JUAN PEDRO APARICIO

ÍNDICE

Malo en el Bernabéu

El arreglo

Malo en el Bernabéu

El comisario Chapaprieta se sentía feliz. Por primera vez en su larga vida de policía los del Cesid le habían convocado a la reunión matutina que desde hacía años venía celebrándose cada jueves en algún lugar de Madrid. Entre tostadas, aceite de oliva, café con leche, mermeladas y zumos de fruta, fue informado de que un miembro de Al Qaeda, uno de los escasos veinte terroristas que los norteamericanos permitieron escapar de Afganistán con idea de seguirles hasta el paradero de Bin Laden, había sido detectado en el distrito de su jurisdicción.

      _Sospechamos que sigue en su barrio, Chapaprieta _le dijo un capitán de fragata, con leve acento gallego y voz aguardentosa_. No me pregunte cómo _agregó_, pero los americanos lograron colocarle un transmisor microscópico en el cuerpo, tampoco me pregunte en qué parte, y han podido seguir su rastro por medio mundo hasta Madrid. Pero a nosotros se nos ha perdido. Entró en El Corte Inglés de Goya y ya no volvió a salir. Quiero decir que cuando entró, su transmisor palpitaba a toda pastilla. Luego nada, dejó de emitir. Como si se lo hubiera tragado un volcán. Así que, Chapaprieta, búsquelo; búsquelo usted y encuéntrelo antes del 6 de marzo, que ese día tendremos a las más altas autoridades del Estado en el Bemabéu con motivo de la final de la Copa del Rey. Tenemos menos de dos semanas. ¿A usted le gusta el fútbol?

Chapaprieta, que se tenía por hombre de temple, apenas abrió la boca para negar con escueto monosílabo y mantenerse en actitud de escucha. Sabía cuándo debía escuchar y escuchó y trató de memorizar y de fijarse en el mínimo detalle. Estar entre lo más granado de los servicios operativos de la seguridad nacional _con oficiales de la Marina, el Ejército, la Guardia Civil, bajo el paraguas etéreo y algo displicente del Cesid _le llenaba de satisfacción, pero también generaba en él una incómoda desconfianza sobre si sabría estar a la altura de las circunstancias. No obstante, ya antes de que terminase la reunión, había decidido lo que iba a decir a sus hombres. Les soltaría una arenga, más efusiva que enérgica, los pondría a trabajar día y noche, sin escatimar horas ni sacrificios, y en la próxima cita, si no antes, traería resultados. Así que salió de la reunión muy contento, llegó a la comisaría casi eufórico y convocó a sus hombres. 

El inspector Malo también se sentía feliz. Por casualidad había acudido a oír hablar a un árbitro de fútbol, el guipuzcoano Pello Azpilicueta, que, cosas de la vida, estaba casado con una loteña y, por tal motivo, los directivos del Centro Regional de Lot en Madrid le habían pedido que diese una charla en el salón de actos de su sede social  de la calle del Pez. Azpilicueta, con el barojiano título de «Aventuras y desventuras de un árbitro internacional», había contado anécdotas de todo tipo, había hablado de un intento de soborno en Turquía, de las comidas y bebidas que había paladeado por el mundo, con tal éxito de público como no se había conocido hasta entonces en aquel centro, de modo que algunos tribunos provinciales consideraron muy seriamente la posibilidad de proponerle como loteño del año; más cuando se confirmó que iba a dirigir el partido de la final de la Copa del Rey el 6 de marzo, el día en el que el equipo blanco celebraba su centenario.

Al término de la conferencia unos jóvenes reconocieron en la calle a Azpilicueta y comenzaron a abuchearle. El guipuzcoano no se calló y la cosa fue pronto a mayores. Malo, que salía en ese momento del centro regional,  acudió rápido en su ayuda cuando ya se esgrimían contra el árbitro un par de botellones.

 _¡Quietos, policía! _gritó.

Eran ocho o nueve muchachos, y, aunque tuvo que enseñar la pistola, no necesitó siquiera de un tiro al aire para ponerlos en fuga. La seca determinación de Malo, que no era alto ni de apariencia fornida, resultaba siempre su arma más eficaz. Quien se le enfrentaba intuía que, tomada una dirección, era como una flecha, ya nada podía interrumpir su trayectoria.

Azpilicueta, que sacaba a Malo la cabeza y tenía un vozarrón capaz de tapar con holgura la palabra de cualquier interlocutor, mostraba una palidez de sábana. Apenas repuesto del susto, le dio a Malo una tarjeta y se ofreció a llevarlo en taxi hasta donde quisiera. Malo rehusó, aunque se quedó con él hasta que pudo detener un taxi libre. El guipuzcoano, ya en el coche, le prometió de súbito dos pases para la final del 6 de marzo en el palco del Real Madrid.

Los ojos de Malo dieron un vuelco. ¡Dos entradas" para la final y en el palco! Ésa era la ilusión de su vida, precisamente porque en ella se recogían los anhelos más preciados de su hijo Zalín, allá en el lejano rincón provincial, tan reiteradamente manifestados siempre que hablaba con él por teléfono. De ahí que su voz se adelgazase y temblase, se hiciese la voz de su hijo, un niño con apenas diez años.

_¿De verdad? ¿No me estará creando falsas expectativas? Mire que quiero llevar a mi hijo conmigo.

