TERESA ARANGUREN

ÍNDICE

 

La pierna

La risa de Malek

 

LA PIERNA

     El balón llegó a sus pies suavemente. El pase de Walid se había quedado corto y la pelota, que eso era realmente el supuesto balón, una pelota de goma que más que redonda era un recuerdo de haber sido redonda y más que rodar iba dando brincos de socavón en pedrusco y de pedrusco en socavón, fue perdiendo impulso y se paró dócilmente junto a una caja de plástico amarillo medio enterrada en el barro, a sus pies.

    _Chuta, chuta, chutaaa...

     Enfrente sólo tenía a Tawfiq: el torso inclinado, las piernas ancladas en el suelo, los brazos abiertos para abarcar el espacio y taponar el hueco...Detrás, los jadeos de los que corrían a alcanzarle.

     _Chuta, chuta, chutaaa...

    Su cuerpo se tensó hacia atrás formando un arco, su pierna era la flecha. Fue un momento zen. El deporte tiene eso. Hasta la abollada pelota de goma tomó forma de balón al salir proyectada en el aire dibujando una curva que pasó por encima de la cabeza y los brazos de Tawfiq para caer en el punto exacto, justo en medio y un poquito detrás de las dos piedras que marcaban la línea imaginaria de los postes de la imaginaria portería. Y fue gol.

     Después pisó la línea amarilla y se acabó el mundo.

     La señora Alia encontró la  pierna sobre el alféizar de la ventana cuando se asomó a mirar el caos de la calle. La explosión la había lanzado contra el armario de la cocina y de rebote al suelo, y ahí se había quedado agazapada, enarbolando la sartén que por suerte llevaba en la mano en ese momento como escudo frente a la lluvia de cristales que le vino encima. El marido, que estaba dormitando en un sillón de la sala, no salió despedido como ella porque la habitación estaba al fondo de la casa, sino que se tiró al suelo al sentir el estruendo y la sacudida que siguió al estruendo que hizo temblar todo el edificio. Los dos aguantaron un buen rato, cada uno en su rincón, mientras el aire se iba llenando de los sonidos de la catástrofe.

     _¿Estás bien? _gritó él aún acurrucado en el suelo detrás del sillón.

     _Sí, estoy bien _contestó ella desde la cocina. Luego se incorporó con cuidado de no cortarse con algún cristal, se pudo en pie y se acercó a la ventana.

     La pierna estaba encajada entre las dos macetas de albahaca que tenía en el alféizar.

     La señora Alia no gritó ni hizo aspaviento alguno al verla. Se quedó en silencio durante unos minutos mirando el trozo de carne que se había posado en su ventana. Después fue a buscar a su marido.

     _Hay una pierna en la ventana de la cocina _dijo.

     Abu Marwan era hombre de reacción lenta, a veces se diría que carecía de la capacidad de reacción. Vivía en una especie de pasmo permanente que se había agudizado en los últimos años. Lo contrario que se esposa, que desprendía energía en todos sus movimientos. Eran muy distintos. La señora Alia, que era veinte años más joven que su marido, había sido una mujer muy guapa y aún lo era porque, aunque había parido nueve hijos y ya había pasado los cincuenta, seguía teniendo un cuerpo atlético y su rostro de facciones anchas y armoniosas era de una belleza antigua como esculpida en mármol. Cuando la señora Alia caminaba por la calle, con la espalda recta, la cabeza bien plantada sobre los hombros y su abaya negra ondeando al ritmo de sus pasos, era como la proa de un barco surcando el mar de la vida. Él, en cambio, siempre parecía asustado.

       Abu Marwan levantó la vista hacia su esposa sin dar signos de haber entendido lo que decía.

     _Te digo que hay una pierna en nuestra ventana _repitió ella.

     _Uf...emitió él a modo de respuesta, y tras incorporarse trabajosamente la siguió a la cocina.

     La pierna inconfundiblemente era una pierna. Desde el pie que había quedado de lado, con el talón apoyado en una de las macetas, hasta la parte alta de la curva de la pantorrilla que tocaba la otra maceta. Sorprendentemente apenas había sangre sobre el alféizar de la ventana.

     Los dos permanecieron varios minutos en silencio. Abu Marwan miraba la pierna, después a su esposa y después a un punto indefinido en el aire como buscando en el aire alguna señal que le indicase lo que debía hacer. Hasta que la encontró:

     _Tráeme un paño que esté limpio _dijo.

