, en el cual se curó, y fue tan riguroso el golpe, que en más de ocho días no se pudo poner en camino, hasta que sintiéndose con fuerzas bastantes, volvió a proseguirle a tiempo que ya Laura y Alejandro le llevaban dos jornadas de ventaja, y aun habían pasado por el mismo lugar en que se quedaba curando; y estando cierta noche en una posada, tan triste como la causa lo pedía, tomó una guitarra, y refiriendo su historia a las paredes de su aposento, comenzó a cantar aquestos versos: A llorar su amarga ausencia salió Lisardo una tarde, enamorado y celoso, de desdichas harto grandes. Y viendo que ya le espera el tormento de ausentarse de aquel bien que tanto quiso, y es fuerza siempre adorarle, adiós , patria, dice a voces, que madrastra es bien llamarte, pues después de veinte abriles como a extraño me trataste. Adiós, campos, en quien Flora viste perlas y corales, espira olores y aromas; brota claveles y azares. Adiós, deudos, que del alma alcazastes tanta parte, que en mi tuvistes amigo y en vosotros hallé padre. Adiós , divinos ingenios, sin fortuna que os levante, que es maldición de discretos no tenerla de su parte. Adiós , bellisimas damas, ante cuya hermosa ímagen fea parece la diosa que en Chipre adornan altares. Adiós, academia ilustre, Fénix de aquestas edades, a quien debe mi ignorancia el no parecer tan grande. Adiós, calles apacibles, donde Narcisos galanes la noche pasan y el día por bellezas Anaxartes. Adiós, estrecho aposento, que tantas veces me hallaste llorando esperanzas vivas, que murieron sin gozarse. Adiós, queridos amigos, que la tortuna inconstante quiere por matarme presto de vosotros desterrarme. Adiós, pasados placeres, que vivís para matarme, pues sólo de tantos gustos la memoria me dejaste. Y en fin , patria, campos , deudos, Academia, Ingenios, calles, damas, aposento, amigos, y gustos que ya pasastes, sentid mis penas y llorad mis males, pues muero ausente cuando adoro a un ángel. Y tú, Laura, Laura mía, aunque no es razón te llame mía, sabiendo que ya goza tu cielo otro Atlante. Adiós, que ya me dividen de tus ojos celestiales mis desdichas , envidiosas quizá de que los gozase. Yo muero, aunque no quisiera, porque temo que te mate la muerte, si muero yo, que en mi estás y ha de toparte, Huye del pecho. bien mio, vive tú, muera quien nace indigno de tanta luz, incapaz de glorias tales. Yo moriré porque pongan en mi sepulcro: Aquí yace un hombre que supo amar, aunque a costa de su sangre. Nadie culpara mis penas, y mas, Laura , los que saben que me voy para no verte, cuando vivo con mirarte. Y por si acaso, señora, mis desdichas son tan grandes que sea esta vez la postrera que en tus ojos me mirare. Abrázame , Laura mía, y a Dios, que mil años guarde tu vida porque yo viva, si puedo ausente y amante.
No
podía
Lisarrlo
acabar con su memoria que
le dejase
de atormentar un instante;
acordábase
de Laura (¿quién
lo
duda?); considerábala
en
brazos de Octavio,
y sin hacer memoria de su amor, que al más
fuerte, en habiendo ausencia de por medio,
se
le
atreve cualquier olvido,
llegó a Adamuz
una tarde temprano, y no quiso
acostarse, aunque
lo había menester, que no hay
descanso para quien tiene
siempre vivas sus congojas. Salió del
lugar en la
mitad de
la
noche, la cual
era tan
demasiado oscura, que aun no permitía
a los ojos que conociesen distintamente
la
tierra
por donde caminaba;
la
luna s a piedad de ánimo lo que era envidia o celos de su camarada. Holgose Laura desta competencia, porque el uno la defendería del otro, hasta que el cielo trazase por algún camino el remedio de su libertad; y estando los dos cosarios de aquella tierra procurando alegrar y divertir sus divinos ojos, la llevaron a ver sus ranchos, asegurandola primero el capitán de cualquier miedo en cosa que no fuese mucho gusto suyo; llegaron a la parte en que estaba Lisardo, que vencido de un piadoso sueño, daba licencia al descanso forzoso, y estando la cobarde dama atendiendo a algunas cosas que la enseñaban, más por contentar a los dos amantes que por tener gusto en lo que miraba, les vino nueva de que la justicia de un lugar, que no les debía ninguna buena obra, procuraba su destruición. Alborotáronse