El guipuzcoano hizo un gesto de suficiencia, cruzó la mano derecha por delante de su pecho y la llevó hasta la altura de su cara, de izquierda a derecha y de abajo arriba. Aquel gesto era mucho más que un apretón de manos, más que un documento de compromiso firmado y protocolizado ante notario.

Chapaprieta interrumpió su arenga para preguntar a Malo qué le hacía tanta gracia. Malo, absorto en sus felices pensamientos que ponían en su rostro una mueca beatífica, tardó en advertir que había sido interpelado. Pero ni siquiera fue rudo al contestar.

_Perdón, comisario.

Que el inspector Malo no era el favorito del comisario lo sabía todo el mundo. Navas lo había comentado muchas veces.

_Pasa lo mismo con las tías. A primera vista ya sabes si te van o no te van. Y tú no le vas a ese comisario.

Acabada la arenga, Malo quiso hablar con Chapaprieta y se dirigió a su despacho. Un murmullo creció a sus espaldas. Podía ser que Chapaprieta sonriera. O que Malo sonriera. Pero que sonrieran los dos el mismo día, a la misma hora, en el mismo sitio era insólito. Y lo que es peor, un mal augurio.

_Malo, ¿usted? Y ahora, ¿qué le pasa?

_Necesito dos días de permiso por asuntos propios: los días 6 y 7 de marzo.

_¡Qué inoportuno! ¿No me ha oído que tendremos que estar todos muy atentos a lo que pueda ocurrir en el Bernabéu?

_Precisamente, comisario. Me han invitado al palco y quiero llevar a mi hijo. Es la ilusión de su vida y no puedo negárselo. Iré yo mismo a por él  a Lot.

 Chapaprieta luchaba contra sí mismo

      _¿Qué me está diciendo, Malo? ¿Qué me está diciendo, usted? ¿Lo he oído bien? _ juntó las manos y las apretó con  fuerza_. O sea que pretende ir al Bernabéu por libre para que yo lo tenga por allí haciendo de las suyas  mientras el resto de sus compañeros vela por la seguridad  del Estado. ¿Y si no le doy permiso?

_Allá usted. Yo tengo derecho a esos días. .

_¿Qué va a hacer? ¿Me denunciará al sindicato?

Malo se encogió de hombros. Concentraba su mirada como el gato ante su presa. Chapaprieta comprendió que la flecha ya había sido disparada.

_Haga usted lo que quiera, Malo. Váyase y cierre la puerta.

Azpilicueta hizo llegar las dos invitaciones a Malo por un mensajero desde la propia Federación Española de Fútbol. Y ya con los dos pases en la mano, Malo llamó por teléfono a Zalín. Tonto de él, era viernes y a esa hora el niño, los niños, Zalín y Martita, estaban en el colegio.

Habló con Camino, su ex mujer, y, aunque con miedo de que pusiese algún obstáculo insuperable, le hizo saber que pensaba ir en coche hasta Lot para traerlo ese mismo día 6 por la mañana y así llegar con tiempo suficiente al Bernabéu, donde el niño podría cumplir el sueño de su vida.

_¿Qué sueño es ése? _preguntó ella displicente.

Rebajó el tono Malo y ya no lo llamó el sueño de su vida, sino la gran oportunidad de ver en persona a los monstruos sagrados del equipo merengue, a Di Stéfano, que era el presidente de honor y a buen seguro estaría en el palco, pero también al Buitre y a Valdano y seguramente a Míchel, que probablemente estaría por allí cerca en alguna de las cabinas retransmitiendo el encuentro para la televisión y … cómo no, a los jugadores en activo, a Raúl, a Roberto Carlos, a Casillas, a Hierro, a Figo, a Morientes, a Guti y a Zidane, a Zinedine Zidane, Zizou...

No es que Malo fuera muy persuasivo, pero pronto se convenció de que Camino no iba a ponerle objeciones graves, aunque también empezó a notar cómo, a medida que él recuperaba su entusiasmo, al ir enumerando

lo que se iba a encontrar Zalín en el Bernabéu, crecía en ella una suerte de resentimiento que acabó tomando la  forma de una rara reivindicación.

_Y a Martita, nada. A la niña, nada. Siempre has sido un machista.

Después de oír varios reproches más que le obligaron a realizar los más difíciles equilibrios dialécticos de que nunca había sido capaz, defendiéndose con alguna que otra excusa, pero sin demasiada convicción, puesto que quería evitar que creyese que le estaba dando la razón como a los locos, pero también que discrepaba seriamente de ella, logró finalmente arrancarle la promesa de que Zalín estaría listo para irse con él al mediodía del 6 de marzo, siempre que lo devolviera al día siguiente en el mismo sitio y a la misma hora.

Chapaprieta tenía cada primer viernes de mes un almuerzo en Casa Bisbal, seguido de una partida de cartas con tres viejos camaradas, jefes de sendas comisarías importantes: el comisario Malsipica, el comisario Vigil y el comisario Sandoval.

_Saber para vencer _le dijo Vigil, repitiendo el lema del Cesid como si le estuviera llamando excelentísimo señor_. Nunca me han hecho la gracia de convocarme a semejante reunión.

_Sólo tengo un... un... _Chapaprieta no sabía cómo expresar su inquietud, pero estaba pensando en Malo_. Es como si me hubieran invitado a palacio pero me hubiera salido un grano en la nariz... y ¡qué grano!

Hay pensamientos que modelan el rostro con algo más que una sonrisa, pero los hay que parecen el aguijonazo de una avispa y el rostro se contrae, la frente se llena de arrugas, los ojos se cierran.

