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Clavel dividido en dos, tierna adulación del aire, dulce ofensa de la vida, breve concha, rojo esmalte. Puerta de carmín, por donde el aliento en ámbar sale, y corto espacio al aljófar que se aposenta en granates. Depósito de albedríos, . hermosa y purpúrea imagen del múrice, que en su concha guarda colores de sangre. Cinta de nácar, con quien Tiro se muestra cobarde, y aun sentida, porque el cielo más expuso en menos parte. Bello aplauso de los ojos, hermosa y pequeña cárcel, muerte disfrazada en grana, si hay muerte tan agradable. Tiranía deliciosa, cuyo vergonzoso engaste es mudo hechizo a la vista, siendo un imperio süave. Guarnición de rosa en plata y de nieve entre corales, discreta envidia a las flores que un mayo miran constante. y en fin, cifra de hermosura, si permitís que os alabe, decid me vos de vos misma, porque os sirva, y no os agravie. Mas la . empresa es infinita; yo muy vuestro, perdonadme, porque sólo sé de vos que habéis sabido matarme.
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de don Juan Ruiz de Alarcón, un hombre que de embrión parece que no ha salido. Varios padres ha tenido este poema sudado; mas nació tan mal formado que, en mi opinión, casi todo parece del corcovado.
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EN la ciudad de Avila, edificio que en grandezas y antigüedad no debe nada a cuantos se alistan en la jurisdicción de España, nació Laura de padres nobles (porque como las armas suelen dar principio a la nobleza , y en aquella ciudad ha florecido tanto la milicia, tuvieron sus pasados ocasiones bastantes para ilustrar con su propia sangre la que había de proceder en sus descendientes). Eran moderadamente ricos, y amaban a Laura con extremo, por ser única prenda suya, y porque sus muchas partes mereciau cualquier afecto. Tenía una hermosura tan honesta, que a un mismo tiempo se dejaba querer con la belleza, y se hacía respetar con la compostura. Era tan bien entendida, que pudiera preciarse de fea, a no desmentirla las perfecciones de su cara. Mirabanla muchos con intento de merecerla por esposa, unos fiados en su fortuna, otros en su gallardía, y algunos en su riqueza; que si hay confianza discreta, esta pudiera tener el primer lugar en la disculpa; pero Laura ofendíase de escuchar alabanzas suyas, si se encaminaban a que reconociese alguna voluntad. No le sonaban bien conversaciones de casamiento, que no es poco milagro en mujer hermosa y que tenia cumplidos diez y seis años. Aumentabanse con su resistencia los extremos de sus amantes; que el desdén nacido del recato, y mas en la que ha de ser mujer propia, en lugar de entibiar el deseo, pone espuelas a la voluntad. No era de las doncellas que al caer el sol dejan la almohadilla, visitan la ventana, y a media noche aguardan la música, y reciben el papel, que suele ser el primer escalón de su deshonra. Laura ni escuchaba ni apetecía, pero ¿qué mucho si tenía en el alma quien se lo estorbase? Laura amaba, Laura estaba perdida, y Laura era principal; que basta para no admitir nuevos empleos, habiendo puesto los ojos en quien la merecía. Tenía su padre un hermano recién viudo, que de muy rico pasó al extremo de la necesidad, y para dar a entender su pobreza, baste decir que casó con mujer gastadora, que era noble y hacia fianzas. Viose tan alcanzado,que con una licencia para las Indias desamparó su casa, pensando mejorase en donde no le conociesen. Y para hacerla mejor dejó un hijo que tenía, llamado Lisardo, encomendado a su hermano, el cual le recibió como a sangre tan suya, haciendo cuenta que le había dado el cielo un hijo para que después de dar estado a Laura quedase en su compañía y le consolase en los trabajos que suelen seguir a la senectud. Teudría Lisardo cuando se ausentó su padre la misma edad que Laura y era hermoso, bien criado, de ingenio vivo, y tan gracioso en las travesuras, que ya su tío apenas le diferenciaba en el amor que tenía a su hija, con la cual se crió en igualdad de hermanos y con amor de primos. Queríanse los dos con aquella voluntad que permite la inocencia y no hacia Laura cosa sin gusto de Lisardo, ni Lisardo tenía pensamiento que no comunicase con ella, y en los dos parecía que se ensayaba la voluntad para mayores finezas. Dejó de ser niúa Laura, y Lisardo empezó a descubrir su divino ingenio, aventajandose a todos, así en las bizarrías de caballero como en las acciones de entendido. Era galan y brioso, y tan cortés y bien hablado, que se hacía querer aun de los mismos que le envidiaban. Amaba a su prima mas de lo que pedía su cordura; mirabala ya con otros ojos, atrevíansele los deseos, dabale voces la voluntad, y finalmente, la pasion iba creciendo al paso de los años. Laura también, por otra parte, se dejaba llevar de su natural inclinación, vivía con esperanza de gozarle , aunque tenía miedo a su padre, porque era viejo y estaba cerca de codicioso, y sobre todo tenía un amigo y el mas poderoso de aquella tierra, el cual procuraba que un hijo suyo gozase la hermosura de Laura, porque era su amor tan demasiado, que se recelaba algún peligro en su salud. Su padre hacía buena cara a esta pretensión, porque Octavío, que este era el nombre del enfermo amante, era hombre de conocida nobleza. Y cuando le faltara esta calidad, se pudiera suplir facilmente con dos mil ducados de renta. Temía Laura no le venciese a su padre el oro, que es peligroso su poder, y tiene particular imperio en todos. Decía ella que harto rico era quien no deseaba riquezas y se contentaba con su fortuna; pero estas filosofías no hallan acogida en las personas que con los muchos años se han olvidado de amar. A Laura la movía la voluntad. y a su padre le desvelaba la ambición. A ella quitaban el sueño cuidados de Lisardo, y a él le inquietaba el verse con mayores aumentos. Oíale hablar muchas veces en su remedio, si se llama con este nombre quitar a una mujer el gusto, y aunque no se lo decía a Lisardo, por no darle pesadumbre, en viéndose a solas lloraba como amante. En efecto, despuéss de pasados algunos días, se determinó el viejo en darla a Octavio, que para ella fuera mas apacible a un sepulcro, y viendo en su sobrino tantas muestras de prudente, quiso primero aconsejarse con su entendimiento, y una vez que estaban los dos en el campo, sin mas testigos que los arboles y el agua, le dijo desta suerte: _Bien sabes, Lisardo, la grande voluntad que me debes, pues, ya que no eres mi hijo en la naturaleza, yo he sido tu padre en la crianza; en mi casa quedaste de pocos años , y en ella has vivido con el respeto y regalo que todos saben, pues nadie te juzga sino por hijo propio, y sabe el cielo que me tengo por dichoso en esta irnaginacion, porque todos conocen tu ingenio, alaban tu virtud, y estiman tu persona. Dígote todo esto para que adviertas lo mucho que me ha obligado tu cordura, pues no me he querido fiar de mis años, y me dejo aconsejar de tu discrecion; siéntome viejo y con achaques, esperando por puntos el último término de mis días; desvélame el ver sin estado a tu prima, y quisiera que no me hallara la muerte en tiempo que fuera forzoso dejarla sin dueño, y muriera con escrúpulo de no haberla remediado pudiendo. No tengo tan sobrada hacienda que pueda descuidarme con seguridad de su ventura: el dote que tiene es moderado, si bien su mucha virtud es bastante crédito de su remedio; pero en este tiempo anda tan poco valida, que suele ser en un casamiento lo rastrero que se pregunta. Así discurria el padre de Laura, y Lisardo escuchaba la tragedia lastimosa de su voluntad, sin poder responderle como quisiera; retiró algunas lagrimas que había llamado el sentimiento, y calló algunos suspiros, guardandolo todo para que en mejor ocasíon Laura lo vinicse a saber, y los dos se ayudasen a llorar: disimuló cuanto pudo, y luego su tío o su homicida prosiguió diciendo: Has de saber pues que ha muchos dias que Octavio quiere a Laura, esto con tanto extremo, que su mismo padre con ruegos y regalos me alienta para que se efectúe: tiene la riqueza que sabes, y hagole pocas ventajas en la nobleza; no quisiera perder esta ocasión, porque no tengo de hallar otra tan a propósito. Yo pienso hacer mañana las escrituras, que bien tengo entendido de la obediencia de Laura que no tiene mas gusto que mi albedrío, ni mas ley en su pecho que mi voluntad; pero primero he querido comunicarlo contigo, porque aunque sé que acierto, por lo menos tendré mas seguridad de mi elección. Tan lastimado escuchaba Lisardo a su tío, que apenas tenía aliento para apelar de su sentencia. Quisiera dar voces y llamar al cielo, que es el último alivio que tiene un desdichado, pero no le dejaba ni su obligación