todos, y acudiendo a la defensa, olvidaron el amor, y fueron a reconocer el campo, que donde tiene riesgo el honor o la vida, pocas veces persevera la voluntad, y mas cuando no tiene echadas raíces con el trato, aunque en habiendo de por medio amor de años o de obligaciones, no hay imposible que no intente, ni temeridad a que no se oponga. Quedó Laura sola, aunque no tanto que a pocos pasos no pudiera hallar cuanto quisiera pedirle su deseo; entró más adentro, cousiderando la miserable vida de aquellos hombres, pues libraban su felicidad en la desventura ajena, parecidos en esto a los envidiosos, de quien solo se libran los desdichados, porque uo tienen fortuna que los dé pesadumbre, aunque no debe de ser mala, pues viven seguros de sus dañadas entrañas. Así estaba discurriendo, cuando sintió junto a los pies un bulto que la hizo tropezar, aunque pienso no era la primera vez. Reparó Laura , y vio un hombre que pagaba el necesario tributo a su cansado cuerpo; bajó la luz para reconocerle, que el pecado de la curiosidad jamás deja a una mujer, aunque se mire en el extremo de sus pesares; mirole y alterose, volvió a mirarle con más atención , y hallole en las manos un pequeño retrato; quitósele del las manos, y llevole a los ojos, los cuales hallaron a su mismo dueño; diole mil vueltas, pensando que el naipe tenía por encima algun pedazo de cristal que la retrataba. Volviose al que dormía para que le dijese la verdad, reconoció su prenda, halló a Lisardo. Pidiose albricias, y temió por sospechoso el nuevo contento, acordándose de las veces que ha quitado la vida un placer ni esperado ni prevenido, Sentóse junto a su primo, el cual, al ruido de algunos abrazos mezclados con suspiros de alegría, despertó, y tuvo por novedad el ver luz en parte que pocas veces se comunicaba el sol. No había reparado Lisardo en Laura, que si esto dijera después de verla, fuera agraviar sus ojos; cubriose ella el rostro con una toca, que era velo de plata para su hermosura. y nube de seda para su resplandor, por darle el contento menos repentino. Extrañó Lísardo la nueva compañia, y advirtiendo en que el traje y los adornos prometían alguna nobleza oculta, le rogó que se descubriese, o por lo menos le contase el rigor de fortuna que la había puesto en tan miserable estado, que él se obligaba a satisfacerla el favor, refiriendo, si ella gustase, el infinito número de desdichas que le atormentaban, que eran tantas, que la menor le parecía verse en poder de aquellos barbaros, teniendo la vida al albedrío de su voluntad. Entonces ella por no deberle el contento que podía darle, se descubrió y abrazó dél. Y Lísardo quedó mirandola tan suspenso, que se puso a imaginar si era cierto que había despertado. Unas veces daba crédito a los ojos, y otras no se podía persuadir aun a lo mismo que tocaba; pero venciendo la verdad sus discretas dudas, estuvieron los dos muy gran rato, sin que el contento les diese licencia para preguntar la causa de verse en aquel lugar, y después de haber hecho cada uno memoria de sus trabajos, dijo Lisardo que pues estaban solos, sería acertado huir de tan conocido peligro; y cuando empezaban a salir de la cueva para avisar a su amigo Alejandro, que estaba bien ajeno de aquella novedad, volvieron los temerosos ladrones asegurados de que el aviso había sido incierto, aunque se engañaron, porque la justicia de Córdoba los había buscado toda la noche, y por ser tan oscura y espantosa, se habían perdido sin poderse encontrar los unos ni los otros, hasta que con el día dieron la vuelta, y llegando hacia la parte que estaban informados, oyeron ruido, y conocieron que allí era sin duda la defensa de los atrevidos saíteadores, y cercándolos, los prendieron, sin que pudiesen huir ni ampararse de la menor defensa. A este tiempo ya el uno de los amantes de la infelice Laura, que era el capítán, vencido de su apetito y confiado en su mucho imperio, la había llevado a la cueva donde estaba Alejandro, poniendo primero una pistola al pecho de Lisardo, que como galán la amaba, y como honrado la defendía. Pero viendo el tirano capitán que le amenazaba una desastrada muerte si se dejaba poner en