     La señora Alia pensó primero en un trapo de los de secar los cacharros, pero cambio de idea; un paño de la cocina no le pareció apropiado, así que fue a la alcoba donde estaba el arcón de la ropa vieja y hurgó en él hasta encontrar una sábana que extendió sobre la cama y rasgó por la mitad, y luego de esa mitad volvió a rasgar otra mitad hasta conseguir el rectángulo de tela blanca que serviría de sudario para envolver la pierna.

     Lo hicieron con delicadeza, tratando de no tocar con los dedos la piel que cubría aquel trozo de carne que inconfundiblemente era una pierna, y que sólo cuando estuvo envuelto en el paño de sábana blanca se atrevieron a presionar para desprenderlo del abrazo de las dos macetas de albahaca entre las que se había posado como para descansar después del vuelo.

     La señora Alia entregó el envoltorio a su marido y le siguió hasta la puerta. Antes de salir le hizo una recomendación:

     _No se la des a un americano, busca uno de los nuestros y no dejes de decirle que tiene que encontrar el cuerpo al que pertenece _dijo.

     Abu Marwan bajó al caos de la calle llevando aquel envoltorio entre los brazos y su habitual expresión de pasmo en los ojos.

     Los gritos y el ulular de las sirenas habían dejado paso a un murmullo denso como de agua que baja en torrente, los soldados apartaban a empujones a la gente que intentaba traspasar la cinta amarilla que delimitaba la frontera del desastre; a uno y otro lado de esa frontera había una agitación continua y enloquecida, algunos no paraban de ir y venir sobre sus pasos como poseídos por una irrefrenable necesidad de moverse, otros permanecían quietos con las manos en las mejillas meneando la cabeza arriba y abajo, las voces de los militares sonaban distorsionadas a través de los megáfonos:" Parece que ladran", pensó Abu Marwan mientras estiraba el cuello intentando localizar un rostro conocido y sentía el corazón golpeándole el pecho contra el que apretaba el envoltorio, que tenía la sensación de que todos sabían lo que llevaba, como si le hubieran descubierto robando o tratando de ocultar lo robado, y por un momento tuvo la tentación de volver atrás y subir las escaleras de su casa y abandonar en un rincón aquella pierna que llevaba envuelta en un trozo de sábana...Hasta que reconoció a Kamal, su vecino, en un corrillo de gente que se mantenía algo apartado observando la escena y se sintió más seguro.

    Kamal le puso al corriente. Había cinco muertos. Tawfiq, el hijo menor de los Abiad, su primo Walid, los dos hijos de Abdalla el carnicero y el quinto aún no sabían quién era.

     _Ha sido una de las malditas bombas de racimo que lanzaron los americanos, todo el barrio está sembrado de ellas. Pero quién convence a unos chavales de que ya no pueden jugar al fútbol en la calle _decía Kamal increpando al aire mientras los demás asentían mirando al suelo.

     _¿Sabéis si a alguno de los cadáveres le falta una pierna? -preguntó Abu Marwan.

     Abu Hussein llevaba quince años en la policía y era uno de los pocos agentes que había sido admitido de nuevo después de que los americanos disolvieran el cuerpo. Como era chii no consideraron necesario purgarle. Era un hombre servicial  que nunca había abusado, más allá de lo aceptado como natural e inevitable, de su cargo. Y era afortunado, tenía un trabajo y un sueldo.

     Cuando vio a Kamal y a Abu Marwan forcejeando con los soldados y llamándole a voces, les hizo un gesto con la mano para que esperasen a que él arreglase el entuerto. Los soldados no estaban muy dispuestos a dejarse convencer, pero Abu Hussein tenía experiencia de mando y no era fácil de achantar: "They only want to talk to me, they are friends", gritaba, rojo de ira, alzando la cabeza que, pese a sus esfuerzos de estiramiento, quedaba a la altura del torso de los dos militares que parecían jugadores de rugby uniformados.

     Abu Marwan asistía a la escena con el rostro demudado y apretaba aquel envoltorio contra su pecho como si fuese un bebé.

     Se había formado un corrillo en torno a ellos que iba creciendo no sólo en número de participantes, sino en la intensidad de las emociones y en el nivel de las voces que las expresaban, que eran cada vez más airadas, como si el dolor y el espanto de los vecinos hubieran encontrado una forma de alivio dando rienda suelta a la indignación y a la hostilidad hacia los soldados extranjeros, que lo único que hacían era cerrarles el paso como si fueran los dueños de sus calles y de sus vidas.

     Después de muchos gritos, otras tantas maldiciones y algunos amagos de llegar a las manos, o en su caso a las armas, los soldados optaron por apartarse y dejar al policía iraquí que hiciera lo que le viniera en gana.