ni su desdicha; víase morir, y sin poder quejarse, pues le cerraba la boca el mismo que le ofendía en el alma. Pero aprovechandose de su buen juicio, le respondió con la mayor blandura que pudo, advirtiéndole los daños que suelen traer consigo las repentinas resoluciones, que parecía temeridad dar un hombre palabra que no estaba en sus manos el cumplirla , pues aunque Laura tenía tan de su parte la obediencia , muchas veces no puede una mujer conformarse con lo que contradice el cielo, y pues era ella la que había de hacer vida con él, lo mejor era darle parte, saber su pensamiento, entender su gusto, y prevenirla del aumento que se le seguía. Decía esto I.isardo con animo de fiar en la dilación el remedio de la desdicha que le aguardaba. No le desagradó a su tío el parecer, y así se resolvió a declararse con Laura , aunque haciendo de manera que en el proponer y el ejecutar no se gastase mas de un tiempo. Quedó Lisardo tan confuso, que le parecía qua cuanto había oído era ilusion de su descuido o sueño de su fantasía: fuese a casa batallando con sus pcnsamietos, y rccibiole Laura con los brazos, pero estaba de suerte que no le agradó el favor, por parecerle que tenía algo de despedida; solían hablarse por el aposento de una criada, la cual en viendo a sus señores dar dormidos, avisaba a los dos amantes, y se gozaban hasta llegaba el día, sin que Lisardo tomase en sus amores mas licencia de la que le permitía una voluntad honesta y un amor desinteresado. Dijo Lisardo a su prima que aquella noche quería verse con ella, y cuando lo hizo pensando que ya la tenía perdida, y considerandola en otros brazos, sin poder hablarla, porque el dolor no se lo consentía , la empezó a decir con infinitas lagrimas la determinacion de sus padres, y antes que él acabase, le salió ella al camino y dijo todo lo que sabía. Sintiéronlo entrambos justamente, porque es un tormento sin piedad dividir dos almas que nacieron para un 1azo. Pero corrida Laura de haber dudado lo que era imposible a su voluntarl , consoló a Lisardo , y le aseguró que primero se dejaría quitar aquella triste vida que consentirlo. Despidiéronse los dos llevando el dolor mas templado; llegó la mañana, y sus padres la llamaron, porque casi toda la noche se habían entretenido en dar trazas contra la voluntad de la pobre Laura. Empezaron a obligarla , diciendo el cuidado y solicitud que tenían de darla estado; dijéronla también que la tenían casada con Octavio, hombre que la merecía por muchas causas. Oyolo Laura , y procuró desviarlos de aquel intento diciendo que por ningún marido se aventuraría a dejarlos; fuera de que su edad era muy poca, y quería servirlos y gozar de su juventud, sin tener que contentar a un hombre que no conocía, y sin entregarse a tantos desvelos como siguen al matrimonio, donde los cuidados de los hijos, el amor del esposo y el gobierno de una casa la habían de obligar a no gozarlos como quisiera, porque en casandose una mujer, aun con sus mismos padres es ingrata, y mas si el marido sale a gusto. Bien quisiera decirles la principal ocasión que la movía , pero temía que atribuyesen a liviandad lo que había sido fuerza de inclinación, y temía también que les enojase su resolucion y le quitasen de los ojos a Lisardo. En fin, lo dispuso con tal ingenio, que sus padres la dejaron por entonces, y ella quedó satisfecha de su amor y pagada de lo bien que se había defendido. Contóselo a su primo, el cual pagó en abrazos la honrada resistencia; pero apenas se había levantado el viejo, cuando vieron entrar al padre de Octavio quejoso y determinado, diciendo que su hijo estaba loco, y se temía de su desesperacion su muerte, Disculpa tenía Octavio, que amaba donde no le admitían, y parecíale demasiado rigor del cielo que para un hombre rico hubiese imposibles ; tuvo por cierto el padre de Laura que el haberse excusado ella sería vergüenza de su recato, no verdad de su disgusto, y fiado en la obediencia y virtud de su hija, le dio palabra de que al otro día habían de quedar hechas las escrituras. Erró como ambicioso, pues no hay ley que obligue a obedecer en las cosas que tiene peligro el gusto. ¡Oh codicia indigna del corazón de un hombre noble, qué de disgustos has causado! Bien te llama Séneca enfermedad fuerte y peligrosa, que no tiene remedio ni admite yerbas para curarse. Yo quisiera saber qué pretende un padre necio que dispone de la voluntad que ignora. ¿Acaso esta potencia del albedrío sufre violencias? ¿ Hay ingenio que basta para obligar a que parezca bien lo que se aborrece? ¿Por ventura las inclinaciones sujétanse a mas dueños que al cielo y a quien las ejercita? Y cuando no hubiera otra información, ¿no bastaba mirar que el mismo Dios, con ser absoluto dueño de todo, parece que en el albedrío del hombre se limitó el poder, pues nunca le fuerza, aunque siempre le inclina? Volvió pues el desconsiderado padre a tratar con mayor fuerza destas cosas, y Laura volvió a defenderse con palabras y razones, que el amor suele enseñar retórica. Túvose fuerte, y su padre se mostró algo enojado, aunque lo procuró desmentir, por no disgustar a quien habia menester. Pareciole que sería mejor camino hablar a Lisardo, que como discreto y que podía tanto con Laura , sería facil alcanzarlo de su terrible condición; lIamole aparte y contole la necedad de su prima, aunque era tal, que a Lisardo le parecía de perlas. Rogole que la fuese a ver y riñese, trazandolo de modo, que no hubiese menester usar de otras diligencias y rigores, porque a todo estaba dispuesto. Prometiole Lisardo hacer cuanto pudiese por reducirla, mas no se contentó con esta promesa, sino que quiso dos cosas: la primera, que lo pusiese luego a ejecución, y la segunda, que él mismo lo había de oír para ver el cuidado que ponía en sus cosas y el intento que tenía Laura; y para esto imaginó un engaño discreto, aunque peligroso , y fue hacer que una criada la llamase diciendo que su primo la quería hablar, y él se escondiera detras de las cortinas de una cama para oírlos y salir de sus dudas. Replicó Lisardo como corrido de que hiciese dél tan poca confianza; pero el viejo porfió como tal, y sin escuchar respuesta envió a llamar a Laura , la cual vino bien ajena de aquel engaño, y Lisardo empezó a volverse loco, viéndose tan confuso, que no hallaba salida conveniente a su amor y a sus obligaciones. Con el silencio se hacía sospechoso; con la obediencia se daba la muerte; dar a entender su voluntad era perder a Laura ; pues decirla que diese la mano a otro dueño ¿quién lo pudiera acabar consigo queriendo bien y sabiendo sentir? Quisiera avisar a su prima con alguna seña hurtarda, y no era posible, porque su padre le estaba notando las acciones. Espantose Laura de aquella novedad , y ofendida de su silencio, le iba a decir algunas injurias, que entre amantes suelen pasar por requiebros, y Lisardo, mirando lo que podía resultar, la estorbó diciendo: |
_Ya sabes, hermosa Laura, de cuanta importancia es en los hijos para que se logren la obediencia y el agradecimieuto, particularmente cuando los padres les procuran estado conveniente a su calidad. Yo he sabido de los tuyos el deseo que tienen de remediar tus años, para que, faltando ellos, como es fuerza, ya que sientas su muerte, no eches menos la falta de su amparo, sustituyéndo a sus canas el amor de un marido que te estime. Quéjanse de que respondes con alguna tibieza a sus intentos, y yerras verdaderamente, porque Octavio le ama y te merece; toda esta ciudad le mira con particular amor; tu edad no es muy desigual a la suya; su entendimiento respetan cuantos le tratan, y su grande hacienda le acredita mas: partes todas que le hacen digno de ti; y cuando no hubiera de por medio ninguna destas razones, basta ser gusto de quien te ha dado el ser. Tu padre te casa, tu padre ha dado la palabra a Octavio, y quiere darte un estado tan venturoso, que pueda una vez la belleza desmentir a la desdicha. Esto ha de ser, y esto te conviene; toda la ciudad espera el día de mañana, y yo con las mayores veras que puedo te suplico des este gusto a tus padres, que para mí sera la mayor lisonja que puedes hacerme. Todo esto decía Lisardo tan fuera de sí, que cada palabra era veneno, y con cada razón se daba la muerte; pero ¿ qué mucho si esta pidiendo y aconsejando lo que había de costarle la vida? Mirabale Laura tan confusa, que le parecía que cuanto escuchaba era sueño, porque había creído que su primo la amaba, y amarla y rogar que quisiese a otro, no parece que se conciertan. Sosegose Laura, y volvió a pensar en lo que había oído; dio mil vueltas a las palabras de Lisardo, y decía consigo misma: Pues ¿cómo, cuando yo atropello el respeto de mis padres y paso por el martirio de tantas