_Tan grave no será, hombre _dijo Sandoval.

_¡Peor! _exclamó Chapaprieta, que, sin embargo, renunció a sincerarse, como el supersticioso que, avergonzado de su condición, disimulara el origen de sus miedos con la enumeración de las supuestas causas objetivas que los motivan. Dijo_: Apenas quedan cinco días para el partido y no tenemos ni la menor pista de lo que puede pasar. En el Cesid temen por la persona del Rey. Pero el asunto es mucho más serio. Porque al Rey le acompañarán, con toda probabilidad, el presidente del Gobierno y un buen montón de ministros.

_Pero, ¿qué han ideado los cerebros de la Antiterrorista, si se puede saber? _inquirió Sandoval_. ¿Cómo van a proteger a todas esas altas autoridades?

Chapaprieta se había metido en la boca una anchoa y un trozo de tomate y se había manchado de aceite la barbilla. Tomó la servilleta de su regazo y se limpió. Parecía concentrado. A punto de hablar, se interrumpió. Movía la cabeza, parecía atento a su deglución. Dijo por fin:

_A mí de momento me han encargado localizar a un tipo de unos veinte años. Algo es algo. Es un argelino, pero no lo parece. Según dicen parece un europeo. Puede pasar por inglés, pero también por español. Pero más de eso, no hay la menor pista. Sólo se sabe que pertenece a la misma clase de fanáticos de los que atentaron contra las Torres Gemelas.

Sandoval fue tajante:

_Lo primero que yo haría sería impedir que ningún avión o helicóptero no militar sobrevuele el cielo de Madrid durante ese par de horas que esté Su Majestad el Rey en el palco.

_Elemental _dijo Vigil.

Malsipica hizo una leve mueca que expresaba duda.

_Más importante me parece establecer un buen filtro de entrada al Bernabéu. Que no entre allí un maldito tirachinas, ni una navaja. Mucho menos, explosivos, petardos, bengalas o cosas así

_Elemental _repitió Vigil.

Chapaprieta pareció corroborar esta opinión con un gesto de suficiencia.

_¿Qué dicen los americanos? _preguntó Sandoval.

Chapaprieta se rascó una oreja.

_Sólo sabemos que la CIA ha logrado captar un mensaje electrónico dirigido al hombre perdido de Madrid que decía así: El seis de marzo luna llena sobre la cabeza.

_Y, ¿eso qué significa?

_Cualquiera sabe. En general se ha interpretado como que ese día se atentará contra el Rey, que es la cabeza del Estado. Habrá que estar con los ojos bien abiertos.

_Desde luego _corroboraron todos mirando la fuente de langostinos que Manolo, el encargado, estaba colocando en el centro de la mesa.

_¡Ea, recién llegaditos de Sanlúcar!

A las doce en punto del día 6 Malo llamó a la puerta de lo que durante años había sido su casa de Lot en el barrio de San Claudio. No estaba Camino, y tampoco Zalín; sólo la asistenta, que aparentemente ignoraba los planes de Malo.

Malo tomó el Ibiza, aparcó sobre la acera, entró en el colegio de Zalín, se identificó y preguntó por su hijo. Por lo menos estaba allí, porque ya temía que Camino le hubiese querido hacer una faena. Volvió a casa con él. Entró en su  habitación y tomó lo que le pareció imprescindible para el viaje: algo de ropa y el cepillo de dientes. Cuando ya en el coche salían de la ciudad, Zalín quiso volver atrás. Se le había olvidado algo y estaba a punto de llorar. Malo temía encontrarse con Camino.

_¿Tan importante es, Zalín? Nos vamos a retrasar.

Se le habla olvidado un balón de reglamento, regalo de su abuelo, un balón nuevo, sin estrenar, como los que usaba el Real Madrid. Su ilusión era llevarlo al Bernabéu para pedir a los jugadores que se lo firmaran. Malo trató en vano de convencerle de que la invitación al palco presidencial no daba derecho a entrar en los vestuarios por lo que no tendría ocasión de pedirles la firma. El niño, con dos gruesas lágrimas en los ojos, luchaba por contener el llanto.

Malo dio la vuelta. Afortunadamente Camino no había regresado. Tomaron el balón y reanudaron la marcha. Comieron más allá de Benavente y llegaron a Madrid sobre las seis. Con una hora de antelación se presentaron frente al estadio.

La zona se hallaba acordonada con vallas metálicas que impedían el acceso de los coches no autorizados. Los reventas mostraban la punta de las entradas como una fruta prohibida.

_Preferencia, preferencia... !

A Zalín se le iba la vista de una cosa a otra. El trasiego de tanta gente, el vocerío, el gris sucio de la. Noche vaciándose sobre la acera y los muros del estadio, acumulaban en el alma del niño provinciano un raro entusiasmo pero también un punto de inquietud. A veces, un respingo que podía ser de miedo le hacía apretarse contra su padre. Un anciano de elevada estatura Y mirada melancólica alargó la mano hacia Malo para entregarle un papel que Malo rehusó, aunque no Zalín.

_Mira, papá, es Bin Laden _dijo el niño enseñándole el pasquín.

        _¡Bah, tíralo! _dijo Malo.

El niño apretaba con una mano el balón contra su pecho mientras que con la otra  sostenía el papel.

 _¡Qué flipe! _exclamó_. Y éste es Bush. Mira, papá,

Malo pilló el papel de la mano de Zalín. Lo miró con un gesto de desprecio, hizo una bola con él y lo tiró al suelo.