     Kamal le explicó la situación: que la pierna había aparecido en la ventana de la casa de su amigo, que tenía que ser de alguno de aquellos chicos y que había que encontrar el cuerpo al que pertenecía.

     _Venid conmigo _dijo Abu Hussein.

     Los cinco cadáveres estaban junto a una de las ambulancias, alineados en el suelo y cubiertos con un plástico negro.

     El policía señaló al primero de la fila.

     _Este es Tawfiq, el chico de los Abiad _dijo sin levantar la cobertura de plástico_, al pobre la explosión le ha arrancado un brazo y casi la cabeza, pero no las piernas.

     Después pasó al segundo.

      _Tampoco puede ser Walid.

      _Y éste tampoco.

      Cuando llegó frente a los dos últimos cuerpos se detuvo y se volvió hacia ellos con gesto sombrío, como advirtiéndoles de lo que iban a ver.

      _Tiene que ser uno de éstos _dijo. Y destapó los cadáveres.

      Los dos parecían dormidos. No había expresión de dolor en sus rostros. La parte superior de los cuerpos estaba intacta. Hasta la altura del tronco. Más abajo todo era una masa sanguinolenta. En uno de ellos, el quinto de la fila, aún se adivinaba, entre los jirones de carne desgarrada, lo que había sido una pierna, la derecha. Abu Marwan tuvo la intuición o la certeza de que ése era el cuerpo y que la pierna que llevaba en sus brazos era la pierna de ese cuerpo, la izquierda.

      El chico tenía unos rasgos muy bellos, el pelo, que debía haber sido muy negro y ahora era gris por el polvo, le enmarcaba la cara y le daba un aire como de querubín. No debía de tener más de catorce años y no le sonaba de haberle visto por el barrio. Se parecía a su hijo Selim a esa edad, si es que un muerto tiene edad.

      _¿Quién es? _preguntó.

      _No lo sabemos. No hemos podido identificarle, no debe ser del barrio _respondió Abu Hussein.

      Abu Marwan se inclinó sobre el cuerpo u por un instante se quedó parado mirando la cara del chico que parecía dormido; después, con mucho cuidado, como si tuviera miedo de hacerle daño, depositó la pierna en el espacio vacío, justo debajo del muñón de carne desgarada de lo que había sido un muslo, que le correspondía.

     Abu Marwan era un desastre con las cosas normales de la vida; las tareas más sencillas, cobrar un cheque en el banco, responder a una invitación, avisar al médico, arreglar una puerta, regañar a uno de sus hijos, pedir una recomendación, ir al mercado a por tomates, lo desbordaba. No estaba hecho para eso. La cotidianidad le asustaba. Sin embargo, tenía un don que hacía de él un ser especial: era un excelente intérprete de laúd. Quizá el mejor intérprete de música maqam que había en Bagdad.

     La música era su pasión y también su oficio, y le había hecho ganar bastante dinero.

     Durante más de veinte años había sido el laudista estrella en las cenas del restaurante Al-Andalus, a las que iban miembros del Baas y del gobierno y las delegaciones extranjeras ante las que los miembros del gobierno o del Baaz querían quedar bien presumiendo de la vieja cultura y aunque para los extranjeros, sobre todo si eran occidentales, la vieja cultura significaba sólo danza del vientre y bailarinas con velos de tul y corpiños de lentejuelas, a él no le importaba porque en el momento que deslizaba sus dedos por el mástil del laúd y apretaba los párpados para escuchar hacia adentro, siempre tocaba con los ojos cerrados, el mundo exterior desaparecía. Solía decir que era como sumergirse en una corriente y dejarse arrastrar por ella, porque hasta en sus improvisaciones más geniales, cuando sus dedos pellizcaban las cuerdas en un punto vertiginoso en el que las notas se perseguían atropellándose y se precipitaban en un abismo y luego se alzaban y se detenían de golpe y el eco de la melodía se escuchaba en los silencios y no se perdía nunca porque siempre regresaba, él no se sentía dirigiendo el curso de aquella música, sino llevado por ella.

     Abu Marwan era un inútil para las cosas de la vida, pero era un artista.

     El restaurante Al-Andalus los habían cerrado a los dos meses de la llegada de los americanos. No quedaba ningún establecimiento público en Bagdad donde hacer música. Y no era sólo porque la gente no tuviera dinero ni ganas para ello, sino porque la música no gustaba a los clérigos y ahora los clérigos tenían mucho poder.

     Abu Marwan había guardado su laúd en el armario de la alcoba y de vez en cuando lo sacaba para limpiarlo con un paño y afinar las cuerdas. Ya sólo lo tocaba cuando le contrataban para una boda o una fiesta familiar. Y eso cada vez ocurría menos.