manos de la justicia, tomó uua yegua que tenía prevenida para semejante fortuna, y saliendo por una secreta parte de la misma cueva que hacía correspondencia a un valle, cogió a Laura, que por estar sin sentido y haber visto a Lisardo en tan manifiesto peligro, aun no tenía animo para defenderse, y corriendo por el campo dejaba burlados a los que le seguían. Lisardo fue tan desgraciado, que iba en el número de los presos, sin que aprovechase decir su nobleza, porque algunos de los delincuentes procuraron defenderse, diciendo que no eran ellos de los ofensores, sino de los desdichados a quien habían quitado la hacienda y tenían en aquellas cuevas para quitar la vida; y la justicia, por no poner en contingencia la verdad de los unos y la culpa de los otros, haciéndolos iguales, los llevó al primer lugar, y de allí a la cárcel pública de la ciudad de Córdoba, en la cual se vio el pobre Lisardo disculpando su inocencia y dando voces por su justicia, pero como no tenía ni amigos que le acreditasen ni dineros que le favoreciesen, su pleito estaba mudo, los procuradores sordos, y los jueces mal inforrnados. Afligíale también el no tener nuevas de su amada Laura ni de su fiel amigo Alejandro, tan amigo en todo, que viendo al atrevido bandolero llevar con tan resuelta tiranía a la hermosa Laura, movido de su nobleza y sufriendo mal que un infame profanase su hermosura tomó el mismo caballo que habían quitado a Lisardo, y por la propia parte que vio salir al codicioso ladrón le empezó a seguir tan bizarro como animoso, y como llevaba de su parte la razón, y a los ladrones sigue siempre el temor y la cobardía, le alcanzó aún con más brevedad que él imaginaba. Y apenas el injusto Atlante de aquel cielo con alma vio que Alejandro venía en su seguimiento, cuando advirtiendo que si se detenía a defender el hermoso tesoro era dar lugar a que la justicia le alcanzase y lograse su deseo, para poder huir con más comodidad, arrojó de sí a Laura, como suele el castor que advertidamente se hace pedazos, lisonjeando a los cazadores con lo que desean para que no le persigan; mas no le aprovechó, porque a pocos pasos le cogieron unos labradores, y llevaron con los demás compañeros para que con una muerte satisficiese tantas. |
Imposible
será decir
Ios
encarecímientos
con que Laura agradeció al animoso Alejandro
aquella gallardía, mas
baste saber que era discreta y que no sabía ser ingrata.
Llegaron
los
dos
al
lugar,
e informandose de cómo
Lisardo iba con los demás culpados,
tomaron el
camino de Córdoba, y estando
Lisardo una mañana discurriendo sobre sus desdichas, que eran
tantas que tenía
por
novedad
el
no tenerlas, y pensando el día en que
la
fortuna
se cansase, vio que un hombre y una mujer tapada se llegaron
con
voluntad igual
a darle
infinitos abrazos; conoció
a Alejandro,
y después colligió fácilmente
quién podía ser la que le acompañaba; echose
a
los
pies de entrambos, que
los
hombres
en las desdichas suelen
estimar mejor
los
beneficios, y hablando los tres
largamente,
trataron
de la soltura de Lisardo , para lo cual y para otras cosas
necesarias
dió Laura a Alejandro
algunas
joyas de
las
que traía, rogándele
procurase
venderlas. Hízolo así Alejandro,
aunque
perdiendo
mucho del
precio
en
que se habían
comprado,
pensión
de quien vende con necesidad y en la platería;
la información
quedó hecha aquella
noche, por ser cosa tan conocida y haber dinero, que es la mejor
espuela para los que escriben; y cuando Lisardo estaba ya para
salir de la cárcel, porque
los jueces advirtieron la bellaquería
de tener afrentosameute
a un caballero
en la cárcel pública, vino
un auto en que le mandaban embargar por
otras causas. Admirose
Lisardo,
lloró Laura de nuevo, afligiose Alejandro, y quedaron todos
confusos y temerosos;
pero sacolos desta duda Lisardo,
que reparando en dos hombres
que
entraban por
la
puerta,
conoció que eran Octavio y el
riguroso padre
de Laura,
la
cual rindiéndose
a un temor
justo, nacido
de su respeto y vergüenza, quedó
difunta, pero de mucho
si via
presentes
tantos males: por una
parte
a Lisardo
con más prisiones, en
tierra
ajena, y sin más
favor que la disculpa
de su voluntad; por otra a su