_No, papá, no.

_Es una basura _justificó Malo

 _Pero no se tira al suelo, papá.

Por delante de ellos cruzaron dos caballos montados por sendos policías nacionales, un hombre y una mujer. Los caballos con el rabo alzado acababan de soltar sus humeantes excrementos sobre la calzada.

 

Chapaprieta avisó por el móvil de que iba a entrar en el Palacio de Congresos, frente al Bernabéu al otro lado del paseo dé la Castellana, donde se había instalado el mando del operativo antiterrorista. Pedro Segurola, el marino de voz aguardentosa, le recibió:

_Nada entre manos, ¿eh?, Chapaprieta.

_Sin el chip es como buscar una aguja en un pajar _se justificó.

Policías de paisano se sentaban frente a varias pantallas que recogían imágenes de las gradas y del exterior del estadio. Parecían los controladores de un aeropuerto.

_¿Y ese tipo? _le preguntó el marino;; señalando en una de las pantallas al anciano que repartía panfletos delante de la puerta que daba al palco.

Chapaprieta hizo Un gesto de desprecio con la mano.

_Un don nadie __explicó_. Ya repartía folletos parecidos cuando la guerra del Golfo. Pertenece a uno de esos grupúsculos marginales de la extrema izquierda

_Mire, Chapaprieta, vamos a estar muy cerca de lograr el ciento por ciento de seguridad _y el marino hizo un ademán abarcador señalando a las pantallas_. Nadie no deseado podrá acercarse a Su Majestad, porque el acceso al palco está restringido, como usted sabe bien, y en todas las entradas al estadio guardias y policías tienen instrucciones de que nada que pueda contener un arma larga, entera o a trozos, sea una lanza o un arco y una flecha, nada digamos de un fusil, pueda entrar camuflada en el estadio, en la forma de unas muletas, de un bastón, de un maletín, de una bolsa... ¡nada!

_¿Se sigue creyendo que el objetivo es Su Majestad?

_Eso parece, Chapaprieta, eso parece.

Por primera vez, desde que había sido llamado a colaborar con la Comisión Antiterrorista, Chapaprieta creyó notar un tono de superioridad en Segurola que le molestó. Además, lo que había tomado por levísimo acento gallego le pareció ahora entonación de pijo.

_¿Quiere un cigarrillo? _le preguntó alargándole su paquete de canario negro, que el otro rechazó con un mohín de desagrado, al tiempo que sacaba del bolsillo de su americana un paquete de rubio americano.

Cada uno de ellos se encendió  sus respectivos cigarrillos. Enseguida el marino pareció reflexionar viendo cómo el humo de uno y otro chocaban para elevarse como una sola y diminuta nube que no hacía distingos.

_...sobre la cabeza que muestra grado de aceptación en el grado clerical _dijo.

 _¿Qué? _inquirió Chapaprieta.

_Son las palabras que faltaban en el mensaje. ¿Qué pueden significar? A veces pienso que todo es una broma, si no fuera por el tío del chip... Entre otras cosas porque todo el mundo sabe que hoy la luna está en cuarto menguante. Los americanos tradujeron el mensaje al inglés _agregó el marino__ y yo he pedido que me lo tradujeran directamente del árabe. Vea usted: El seis de marzo la luna llena sobre la cabeza que muestra el grado de aceptación en el grado clerical a través del corte de pelo de la parte alta. El español siempre es más largo. ¿No le parece?

_No es tanto que sea más largo como que se digan más cosas _dijo Chapaprieta.

El marino posó el papel sobre la mesa y tomó un lápiz.

_Pues sí... _con el lápiz subrayó algunas palabras_. Éste es el texto árabe que nos mandaron primero. Es mucho más corto. La primera parte es igual para todos. Nuestro traductor nos ha puesto las frases en los tres idiomas una encima de otra con estas flechas que indican las equivalencias. Mire, es curioso, aquí dice al_qabul, ¿no le suena eso? Y aquí dice qabul, por lo que se ve ambas significan aceptación.

_Déjeme _dijo Chapaprieta.

El marino le tendió el papel.

_Así que esto es árabe, ¿eh?

Está escrito según suena con nuestros propios caracteres.

Ya lo sé. Pero mire usted. Es evidente que esta frase es más larga: Qabul fi saffi al-ikrirus bi-qassial sa’ari fi qimma al-ra’s.

_Si es lo que yo le he dicho, Chapaprieta. ¿Y qué significa eso?

_Aquí está: aceptación en el grado clerical a través del corte de pelo de la parte alta de la cabeza.

_Eso es evidente, pero ¿qué le sugiere a usted?

_Luna llena, luna llena…musitó Chapaprieta. Entonces vio en una de las pantallas a Malo, había entrado ya en el estadio y subía las escaleras que le llevaban al palco.

_¿Qué le pasa, Chapaprieta? ¿A quién ha visto que ha cambiado así de color?

Malo entró en el palco presidencial de la mano de Zalín, que llevaba su balón bien abrazado a un costado. Si el hijo se admiró de lo que vio, el padre no le fue a la zaga. Los dos llevaban la vista a un lado y a otro, arriba y abajo, el niño con la boca abierta, el hombre con el ceño fruncido, como dos campesinos que entraran por primera vez a una representación teatral con la obra ya empezada. Pero nada de lo que les rodeaba les impresionó tanto como el emplazamiento central del palco a manera de puente de navío que se alzara sobre la mar pacífica y esmeralda. El brillo de la hierba bajo el resplandor de los focos y la luminiscencia de la atmósfera reverberaban con fuerza en los ojos de padre e hijo.