     Esa noche soñó con el chico. Le vio sentado en el borde la cama sonriéndole. Y en el sueño se acordó de la pierna, y pensó que era una suerte que la hubiesen encontrado y que el chico ya la tuviese con él, pero al mirar hacia donde deba estar la pierna vio el hueco vacío por debajo del muñón del muslo y volvió a mirar hacia el chico y vio que llevaba la pierna en la mano y que se la mostraba sonriendo, y entonces se despertó.

     A la mañana siguiente anduvo dando vueltas por la casa como si estuviera enjaulado. No podía pararse quieto. No se lo quitaba de la cabeza.

     _Estás pensando en el chico muerto, ¿verdad? _le espetó de pronto la señora Alia.

     _Sí _respondió él_. Quiero saber si le han identificado.

     Fueron los dos a hablar con Abu Hussein. El cuerpo, les dijo el policía, tenía que estar en el depósito del hospital Kindi a la espera de que alguien lo reclamase; de todos modos, no estaría allí mucho tiempo, solían enterrar los cadáveres que nadie identificaba en una fosa común cerca del hospital.

     Lo que más había era mujeres, mujeres madres, mujeres abuelas, mujeres hijas, mujeres hermanas, mujeres esposas, mujeres buscando a sus muertos. A los hombres, que también los había, se les veía menos porque apenas se movían, estaban quietos, apoyados contra una pared o en un umbral de una puerta o sentados en cuclillas con la cara escondida entre las manos...La morgue estaba en los sótanos del hospital; Abu Marwan y la señora Alia recorrieron un largo pasillo junto a cuatro mujeres que buscaban una a su marido, otra a sus dos hijos, y las otras dos ni siquiera estaban seguras de a quién buscaban porque casi todos los hombres de la familia llevaban semanas desaparecidos. El enfermero que los acompañaba les dijo que tenían unos treinta cadáveres y que casi todos eran del coche bomba que había estallado en el barrio al-Sader dos días antes.

     La mujer que buscaba al marido lo encontró, la que buscaba a los dos hijos también, las otras dos mujeres no encontraron a nadie de la familia en aquella morgue.

     El chico sí que estaba. Y seguía teniendo la misma expresión plácida que Abu Marwan había visto en su rostro el día anterior. Los muertos no mudan de gesto.

     _Pobrecito _exclamó la señora Alia mientras se llevaba el borde de la abaya negra a los ojos.

     El cadáver llevaba un cartoncito anudado a una de sus muñecas en el que ponía: VARÓN, UNOS TRECE AÑOS, EXPLOSIÓN EN LA CALLE SALAHADDIN, 20 DE OCTUBRE DE 2003.

     Si nadie lo reclamaba lo enterrarían en la fosa común.

     -¿Cuándo? _preguntó Abu Marwan.

     _No creo que podamos tenerlo más allá de dos días. Aquí ya no damos abasto _respondió el enfermero.

     La señora Alia pidió que destapasen todo el cuerpo. Quería comprobar que el chico tenía su pierna. Y la tenía.

     En el camino de vuelta apenas hablaron, aunque los dos sabían lo que el otro pensaba. No decir nada era una manera de asentir. Nada más llegar a la casa, la señora Alia fue a la alcoba y se puso a hurgar en el arcón de la ropa hasta que encontró una sábana de lino que había sido parte de su ajuar. La extendió sobre la cama, comprobó que no tenía ningún roto y antes de doblarla de nuevo la sacudió  en el balcón para airearla. Abu Marwan la miraba hacer.

     Deberías hablar con Abdel para lo de la caja _dijo ella.

     El entierro del chico fue dos días después que el de sus compañeros de juego. Asistieron unas treinta personas. La señora Alia había llamado a sus hijos para que fueran con la familia, y Abu Marwan se lo había dicho a Kamal para que avisase a la gente del barrio. El ataúd era de madera de pino y lo llevaban a hombros entre cuatro vecinos. No iba cerrado para que al llegar al cementerio pudieran sacar el cuerpo envuelto en la sábana de lino blanco y enterrarlo directamente sobre la tierra.

     Su hijo Selim recitó la Fatiha: "En e    l nombre de Dios, Clemente, Misericordioso, alabado sea Dios, Creador del universo, Clemente, Misericordioso, Soberano en el día del Juicio, sólo a Ti adoramos y de Ti imploramos ayuda..."

     Abu Marwan llevó su laúd y cuando ya el cuerpo estaba en la fosa y empezaron a echar las primeras paletadas de tierra tocó una melodía muy sencilla que sonaba como una canción de cuna.