amenazas, Lisardo habla tan libre y me pide que ame a otro? Pues esto ¿qué puede ser sino poca estimación mía? Quien tiene ánimo para decirme que me deje gozar de Octavio, no se mata demasiado por perderme. Quien me aconseja que le olvide, claro está que se ofende de que le ame. Pues ¿ cómo una mujer principal y de entendimiento se ha de morir por quien tiene ánimo de vivir sin ella? ¿ Quién duda que Lisardo se habrá cansado de mis finezas? Que cuando un hombre está seguro de que le estiman, como tiene el temor dormido, procede en sus amores menos galán y más descuidado. Los hombres se mudan, la voluntad se resfría, todo vive sujeto en su género a la variedad y a la inconstancia; Lisardo es hombre, vese querido, y habrá hecho como los demás; sabe que le adoro y que estoy loca, y prueba mi paciencia con desprecios y pesadumbres; y lo peor es que sin duda debo de tener poco lugar en su memoria, porque hombre que habla tan cuerdo y me consuela tan prudente, claro está que se sabrá consolar a sí propio. Pues viven los cielos, que esta vez me he de vengar de su ingratitud, y le han de salir los consejos a los ojos; yo haré verdad lo que no imaginé posible, que las mujeres principales nunca se olvidan de lo que son. Esto es sin duda dársele poco de mí, esto es despreciarme conocidamente; mal haya yo si no me lo pagare. Góceme Octavio, góceme un enemigo, que por lo menos quedaré vengada, aunque a costa mía. ¡Oh pobre Laura! Detente y mira que te pierdes, y pierdes a quien te ha obligado con lo propio que te ha ofendido. ¿ Quién pudiera decirte lo que padece Lísardo y avisarte de que te está escuchando tu padre o tu verdugo? Laura, vete a la mano; Lisardo es firme, Lisardo te adora; pero ¿quién podrá meter por camino a una mujer enojada y que se le habla puesto en la cabeza aquella injusta imaginacion? Y para acreditarla más sucedió haber sabido que una dama de aquella ciudad, no de las menos hermosas, quería bien a Lisardo, porque ella misma la había comunicado su deseo, pareciéndola que como amiga suya y prima de Lisardo alcanzaría cualquiera cosa de su amante. Bien conocía Laura que Lisardo, aunque sabía esta voluntad, no había tenido primero movimiento de agradecerla ; pero coligió que pues él mismo la persuadía a que diese la mano a Octavio, sería la causa haber visto alguna cosa en la otra que le agradase, y así deseaba verse libre para gozarla, Vinieron estos celos en ocasión fuerte, confirmaron las sospechas, e hicieron verdad lo que hasta entonces apenas tenía opinión de apariencia. Echolo todo a la peor parte, y atropellando su mismo gusto, negando los oídos a cualquier desengaño, sin más interés que su venganza, le dijo a Lisardo que estaba muy pagada del nuevo empleo, que bastaba quererlo él para allanar el mayor inconveniente, que a Octavio quería, que a Octavio estimaba; y así, les dijese a sus padres que se daba por muy contenta de aquel amor, pues aunque le había resistido, no era por no quererle , sino por el sentimiento que había de tener de verse sin ellos. Y despidiéndose de Lísardo , sin esperar respuesta, se retiró a llorar su poca ventura, unas veces pagada de lo que había hecho, y otras arrepentida por haberse hecho a sí misma la ofensa, pues había de entrar en poder de un hombre que, aunque no le aborrecía, bastaba para vivir muriendo querer a otro y no gozarle. Salió su padre dando mil abrazos a Lisardo, y partiose al punto a referir aquestas nuevas a sus deudos y a los de Octavio; previniéronse fiestas y galas, y Lisardo quedó como se puede imaginar de un hombre que quería bien miraba perdido en una hora lo que había granjeado en tantos años. Pareciole facilidad en Laura haberse determinado tan presto, pero bien conoció que fue más cólera de su pasion que fuerza de su voluntad, Quisiera ir a hablarla y a decirle la causa que le había movido para rogar lo que había de ser espada rigurosa contra su triste vida, mas ya era tarde y fuése al campo a llorar, que es el sitio más acomodado para sertir bien una tristeza; vino el padre de Laura a su casa loco de contento, y con el novio a gozar de la divina preencia de su esposa. Recibiole Laura con los ojos en el suelo; Octavio entendió que era honesta vergüenza; pero los ojos de Laura no decían eso, porque estaban disimulando algunas perlas que, ya que no salían, por lo menos asomaban. Alegrose Octavío con que a otro día quedaría su esperanza en brazos de la posesión , y Laura , llevando adelante su enojo, huía de Lisardo, no porque no le amaba, sino porque esta ya corrida de su ingratitud. Mil veces se dispuso Lisardo a hablarla , pero no se lo consentía ni su sentimiento ni la entereza de su prima. Pasoseles la noche a los dos amantes , como a quien mraba de cerca su desdicha, y en tres días de fiesta, que parece que la desgracia los había traído juntos para acabar más brevemente a Lisardo, se hicieron las publicaciones. En este tiempo Lisardo y Laura apenas se habían hablado, si no es tal vez que los ojos se tomaban alguna licencia. Laura dísimulaba, y Lisardo padecía; los dos callaban, y los dos reventaban por decir su tormento. Acercábase el desposorio, murmurábanse los regocijos y todos andaban inquietos con la prevención de las galas, si no es Lísardo que llamaba a la muerte, que no venía porque la llamaba; y hallándose una tarde a solas con ella, dejándose llevar de la corriente de sus ansias y de la fuerza de sus penas, la refirió en breves palabras la firmeza de su amor y el engaño que trazó su riguroso tío para que él mismo fuese procurador de su muerte esto con tantas lagrimas y verdaderos suspiros, cuando no fuera tan verdad, lo creyera Laura. Luego empezó a estar su dolor más vivo viendo cuán ínjustamente le perdía; disculpáronse los dos, y repasaron algunos gustos que habían tenido; que cuando se pierden siempre se acuerdan. Abrazose Laura de Lisardo pareciéndola que era sagrado para defenderse de un padre que la perseguía y de un marido que no la agradaba; despidiéronse casi sin hablarse, porque las muchas visitas y el demasiado alboroto no les dejaba lugar aun para sentir lo que habían de perder. Llegó el día infeliz para Lisardo, y reparó en que aquella noche había de merecer Octavio los brazos de Laura: consideración que fue milagro dejarle vivo; saliose de casa, fuese a la de un amigo, llamado Alejandro, que era secretario de sus desdichas, y refiriéndole aquella desgracia, le pidió un caballo, de algunos que tenía, para huir del golpe, diciendo que quería sentir la herida pero no ver la mano que se la daba, y que estaba derminado de irse a Sevilla para negociar alguna orden de embarcarse, y llegar a la ciudad de los Reyes, donde había sabido que su padre asistía ; porque un hombre noble y que amaba no había de mirar en otros brazos prendas que habían merecido los suyos. Pareciole a Alejandro que no erraba eu ausentarse, pues la ausencia suele ser el común remedio contra la memoria; y antes que se partiese, porque le quedase a Laura alguna de quien habia querido tanto, la envió una banda negra que tenía, con cifras de su nombre, y para darla a entender cómo quedaba, y sin decir que se partía, tomó la pluma, y le escribió estos versos, que para mas crédito de su desdicha los sabía hacer con algún acierto; el caso los pedía mas tiernos que cultos, y así decían : Recibid, hermosa Laura , en este triste color de mi esperanza la muerte, de mi muerte la ocasión. Negro el favor os ofrezco, para que os diga el favor que el alma se viste luto porque su dueño murió. Si lo negro penas dice, de negro sale mi amor, porque es la mayor librea para un triste corazón. Yo quedo sin vos, bien mío, porque mi suerte gustó que otros brazos os merezcan, que no hay desdicha mayor. Y así mi nombre os envío en ese triste blasón, pues que ya de lo que he sido solo el nombre me quedo. Tristes los dos vivirémos, pues esperamos los dos, vos el veros sin ser mía, y el estar sin veros yo. Mas consuélame ,. bien mío, ver que puede tal rigor obligarme a no gozaros, pero a no quereros no. No nacístes para mí, que era, Laura, mucho error pensar que merezca un ángel quien tan poco mereció. Y asl dice el alma mía, viéndose morir sin vos, que la ha costado bien caro El teneros tanto amor. Díicenme que algún disgusto recebís por mi ecasión , y deso me pesa más que de mi propio dolor. No tengáis vos pesadumbre, mi bien, aunque muera yo, porque me veré sin vida si con pena os miro a vos. No lloréis, señora mía, que matáis al corazóin , y le bastan sus desdichas sin que sienta las de dos. Vos no perdéis en perder me, pues tendréis dueño mejor, yo sí, que pierdo la vida a manos de mi pasión. Más os quisiera decir, pero las lagrimas son tantas, que las letras borran, y no puedo más: adios.