_Zalín, mira: ¡el Bernabéu!

Una azafata, que le sacaba a Malo la cabeza, con una melena cobriza que se le derramaba sobre los hombros, se había parado frente a ellos.

_¿Me permite su invitación? Malo y Zalín tenían suspendida la respiración como ante la primera contemplación del océano.

El hombre y el niño siguieron a la azafata hasta su asiento.

_¿No los reconoces? _preguntó Malo, señalando a los jugadores que peloteaban sobre el campo_. Están calentando músculos antes de que empiece el partido.

El niño estaba muy excitado.

_¡Cómo mola! Mira, sí, papá, ahí están. Si está Zidane, si está Raúl, si está Figo...

Y fue enumerando uno a uno a todos los jugadores que se movían por el campo, cuando Malo notó un pequeño revuelo a sus espaldas. No era todavía el Rey, pero reconoció al presidente del Real Madrid que se asomaba como para inspeccionar que todo estuviera en regla. Malo detectó también la presencia de algunos policías de paisano. Zalín se volvió y reconoció al presidente. Cuando pasó a su lado tuvo una reacción que dejó estupefacto a su padre. El niño dijo en voz alta, con ánimo piropeador:

_¡Florentino, eres un monstruo!

El presidente sonrió y puso una mano sobre la cabeza de Zalín, al tiempo que miraba a Malo.

Cuando dio comienzo el partido, Chapaprieta había cruzado el paseo de la Castellana un par de veces más. Habían detenido a un marroquí con muletas y a dos japoneses que llevaban una guitarra en una funda.

_¿Sabe lo que le digo, Chapaprieta? _comentó el capitán de fragata Segurola_. Un poco de lástima ya me dan esos tipos que tenemos abajo. Venir a ver a jugar al Madrid desde tan lejos y acabar encerrados en un cuarto. . .

_Bueno, les hemos puesto una tele para que vean el partido.

_Entonces, ¿por qué están retenidos?

_Por si acaso.

El marino miró a Chapaprieta con una luz en los ojos, era una luz ambigua que podía significar admiración pero también desconfianza, o una mezcla de ambas.

_Un tipo seguro, ¿eh, Chapaprieta?

 _Eso se dice. De súbito subió hasta ellos el sonido de unas voces que emergía desde las dependencias donde se hallaban los encerrados, un sonido que pareció generar el eco de otro mucho mayor como la pequeña explosión de un detonador promueve de inmediato una explosión más grande. Y ésta era enorme, un prolongado trueno que procedía del Bernabéu.

_Vaya, se ve que el Madrid ha marcado _dijo el capitán de fragata con lo que parecía un claro deje de disgusto.

Chapaprieta llevó la vista a las pantallas. En una de ellas vio a Malo abrazado a su hijo. Estaban los dos de pie. Algunos espectadores cercanos también se habían levantado para celebrar el gol, de modo que por ese lado tapaban la visión del Rey. Había un bulto blanco en el asiento del niño: era un balón. En medio de tantas efusiones cayó al suelo y empezó a rodar. Otra persona, Chapaprieta no sabría decir si era un banquero o un subsecretario de Hacienda, se agachó para recogerlo y devolvérselo al niño con una sonrisa.

Los jóvenes que ocupaban el fondo sur no habían dejado de saltar y de corear consignas de todo tipo, lo que había atraído la atención creciente de Zalín que parecía sentir más fascinación por ellos que por la gente importante del palco.

_Papá, el segundo tiempo quiero verlo en el Fondo Sur _le dijo a Malo.

_No me fastidies, hijo, si estamos en el mejor sitio. ¿No has visto a Di Stéfano, a Valdano, al Buitre...?

_Yo quiero ver los goles del Madrid que ahora tiramos para allá.

_¿Cómo que ahora tiramos para allá?

_Sí, ahora tiramos contra esa portería, la buena para meter goles.

_Ahí no podemos entrar. Nuestras invitaciones son para el palco.

_Que sí podemos, papá. ¿Te acuerdas de mi amigo Jaime? Tú le llamabas Jaimito. Su hermano, que es muy mayor _tiene casi veinte años, y es un jefe de Ultrasur_, le ha mandado dos entradas. Iba a venir con su tío, pero se ha puesto malo y me las ha dado a mí. Aquí las tengo.

Y Zalín metía su mano en uno de los bolsillos del pantalón.

_¿Se ha puesto malo Jaimito?

_No; su tío. Venga, papá, porfa...

Acabó el primer tiempo y los invitados salieron a la gran antesala del palco. Allí estiraban las piernas, se daban algún que otro palmetazo en la espalda y comentaban las incidencias del juego. Camareros y azafatas con bandejas repletas de viandas y de bebidas se movían entre ellos. Malo tomó dos pedazos de jamón de Jabugo, las lonchas finísimas se le enrollaron en los dedos. Su brillo y su textura aceleraron la producción de sus jugos gástricos. Se llevó uno de los pedazos a la boca, el otro se lo quiso dar a su hijo. El niño rehusó apretando los dientes y negando con la cabeza, tenía el balón bien cogido contra su pecho.

_Vámonos, papá, anda.

 _Pero si aquí está Di Stéfano. Y está el Rey. ¿No le ves? Mira, mira: el Rey. Y está también el presidente del Gobierno.