     La señora Alia había encargado una lápida también de madera para colocar sobre la tumba. Como no sabían su nombre sólo pusieron "Chico de Bagdad" y debajo la fecha.                 (Olivo roto: escenas de la ocupación)

PULSA EN CADA AUTOR PARA LEER UN RELATO DE FÚTBOL:

C. J. CELA     JUAN GOYTISOLO    ANTONIO MARTÍNEZ MENCHÉN   MELIANO PELAIRE    ANDRÉS SOREL   JUAN PEDRO  APARICIO     LUIS LANDERO    

 

PULSA AQUÍ PARA ACCEDER A OTRO RELATO PROTAGONIZADO POR UN NIÑO VÍCTIMA DE  OTRA  POSGUERRA (LA ESPAÑOLA)

ir al índice

LA RISA DE MALEK

    Con Malek siempre terminabas riendo. Era infalible. Te lo encontrabas por la calle y, según venía hacia ti, ya se estaba riendo. Hola, Malek, ¿cómo estás?, decías tú. Y él: je, je ¿cómo estás? je, je. No había remedio, terminabas riendo tú también, aunque no estuvieras de humor, y fíjate que a veces hacíamos pruebas, nos decíamos vamos a ver si alguno consigue saludar a Malek sin reírse, y no había medio, porque te lo encontrabas y decías hola, Malek ¿cómo estás?, y tú intentando aguantar sin sonreír ni nada y él je, je ¿cómo estás?, y tú, bien ¿y la familia?, y él, je, je bien ¿y la familia?, y tú, todos bien, gracias  Dios, y él, je, je, bien gracias a Dios je, je, y se te quedaba mirando con esa risa que no era sólo de la boca, sino que le empezaba en los ojos y le llenaba toda la cara, y al final, no sabías cómo, ya te estabas riendo, porque era una risa muy contagiosa la suya, aunque fuese la risa de un tonto o quizá por eso.

     De todos modos no pienses que Malek tiene cara de tonto, porque de primeras, si no lo sabes, no se le nota; en realidad es bastante guapo, como todos sus hermanos y las hermanas, que son unas bellezas, con una piel blanca como el marfil y una mata de pelo que de tan negro parece azulado y unos ojos enormes. Malek no es tan guapo como sus hermanas, pero es bastante guapo, la pena es que no tiene entendimiento, el pobre.

     ¿Burlarnos de él? Nunca. Eso serán costumbres vuestras. Nosotros no nos burlamos de los tontos ni de los locos, está muy mal visto; al revés, solemos ser muy amables, es lo que nos han enseñado en casa, que no se puede uno burlar de un inocente como Malek, y si hay alguno que lo hace, que siempre hay alguien que no respeta lo que debe ser, los demás se lo afeamos, cualquiera que pase por la calle y lo vea, que vea a uno riéndose de Malek, se acercará a decirle deja en paz al chico, que es un alma de Dios y Dios lo cuida.

     Aquí no hacemos lo que hacéis vosotros, que a los tontos y a los locos y a los ancianos los encerráis en un asilo y los abandonáis; nosotros nunca haríamos eso, y si alguna vez llegamos a hacerlo, Dios no lo quiera, sería que ya estábamos perdidos, que habíamos dejado de ser quienes somos, que ya no seríamos árabes, no sé lo que seríamos, no puedo ni imaginarlo.

      Fíjate en Malek, después de lo que pasó, que te aseguro que si hubiera sido otro ya estaría muerto, aquí nadie ha dejado de tratarle como siempre y casi mejor que antes, porque sabemos lo que debe de sufrir el muchacho, que aunque sea un simple eso no quiere decir que no sufra y no se dé cuenta de las cosas, que a veces un inocente como él sabe más que los que nos creemos muy listos, sobre todo de sentimientos porque, como pensar casi no piensa, todo se le va en sentir, y vete tú a saber si ésa no es una forma de conocimiento más honda, que a veces Malek nos sorprendía a todos, como una vez que se pasó dos días metido en casa sin salir y pensábamos que estaba enfermo porque era muy raro no verle en la calle, hasta que apareció con unos caballitos de madera que había estado tallando y luego había pintado de colores, porque era muy hábil con las manos, y dijo que era un regalo para el niño de los Awad, que todos sabíamos que se iba a morir porque tenía cáncer, y de hecho se murió seis meses después, pero a ninguno se nos ocurrió hacerle un regalo y a él sí. Malek tenía esas cosas que te conmovían.