Diéronle a Laura el recaudo de su primo, y leyó el papel enternecida, que bien lo merecían las verdades con que venía escrito; reparó de espacio en la triste vida que la aguardaba sin Lísardo; consideró que amarle y estar en ajeno poder era peligroso en su recato; acordose de la dama que le quería, y echó de ver que si ella se casaba, era fuerza que Lisardo pagase su cuidado, o movido de amor,o con intento de darla pesadumbre; cogiola con estos pensamientos la noche; miró la casa llena de ruido y de infinita gente; sus deudos eran muchos, porque era noble , y los de Octavio más, porque era rico; preguntó por Lisurdo, y dijéronla que estaba en casa de aquel amigo que ella conocía; apretósele el corazón, y parecióle imposible aventurarse a querer a un hombre que no fuese Lisardo; dio en este pensamiento, aconsejose con su deseo, que la decía se pusiese en manos de su primo, pues de aquí se seguía vivir con gusto, gozar de su primo, huir de la muerte, y pagar con una mano tantos años de buena voluntad. No le desagradaba a Laura lo que la prometía su esperanza; pero temía el rigor de sus padres y el escándalo que suelen causar sucesos semejantes; mas luego volvía en sí, diciendo: Yo soy hija única, y no hay padre tan cruel que con el tiempo no se deje vencer de la piedad y ruegos: ¿qué puede decir el vulgo viéndome en poder de quien es mi esposo? Por ventura, ¿no será peor ponerme a riesgo de que me murmure después de casada? Porque una mujer sin gusto está muy cerca de hacer cualquier locura; ánimo pues, corazon, que no tengo de consentir otro dueño en tu monarquía; de Lísardo eres, para Lisardo naciste, y no han ser bastantes respetos necios a quitarme de una vez la vida y el gusto y resuelta gallardameute a morir con Lisardo, primero que a vivir con el tirano que la esperaba, viendo que la gente que había acudido era mucha, tomó de prestó su manto, y recogiendo en un pañuelo las joyas que tenía, sin ser vista de alguna persona, se metió entre las disfrazadas que habían venido, y casi sin imaginarlo se halló en la calle, y fue a la casa de Alejandro, al cual halló más triste que quisiera; preguntole por su esposo, que ya no le llamaba primo, porque quien venía a buscarle y con alguna muestra de facilidad había menester otro nombre que la disculpase más. Respondiole Alejandro que había tres horas que en un caballo, hijo del viento, se había partido a Sevilla, huyendo de su patria y desconfiando de tanta ventura. Oyólo Laura, y fue mucho que la dejasen con vida nuevas que de justicia pedían cualquiera desesperación; hurtó un desmayo algunas rosas a su cara, que se preciaron de azucenas, habiendo pasado opinión de claveles. Quiso Alejandro remitir a dos caballos el consuelo de Laura, pero no se atrevió porque a ella le faltaba poco para difunta, y había menester más repararse de aquella pesadumbre que poner en contingencia su vida, fuera de que en conociéndose la falla, era forzoso acudir a los caminos, y sería muy posible caer en manos de sus enemigos; y así, le pareció más seguro llevar a Laura, como lo hizo, a casa de una parienta suya, que por su prudencia merecía confianza, la cual la recebió y regaló con infinito gusto, porque era muy grande amiga suya, y cuando no lo fuera, su cara aun tenía jurisdiccíon en las mujeres para mover a voluntad. Hizo esta diligencia Alejandro con intento de partirse de allí a dos días en busca de Lisardo, para que no prosiguiese su viaje y volviese a conocer que no era tan desgraciado como presumía. A este tiempo ya la casa de Laura estaba revuelta, Octavio loco, sus deudos corridos, los padres de Laura confusos, y todos haciendo diligencias sin provecho; mas advirtiendo en que faltaba tambien Lisardo, lo atribuyeron a traicion suya, y confirmaron que era la principal ocasión de aquella desdicha. Determinóse el padre de Laura de vengarse buscándole para hacerle castigar rigurosamente, conforme a la gravedad de su delito. Quiso acompañarle Octavío, por ver si su amor se dejaba vencer de desengaños tan manifiestos, y porque había dicho Lísardo que tenía gran deseo de ver a la insigne villa de Madrid, corte de Felipe IV, dignísimo monarca de las Españas, se resolvieron de venirle a buscar en ella, cuando a él le llevaban sus ansias a la muerte, y sus pensamientos a Sevilla. Holgose en extremo Alejandro de que fuesen tan encontrados, y despidiéndose de Laura, la dijo que quería ir a huscarle, porque tenía por cierto que si se detenía sería posible no hallarle adonde imaginaba. Pareciole a Laura muy bien la fineza de Alejandro, pero no quedarse ella sin acompañarle; y así, concertaron salir de la ciudad, como lo hicieron, caminando de noche por el riesgo que había en ser conocidos. Llevaba Alejandro un criado sólo de quien se fiaba, y bien prevenido de dineros, por si acaso la jornada no se acabase con la brevedad que quisieran. |
Bien lejos estaba Lisardo desta gloria, porque iba tan cansado de su vida, que parece que el cielo, movido de sus ruegos, se la quiso quitar, pues a la entrada de un lugar pequeño tropezó el caballo tan desgraciadamente, que cogiéndole descuidado, cayó sobre una pierna, y se la atormentó de manera, que receló alguna notable desdicha, porque fue imposible poderse menear, hasta que unos labradores, compadecidos de sus muchas quejas, desampararon el trabajo, y le llevaron en los brazos a solo un mesón que había, en el cual se curó, y fue tan riguroso el golpe, que en más de ocho días no se pudo poner en camino, hasta que sintiéndose con fuerzas bastantes, volvió a proseguirle a tiempo que ya Laura y Alejandro le llevaban dos jornadas de ventaja, y aun habían pasado por el mismo lugar en que se quedaba curando; y estando cierta noche en una posada, tan triste como la causa lo pedía, tomó una guitarra, y refiriendo su historia a las paredes de su aposento, comenzó a cantar aquestos versos: A llorar su amarga ausencia salió Lisardo una tarde, enamorado y celoso, de desdichas harto grandes. Y viendo que ya le espera el tormento de ausentarse de aquel bien que tanto quiso, y es fuerza siempre adorarle, adiós , patria, dice a voces, que madrastra es bien llamarte, pues después de veinte abriles como a extraño me trataste. Adiós, campos, en quien Flora viste perlas y corales, espira olores y aromas; brota claveles y azares. Adiós, deudos, que del alma alcazastes tanta parte, que en mi tuvistes amigo y en vosotros hallé padre. Adiós , divinos ingenios, sin fortuna que os levante, que es maldición de discretos no tenerla de su parte. Adiós , bellisimas damas, ante cuya hermosa ímagen fea parece la diosa que en Chipre adornan altares. Adiós, academia ilustre, Fénix de aquestas edades, a quien debe mi ignorancia el no parecer tan grande. Adiós, calles apacibles, donde Narcisos galanes la noche pasan y el día por bellezas Anaxartes. Adiós, estrecho aposento, que tantas veces me hallaste llorando esperanzas vivas, que murieron sin gozarse. Adiós, queridos amigos, que la tortuna inconstante quiere por matarme presto de vosotros desterrarme. Adiós, pasados placeres, que vivís para matarme, pues sólo de tantos gustos la memoria me dejaste. Y en fin , patria, campos , deudos, Academia, Ingenios, calles, damas, aposento, amigos, y gustos que ya pasastes, sentid mis penas y llorad mis males, pues muero ausente cuando adoro a un ángel. Y tú, Laura, Laura mía, aunque no es razón te llame mía, sabiendo que ya goza tu cielo otro Atlante. Adiós, que ya me dividen de tus ojos celestiales mis desdichas , envidiosas quizá de que los gozase. Yo muero, aunque no quisiera, porque temo que te mate la muerte, si muero yo, que en mi estás y ha de toparte, Huye del pecho. bien mio, vive tú, muera quien nace indigno de tanta luz, incapaz de glorias tales. Yo moriré porque pongan en mi sepulcro: Aquí yace un hombre que supo amar, aunque a costa de su sangre. Nadie culpara mis penas, y mas, Laura , los que saben que me voy para no verte, cuando vivo con mirarte. Y por si acaso, señora, mis desdichas son tan grandes que sea esta vez la postrera que en tus ojos me mirare. Abrázame , Laura mía, y a Dios, que mil años guarde tu vida porque yo viva, si puedo ausente y amante. No podía Lisarrlo acabar con su memoria que le dejase de atormentar un instante; acordábase de Laura (¿quién lo duda?); considerábala en brazos de Octavio, y sin hacer memoria de su amor, que al más fuerte, en