padre, que con el enojo que
vendría era fuerza atropellar las honradas disculpas de Lisardo,
y lo que más la afligía era ver a Octavio, por haber sido el
principio de su desventura; dudaba del intento que les traía,
aunque bien echaba ver que como los dos faltaron en un día,
colegirían que Lisardo la traía robada. Lo cierto es que el
viejo, tanto por el amor de su hija como por la venganza de su
sobrino,
en cornpañía de Octavio los había ido
a buscar a la corte; y no
hallando aun señas de ninguno , quiso acercarse a la Andalucía,
buscandole por las principales ciudades della; y entrando aquel
mismo día en Córdoba, y hallando en ella a un grande amigo
suyo, que en sus tiernos años vieron a Flandes juntos, le
preguntó por algunas novedades de aquella ciudad,
y
entre otras le dijo que
estaba en la cárcel un caballero a quien unos salteadores habían
robado, y que sería fuerza conocerle porque en sus confesiones
decía que era natural de la ciudad de Ávila. Alterose el viejo,
é iformándose más particularmente, supo que el caballero preso
era el enemigo
que buscaba, y sabiendo que estaba ya para salir de la cárcel,
habló a los jueces, querellándose de su sobrino, y contando la
traición que había cometido contra su sangre, y así mandaron
luego, no solo que no le diesen libertad, sino que le pusiesen
en parte que estuviese más seguro. Y después de haber hecho
esta diligencia, venía con Octavio a visitarle para saber lo
que respondía; y Laura,
aprovechándose de su discreción,
si acaso la hay cuando
vienen las desdichas tan aprisa, se
encubrió lo más que pudo, y
Alejandro hizo lo mismo apartándose de Lisardo,
y poniéndose a conversar con otros
presos. Llegaron los dos, y después de saludarle , le
preguntaron por Laura, y él respondió que no solo
no la había traido, pero que en su vida se había atrevido a tal
imaginación , y decía bien, porque aunque la quiso siempre con
tanto amor, nunca tuvo animo de anteponer su gusto a su
respeto, huyendo de parecerse a muchos que
se precian de querer
a una mujer, y por lograr su gusto intentan cosas en
que es forzoso aventurar con su vida su reputación. Decía
Lisardo que estos tales no atienden
al
honor de la dama, sino a la comodidad de su gusto; y
así, no
pueden tener amor verdadero, porque amar tan inconsideradamente
que por gozar de una mujer atropellen su opinión y consientan
en su deshonra, no es estirnarla, sino aborrecerla. Finalmente,
Lisardo negó, porque en todo caso es lo más
seguro, y mientras se prueba se gana tiempo. Encolerizóse el viejo pareciéndole
que aquello era preciarse de darle pesadumbre, y Octavio le dijo
algunas injurias, porque los celos, el amor y el ver a su
enemigo de maner |
Así estaba Laura contando los instantes de las horas con el temor de ver injuriado por su causa a Lisardo, y él con los bríos del valor que tenía heredado dispuesto a cualquier exceso de desdicha; pero el cielo tuvo lástima de tan justo amor y lo dispuso de otra suerte, porque Alejandro envió un recaudo con su procurador avisando a Laura de que la dispensación había venido con los demás papeles, y dando Lisardo un poder, le desposaron, y luego se notificó a la parte contraria cómo Lisardo era marido de Laura, y así la podía tener donde le pareciese , y llevando un escribano consigo, que daba fe de que la había visto, y enseñando juntamente la dispensación y lo dermás, se quedó el viejo tan corrido y afrentado, que negándose a la piedad que debía tener con su propia sangre, y considerando la riqueza que perdía en Octavio por su sobrino, le empezó a seguir con mayores veras, encareciendo a los jueces la ofensa que su casa había recebido, aunque fuese con inteuto de ser su esposo; y entonces Alejandro, presumiendo que ya no tendría peligro, pues Lisardo había confesado que la tenía y el desposorio estaba concluido, salió públicamente, y fue a contradecir la nueva acusación del vengativo viejo, el cual apenas lo supo, cuando le hizo una causa criminal, que le obligó a quedarse con l.isardo, porque luego trujo informacion de que había él sido el instrumento principal que ayudó al escalamiento de su casa, y él fue a quien toparon con su hija, y esto encareciéndolo con