     Lo que pasó ahora te lo cuento, pero antes tienes que saber algo más de él y de su familia, que son gente muy respetada y muy conocida aquí, aunque en realidad no son de aquí; quiero decir que, como nos pasa a todos, no siempre han sido refugiados. Ellos son de Safad, que es un pueblo de las montañas de Galilea, casi pegando con Líbano. El abuelo, o no sé si el bisabuelo, sí tiene que ser el bisabuelo, luchó junto a Ezzedim al-Kasem. ¿Sabes quién fue Ezzedim al-Kazem? ¿Sí? Entonces sabrás que fue el primero que se levantó contra los ingleses, se podría decir que fue nuestra primera Intifada, y acabó como las otras, demoliendo casas y matando a la gente que luchaba por defender su tierra; a Ezzedim al-Kasem lo mataron los ingleses y al bisabuelo de Malek también.Siempre mueren los mejores, ¿No crees?

     La verdad es que en esa familia todos han sido muy combativos, al padre, que era de Fatah, lo encarcelaron en los años setenta, y estuvo casi veinte años en prisión; se murió poco después de salir libre, para entonces los dos hermanos mayores estaban también en la cárcel y uno de ellos aún sigue. Todos han sido muy de Arafat y de Fatah excepto Tarek que, cuando detuvieron a sus hermanos, empezó a ir por otro camino y se apuntó a Hamás. Tarek es el que iba delante de Malek, que es el pequeño.

     Tenías que ver cómo cuidaba de él. Me acuerdo cuando íbamos al colegio y Tarek, que era muy bueno en los estudios y en todos los deportes, en cuanto salía de clase, mientras los demás nos quedábamos jugando al fútbol o hablando de nuestras cosas, se iba a buscarlo; siempre estaba pendiente de él, se lo llevaba a todas partes y hacía que estuviera con todos nosotros como si fuese no más, que al final a ninguno nos importaba que Malek fuese un poco retrasado porque para nosotros era como un apéndice de Tarek con el que había que contar siempre y, fíjate, creo que nos vino muy bien porque nos enseñó a ser menos egoístas y a apreciar cosas que a esa edad no se suelen valorar.

     Una cosa que aprendí con Malek es que la risa es un don, sí, es así, la alegría no es algo que venga de fuera, está dentro, y hay quien la tiene, aunque sea un desgraciado y todo le salga mal, y hay quien no, aunque todo le vaya muy bien. Malek tenía ese don, por eso su risa nos contagiaba a todos y le buscábamos, no para reírnos de él, sino para encontrarnos con su risa; como quien va a la fuente a buscar agua, íbamos a Malek a buscar la risa. Otra cosa que aprendí con él es que los débiles pueden esconder una gran fortaleza.

     Tarek empezó a ir con la gente de Hamás después de la otra Intifada, la de las piedras, que fue cuando detuvieron a sus hermanos; luego vino lo del proceso de paz y todos nos creímos que ya las cosas iban a cambiar y que se terminaría la ocupación, mira que éramos ingenuos, pero Tarek no, él no lo creía.

     Me imagino que debía de tener discusiones muy fuertes en su casa, sobre todo con el hermano mayor que, al salir de la cárcel, empezó a trabajar para la Autoridad Palestina y estaba a favor de las negociaciones pese a que los israelíes seguían demoliendo casas y construyendo asentamientos, que nunca han parado de hacerlo, y al final se ha visto que Tarek tenía razón y que lo del proceso de paz ha sido una trampa en la que caímos todos o casi todos, porque yo también me lo creí, y fíjate ahora cómo estamos.

     Bueno, el caso es que, para cuando estalló la otra Intifada, que ya no era sólo con piedras, Tarek estaba en la Yihad, o eso se decía, porque ya llevaba tiempo de clandestino, durmiendo una noche aquí y otra allá y con los israelíes siguiéndole los talones siempre.

     Vosotros no podéis entender lo que significa vivir así, no sabéis lo que es la ocupación, aparecéis cuando ocurre algo muy sonado, cuando llega el ejército y rodea un barrio y se tiran una semana bombardeando, entrando en las casas, matando y llevándose a quien quieren; pero qué digo, ni siquiera entonces, porque como cuando hacen una operación de esas no dejan entrar ni salir a nadie, pues los periodistas os quedáis fuera hablando con los militares israelíes y contando lo que ellos os cuentan, pero luego hay un atentado y un palestino se inmola en una calle de Jerusalén, entonces sí que os dejan pasar para que podáis sacar imágenes de los muertos y de los heridos y que se vea lo malos que son los palestinos que matan a civiles inocentes, pero de nuestros muertos y de lo que los israelíes hacen todos los días con nosotros, de eso no se habla. Es un asco.