habiendo ausencia de por medio, se le atreve cualquier olvido, llegó a Adamuz una tarde temprano, y no quiso acostarse, aunque lo había menester, que no hay descanso para quien tiene siempre vivas sus congojas. Salió del lugar en la mitad de la noche, la cual era tan demasiado oscura, que aun no permitía a los ojos que conociesen distintamente la tierra por donde caminaba; la luna se había recogido con vergüenza de una nube que se quiso oponer a su resplandor, que a la misma luz se atreven las tinieblas, mas no sin castigo, pues luego conocen, aunque a costa de su menoscabo, que son vapores de la tierra y que se opusieron a la claridad del cielo; pero ¿qué no intentará la ignorancia apasionada de su misma idea, o lo que es más cierto, envidiosa de los méritos que no alcanza? ¿ Quién no se ríe de ver a un hombre (que porque no sabe más de un poco de gramatica, se puede llamar gramático simple) satisfecho de su buen juicio, y pagado de sus buenas letras, hablar y tomar la pluma contra quien alaban todos? Hombre o gramatico, o lo que fueres, que bien poco puede ser quien se deja vencer de su envidia, ¿de qué le sirve deslucir al sol y oponerte a sus divinos rayos, si naciste nube, y es fuerza que su mismo calor te venga a deshacer? ¿Qué importa que se atreva tu ingenio, si acaso le tienes, a vituperar los escritos que todo el mundo estima, si nadie te escucha, porque no tienes autoridad sino para contigo? Escribe algo; intenta algún poema, que no se gana la opinión propia solo con censurar los trabajos ajenos; pero Séneca te disculpa, porque un envidioso ¿qué ha de hacer sino consumirse y ladrar , porque le falta a él lo que mira en otros? Mas dejemos esto, que los desengaños por lo que tienen de verdades no agradan todas veces. La noche, finalmente, era tan oscura, que Lisardo se halló con algún recelo por saber que aquella tierra era peligrosa; y estando en esta confusión, sintió cerca de sí ruido que, por ser a tal hora, le alteró el animo, y obligó a que arrojándose del caballo, se previniese de la espada, y en breve espacio descubrió un bulto que cou el favor de la noche se pudo ocultar más cautelosamente entre unas ramas; y preguntarle quién era y ponerle la espada a los pechos fue en Lisardo una misma acción; pero el hombre sin alterarse le dijo que si quería conservar la vida, se dejase quitar cuanto llevaba, porque hacer otra cosa era perderse y dar ocasión a que le hiciesen pedazos sus compañeros, que eran más de los que imaginaba; pareciole a Lisardo que podía ser estratagema del ladrón la amenaza de ser muchos para hacer su hecho, y remitiendo la respuesta a su espada y a su valiente corazon, le empezó a tirar con tan gallardo brío, que le fue forzoso retirarse para defenderse, y en poco tiempo a la seña de un silbo y al ruido de las espadas se juntaron más enemigos que presumía. Acudieron todos a ofenderle, y el pobre caballero empezó a resistir sus intentos retirandose y defendíéndose con la destreza que la necesidad le enseñaba; y uno de sus mismos enemigos, viendo en Lisardo tantas muestras de valor, y pareciéndole que era lástima que muriese violentamente quien tan bien sabía defender su vida, se puso a su lado, deteniendo con la espada y las voces a sus compañeros; y volviéndose a Lisardo, le dijo que el intento principal de todos los que miraba era robar la hacienda, pero no quitar la vida, aunque cuando la resistencia era con exceso, la codicia se convertía en venganza, y la ambición en declarada injuria; y así, le suplicaba, porque le había aficionado su generoso ánimo, no se precipitase a su muerte, y se viniese con ellos aquella noche, siquiera por huir de las amenazas del cielo, y porque le curasen una pequeña herida que en la propia mano de la espada le habían dado. Lísardo entonces le respondió que no estimaba la vida tanto que tuviese a demasiada suerte que se la dejasen, pero que por no acreditarse de ingrato con quien se la daba tan noblemente, recebía por infinita merced el partido, y rindiéndole su espada y señalando hacia la parte en que dejó el caballo, se fue con ellos considerando los lances en que su contraria estrella le iba poniendo, aunque como estaba acostumbrado a pasar por la desdicha de perder lo que amaba, todo le parecía breve tormento. Llegaron a unas secretas cuevas, edificio que había labrado la misma naturaleza para casa de algunos pastores que por diciembre son blanco de los diluvios del cielo, y por julio se consienten abrasar del sol, y metiéndole en una dellas, aplicaron a la herida un poco de bálsamo, remedio general y saludable para todas las ocasiones repentinas. Quitáronle también cuanto tenía, que la piedad de un ladrón llega a permitir la vida, pero no a descuidarse con la hacienda. Quedó el pobre Lisardo solo y acompañado de sus continuos pensamientos, y viendo tantas desdichas juntas, decíase: "Ay, Laura, ¿quién pensara que no solo me había de ver sin la gloria de merecerte, sino que me había de perseguir tan rigurosamente mi fortuna? Yo me vi en tus brazos, yo escuché de tu boca mil ternuras, yo gocé tus favores, y fui siu duda el primero que estuvo contento con su estado, aunque me quiera coutradecir Ovidio diciendo que la voluntad del hombre no quiere consentir sosiego, porque siempre le falta qué alcanzar, y le sobra qué apetecer." Enternecíase con esto Lisardo, y llamaba a Laura diciendo: "Deja, prima querida, esta vez los regalos de tu esposo: excúsate a los amorosos lazos de quien te merece; olvida el blando sueño, y ven a consolar a un hombre que fue desgraciado aun en merecerte; porque gozar la dicha para perderla es vincular un sentimiento para toda la vida." Así llamaba Lisardo a Laura, aunque la consideraba bien léjos, mas no erraba mucho en llamarla, porque estaba tan cerca, que pudiera escuchar sus quejas y responder a sus voces, pues entre los dos no había más distancia que el pedazo de una peña que los dividía. A los dos había seguido una misma fortuna, que como las dos almas vivían en su voluntad, no podía el cielo injuriar a Laura sin ofender a Lisardo, ni atreverse a Lisardo sin enojar a Laura , la cual pasando la noche antes por aquel mismo sitio en eornpañía de Alejandro, con el ansia de llegar a verle, les salieron seis hombres al paso, y sin poder Alejandro revolverse para dar a entender que había nacido caballero, aunque en tales casos la defensa es temeridad, no valentía, le quitaron la espada y lo demás que llevaba, y cuando pensó que hicieran lo mismo con Laura , sucedió que uno de los que les acometieron y el más alentado de todos puso los ojos en ella, y pareciéndole que era obligado no usar con ella la violencia que se podía temer de su codicia, no consintió que ninguno se atreviese a quitarla ninguna cosa, y volviéndola a poner en la mula, guió hacia su sitio con intento de gozar aquella noche su belleza, la cual viéndose sin su Lisardo y en poder de aquella infame gente, llamó con más veras a la muerte, y volviendo los ojos al cielo, decía locuras, haciendo tantas lástimas y llorando tan graciosamente, que viendo su enemigo que aun estando enojada no había perdonado el ser hermosa, se encendió con más fuerza y se previno de su impiedad para cualquier injusto atrevimiento. Llegaron al desabrido albergue, que era el que estaba vecino a la prisión de Lisurdo, y luego el lascivo amante la empezó a regalar con algunas cosas que a costa de los vecinos lugares tenía sobradas; vínose Alejandro con ellos, que aunque pudo tener libertad, no la quiso, viendo a Laura de la manera que quedaba; tratáronle con alguna cortesía por no disgustarla a ella, que había dicho que era su hermano. Temblaba la hermosa doncella de verse en poder de tiranos, y que si aquel hombre intentaba alguna violencia, era forzoso matarse o perderse; pero tuvo tanta dicha, si acaso la podía tener quien se vía de aquella suerte, que el capitán de todos ellos, hombre de resolución y de muchas manos, se aficionó tanto de su cara, que viéndose envidioso y que no podía merecerla, por no haber sido presa suya, y porque el que la tenía consigo era casi tan poderoso como él, se dispuso a defenderla, para estorbar que la gozase otro, ya que él no podía, atribuyendo a piedad de ánimo lo que era envidia o celos de su camarada. Holgose Laura desta competencia, porque el uno la defendería del otro, hasta que el cielo trazase por algún camino el