Malo, sin dejar de hablar con su hijo, había logrado capturar otros dos pedazos de jamón y un trozo de pan. Buscaba con la mirada una bandeja de bebidas.

_Venga, papá, venga, porfa…_insitía el niño_. Si tengo las entradas. Nadie nos va a decir nada.

_¡Niño, niño! _exclamo Malo, reprimiendo un gesto de fastidio y renunciando a la bebida.

Se encaminaron hacia la salida del palco y dejaron atrás al presidente del Real Madrid. Zalín dijo:

_Tú eres más alto que él, papá, y más que el Buitre.

_¿Dónde van esos _preguntó  Chapaprieta señalando a Malo y a su hijo a los que veía a través de una de las pantallas por la acera principal del Bernabéu?

-¿Quién? _preguntó el marino Segurota.

_Ese hombre mío. Es díscolo y jodido como él solo. Ahí va con su nene, ¿lo ve?

_¿Ya se marchan? Pues pronto se han cansado del partido. Podían quedarse por lo menos a tomar un poquito de jamón. He pedido que nos traigan siquiera una bandejita para catarlo, que nosotros también somos humanos. ¿Qué lleva el niño, un balón?

_Sí, un balón, corroboró Chapaprieta.

_¿Tiene usted hijos?

Chapaprieta negó con la cabeza.

El marino, que había vuelto a encender un cigarrillo, parecía muy relajado, aunque conservaba ese dengue de superioridad que tanto molestaba a Chapaprieta.

_Yo tengo tres, comisario. Tres pichas. Tienen su gracia. Por eso entiendo a ese hombre.

_¿Lo entiende usted?

_¡Vaya si lo entiendo, Chapaprieta! El niño le habrá pedido al padre cualquier cosa, salirse del estadio, volverse a casa, yo qué sé.

_Tenía invitaciones para el palco. Espero que no haga uso de la placa para entrar en otro sitio. Él no está de servicio. Espero que no lo haga, por la cuenta que le tiene.

_Se le nota mucho que no le cae bien ese tipo, Chapaprieta.

_No, no me cae bien _dijo, como tampoco tú, presuntuoso hijo de puta, aunque esto último sólo lo pensó.

Malo exhibió las entradas de Zalín y pudieron entrar otra vez al estadio, ahora por la puerta de acceso a la parte central de Fondo Sur. Subieron las escaleras y llegaron a la grada. ¡Qué impresión tan distinta! Abandonaban el puente de un trasatlántico de lujo, para bajar a la sala de calderas, en medio de un ambiente tan sofocante como ruidoso, de verbena y bronca.

_Jo, Zalín, ¿cómo me has hecho esto? _se quejó el padre.

Parecía increíble que alguien, aunque fuera un niño, prefiriera aquella masa vociferante que alzaba los puños, en actitud, cuando no hostil, molesta, a la vecindad de los grandes ídolos; con Su Majestad el Rey, con el presidente del Gobierno, con los ministros. Y, como si hubiera sido despojado de un traje suntuoso a cambio de un miserable taparrabos, a duras penas lograba dominar una irritación creciente que no quería dirigir contra su hijo.

Zalín, por el contrario, se extasiaba con sus vecinos de grada, mozalbetes desaseados y nerviosos en su mayoría, que no paraban de saltar y de vocear, como el querubín recién llegado al cielo que trata de identificar a los ángeles mayores.

_Mira, papá, el Gran Bufa. .. el Melopa. .. el Champa... iJo, cómo mola, papá, cómo mola! iJo, cuando le diga a Jaime que los he visto a todos!

Había empezado el segundo tiempo y el Real Madrid hostigaba la portería rival. Zidane conducía la pelota con los pies mejor que la mayoría de las personas lo haría con las manos. La soltaba luego con tanta precisión y oportunidad, tan armónicamente como mueve el pájaro sus alas, porque algo de vuelo parecía haber en sus movimientos. Un pelotazo de Roberto Carlos golpeó el larguero y a punto estuvo la pelota de caer hacia la grada de Fondo Sur.

_Papá, si cae aquí el balón se lo cambiamos por el mío _dijo Zalín_. Así tengo el balón de la final. ¿Verdad, papá?

_Muy bien, hijo, claro.

_¿Sabe lo que estoy pensando, Chapaprieta? _dijo el marino Segurola, que había vuelto a sentarse y se había encendido otro cigarrillo__: Si esto no será más que una pista falsa para tenernos entretenidos en el Bernabéu mientras se comete otro atentado en Madrid, no sé, en el Palacio de Comunicaciones, en el Banco de España, en

la Torre Picasso, en algún edificio representativo...

_A sus órdenes, mi capitán _saludó un recién llegado a la sala de pantallas, un mocetón de pelo largo y rubianco abierto por una raya al medio.

_Cifuentes, ¿cómo no está usted viendo el partido? _replicó Segurola.

_Mi capitán, que yo también sé currar...

Era evidente que había entre los hombres una vieja camaradería. Otro marinerito, pensó Chapaprieta ...

_El teniente Cifuentes, de la Guardia Civil _dijo el marino, a modo de presentación del otro_. Es nuestro hombre de fútbol, se lo sabe todo. Un forofo de la Ponferradina, ¿no?

El teniente alzó las manos como disculpándose:

_Y del Madrid, mi capitán, también del Madrid. No como usted.

El marino le dijo entonces:

_¿Conoce al comisario Chapaprieta, de la policía nacional?

_¿Cómo está usted, señor? _volvió a saludar el teniente.