     Perdona, ya sé que no todos los occidentales sois iguales, pero es que estamos muy hartos de que nos engañen, incluso gente que te viene con muy buenas palabras, que te dice ya sé que lo que han hecho con vosotros es una injusticia y que la ocupación es terrible, y luego te enteras  de lo que ha escrito ese tío y es lo de siempre, que es que los palestinos no entran en razón y que el terrorismo es la causa de todo, y que si los moderados y los radicales y que si los de Hamás y los de Fatah y los de la Yihad, pero de lo que hacen los israelíes todos los días, de eso nada, como si no existiera. Estamos muy hartos, te aseguro que estamos muy hartos...

     ¿Sabes lo que pienso? Que no quiero que nadie me hable de paz si antes no me piden excusas. Quiero que alguien nos pida excusas. Quiero que alguien me pida perdón por haberme echado de mi casa. Pero no, lo único que quieren es que lo olvidemos, y que nos quedemos callados mientras nos siguen robando la tierra y matándonos como a conejos. Pues no, estáis muy equivocados, no vamos a olvidar. Nosotros no olvidamos.

     No te preocupes, ya sé que lo que quieres saber es lo de Malek, ya voy con ello, siempre andáis con prisa, los occidentales nunca tenéis tiempo, mira, en eso os ganamos, a nosotros el tiempo no nos falta, como no nos podemos mover, tenemos mucho tiempo para darle vueltas a las cosas y para no olvidar nada.

     Como te decía, Tarek llevaba huido más de un año y los israelíes lo tenían en la lisa de los que habían decidido matar como sea. Hacían registros en la casa cada dos por tres. Esa familia ha pasado mucho. No les dejaban vivir. Y eso que, como ya te he dicho, el hermano mayor estaba en la Autoridad Palestina y era policía.

     Supongo que a Malek le vieron en alguno de aquellos registros y a alguno de ellos, a algún oficial, se le ocurrió la idea de utilizar al hermano retrasado para localizar al hermano combatiente.

     Pobre Malek. Lo que más me subleva es imaginármelo sonriéndoles cuando se los encontró, se harían los encontradizos, en uno de sus paseos. Debieron de estar tiempo observando sus movimientos, y era muy fácil porque Malek era animal de costumbres, siempre iba por los mismos sitios, le gustaba andar solo saludando a todo el mundo, y solía caminar muy deprisa hasta salir, si no había toque de queda, claro, a campo abierto.

     Tuvo que ser en campo abierto donde se hicieron los encontradizos, porque en el campamento por mucho que se disfracen los hubiéramos detectado.

     Me imagino que irían hacia él y le dirían: Hola, Malek, ¿cómo estás?, y él je, je ¿cómo estáis?, y ellos, bien ¿y la familia?, y Malek je, je, la familia bien, je, je...Seguramente le dijeron que eran amigos de Tarek, pero que no dijese nada de que los había visto porque también andaban huidos como su hermano. No sé cuántas veces se encontraron con él ni qué les dio la pista de que ese día el hermano que buscaban estaba en casa, seguramente se lo notaron en la cara, no creo que Malek se lo dijese con palabras porque eso no nos lo decía ni a nosotros que nos hemos criado con él y con Tarek, pero se lo notarían, le verían más alegre o con más prisa por volver a casa, ellos son especialistas y debieron de darse cuenta, quizá soltaron una frase aparentemente inocente como cebo, cuando veas a Tarek dale recuerdos o qué pena que no podamos ver a Tarek o ¿hace mucho que no ves a Tarek? y ¿cómo iba a poder disimular un pobre infeliz como Malek, que además creía que estaba ayudando a unos amigos de su hermano? Seguro que se le iluminaron los ojos o se le escapó una risita maliciosa, no hacía falta que dijese nada con palabras, no creo que lo dijese, sencillamente es que Malek era como un libro abierto, se podía leer todos en su cara.

     Así que aquella tarde debieron de decir ¿y Tarek cómo está? y algo le notarían, en el modo de desviar los ojos o de reírse hacia dentro o de quedarse callado, que les dio la señal, y en vez de despedirse de él como otras veces le dijeron que le acompañaban de vuelta a casa.

     Eran tres tíos. Seguramente eran judíos de Irak o de Yemen, son los que suelen formar esos comandos, ya sabes, los mustarabin, que hablan árabe y parecen árabes.

     No sé como nadie se dio cuenta porque solemos ser muy precavidos con la gente que viene al campamento y no es fácil que alguien que no conocemos se pasee tranquilamente sin levantar sospechas, pero, claro, como iban con Malek nadie se fijó en ellos.