remedio de su libertad; y estando los dos cosarios de aquella tierra procurando alegrar y divertir sus divinos ojos, la llevaron a ver sus ranchos, asegurandola primero el capitán de cualquier miedo en cosa que no fuese mucho gusto suyo; llegaron a la parte en que estaba Lisardo, que vencido de un piadoso sueño, daba licencia al descanso forzoso, y estando la cobarde dama atendiendo a algunas cosas que la enseñaban, más por contentar a los dos amantes que por tener gusto en lo que miraba, les vino nueva de que la justicia de un lugar, que no les debía ninguna buena obra, procuraba su destruición. Alborotáronse todos, y acudiendo a la defensa, olvidaron el amor, y fueron a reconocer el campo, que donde tiene riesgo el honor o la vida, pocas veces persevera la voluntad, y mas cuando no tiene echadas raíces con el trato, aunque en habiendo de por medio amor de años o de obligaciones, no hay imposible que no intente, ni temeridad a que no se oponga. Quedó Laura sola, aunque no tanto que a pocos pasos no pudiera hallar cuanto quisiera pedirle su deseo; entró más adentro, cousiderando la miserable vida de aquellos hombres, pues libraban su felicidad en la desventura ajena, parecidos en esto a los envidiosos, de quien solo se libran los desdichados, porque uo tienen fortuna que los dé pesadumbre, aunque no debe de ser mala, pues viven seguros de sus dañadas entrañas. Así estaba discurriendo, cuando sintió junto a los pies un bulto que la hizo tropezar, aunque pienso no era la primera vez. Reparó Laura , y vio un hombre que pagaba el necesario tributo a su cansado cuerpo; bajó la luz para reconocerle, que el pecado de la curiosidad jamás deja a una mujer, aunque se mire en el extremo de sus pesares; mirole y alterose, volvió a mirarle con más atención , y hallole en las manos un pequeño retrato; quitósele del las manos, y llevole a los ojos, los cuales hallaron a su mismo dueño; diole mil vueltas, pensando que el naipe tenía por encima algun pedazo de cristal que la retrataba. Volviose al que dormía para que le dijese la verdad, reconoció su prenda, halló a Lisardo. Pidiose albricias, y temió por sospechoso el nuevo contento, acordándose de las veces que ha quitado la vida un placer ni esperado ni prevenido, Sentóse junto a su primo, el cual, al ruido de algunos abrazos mezclados con suspiros de alegría, despertó, y tuvo por novedad el ver luz en parte que pocas veces se comunicaba el sol. No había reparado Lisardo en Laura, que si esto dijera después de verla, fuera agraviar sus ojos; cubriose ella el rostro con una toca, que era velo de plata para su hermosura. y nube de seda para su resplandor, por darle el contento menos repentino. Extrañó Lísardo la nueva compañia, y advirtiendo en que el traje y los adornos prometían alguna nobleza oculta, le rogó que se descubriese, o por lo menos le contase el rigor de fortuna que la había puesto en tan miserable estado, que él se obligaba a satisfacerla el favor, refiriendo, si ella gustase, el infinito número de desdichas que le atormentaban, que eran tantas, que la menor le parecía verse en poder de aquellos barbaros, teniendo la vida al albedrío de su voluntad. Entonces ella por no deberle el contento que podía darle, se descubrió y abrazó dél. Y Lísardo quedó mirandola tan suspenso, que se puso a imaginar si era cierto que había despertado. Unas veces daba crédito a los ojos, y otras no se podía persuadir aun a lo mismo que tocaba; pero venciendo la verdad sus discretas dudas, estuvieron los dos muy gran rato, sin que el contento les diese licencia para preguntar la causa de verse en aquel lugar, y después de haber hecho cada uno memoria de sus trabajos, dijo Lisardo que pues estaban solos, sería acertado huir de tan conocido peligro; y cuando empezaban a salir de la cueva para avisar a su amigo Alejandro, que estaba bien ajeno de aquella novedad, volvieron los temerosos ladrones asegurados de que el aviso había sido incierto, aunque se engañaron, porque la justicia de Córdoba los había buscado toda la noche, y por ser tan oscura y espantosa, se habían perdido sin poderse encontrar los unos ni los otros, hasta que con el día dieron la vuelta, y llegando hacia la parte que estaban informados, oyeron ruido, y conocieron que allí era sin duda la defensa de los atrevidos saíteadores, y cercándolos, los prendieron, sin que pudiesen huir ni ampararse de la menor defensa. A este tiempo ya el uno de los amantes de la infelice Laura, que era el capítán, vencido de su apetito y confiado en su mucho imperio, la había llevado a la cueva donde estaba Alejandro, poniendo primero una pistola al pecho de Lisardo, que como galán la amaba, y como honrado la defendía. Pero viendo el tirano capitán que le amenazaba una desastrada muerte si se dejaba poner en manos de la justicia, tomó uua yegua que tenía prevenida para semejante fortuna, y saliendo por una secreta parte de la misma cueva que hacía correspondencia a un valle, cogió a Laura, que por estar sin sentido y haber visto a Lisardo en tan manifiesto peligro, aun no tenía animo para defenderse, y corriendo por el campo dejaba burlados a los que le seguían. Lisardo fue tan desgraciado, que iba en el número de los presos, sin que aprovechase decir su nobleza, porque algunos de los delincuentes procuraron defenderse, diciendo que no eran ellos de los ofensores, sino de los desdichados a quien habían quitado la hacienda y tenían en aquellas cuevas para quitar la vida; y la justicia, por no poner en contingencia la verdad de los unos y la culpa de los otros, haciéndolos iguales, los llevó al primer lugar, y de allí a la cárcel pública de la ciudad de Córdoba, en la cual se vio el pobre Lisardo disculpando su inocencia y dando voces por su justicia, pero como no tenía ni amigos que le acreditasen ni dineros que le favoreciesen, su pleito estaba mudo, los procuradores sordos, y los jueces mal inforrnados. Afligíale también el no tener nuevas de su amada Laura ni de su fiel amigo Alejandro, tan amigo en todo, que viendo al atrevido bandolero llevar con tan resuelta tiranía a la hermosa Laura, movido de su nobleza y sufriendo mal que un infame profanase su hermosura tomó el mismo caballo que habían quitado a Lisardo, y por la propia parte que vio salir al codicioso ladrón le empezó a seguir tan bizarro como animoso, y como llevaba de su parte la razón, y a los ladrones sigue siempre el temor y la cobardía, le alcanzó aún con más brevedad que él imaginaba. Y apenas el injusto Atlante de aquel cielo con alma vio que Alejandro venía en su seguimiento, cuando advirtiendo que si se detenía a defender el hermoso tesoro era dar lugar a que la justicia le alcanzase y lograse su deseo, para poder huir con más comodidad, arrojó de sí a Laura, como suele el castor que advertidamente se hace pedazos, lisonjeando a los cazadores con lo que desean para que no le persigan; mas no le aprovechó, porque a pocos pasos le cogieron unos labradores, y llevaron con los demás compañeros para que con una muerte satisficiese tantas. |
Imposible será decir Ios encarecímientos con que Laura agradeció al animoso Alejandro aquella gallardía, mas baste saber que era discreta y que no sabía ser ingrata. Llegaron los dos al lugar, e informandose de cómo Lisardo iba con los demás culpados, tomaron el camino de Córdoba, y estando Lisardo una mañana discurriendo sobre sus desdichas, que eran tantas que tenía por novedad el no tenerlas, y pensando el día en que la fortuna se cansase, vio que un hombre y una mujer tapada se llegaron con voluntad igual a darle infinitos abrazos; conoció a Alejandro, y después colligió fácilmente quién podía ser la que le acompañaba; echose a los pies de entrambos, que los hombres en las desdichas suelen estimar mejor los beneficios, y hablando los tres largamente, trataron de la soltura de Lisardo , para lo cual y para otras cosas necesarias dió Laura a Alejandro algunas joyas de las que traía, rogándele procurase venderlas. Hízolo así Alejandro, aunque perdiendo mucho del precio en que se habían comprado, pensión de quien vende con necesidad y en la platería; la información quedó hecha aquella noche, por ser cosa tan conocida y haber dinero, que es la mejor espuela para los que escriben; y cuando Lisardo estaba ya para salir de la cárcel, porque los jueces advirtieron la bellaquería de tener afrentosameute a un caballero en la