_¿Qué pasa, Cifuentes? -preguntó el capitán de fragata, con una displicencia no exenta de simpatía.

_Se me ha ocurrido una idea, mi capitán. Ya sabe que a veces se me ocurren ideas. Esa frase de los talibanes, lo del 6 de marzo y la luna llena. Se me ha ocurrido que la luna llena es un balón cargado de explosivos.

El marino se había puesto las gafas. En la mano izquierda tenía el cigarrillo entre los dedos, en la derecha una hoja de papel, las dos a la altura de la barbilla, la derecha más alejada. A Chapaprieta le pareció una postura afectada.

Segurola leyó otra vez:

_El seis de marzo la luna llena sobre la cabeza que muestra grado de aceptación en el grado clerical a través del corte de pelo de la parte alta. Un balón con explosivos, no está mal. La luna llena es como un balón, y además llena ¿de qué? De explosivos. Sí, no está mal, Cifuentes. Se nos tenía que haber ocurrido antes. Eso explica también el misterio del cuarto menguante.

_No es una broma, mi capitán, encaja perfectamente. He hecho averiguaciones. Un balón pesa entre cuatrocientos diez y cuatrocientos cincuenta gramos, con una presión de entre 0.6 y 1.1 atmósferas por centímetro cuadrado. Dígame si no hay margen como para meter cincuenta gramos o hasta cien de un C4 sin que nadie lo note. Luego se hace explosionar a distancia. Y ya está. Objetivo cumplido. Acuérdese, mi capitán, de que estas Navidades se detuvo a un miembro de Al Qaeda cuando intentaba hacer estallar un Boeing en pleno vuelo. Y sólo llevaba unos gramos de explosivo en la suela de los zapatos.

_Es verdad _corroboró el marino_, en la suela de un solo zapato. Unos gramos de C4, un explosivo muy eficaz... Pero, vayamos por partes. Entrar con un balón en el estadio, incluso en el palco no presenta ningún problema. .. Recelar de un balón en un campo de fútbol es como extrañarse de un pez en el agua. Acabamos de ver a uno de los hombres del comisario con un balón en el palco.

_¡Malo! __exclamó en voz baja Chapaprieta, al que la cara y las orejas le enrojecían con la súbita alarma de un mal presentimiento_. Este idiota es muy capaz de haber metido una bomba en el campo sin saberlo _dijo ya en voz alta.

Los espectadores de Ultrasur difícilmente soportaban el partido sentados. Un joven rapado protestaba porque no le dejaban ver. No parecía hablar muy bien español. Decía una y otra vez:

_Bajo, disculpa.

Y, notando la hostilidad que provocaba, optó por cambiar de sitio. Pero no era fácil. Llevaba además un balón abrazado al costado, igual que Zalín, lo que dificultaba su salida de la fila. Y todo eran insultos y malas palabras a su paso. Ya se había cambiado de sitio tres veces.

Malo se fijó en que el rapado llevaba una camiseta blanca, sobre el jersey, con la efigie de Bin Laden y la inscripción «Wanted». Era nueva y estaba impoluta, con las marcas de la plancha al haber sido doblada.

Zalín también se fijó en el rapado. Más, cuando le vio el balón. Rápidamente lo identificó como un peligroso competidor para conseguir el balón de la final. El rapado se situó con ellos en la parte más alta de la grada.

Mediada la segunda parte, el partido vivía sus momentos más emocionantes. Raúl lanzó un balón en diagonal, Figo lo controló a la carrera, levantó la cabeza y envió un centro de los llamados de rosca. Morientes cabeceó con fuerza pero, desestabilizado en el salto por un defensa del Deportivo, vio cómo el balón salía muy por encima del larguero.

_¡Penalti! _se gritó desde las gradas. El balón cayó en los brazos alzados de los mozalbetes de Ultrasur que acaso involuntariamente, como a golpes de voleibol, lo enviaron hacia arriba, sobre las cabezas de la última fila. Malo, sin dudar un solo instante, se lanzó a por él con el ímpetu de un jugador de rugby.

Segurola parecía divertido por la excesiva consternación de Chapaprieta. Cifuentes, por el contrario, apenas podía contener su ansiedad.

_Es una ocurrencia, como usted mismo dice, Cifuentes, una buena ocurrencia

Era evidente que no acababa de tomárselo en serio, que lo consideraba un buen ejercicio de ingenio, pero nada más.

_Mucha puntería hay que tener para dar un balonazo al Rey _comentó con una sonrisa escéptica.

_No, mi capitán _dijo Cifuentes_. No les interesa el Rey, ése es el asunto. Quieren la máxima repercusión de la noticia y no otra cosa. Así que lo mismo les da el Rey que uno de los mejores jugadores del mundo. Y en el Madrid tienen donde elegir: Zidane, Figo, Raúl, Roberto Carlos... El efecto publicitario sería casi el mismo, y la acción en cambio mucho más fácil de ejecutar. El terrorista está en el partido atento a que caiga un balón en la grada; caen muchos, se lo aseguro, y casi siempre se los quedan, no los devuelven; así que, antes de que lo repongan desde el banquillo, el terrorista devuelve el suyo, que es idéntico. Luego sólo tiene que esperar a que el jugador seleccionado tenga la pelota o la golpee de cabeza, para hacer explosionar el detonador y ya tenemos la gran tragedia. Mi capitán, el asunto es muy serio.

Al marino se le había cortado la sonrisa. Se había puesto de pie, y lo mismo había hecho Chapaprieta.