tantos accidentes y palabras, que lo que había sido fuerza de amistad hicieron delito de traición; que la calidad de lus culpas suele consistir en las circunstancias con que se acusan, porque hay palabras que las hacen mayores. Quedóse Alejandro con su amigo, casi agradecido a la nueva ofensa, por mostrar más bien lo que le estimaba: los dos lo pasaban mejor, porque Laura también parecía presa, y en todo el día no salía de la cárcel, que la voluntad la había enseñado esta fineza, que no es pequeña para una mujer de sus años, de su hermosura y de su modestia; pero quien tiene amor, poco se debe en las cosas fáciles. Crecieron los pleitos y los gastos, acabáronse las joyas de Laura, con ser muchas, y descuidáronse los parientes de Alejandro, pareciéndoles que más tenía de locura que de amistad gastar su hacienda con quien no podía pagarle aquella liberalidad, Viose Lisardo perseguido de quien pensaba ser amparado, en la cárcel y pobre, tres cosas que cualquiera basta para quitar la vida: miraba a su amigo Alejandro en tan diversas fortunas por su causa, y no sentía menos el ver a su esposa llena de trabajos, aborrecida de su padre y sin más regalo que pesadumbres, y en fin, había llegado a tiempo que fue necesario quitarse ella las galas que traía, vistiéndose más humildemente para defenderse de la mala intencion de su padre. Todo lo miraba Lísardo, y todo lo remitía a su sentimiento. Laura le consolaba, y aun se ofendía de verle tan apasionado, diciéndole que no se afligiese por ella, porque no podían ser sus desdichas más que su voluntad, y que la quedaba ánimo para sufrir aun mayores, rigores, como fuesen enderezados a servirle. Escuchola Lisardo y diola infinitos abrazos; alabó su hermosura, encareció su firmeza, y confirmó a las mujeres por agradecidas y constantes; y si se ha de decir verdad, no les neguemos que en determinándose a querer bien, son ellas las que olvidan con más dificultad: a lo menos Laura mucho acreditó esta verdad, porque amar a un hombre cuando le persiguen trabajos, prisiones y pobreza, es un milagro que pocas veces se ve en el mundo.
Así lo
pasaban los
amantes
primos,
y una
tarde
quiso Laura probar por todos
caminos
a conocer
si
era tan
desdichada como hermosa
, y con
el
deseo
que tenía
de que
tuviesen remedio
las
temeridades
de su padre, rogó a una
señora
que se había dado por amiga suya que
enviase a decir a Octavio que en
una parte determinada del campo le esperaba
una mujer, que aficionada
de su gallardía quería saber si el
alma correspondía al talle, y
la lengua a la
persona. Quiso Laura con esto tener ocasión
de hablar a Octavio y obligarle por
el
atajo de
la
cortesía para que se cansase de perseguirla.
Pareciole
buen medio a la amiga, y le envió con una criada un papel muy a
propósito. Leyole Octavio,
y juzgó que sería aquel favor verdad
infalible, que las desconfianzas, y más
en esta materia, no tienen entrada
con un hombre que se preciaba de galán
y tenía opinión
de rico; fueron las dos en un coche, y Octavio
contó su buena suerte al padre de
Laura , y aun le llevó consigo para
que le acompañase, por si acaso no venían
, y había sido engaño de alguna dama
que quería burlarse dél por
forastero, pero presto conoció que era él que había tardado;
y viendo ellas que llegaba solo,
le
rogaron se entrase en el coche, y luego Laura con suspiros y
razones le encareció los trabajos y disgustos que padecía
por su causa, advirtiéndole que no le había
ofendido en no quererle, por haber días
y aun años que tenía dueño, y que a
no tenerle, le confesaba que fuera
cierto ser
suya, porque
sus partes merecían mayor empleo.
Díjole también el extremo a que había
venido de necesidad, pues si no fuera por aquella dama y las
joyas que había traído, aun no
hubiera sido posible sustentarse, y que actualmente Lisardo
estaba preso, pobre y sin más
esperanza que su piedad, y así se
lastimase de su amor, y mostrase lo que había querido
en no ayudar
a su ingrato
padre, el cual, viendo que tardaba Octavio, se acercó al coche,
y conociendo a su hija y
PULSA AQUÍ PARA LEER SÁTIRAS DE QUEVEDO CONTRA PÉREZ DE MONTALBÁN Y AQUÍ PARA LEER EL ROMANCE QUE DEDICÓ MARÍA DE ZAYAS A SU MUERTE |