cárcel pública, vino un auto en que le mandaban embargar por otras causas. Admirose Lisardo, lloró Laura de nuevo, afligiose Alejandro, y quedaron todos confusos y temerosos; pero sacolos desta duda Lisardo, que reparando en dos hombres que entraban por la puerta, conoció que eran Octavio y el riguroso padre de Laura, la cual rindiéndose a un temor justo, nacido de su respeto y vergüenza, quedó difunta, pero de mucho si via presentes tantos males: por una parte a Lisardo con más prisiones, en tierra ajena, y sin más favor que la disculpa de su voluntad; por otra a su padre, que con el enojo que vendría era fuerza atropellar las honradas disculpas de Lisardo, y lo que más la afligía era ver a Octavio, por haber sido el principio de su desventura; dudaba del intento que les traía, aunque bien echaba ver que como los dos faltaron en un día, colegirían que Lisardo la traía robada. Lo cierto es que el viejo, tanto por el amor de su hija como por la venganza de su sobrino, en cornpañía de Octavio los había ido a buscar a la corte; y no hallando aun señas de ninguno , quiso acercarse a la Andalucía, buscandole por las principales ciudades della; y entrando aquel mismo día en Córdoba, y hallando en ella a un grande amigo suyo, que en sus tiernos años vieron a Flandes juntos, le preguntó por algunas novedades de aquella ciudad, y entre otras le dijo que estaba en la cárcel un caballero a quien unos salteadores habían robado, y que sería fuerza conocerle porque en sus confesiones decía que era natural de la ciudad de Ávila. Alterose el viejo, é iformándose más particularmente, supo que el caballero preso era el enemigo que buscaba, y sabiendo que estaba ya para salir de la cárcel, habló a los jueces, querellándose de su sobrino, y contando la traición que había cometido contra su sangre, y así mandaron luego, no solo que no le diesen libertad, sino que le pusiesen en parte que estuviese más seguro. Y después de haber hecho esta diligencia, venía con Octavio a visitarle para saber lo que respondía; y Laura, aprovechándose de su discreción, si acaso la hay cuando vienen las desdichas tan aprisa, se encubrió lo más que pudo, y Alejandro hizo lo mismo apartándose de Lisardo, y poniéndose a conversar con otros presos. Llegaron los dos, y después de saludarle , le preguntaron por Laura, y él respondió que no solo no la había traido, pero que en su vida se había atrevido a tal imaginación , y decía bien, porque aunque la quiso siempre con tanto amor, nunca tuvo animo de anteponer su gusto a su respeto, huyendo de parecerse a muchos que se precian de querer a una mujer, y por lograr su gusto intentan cosas en que es forzoso aventurar con su vida su reputación. Decía Lisardo que estos tales no atienden al honor de la dama, sino a la comodidad de su gusto; y así, no pueden tener amor verdadero, porque amar tan inconsideradamente que por gozar de una mujer atropellen su opinión y consientan en su deshonra, no es estirnarla, sino aborrecerla. Finalmente, Lisardo negó, porque en todo caso es lo más seguro, y mientras se prueba se gana tiempo. Encolerizóse el viejo pareciéndole que aquello era preciarse de darle pesadumbre, y Octavio le dijo algunas injurias, porque los celos, el amor y el ver a su enemigo de manera que no se podía defender, le daba ánimo y aun disculpa; y remitiendo entrambos a la fuerza de la justicia la confesión de lo que negaba, se fueron , y Lisardo contó lo que le había sucedido, y Alejandro les aconsejó que se resolviesen a desposarse, pues así cesarían las pretensiones de Octavio y enojos de su padre; parecioles bien a los dos, pero dificultaron el estorbo de la sangre y la falta de las diligencias. Mas Alejandro dijo que se animasen, que todo había de tener feliz suceso, porque aquel día era de ordinario, y él tenía eu Madrid un tío que era oidor del Real Consejo de su majestad, al cual escribiría hiciese la diligencia de la dispensación con brevedad, Hízolo así Alejandro, encareciendo a su tío el peligro en que estaban los dueños de aquella causa. Luego el padre de Laura empezó el pleito bien solicitado de entrambas partes, porque en cualquiera sobraba el dinero. Dejó Alejandro a Laura eu casa de una señora principal, que por forastera y por dama la favoreció, y tomando una mula se partió al lugar en que Lisardo había estado tan peligroso de la caída, y haciendo una información muy honrada, en que juraban todos el tiempo que estuvo indispuesto sin traer en su compañía más de su persona, se vino, y la entregó al procurador, el cual aconsejó a Alejandro que se escondiese, porque los salteadores en sus dichos habían declarado que ellos cogieron una noche a una mujer que se llamaba Laura, pero no en compañía de Lisardo , sino de un caballero cuyo nombre no sabían, porque siempre se había recatado de decirle. Pareciole a Alejandro que corría peligro su persona, y escondiose en un monasterio, porque de la amistad que tenía con Lisardo fuera fácil colegir que él era el dueño de aquella empresa. Duró el pleito algunos meses, y viendo el padre de Laura tan resuelto a Lisardo en negar aquello que en su opinión era cierto, se determinó a que confesase en el tormento lo que con engaños y traiciones disimulaba. Tenía el viejo más autoridad con los jueces, y no faltó quien por debajo de la cuerda informase contra Lisardo, y corno los indicios eran grandes, se determinaron, Dios sabe si con justicia, a darle tormento o dársele a Laura, que deshaciéndose en lágrimas, la faltaba paciencia para sufrir tantos rigores, y así se resolvió, antes que llegase la ejecución injusta, a manifestarse, diciendo que ella sola, sin más favor que su voluntad y sin más causa que la de huir de un marido que aborrecía, se había ausentado de su casa, teniendo a más fortuna dejar su opinión al albedrío del vulgo que vivir con quien era forzoso desearse la muerte para tener algún descanso, y que el hombre con quien la toparon no le conocía de más que haberla amparado por mujer y sola. |
Así estaba Laura contando los instantes de las horas con el temor de ver injuriado por su causa a Lisardo, y él con los bríos del valor que tenía heredado dispuesto a cualquier exceso de desdicha; pero el cielo tuvo lástima de tan justo amor y lo dispuso de otra suerte, porque Alejandro envió un recaudo con su procurador avisando a Laura de que la dispensación había venido con los demás papeles, y dando Lisardo un poder, le desposaron, y luego se notificó a la parte contraria cómo Lisardo era marido de Laura, y así la podía tener donde le pareciese , y llevando un escribano consigo, que daba fe de que la había visto, y enseñando juntamente la dispensación y lo dermás, se quedó el viejo tan corrido y afrentado, que negándose a la piedad que debía tener con su propia sangre, y considerando la riqueza que perdía en Octavio por su sobrino, le empezó a seguir con mayores veras, encareciendo a los jueces la ofensa que su casa había recebido, aunque fuese con inteuto de ser su esposo; y entonces Alejandro, presumiendo que ya no tendría peligro, pues Lisardo había confesado que la tenía y el desposorio estaba concluido, salió públicamente, y fue a contradecir la nueva acusación del vengativo viejo, el cual apenas lo supo, cuando le hizo una causa criminal, que le obligó a quedarse con l.isardo, porque luego trujo informacion de que había él sido el instrumento principal que ayudó al escalamiento de su casa, y él fue a quien toparon con su hija, y esto encareciéndolo con tantos accidentes y palabras, que lo que había sido fuerza de amistad hicieron delito de traición; que la calidad de lus culpas suele consistir en las circunstancias con que se acusan, porque hay palabras que las hacen mayores. Quedóse Alejandro con su amigo, casi agradecido a la nueva ofensa, por mostrar más bien lo que le estimaba: los dos lo pasaban mejor, porque Laura también parecía presa, y en todo el día no salía de la cárcel, que la voluntad la había enseñado esta fineza, que no es pequeña para una mujer de sus años, de su hermosura y de su modestia; pero quien tiene amor, poco se debe en las cosas fáciles. Crecieron los pleitos y los gastos, acabáronse las joyas de Laura, con ser muchas, y descuidáronse los parientes de Alejandro, pareciéndoles que más tenía de locura que de amistad gastar su hacienda con quien no podía pagarle aquella liberalidad, Viose Lisardo perseguido