_iJoder, Cifuentes, creo que tiene usted razón! _Con precipitación tomó los papeles de la mesa y volvió a leer el mensaje_ ¿Qué le dice a usted esto?

_¿Que qué me dice? ¡Está muy claro! Fíjese: aceptación en el grado clerical a través del corte de pelo de la parte alta de la cabeza. ¿Sabe lo que es eso que suena tan extraño y rebuscado? Está claro que se trata de Zidane. ¡Quieren atentar contra Zidane!

El marino estaba lívido.

_¿Cómo sabe que se trata de Zidane? _preguntó.

_¡Por la tonsura, mi capitán! ¡Zidane tiene la calva como una gran tonsura y eso es lo que dice el mensaje: la luna llena contra la cabeza tonsurada, que no otra cosa es todo eso de la aceptación en el grado clerical a través del corte de pelo en la parte alta de la cabeza! ¡Esa es la lectura que hay que hacer.! ¡Van a atentar contra Zidane!

-¡Vamos! _ordenó el marino_. ¡Todos al campo, hay que encontrar ese balón bomba o parar el partido!

Mientras las asistencias atendían a Morientes, el balón caía caído al lado del  rapado que no mostró la más mínima intención de alcanzarlo. Antes bien, pareció querer proteger al suyo del ímpetu de Malo, aunque no pudo evitar, al tropezar, que se le escapara de las manos. Ahora había dos balones sueltos.

Se precisaba una visión muy rápida o estar muy acostumbrado a la acción de un prestidigitador o a las mañas de un trilero para saber cuál era cada uno de ellos. El rapado, sin embargo, recuperó el suyo y Malo tomó el otro. Pero cuando Zalín vio la actitud del rapado, que se disponía a lanzarlo al campo de un puntapié, gritó:

_¡Papá, no!

Malo miró con perplejidad a su hijo, luego al balón que acababa de coger. Estaba seguro de que era el mismo que Morientes había cabeceado. Su hijo, sin embargo, le confundía.

_Si es éste _dijo, mostrándoselo al niño con las dos manos_. Es el que yo he cogido.

Pero el niño lo negaba. Tenía dos gruesos lagrimones en las mejillas.

_Que no, papá, que es ese otro, que es el que él tiene, Devuélvele el suyo y dale también el mío, que tire el mío y que nos dé ése.

_Echa éste al campo y dame ése, anda _suplicó Malo al rapado.

Pero el rapado había ya impulsado el balón con toda la fuerza de que era capaz,

_¿Qué te costaba habérselo cambiado al niño si ni siquiera lo querías para ti? _le gritó Malo.

La recrecida irritación de Malo encontró por fin un destinatario, Había renunciado al lujo del palco presidencial para nada. Allí estaba su hijo otra vez con los ojos llorosos, mientras el rapado sonreía, siguiendo con la vista la alta trayectoria que había logrado dar al balón, No se pudo contener y arremetió contra él. Fue más un amago que un verdadero golpe, pero el rapado, sorprendido, interpuso a duras penas los brazos y algo se le cayó de entre las manos. Se trataba del mando a distancia de un juguete. Malo lo pisó. Sin saberlo había activado el detonador de la bomba. A sus espaldas, el balón, muy alto todavía, pero iniciada ya la parábola descendente, reventó en el aire, sin daño para nadie, con el estrépito amarillo y rojo de un pequeño sol.

El capitán de fragata Segurola, el comisario Chapaprieta y el teniente Cifuentes de la Guardia Civil oyeron la explosión, al tiempo de entrar en el estadio, Un policía nacional, que se les acercó al verles correr hacia la grada les tranqulilizó.

_No ha pasado nada, señor _le dijo a Chapaprieta.  El partido sigue.

_¿Qué ha sido esa explosión?

_Ha sido fenomenal. Un balón ha estallado en el aire como un volador. Cada día inventan algo mejor.

No era fácil hacerse cargo de lo que había sucedido, aunque el resultado fuese de una inconcebible brillantez. Malo pugnaba todavía con el rapado, al que tenía cogido por el cuello.

El marino sacó una pistola y se la puso en la frente

 _Si te mueves te vuelo la tapa de los sesos.

Malo no salía de su asombro. Con ojos de náufrago miraba a Chapaprieta. Acertó a decir:

_Si no ha pasado nada. Este tipo no ha querido darle el balón a mi hijo.

_¡Las esposas! _le conminó Segurola.

_Usted siga viendo el partido con su niño, hágame el favor _le dijo luego a Malo, mientras se llevaban al rapado_. Se ha ganado un lugar entre los campeones. Aca_ ba usted de salvar la vida al mejor jugador del mundo.

Y ya al salir le dijo a Chapaprieta:

_A este hombre habrá que proponerlo para una felicitación pública, eso como poco.

Zalín mientras tanto, con los dos balones, bien abrazados a los costados, le decía a su padre:

_¿Sabes qué, papá? Tú tenías razón. Creo que éste es el bueno _y le tendía uno de los balones_, mira las manchas de hierba que tiene. iJo, cuando se lo enseñe a Jaime! ¡El balón de la final!

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EL ARREGLO

      El millonario Atenor soñó siete noches seguidas que era pobre y a la octava se negó a acostarse. Por el contrario, el mendigo Roneta soñó que era millonario y no quería despertarse. Todo se arregló cuando Atenor entregó a Roneta la mitad de su fortuna. ¿O fue Roneta quien se la entregó a Atenor?

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