     Cuando llegaron a la casa los tres se colocaron detrás de él como si fueran a irse cuando él hubiera entrado. Abrió la madre e inmediatamente notó que pasaba algo y se puso a gritar para avisar a su hijo. Pero no hubo tiempo de nada, la tumbaron de un disparo con silenciador y entraron como una tromba en la casa.

     Pobre Malek, no quiero pensar lo que debió de sentir al ver a su madre en el suelo, creo que se quedóa abrazado a ella y que no le salía la voz aunque quería gritar, pero no consiguió que le saliese el grito hasta que los vio aparecer de nuevo, uno de ellos hablando por un móvil y los otros con las pistolas en la mano y pasaron a su lado sin dignarse mirarle, porque para entonces ya estaban llegando los jeeps del ejército a rodear la casa.

     Malek aún seguía abrazado al cadáver de su madre cuando pasaron a su lado, que seguramente tuvieron que pasar por encima de ellos para salir de la casa, y como ni siquiera se dignaron a mirarle porque pensaban que sólo era un tonto su reacción les pilló desprevenidos, porque Malek se lanzó sobre uno de ellos, el que iba hablando por el móvil, y le enganchó la oreja que tenía libre de un mordisco. Y por lo visto, mientras los otros dos la emprendían a golpes para tratar de librar a su compañero del mordisco, el seguía apretando como un perro de presa y no soltó su presa hasta que lo dejaron sin sentido a fuerza de culatazos y patadas, aunque para entonces ya había arrancado un trozo de la oreja del israelí. Esto lo sabemos porque, cuando se fueron los soldados y la gente pudo salir de sus casas e ir a ver lo que había pasado, se encontraron a Malek medio muerto junto a la madre muerta y dicen que aún tenía el trozo de oreja en la boca.

     El cadáver de Tarek tenía tres disparos, dos en el pecho y uno en la frente. Estaba durmiendo y apenas tuvo tiempo de saltar de la cama cuando le mataron. Los soldados entaron después a buscar el cuerpo y lo sacaron fuera, lo dejaron frente a la puerta de la casa, medio desnudo. No sé por qué no dispararon a Malek también. Seguramente porque pensaron que ya estaba muerto.

     Si supieras la rabia que sentimos. La rabia es muy mala, sobre todo cuando no puedes hacer nada para aplacarla, se te queda dentro y te abrasa, querrías quemar el mundo para que el mundo sepa que te estás quemando. Por eso tenemos tantos mártires dispuestos a inmolarse. Aveces yo también lo he pensado, pero no soy capaz, aunque cuando mataron a Tarek estuve a punto, pensaba que se lo debía porque Tarek era mi amigo; estuve dándole vueltas a esa idea varios días, ir a buscar a su gente de la Yihad, y ofrecerme a ellos, pero qué quieres, no es tan fácil decidirse a morir, vosotros creéis que a nosotros no nos importa, que no apreciamos la vida, no tenéis ni idea d elo que pasa por nuestras cabezas...

     ¿Qué?, ¿Que te alegras de que no me decidiese a hacerlo...? No estés tan seguro, a lo mejor un día ves mi nombre en las noticias...¿Sabes qué es lo que me contiene? Pues esta luz, salir por las mañanas y sentir el sol en la cara, mirar el mundo a través de esta luz de mi tierra, seguro que la de tu país es distinta, no digo que no sea hermosa, todos los lugares de la tierra son hermosos, aunque el de uno siempre lo es más, pero la luz de aquí es especial, es un regalo...Tarek decía que la luz es el aliento de Dios. Le gustaba la poesía. Y las risas de su hermano.

     El entierro fue impresionante. Toda la gente se lanzó a la calle. Salió en las noticias de la televisión. Dijeron que un terrorista de la Yihad y una mujer palestina habían muerto en un tiroteo.

     Al día siguiente llegaron las excavadoras a demoler la casa.

     Y ésta es la historia, espero que la escribas como te la he contado.

     ¿Malek? Ahora vive en casa de su hermana; apenas sale, sólo a acompañar a sus sobrinos al colegio y a veces está con ellos, no les quita la vista de encima cuando se quedan jugando en la calle. Sonreír, sigue sonriendo, pero te aseguro que ya no es la risa de antes. Es una risa vacía, como una mueca que en vez de alegrarte da pena. 

 

PULSA AQUÍ PARA LEER UN RELATO DE MANUEL VICENT SOBRE EL TEMA DE LOS PALESTINOS

 

IR AL ÍNDICE GENERAL