de quien pensaba ser amparado, en la cárcel y pobre, tres cosas que cualquiera basta para quitar la vida: miraba a su amigo Alejandro en tan diversas fortunas por su causa, y no sentía menos el ver a su esposa llena de trabajos, aborrecida de su padre y sin más regalo que pesadumbres, y en fin, había llegado a tiempo que fue necesario quitarse ella las galas que traía, vistiéndose más humildemente para defenderse de la mala intencion de su padre. Todo lo miraba Lísardo, y todo lo remitía a su sentimiento. Laura le consolaba, y aun se ofendía de verle tan apasionado, diciéndole que no se afligiese por ella, porque no podían ser sus desdichas más que su voluntad, y que la quedaba ánimo para sufrir aun mayores, rigores, como fuesen enderezados a servirle. Escuchola Lisardo y diola infinitos abrazos; alabó su hermosura, encareció su firmeza, y confirmó a las mujeres por agradecidas y constantes; y si se ha de decir verdad, no les neguemos que en determinándose a querer bien, son ellas las que olvidan con más dificultad: a lo menos Laura mucho acreditó esta verdad, porque amar a un hombre cuando le persiguen trabajos, prisiones y pobreza, es un milagro que pocas veces se ve en el mundo. Así lo pasaban los amantes primos, y una tarde quiso Laura probar por todos caminos a conocer si era tan desdichada como hermosa , y con el deseo que tenía de que tuviesen remedio las temeridades de su padre, rogó a una señora que se había dado por amiga suya que enviase a decir a Octavio que en una parte determinada del campo le esperaba una mujer, que aficionada de su gallardía quería saber si el alma correspondía al talle, y la lengua a la persona. Quiso Laura con esto tener ocasión de hablar a Octavio y obligarle por el atajo de la cortesía para que se cansase de perseguirla. Pareciole buen medio a la amiga, y le envió con una criada un papel muy a propósito. Leyole Octavio, y juzgó que sería aquel favor verdad infalible, que las desconfianzas, y más en esta materia, no tienen entrada con un hombre que se preciaba de galán y tenía opinión de rico; fueron las dos en un coche, y Octavio contó su buena suerte al padre de Laura , y aun le llevó consigo para que le acompañase, por si acaso no venían , y había sido engaño de alguna dama que quería burlarse dél por forastero, pero presto conoció que era él que había tardado; y viendo ellas que llegaba solo, le rogaron se entrase en el coche, y luego Laura con suspiros y razones le encareció los trabajos y disgustos que padecía por su causa, advirtiéndole que no le había ofendido en no quererle, por haber días y aun años que tenía dueño, y que a no tenerle, le confesaba que fuera cierto ser suya, porque sus partes merecían mayor empleo. Díjole también el extremo a que había venido de necesidad, pues si no fuera por aquella dama y las joyas que había traído, aun no hubiera sido posible sustentarse, y que actualmente Lisardo estaba preso, pobre y sin más esperanza que su piedad, y así se lastimase de su amor, y mostrase lo que había querido en no ayudar a su ingrato padre, el cual, viendo que tardaba Octavio, se acercó al coche, y conociendo a su hija y acordándose de las pesadumbres que le costaban sus infamias, que así llaman los viejos lo que en otro tiempo atribuían a mocedades, que como no hay espejos que representen lo pasado, suelen juzgar de los delitos temerariamente; y acordándosele también de lo mucho que perdía en Octavio , que este era el paradero de sus cóleras, que la ambición de la hacienda suele venir con los muchos años, quiso atreverse a su hija, remitiendo a las manos la venganza que no había conseguido con pleitos y prisiones: dio voces Laura, amparola Octavio, y la señora en cuya compañía venía se ofendió justamente del poco respeto que la había tenido; y en fin, era tanto el ruido que hacían todos, que obligó a un caballero que pasaba en un coche de camino con su esposa a que se apease, y con él algunos críados que acudieron a saber la causa de aquella discordia. Llegó el caballero, que era hombre de gentil presencia, y con alguna libertad de soldado viendo las demasías que hacía el padre de Laura, y con mujeres, que es cosa tan aborrecible para los hombres que nacen con términos honrados, se abrazó con él para que no pasasen adelante. Volvió el viejo a conocer quién le detenía, y volvieron todos, porque su disposición gallarda podía mover a respeto, y suspenso el padre de Laura, le miró con algún sobresalto; pero el caballero, que como estaba sin cólera tenía obligación a conocerle mejor, echó de ver que el que miraba era su hermano, y la que tenía presente Laura, su sobrina: y con un rendimiento noble, efeto de su amor, viendo sangre que lo era tan suya, los abrazó a los dos, aunque el viejo no le recibió muy apacible; y entonces el padre de Lisardo le preguntó qué causa pordía ser bastante a recebirle con aquel desabrimiento después de tantos años de ausencia y en tiempo que de tantas leguas le venía buscando, que no era poco para un hombre que venía rico. Llegóse Laura a su tío y refiriole todo lo que había sucedido, y cómo ella, por haberse criado con su primo, le había querido con tanto extremo, que le obligó a lo que hemos visto. Entonces el piadoso tío con mil abrazos agradeció tan honrada voluntad, y contó brevemente cómo él se fue a la ciudad que en las Indias llaman de los Reyes, porque ciudad de plata bien merece tan ilustre nombre, y que allí sirvió a un cacique de agente de su hacienda, que pasaba de ochenta mil ducados, con fidelidad, que suele ser el mejor caudal de los que no tienen, y después muriendo él y quedando su esposa viuda y con alguna aficion a su persona, se determinó a que ocupase el lugar del difunto esposo, y viéndole con deseo de volverse a España, dejó patria y parientes por venir con su esposo, y que pasando su coche con alguna prisa para llegar a Córdoba, oyeron el ruido, y había salido a ver lo que no imaginaba. Volviéronse todos a abrazar, y bajando a su sobrina del coche, fue con los demás a ver a la hermosa indiana, que lo era en demasía, que los muchos regalos y la vida descansada disimulan muchas veces los años. Vieron también un hijo que traía, que había nacido para aumentar aquella tan justa correspondencia; luego la pasaron al coche de la amiga de Laura, la cual los llevó a su casa, y contenta de su buena suerte, quiso gozarla, regalando tan honrados huéspedes. Todos iban contentos, y solo el padre de Laura corrido de que su hermano hubiese reparado en la tiranía que usaba con su sobrino, y apenas se apearon, cuando fueron a avisar a Lisardo de la venida de su padre. Agradeció al cielo tan nuevo beneficio, advirtiendo la ventura tan grande que había tenido, pues cuando menos esperaba se compadecía de sus desdichas. Vino a verle su padre, y lastimado de mirarle en tanta miseria, aunque tan hombre y de las partes y gracias que ya le hablan informado, sin detenerse a contarle nada de sus cosas hasta verle libre de la cárcel, fue al momento con los demas, e hicieron tan buena diligencia, que saliendo por fiador su mismo padre, le dieron libertad aquella misma noche, en compañía de su amigo Alejandro; y en viéndose libre, fue a ver a Laura y a su nueva madre, la cual, mirando la nobleza de todos, no estaba arrepentida de haber dejado su propia patria. Gozó Lisardo de su amada prima, pues le costaba llegar a sus brazos tantos disgustos. Consolose Octavio viendo que el no gozar de aquella dicha no era falta de méritos, sino voluntad ajena. El padre de Laura quedó contento por haber salido todo tan a gusto de su deseo, y advirtiendo Lisardo las obligaciones que tenía a su amigo, y sabiendo que venía en companía de su padre una hermana de su esposa, a quien miraba Alejandro con algún cuidado, trató de casarle con ella, que por ser hermosa, y su dote de más de treinta mil ducados, fue amistad, y no castigo. Tomaron el camino de Ávila , en donde vivió Llsardo con su prima tan amante como pagado, dándoles a entrambos el amor hermosos hijos, y teniendo a ventura el haber pasado tantos trabajos, llegando a gozar tan felizmente el fin que deseaban, porque cuando lo que se intenta se alcanza, todo viene a parar en aumento del gusto, conlirmacion del deseo y descanso de la voluntad. PULSA AQUÍ PARA LEER SÁTIRAS DE QUEVEDO CONTRA PÉREZ DE MONTALBÁN Y AQUÍ PARA LEER EL ROMANCE QUE DEDICÓ MARÍA DE ZAYAS A SU MUERTE |